Cómo detener el crecimiento de la memoria
Alberto Chimal
La explotación capitalista de la memoria humana impide que se forme nueva memoria.
Recuerden esta frase
*
A mediados de febrero se anunció que nuevas ediciones británicas de la obra de Roald Dahl (publicadas por Puffin, la división de literatura infantil de Penguin) tendrían modificaciones “para asegurar que puedan seguir siendo disfrutadas por todas las personas”. Una nota del periódico inglés The Daily Telegraph inició la polémica al listar, con indignación, una larga lista de los cambios realizados, que se hicieron a los libros más populares del escritor, como Matilda, Las brujas o Charlie y la fábrica de chocolate. Los cambios son numerosos e incluyen la sustitución o eliminación de términos y frases que ahora son considerados ofensivos, así como la adición de algunos pasajes, todo encaminado a dar una apariencia más incluyente a los textos de Dahl.
Algunos ejemplos: las últimas ediciones inglesas antes de las nuevas aún incluyen adjetivos como “gordo” o “fea”, colocan a Matilda –niña lectora–disfrutando exclusivamente a escritores hombres, e incluyen observaciones como “la mayoría de las mujeres son encantadoras”. Siguiendo el mismo principio, los lectores de sensibilidad de la organización Inclusive Minds, encargada por Puffin de revisar los libros, hacen que algunos personajes simpáticos de las novelas digan frases a favor de la tolerancia en las que Dahl nunca pensó expresamente.
Los derechos de Dahl son administrados por la Roald Dahl Story Company, recientemente comprada por Netflix. Poco después de la nota del Telegraph, la empresa publicó un comunicado según el cual el trabajo de modificación había comenzado antes de la compra, como para protegerse de acusaciones de querer cambiar el texto de los libros con miras a alguna adaptación contemporánea. El debate ha continuado hasta el día de hoy de la manera más previsible: que si la censura, que si las fallas morales de Roald Dahl, que si ningún texto debería ser intocable, que si todos los textos deben serlo. Etcétera.
La verdad es que el artículo del Telegraph es puro clickbait: un cebo para la indignación que fue mordido por el mundo entero. No es la primera vez que sucede algo como las modificaciones que he mencionado, ni siquiera con la obra de Roald Dahl. Mientras vivió, él mismo revisó en varias ocasiones el texto de algunos de sus libros para quitar referencias que se le señalaban como insensibles o insultantes. Y por otra parte –para bien o mal, como ustedes prefieran–, el mundo de habla inglesa utiliza lectores de sensibilidad para evaluar textos, casi siempre antes de su publicación, desde hace años. El diario, que es un medio conservador enzarzado en las “guerras culturales” de nuestra época, buscaba (y logró) llamar la atención de muchas personas y atraer las quejas de políticos y celebridades del mundo de derechas de habla inglesa, que así pudieron agarrarse de otro escándalo más o menos artificial para mantener la atención y fidelidad de sus partidarios.
Pero muy pocas personas, sea cual sea su opinión acerca de los temas implicados en este asunto, parecen haberse hecho esta pregunta: ¿por qué se decidió “revisar” la obra de Roald Dahl? No es solamente que el escritor sea “problemático” en la actualidad: de ser esa la causa principal, se habrían revisado todos sus libros, y no solamente los que más se conocen y se venden, o bien se estaría recomendando que no se le leyera más: más allá de los escándalos artificiales de las redes y los medios masivos, no faltan casos de auténtica censura y prohibición de libros en nuestro tiempo. ¿Por qué, para el caso, no se han revisado absolutamente todos los libros para niños escritos en otras épocas? Por mencionar a otro famoso, Hans Christian Andersen tenía los puntos de vista de su tiempo respecto de cuestiones de identidad y género. ¿Y qué tal Lewis Carroll? En la actualidad, hay quienes lo consideran poco menos que un pederasta por la amistad platónica, pero estrecha, que mantuvo con niñas como la famosa Alice Liddell, que inspiró sus dos libros más famosos.
La respuesta a mi pregunta, desde luego, es que los libros de Roald Dahl siguen siendo populares y, a la vez, no han pasado todavía al dominio público. El interés de Netflix y/o la Roald Dahl History Company no es la inclusión, ni la justicia social, sino el dinero. Mientras sea posible que una corporación capitalice una obra determinada, lo seguirá haciendo, acomodándose tanto como necesite –y tan poco como le sea posible– a las creencias del momento. Este fenómeno no es tan nuevo, pero es mucho más visible en nuestro tiempo repleto de propiedades intelectuales y explotación del conocimiento. Naturalmente, la situación es estupenda para quien posea el copyright de tal o cual invención. Véanse los casos del videojuego Hogwart’s Legacy o de los precios del inyector de epinefrina.
Lo que tampoco parece interesar a muchas personas, sin embargo, es qué tan bueno es para la cultura, o las culturas, o la colectividad humana, el mantener la explotación de ciertas ideas, ciertos argumentos y descripciones de personajes, indefinidamente. O, para decirlo de otra manera, ¿tendremos que seguir leyendo para siempre a Roald Dahl?
