Alejandro Rossi. 8 de agosto de 2017
Adolfo Castañón
I
Los libros tienen su suerte: cada uno dibuja una geografía. Su mapa puede llegar a confundirse con un espejo. La historia es un arma de dos o tres filos, ya sea de las letras o de las ideas, el oficio de la memoria crítica puede ser entendido como un telescopio o como un espejo retrovisor, una máquina de rayos X o una zonda endoscópica para intentar armar o desarmar el qué y el cómo de los quiénes de la historia. Estos trazos vienen al margen de la (re) lectura de las obras y escritos de Alejandro Rossi (1932-2009), ese transfronterizo premonitorio de nuestra época, ciudadano a la par enigmático y cristalino de Venezuela, Italia, Argentina, México, filósofo, escritor, conversador, maestro, editor y universitario cuyas armazones y juegos verbales dejaron en la ciudad literaria un rastro perdurable y fosforescente. Alejandro Rossi hubiese cumplido este año 85 años. El punto de mayor relieve es sí, al leer a Alejandro Rossi, el lector se asoma a la casa de la nostalgia, o más bien entrevé el presente de otro modo y vislumbra los pasos de lo que viene envuelto en las líneas del futuro. Alejandro Rossi escribió pocos pero decisivos libros. En uno de ellos, La fábula de las regiones, reunió algunas narraciones que, sin decirlo directamente, hablan de esa parte de la gran Colombia que se conoce como Venezuela. Venezuela, esa candente ascua de la historia y de la geografía del Caribe en la que vienen a replicarse siglos después los oleajes y torbellinos de la historia más remota, por ejemplo, del Mediterráneo. La fábula de las regiones habla de guerras y guerreros, mártires y matones, señores y maestros, aprendices y maestritas, patriarcas y soldados, aventureros, selvas, historiadores, plantaciones, ríos, sublevaciones. Los cuentos de Rossi abrevan en las aguas manantiales de la literatura y la historia hispanoamericana. Digo aguas pues parte de la memoria que reelabora Alejandro Rossi le fue transmitida oralmente por su familia. Alejandro Rossi Guerrero —recordémoslo— descendía del general y caudillo venezolano José Antonio Páez, el legendario General Páez, el lancero, el aliado y luego adversario de Simón Bolívar en las guerras de independencia. Quizá la inteligente y seductora “Che Che”, la madre de Alex, el narrador de la novela Edén haya sido la transmisora de esas herencias insurgentes que hermanaban a Rossi, por cierto, con el poeta y crítico Guillermo Sucre, con el poeta José Antonio Ramos Sucre y con el mismo mariscal Antonio José de Sucre (que al parecer descendía de la Casa de Austria). Esa conexión genética con el pasado profundo de América significaría muy poco si Alejandro Rossi no la hubiese elegido como una clave personal, si no se la hubiese apropiado ávidamente, si no la hubiese vivido para tomarse a sí mismo y a sus circunstancias el pulso. Este vínculo con la historia patria le permitió a Alejandro Rossi por añadidura entablar un diálogo con ciertos cuentos y poemas de Jorge Luis Borges, en México con Octavio Paz y sus ensayos y poemas. Esto, sin embargo, no explica del todo la forma en que se resuelven en la obra de Alejandro Rossi las cantidades hechizadas de la geografía y de la historia americana. Algunos de los personajes de La fábula de las regiones parecen ser maestros de historia, salidos, no de una universidad, sino de una suerte de colegio áulico de historiadores donde van desgranando sus lecciones. Saben, tal vez, que, si bien las revoluciones viven de hacer procesos y ejecutar sentencias, no es sencillo procesar a las revoluciones mismas ni, mucho menos, por así decirlo, atraer a su causa a un improbable tribunal de la historia. El lector no sabe si el narrador le está hablando del pasado o más bien prefigura un soterrado porvenir.
II
Estas reflexiones cobran cierta actualidad por, al menos, tres razones: el 22 de septiembre de este año 2017 Rossi estaría cumpliendo 85 años, como para festejar su aniversario acaba de salir, traducido al inglés por Janice Goveas, El cielo de Sotero, Sotero’s Heaven, publicado por la revista virtual Diálogos Intercultural Services, administrada por Martin Boyd, asentada en Toronto desde 2006 y dedicada a la traducción y difusión de la literatura hispanoamericana en el mundo. La traducción de Goveas al inglés subraya la pertinencia de la escritura literaria decantada por Alejandro Rossi en la saga de La fábula de las regiones. Cuando fue publicada esta obra parecía ser un armazón de espejismos y fantasmagorías incómodas sobre la geografía y la historia americana y, en particular, venezolana. A medida que ha pasado el tiempo, como lo refrenda el hecho de que Venezuela se encuentre en caída libre en su proceso político, el universo narrativo concebido por Rossi va cobrando una estremecedora actualidad. Para muestra gustosa del lector elijo un párrafo inicial de esa traducción:
His name could not have been more common. Good enough for a boy from the slums – though the cities were now all abandoned shacks – that had sprung up between puddles and police sirens. Remigio Maldonado, a nobody, as they would later refer to him. Many years have gone by, but time has not been his friend. If anything, it has erased his life story and reduced him to that one devastating moment when he elbowed his way through the screaming crowd at Santa Clara de las Flores and, with his eyes wide open, fired a burst of six bullets at Don Gregorio Sotero, whose scrawny body jumped and twisted as if it had been hit by an electric shock.
