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Ábaco de granizo: La patria hacia dentro de Ernesto Lumbreras

Ábaco de granizo: La patria hacia dentro de Ernesto Lumbreras

Ricardo Sigala

…en mi biblioteca mental Ábaco de granizo comparte espacio con ciertos libros de Augusto Monterroso, Las prosas apátridas y Los dicho de Luder de Ribeyro, con la obra tardía de Sergio Pitol, por supuesto con algunas de las propuestas de Arreola y Guillermo Jiménez.

• Ernesto Lumbreras: Ábaco de granizo (Era, 2022).

Primer comienzo, bienvenida con música

Justo cuando se acerca uno al punto en que confluyen el paralelo 20° 37′ y el meridiano 103° 52′, comienza a escucharse un son, todavía como un murmullo; confundidos aún con los ruidos del camino, se alcanzan a percibir primero los instrumentos: la guitarra, la vihuela, el arpa, pero justo ahora como un vendaval con polvo se alcanza a escuchar:

“Y ahora acabo de llegar del Ahualulco
de bailar este jarabe tapatío
como dicen que lo cantan y lo bailan
las mujeres bailadoras del bajío”

Como en todo son hay un sentir festivo y una timidez que se manifiestan en la forma en que se baila: fiesta y solemnidad confluyen en el zapateo. El son también es un viaje al pasado.

 

Segundo comienzo, la historia

1979, Magdalena Jalisco, se realiza la Tertulia de los pueblos del antiguo Duodécimo Cantón. Toma la palabra el cronista del vecino pueblo de Ahualulco de Mercado. En una prosa elegante y bien informada nos habla de él: de su ubicación geográfica, su toponimia mestiza y voluble, de su papel en la Guerra de Independencia con su cura fundador e insurgente, José María Mercado, de otros de sus hijos ilustres: el eminente médico Leonardo Oliva, cantado por el poeta Manuel Acuña, y el famoso futbolista “El Pichojos” Pérez, que participó en el mundial de Uruguay en 1930, y continúa con  un puñado de personajes entre los que hay un obispo, un presidente del constituyente de Querétaro, mártires católicos y un diseñador de modas; también proporciona datos demográficos, las ideologías oscilantes en el pueblo, aquella eterna lucha entre liberales y conservadores, y por supuesto habla también del rival histórico: Etzatlán.

Al final de su ponencia, el cronista hace una especie de declaración de principios: su idea de la historia asume que la patria es hacia dentro, citando a López Velarde, máxima autoridad en la reconstrucción y redefinición poética del concepto de la patria nacional. ¿El personaje anticipa la construcción de esta suave matria que es Ábaco de granizo, esta patria suave a pesar de “la  divina sangre de la herida”, para decirlo en las palabras de Carlos Pellicer?

 

Tercer comienzo. Los piponeros

Por fin hemos llegado a Ahualulco, y a las primeras personas que encontramos es a los piponeros: don Panta y su ayudante, un enano apodado “El Cuájano Maduro”. Los piponeros son quienes surten de agua a los habitantes del pueblo, cargan un pipón de agua en el pozo de la Hacienda La Gavilana, y a lomo de mula lo distribuyen en los domicilios, como una suerte de “manantial portátil”. El enano es la pesadilla de los niños, por su maltrechez y fealdad, pero también es el blanco de sus mofas y afrentas. El narrador de esta historia, un muchacho preadolescente cuenta la fraternal “lección de tinieblas” que recibió de los piponeros, una lección llena de humanidad, que podríamos considerar que lo hace comenzar a ver la vida desde otra mirada. Es aquí que comienza, otra vez, el libro. El narrador ha recibido la Lección, con mayúsculas, y el mundo se revela, ya no es lo que era y se presenta como materia de narración. Quien cuenta la historia es un muchacho de alrededor de 13 años que no tiene nombre pero que no dudamos en asociar con el autor del libro, que es también nativo de Ahualulco y en los finales de los años 70 y los principios de los ochenta tenía la misma edad, otra rasgo que lo delata es su clara inclinación poética y su pasión por la historia de su pueblo. Ábaco de granizo ha comenzado, otra vez.

Este coqueteo al lector, este ir soltando de a poco el hilo de la historia y  las formas en que se irá materializando, forma parte del carácter de Ábaco de granizo, el más reciente libro de Ernesto Lumbreras. Estamos ante un volumen sui generis, aunque la editorial lo presenta en su colección de relatos, es también sin dejar de ser una serie de relatos, una crónica personal e histórica, un ejemplo de microhistoria, incluye momentos de prosa poética, no falta el tono ensayístico, las memorias, la instantánea, la viñeta, los perfiles de personajes, la unidad que guardan cada una de sus partes ha permitido que algunos lo asocien con la novela. Äbaco de granizo es un libro misceláneo, atípico. Ese tipo de libros que se escriben por una necesidad incontrolable y su impulso no se contiene ante los géneros establecidos, por lo que terminan entregándose a su propia necesidad poética y de comunicación. En cuanto a su estructura, en mi biblioteca mental Ábaco de granizo comparte espacio con ciertos libros de Augusto Monterroso, Las prosas apátridas y Los dicho de Luder de Ribeyro, con la obra tardía de Sergio Pitol, por supuesto con algunas de las propuestas de Arreola y Guillermo Jiménez.

