¿Adiós a la democracia liberal?
Gisela Kozak-Rovero
I
La democracia liberal no es la panacea para todos los males políticos. ¿Lo son los gobiernos que impugnan el pluralismo político e ideológico y la alternabilidad en el poder? No lo creo. La democracia liberal se tambalea ante las demandas de ciudadanos convencidos de que la razón de existencia del Estado es la de satisfacer necesidades económicas, de seguridad personal y afianzamiento cultural. Si para lograr tal satisfacción se sacrifica la libertad de expresión, se impiden las migraciones o se vulnera la separación entre Iglesia y Estado, hay millones dispuestos a pagar el precio. Estas personas no están solo en Irán, una teocracia, o en Rusia, donde el poderío militar y el desafío a Occidente cosechan votos a colegir por el éxito de Vladimir Putin. Los amantes del autoritarismo están en todo el mundo. Expresan su respaldo a los hombres fuertes dotándolos de unos índices de popularidad en el tiempo impensables para un presidente francés o chileno.
II
Hemos visto el ascenso de gobiernos no liberales políticamente hablando en América Latina, Europa y Estados Unidos (por no hablar de lo ocurrido con los países de la Primavera Árabe), nostálgicos de una etapa idealizada del pasado cuya prioridad es la seguridad del país –los nacionalismos–, o que asumen –desde un reconocible mensaje de izquierda– la imposibilidad del cambio social sin impugnar las libertades políticas y económicas. Eso sí, tanto los nacionalismos como esta izquierda han llegado al poder –o se proponen llegar– por medio del voto, a diferencia de los regímenes militares, fascistas y comunistas del siglo pasado.
III
Con el respaldo de la mayoría de los electores, Putin abortó el intento de construir una democracia liberal en Rusia. Hugo Chávez destruyó los logros de la venezolana además de no superar sus grandes defectos. Ninguno de los dos mandatarios –firmes aliados por cierto– logró dar respuesta a exigencias democráticas como las de mayor transparencia en el manejo de los fondos públicos, reglas claras para el quehacer económico y profundización de los mecanismos de participación en la toma de decisiones. Putin y Chávez interpretaron otras demandas, relacionadas con el papel del Estado nacional en la vida de la gente. En Venezuela, el reparto de renta petrolera a través de programas asistenciales y de dólares artificialmente baratos importó mucho más que la institucionalidad democrática; ésta no se perfeccionó, se destruyó. Igualmente, las aspiraciones en cuanto a derechos humanos y libertades políticas del post-comunismo en Rusia cedieron ante la necesidad de superar el caos posterior a la disolución de la URSS.
IV
Los liderazgos como estos sustituyen las insuficiencias institucionales que obstruyen las decisiones rápidas y son capaces de satisfacer expectativas económicas a corto plazo al manejar a discreción la hacienda pública. Puede que hipotequen el futuro de sus naciones, como Chávez, o sean incapaces de asegurar la sucesión democrática, como Putin; igual, Chávez fue popularísimo hasta su muerte y, año tras año, vemos a Putin gobernar Rusia con mano de hierro. La reivindicación de lo “realmente” venezolano o ruso dio a estos presidentes una dimensión de héroes que activó el militarismo y el orgullo patrios como cemento de la cohesión social. Sus victorias electorales les dieron respaldo para calificarse a sí mismos de demócratas; en Venezuela, Nicolás Maduro puso fin a estos coqueteos con el electorado que, desde la perspectiva de este tipo de mandatario, no sabe siempre lo que quiere y necesita. Putin es popular pero está muy lejos de ser un contendor respetuoso de sus límites y pone la maquinaria del Estado su favor.
V
La renovación profunda de la democracia liberal no despierta las pasiones que levantan los nacionalistas o la izquierda filo-chavista. Las libertades individuales de un homosexual estadounidense o una mujer alemana no inspiran como en el siglo XX; la alternabilidad en el poder o el respeto a los derechos humanos tampoco. La decadencia de la democracia liberal, lógica por cuanto nada es eterno, no está implicando otra alternativa que transitar caminos del pasado como los nacionalismos y la izquierda al estilo Cuba y Venezuela.
VI
La democracia liberal agoniza como solución pero renace como herencia. Agoniza porque su promesa de libertad fue confiscada por la de bienestar económico y por la omnipresencia del Estado y su maquinaria burocrática (una de cuyas peores caras es la conformada por los controles migratorios). Renace como herencia en quienes no aceptamos que el Estado, el consumo indiscriminado o la religión pueden abrogarse el sentido de nuestras vidas. Millones se inclinan por Donald Trump, Nicolás Maduro, Vladimir Putin, PODEMOS, Marine Le Pen, Recep Tayyip Erdogan y Evo Morales; su diverso signo ideológico tiene menos peso que su enemigo común, las libertades individuales, económicas y políticas. Millones nos inclinamos por un mayor control de la propia vida frente al Estado. Las luchas futuras por el poder se definen en este terreno, el del rol del Estado en la existencia de los individuos y cómo resuelven sus problemas comunes.
Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales(Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak
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Posted: October 30, 2017 at 10:20 pm