III
Una de las lecciones que se desprenden del ejercicio narrativo de Alejandro Rossi en estos textos es la indisociable relación que sostienen la geografía y la historia, el tiempo y el lugar, el clima y la geografía humana. La afortunada traducción al inglés de este texto de Alejandro Rossi nos lleva a releer de otra forma El cielo de Sotero.
El cielo de Sotero narra la historia de un magnicidio en esas regiones imaginarias recreadas por la fábula. Historia paralela de un asesino y su víctima. Gregorio Sotero, el patriarca generoso y carismático es ultimado por un joven ignorante reclutado por los enemigos del patriarca. El castigo que se le impone al asesino es sutil. Sin que él lo sepa bien a bien aprenderá a amar al hombre que asesinó a través de una pedagogía que lo conduce en las largas horas de la cárcel y de la lectura obligada a comprender y a amar esas regiones, esos territorios que no llegan a ser un país por los cuales viviría y se sacrificaría Sotero. El asunto del magnicidio y de la reeducación, readaptación sui generis del asesino, sirve de pretexto al narrador para armar la geografía imaginaria y emblemática y, en consecuencia, la historia y leyenda de un territorio que podría ubicarse en cualquier lugar del mundo americano. En El cielo de Sotero y en los demás cuentos de las sagas de las regiones, Rossi elevó una suerte de mirador crítico y analítico para adentrarse en la historia hispanoamericana, pero no en la historia del pasado sino quizá en la del presente y la del futuro inmediato que estaba tocando ya a las puertas en el desplome de la democracia venezolana y en el ascenso del Teniente Coronel Hugo Rafael Chávez Frías, probablemente lector de un breve título que quizá podría haber salido de las páginas de Rossi: El oráculo del guerrero de Lucas Estrella.
Hombre de poder, ecce homo soberano de sus tierras feraces, Sotero se presenta como una versión positiva, una réplica y contraparte luminosa de la figura otoñal y tétrica del dictador latinoamericano, tal y como ha sido caracterizada, hasta el prototipo esperpéntico por la novela del dictador latinoamericano en las obras de Arturo Uslar Pietri, Augusto Roa Bastos, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Esta diferencia sensible rebela algo más profundo; la idea que puede tener Alejandro Rossi de la figura y función del poder y sus rostros en América. Desde luego esta idea no deja de tener cierta ambigüedad.
El cielo de Sotero no es una lectura anacrónica o nostálgica de la historia hispanoamericana. Ante todo es literatura, excelente literatura. Además, funciona como un lente de aumento o uno de esos espejos negros cuyo filtro oscuro permitiera contemplar los eclipses y zozobras de la política latinoamericana, como a través de una cámara lenta capaz de captar los episodios y las coyunturas de la política regional. Detrás de El cielo de Sotero hay ciertamente una armazón de lecciones de historia universal y americana, un andamiaje erudito que lo mismo abreva en la historia de las independencias hispanoamericanas que en la historia de la política y diplomacia internacionales del siglo XX. Rossi, lector ávido de filosofía y literatura, lo era también de historia política y de psicología y aun de psicoanálisis (sabía que las cantidades de lo psicológico no podían ser escindidas o separadas de las cuentas generales de la historia y sus motivos). A la familia de Alejandro Rossi le había tocado vivir, no sé si tangencialmente, la Segunda Guerra Mundial. A una mente tan porosa y creativa como la de Alejandro no se le podían escapar esos reojos. De alguna manera, los territorios imaginarios creados por Alejandro Rossi no son ajenos a esos destellos de lo universal. Si en la biblioteca de Gregorio Sotero se encontraba la Historia de la decadencia y caída del Imperio romano (1776-1789), de Edward Gibbon, el historiador británico del siglo XVIII, no se puede olvidar que en la de Rossi estaban los libros de Borges y de Bioy pero también Los orígenes de la Segunda Guerra Mundial (1961), de A.J.P. Taylor. El escritor cargaba debajo de su gabardina los cartuchos de esas lecturas donde las grandes e ingenuas ideas sobre la historia eran filtradas por los indómitos hechos.
IV
La rueda de la fortuna de la vida y de los libros me llevó a armar Algunas tardes con Alejandro Rossi (El Colegio de México, 2010) donde se cosechan conversaciones, ensayos y apuntes debidamente aderezados por una bibliografía directa e indirecta del autor –en la que se incluyen las traducciones a otros idiomas como el inglés, el francés, el alemán y el italiano de textos de Rossi– y a la cual habrá que añadir la traducción arriba comentada de Janice Goveas Sotero’s Heaven, publicado por la revista virtual Diálogos Intercultural Services en 2017.