O, todavía mejor dicho, ¿tendremos que seguir comprando libros y adaptaciones, cada una más diluida que la anterior, más distante de un original que ya no conoceremos, con la etiqueta Roald Dahl?
Ya se anunció que Puffin venderá una colección especial de ediciones “originales” de Dahl en inglés, para apaciguar a algunos quejosos. Pero el principio no cambia. Lo que se venderá no es el primer original de aquellos libros, que ya se consideraba ofensivo en el siglo pasado, sino la última edición previa a 2023. Cambiando poco a poco, desprendiéndose de todo salvo la trama básica y los nombres de los personajes, los contenedores de la propiedad intelectual de los dueños de Roald Dahl (es decir, los libros atribuidos a él) amenazan con seguir eternamente entre nosotros.
Y esto es, en muy buena medida, un engaño: un falseo de cómo operan la memoria y el olvido de la especie humana.
En las últimas décadas se ha puesto de moda la idea de que la posteridad es limitada y la “inmortalidad” de la obra, en la que aprendieron a creer millones de artistas de occidente, no existe en realidad. En el mundo del libro esto debería ser clarísimo. ¿Cuántas obras desaparecen ya no digamos tras un siglo, sino tras una o dos décadas? Aquí, aquí y aquí hay ejemplos de libros popularísimos en su día, o su par de días, y que hoy están merecidamente en el olvido. (¿Tú, que lees esto, recuerdas alguno?) E incluso los libros que sobreviven a su propio tiempo, que consiguen decir algo a alguien después de su primer momento de reconocimiento o de esplendor, se van alejando de nosotros. Las culturas y sus idiomas cambian; las experiencias humanas se expresan de otras formas.
Un libro para niños popularísimo en el siglo XIX, Pedro Melenas de Heinrich Hoffmann (1845), hoy está considerado un ejemplo de literatura de horror y de lo grotesco, porque sus lecciones de moral (“no te chupes el dedo o te lo cortarán”, “no juegues con fuego o morirás carbonizado”) están expresadas con una violencia explícita que ya no se considera apropiada para su público inicial. De modo distinto, pero no tanto, basta probar a leer en profundidad la primera página del Quijote de Cervantes para notar lo lejos que está el castellano del siglo XVII del actual. Términos de todos los días para una persona de ese tiempo requieren ahora largas notas explicativas. A medida que pase más tiempo, esas notas se volverán más y más extensas, hasta que el castellano de Cervantes se vuelva tan impenetrable como el del Arcipreste o de plano sea una lengua muerta, como el latín o el acadio.
Y eso no sólo es inevitable, sino que está bien. Necesitamos que la literatura diga las cosas de manera poderosa y bella, y a la vez que se comunique fácilmente con quienes viven ahora. Por eso es necesario escribir y volver a escribir las experiencias humanas que conocieron Cervantes, o Shakespeare, o los anónimos creadores del Popol Vuh o de la epopeya de Gilgamesh. Por eso es necesario, también, agregar las experiencias nuevas y las sutilezas y matices de cada época. En los clásicos no existe la frustración especial y fastidiosa de que alguien nos deje “en visto” en una aplicación de mensajes, y las razones son obvias. Y sin embargo esa emoción es real, traída al mundo por la tecnología y afianzada por nuevas costumbres. Ahora mismo debe haber un millón de textos que intenten capturarla. La mayoría será basura, pero uno o dos lo lograrán, y tendrán sentido para quienes vengan después, por un tiempo. Así es como el lenguaje acompaña a la especie humana y recrea, al paso, sin parar, su memoria.
La explotación capitalista de la memoria humana impide que se forme nueva memoria porque va en contra de la necesidad del olvido. Porque de manera arbitraria decide que tal o cual texto, o idea de un texto, empaquetada y lista para venderse, tiene más derecho de sobrevivir que todas las demás, y que los individuos de la propia especie. Las virtudes literarias de Roald Dahl (son muchas) no cuentan en absoluto. A nadie le importa su estilo ni lo que pudiera revelarnos acerca del entorno en el que vivió, el pasado preciso al que ya no tenemos acceso salvo en documentos. Lo único que importa es el seguir vendiendo un mismo producto.
A ver qué tal nos va con esta innovación.
*Imagen Creative Commons
Alberto Chimal es autor de más de veinte libros de cuentos y novelas. Ha recibido el Premio Bellas Artes de Narrativa “Colima” 2013 por Manda fuego, Premio Nacional de Cuento Nezahualcóyotl 1996 por El rey bajo el árbol florido, Premio FILIJ de Dramaturgia 1997 por El secreto de Gorco, y el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2002 por Éstos son los días entre muchos otros. Su Twitter es @AlbertoChimal
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Posted: March 6, 2023 at 10:16 pm
La verdad y la mentira, son dos conceptos muy parecidos y ambos sirven en ocaciones para uno mismo fin, hacer el bien o hacer el mal.
Todo es de acuerdo al cristal con que se mire… Muy cierto si leo un libro lo que yo puedo entender al final no será igual para un poeta, un arquitecto, un filósofo un científico todos tendrán opiniones diferentes.
La verdad y la mentira son hermanastras? Coincido ya que ambas pueden, animar, salvar, perjudicar, entristecer según el juego de palabras que se usen.