Pero volvamos al lugar en que nos habíamos quedado. Después de escuchar el son y la ponencia del cronista nos adentramos en el capítulo titulado “Historia de un manantial portátil”, en torno a los ya mencionados piponeros se generan una serie de historias y anécdotas, cuya principal característica es el tono narrativo. Se trata de once pasajes de diferentes extensiones que abundan en aventuras de niños exploradores de cerros, de  viejas haciendas de la región, en busca de historias y leyendas del terruño. Especial lugar ocupa la historia de Alvarito Gallardo y Panzacola, un joven maltrecho, inmensamente rico,  particular importancia tiene su mítica fiesta carnaval, entre veneciana y representación circense, “con grand finale trágico y enigmático”.

Dos apartados ocupan la mayor parte del libro: “Débitos de la edad de oro” e “Insensatos en el jardín de la serenidad”. El primero tiene la encomienda de hacer el decorado del espacio, de enriquecer el paisaje de un Ahualulco ya ido, en 21 entradas recorremos lugares emblemáticos en la vida del narrador y de su pueblo: Se trata de un cerco de agua pues comienza con el arroyo del Cocolisco y cierra con el balneario La Primavera, que antecede al verdadero final del apartado que es el Panteón Municipal. Lumbreras despliega ante nosotros una plaza principal, un puesto de periódicos, un banco, una huarachería, una herrería, un cine y una tienda de helados, no pueden faltar la estación del tren ni la cárcel ni el burdel. En esta páginas hace su presencia la nostalgia, la mirada poética, pero de especial manera brota aquí y allá el despertar sexual, el célibe curioso y observador que se dietiene en los senos pendulares de las lavanderas en el río, en los ojos de esmeralda de la hija del tendero, o en los misterios del “Falmingos Night Club”.

La poesía aparece aquí y allá en estos textos, pero nunca hay excesos, por el contrario se trata de un recurso exacto en la voz del narrador. En el texto “Foto Estudio Mora”, las fotografías son “la carnal belleza del instante”, en “El puesto de doña Liboria” el tabachín es un “árbol carnavalesco que tira confeti once meses al año”, o para decir que la dueña del puesto es chismosa, el escritor sublima escribiendo: “el nombre de Doña Liboria se hizo verbo en la carne del prójimo”, o bien un último ejemplo de  “La farmacia Pasteur”, sitio  que es “un paréntesis de alcanfor”. Hay que decir que los poéticos son solo uno de los recurso que nos muestra Lumbreras, sus textos emanan un buen número de ejercicios escriturales, pienso en la sinonimia que en más de una ocasión se convierte en un juego en el que participa el lector, como ocurre en el texto “Flamingos Night Club”, en los guiños librescos o eruditos que se materializan en “La primavera”, el balneario en donde hace coincidir a Porfirio Díaz y Cosimo Piovasco de Rondó, el personaje de El Barón Rampante de Italo Calvino, o las referencias al perro que prometió defender el peso en el texto “Banco refaccionario de Jalisco”.

“Insensatos en el jardín de la serenidad”, el último apartado del libro, está integrado por 9 textos que se acercan al retrato literario, al perfil. Estos personajes terminan el cuadro, ellos son parte de la historia, con sus particulares vidas, y habitan el espacio que se fue construyendo en la sección anterior. Son estos los terrenos en que mejor se mueve la pluma de Lumbreras, personajes entrañables, muy vivos y memorables. No es extraño que hagan la función de cierre del libro.

Ábaco de granizo se sostiene en una estructura sólida. Las tres partes principales: “Historia del manantial portátil”, que cuenta las historias en torno a los piponeros, “Débitos de la edad dorada”, que aporta los espacios del pueblo, e “Insensatos en el jardín de la serenidad“, que presenta los personajes, se encuentran engarzados por los textos del cronista, estos hacen las veces de puente entre cada una de la partes. El cronista, que por esta presencia a manera de eje, adquiere tintes de protagonista, y quizás de alter ego del propio autor, en un múltiple juego de espejos entre el propio escritor, el joven narrador y este personaje.

No es extraño pues que el libro se cierre con dos finales. El último pasaje que tiene como protagonista a los piponeros en el cementerio, consagrando sus pensamientos “al madero venerado”, cuya función es tender un remate parsimonioso. Pero hay un final previo, en penúltimo texto titulado significativamente “Alejandro Ocaranza, cronista del pueblo”, un pasaje dotado de una especial belleza tanto a nivel de la escritura como de la historia. Aquí el autor aprovecha para confirmar la idea de que la patria es hacia dentro, como quería López Velarde, pero para también para demostrar que hay otra patria o matria, que es la escritura y la memoria, ese territorio en que se recupera el tiempo, perdido o no, pero también, y especialmente, en el que se enciende la pasión sin importar la edad.

Inicié diciendo que el libro comienza varias veces. Ahora hablo de dos finales. En ambos se encuentran los piponeros y el cronista. Termino la lectura y los ecos del “Ahualulco”, ese son inaugural, todavía resuenan en mi cabeza.

 

Ricardo Sigala (Guadalajara, 1969) es profesor, escritor y periodista cultural. Ha publicado los libros de narrativa: Periplos. Notas para un cuaderno de viajes (Ediciones del Plenilunio, 1995) y Paraíplos (Ediciones Arlequín 2001); poesía: Domar quimeras (Universidad de Guadalajara/CULagos, 2018); ensayo: Extraño oficio (Ediciones Arlequín, 2018); y crónica: Letra sur. Ejercicios de periodismo cultural (Porrúa Print/ CUSur). También ha realizado una docena de antologías y estudios de literatura del sur de Jalisco. Twitter: @RicardoSigala

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Posted: March 1, 2023 at 11:51 am

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