El libro funcionó como un imán que me llevó a visitar una vez más a Caracas y Venezuela. Algunas tardes con Alejandro Rossi fue presentado en la Librería El Buscón de Caracas en Venezuela, gracias a la invitación de Katyna Henríquez Consalvi en 2011. Katyna era una amiga común, hija de Rigoberto Henríquez (fallecido en 2016), opositor a la dictadura de Pérez Jiménez, que había estado en la cárcel y luego fue embajador; y por parte de su madre, sobrina de Simón Alberto Consalvi, el escritor, defensor de la democracia, político y diplomático venezolano que llevaba en la sangre –se lo pregunté– la del Cardenal italiano Ercole Consalvi (1757-1824) que participó en el Congreso de Viena entre 1814 y 1815. La noche de la presentación estuvimos hablando con gustosa calma con Simón Alberto (1927-2013), quien había sido uno de los amigos más cercanos de Alejandro. Hablamos del clima y del tiempo, de la meteorología, de las grandes lluvias y calores, del cambio climático, real y político, que se avecinaba y que amenazaba la estabilidad de las ciudades y naciones hispanoamericanas. Simón Alberto llevaba un fino saco de gamuza color café, de vez en cuando se tocaba el bigote bien recortado como para afinar la atención. Tenía una mirada acostumbrada a medir anchos horizontes en el llano o en el mar y un destello chispeante en sus ojos pautaba su conversación de hombre más bien parco. Poco más tarde, llegó Félix Rossi, el hermano de Alejandro, que es personaje de la novela Edén (2006), y la algarabía compuesta por la banda de hermosas y elegantes primas y sobrinas de Alejandro. Recuerdo con nitidez y gratitud ese momento…
No he dicho que una de las cosas que debo a Alejandro es la sensibilidad hacia la cultura hispanoamericana, y en particular hacia la venezolana. Gracias a Rossi, descubrí continentes enteros: Mariano Picón Salas, José Balza, Rafael Cadenas, Eugenio Montejo, Juan Nuño, Guillermo Sucre, el pintor Armando Reverón, Simón Alberto Consalvi, y desde luego, Rómulo Gallegos, Rufino Blanco Fombona, al general Antonio José de Páez, su antepasado y, no podía faltar, a Simón Bolívar; a muchos mexicanos los descubrí o redescubrí gracias a él, como Luis Villoro, Emilio Uranga, Fernando Salmerón, José Luis Martínez, Ricardo Garibay, Jorge López Páez, para no hablar de los centroamericanos e hispanoamericanos como Ernesto Mejía Sánchez, José Luis González, Augusto Monterroso –que ya había sido mi maestro–, y al colombiano Álvaro Mutis, que tantas afinidades tiene con Alejandro. También a los maestros españoles, empezando por José Gaos. Debo a Rossi haber leído o releído a autores como Borges, en primer lugar, a Rubén Darío y, en otros ámbitos, a Edward Gibbon, Giovanni Pascoli, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, la Antología Griega.
Un lujo. Lujo sobre lujo. Gracias a la invitación de Javier Garciadiego, entonces presidente del El Colegio de México, me puse a armar Algunas tardes con Alejandro Rossi, alentado por Olbeth, su dorada compañera y esposa para recordar el primer aniversario de su fallecimiento. Fui muchas veces a Caracas movido por causas editoriales del Fondo de Cultura Económica, ahí conocí en su espacio a muchos amigos de Alejandro. En México conocí a Katyna Henríquez, la hija de don Rigoberto, quien representaba a Monteávila Editores en México, y luego fundaría su librería El Buscón, donde convive el pasado y el presente, el anteayer y el pasado mañana. Librería prodigiosa por su capacidad de resistencia y por la decisión que ha llevado a su directora a perseverar en la felicidad de la tarea. Así, invitado por ella, fui a presentar Algunas tardes con Alejandro Rossi. Volví a tratar ahí a su hermano Félix, conocí a otros familiares y volví a encontrar a otros amigos. Viendo en el espejo retrovisor de la memoria aquellos momentos en que se presentó el libro en Caracas, me pongo a pensar en qué significan las personas, los libros, los lugares y cómo se entreveran unos con otros y se entretejen a nuestro alrededor para irradiar, como vitrales en una iglesia, una luz peculiar que va cambiando con las horas. Esa luz impregna para mí la feliz memoria de este libro que encierra tantos momentos felices porque compartidos, felices porque otros podrán compartir las letras fulgurantes del inasible pero exacto Alejandro Rossi. Rossi tenía un imán. Por eso se escriben estas líneas; por eso se alojan en aquel libro; por eso las estás leyendo tú.
Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Twitter:@avecesprosa
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Notas:
1)“Venezuela en caída libre”, Nexos, septiembre 2017.
2)Lucas Estrella, El oráculo del guerrero, Santiago de Chile, Cuatro vientos, 1995.
3) Olbeth Hansberg es autora del libro La diversidad de las emociones (México: FCE, 1996).
Posted: September 18, 2017 at 10:03 pm