Crónica de un homenaje de cuerpo muy presente
Ana Clavel
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Esta columna es muy personal, de modo que, si a alguien le incomoda el protagonismo de la primera persona, mejor que mire para otro lado porque este asunto va de protagonistas –y de algún antagonista—. Hace muy poco el Instituto Nacional de Bellas Artes tuvo a bien invitarme a su ciclo “Protagonistas de la Literatura”. El portal Aristegui Noticias difundió la información con el título: “Rendirán homenaje a Ana Clavel en el Palacio de Bellas Artes”. Mi querido Héctor de Mauleón compartió generosamente la noticia en sus redes, pero el destino puso una nota de humor cuando alguien comentó al pie: “Qué pena… Descanse en paz”. No sin cierta perplejidad de que ese alguien me hubiera dado por occisa, concedí que muchas veces los homenajes se realizan cuando el interfecto o interfecta pasó a mejor vida… De ahí la famosa frase “Sobre el muerto, las coronas”. Así pues, en las palabras que dirigí al público de amigos y lectores que me acompañó un domingo de octubre al mediodía, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio, agradecí por principio de cuentas a la institución responsable, la Coordinación Nacional de Literatura del INBA, por festejarme, no de “cuerpo presente”, como se dice cuando a las exequias se las acompaña con el cadáver del homenajeado, sino de cuerpo muy presente, todavía vivita y coleando.
No es lo mismo ser nombrada Protagonista de la Literatura Mexicana que ser coronada señorita México, pero me dio por agradecer —eso sí, sin lágrimas ni melodrama de por medio—, pero es que, claro, era un día especial para estar agradecida. Yo empecé el trayecto de esta elección de vida a partir de un llamado de las sombras. Lo he contado en otro lugar: por ahí de los dieciséis me despertó una voz en el sueño que decía: “Voy a un encuentro. Eva dice que tiene una sorpresa para mí. El que será no atormenta mi corazón; a fin de cuentas, cuando llegue al lugar convenido lo sabré. Pero el navegar me fatiga y lo que falta es todavía muy largo, tan largo como el olvido…” Fue tan rotundo aquello, que me tuve que levantar a escribirlo. Desde ese momento, supe que mi destino sería la escritura.
Bodas de papel
Pero antes estuvo el descubrimiento de los libros. En mi casa no los había. Vaya, no se leía ni el periódico. Mi padre había muerto cuando yo tenía tres años, y mi madre viuda tuvo que hacerse cargo de tres hijos pequeños. Entonces, no había para lujos. Fue hasta que una maestra de quinto de primaria, en la escuela pública donde estudiaba, tuvo la idea de pedirnos que lleváramos uno para intercambiarlo en un “viernes social”, que me enteré que había libros más allá de los de texto gratuitos. No sabía dónde se compraban, así que acudí a la papelería más grande por mis rumbos. Di con una versión ilustrada de La vuelta al mundo en ochenta días. También di con un horizonte de felicidad que nunca imaginé y devoré las 96 páginas en una sola tarde. O sea que Julio Verne estuvo detrás de mi iniciación en el mundo de los libros.
Hace muy poco, me invitaron a participar en una antología de minificción para la Universidad Autónoma de Hidalgo. Microinvenciones, se llama el volumen, reunido por Dina Grijalva y Victoria García Jolly. Ahí apareció este microrrelato que, tal vez de manera no tan azarosa, tiene en mente a Verne y su Viaje al centro de la tierra, otra de las obras del autor que me dio a conocer las delicias de la lectura cuando tenía once años.
BODAS DE PAPEL
Murmuré: “Sí, acepto”. Entonces me tomó en sus páginas, penetró mis sentidos, y me llevó en un viaje —a veces ola, otras vértigo— al centro del placer.
Siguieron lecturas desordenadas. Lo mismo el Quijote, que El llano en llamas y La muerte en Venecia, según los cursos de Literatura en secundaria y bachillerato. Pero fue en el Colegio de Bachilleres —adonde me inscribí porque, aunque yo quería hacer la prepa en la UNAM, en ese momento estaba en huelga—, donde descubrí el taller que una profesora había echado a andar con un puñado de alumnos. Al taller de creación literaria de la maestra Yolanda Medina Haro llevé mis primeros textos. Uno de ellos, que titulé “Inmortalidad”, y cuyo inicio me fue revelado en las fronteras del sueño y la vigilia como antes dije, formó parte de la Antología que la Mtra. Medina Haro publicó en una edición mimeográfica de 100 ejemplares, en 1979.
Pero la primera publicación con pie editorial en forma fue un librito de relatos que editó la SEP-CREA en 1984: Fuera de escena, en la colección Letras Nuevas, donde por cierto también publicaron Pablo Soler Frost, Rosa Beltrán, Francisco Segovia, Mónica Lavín y muchos más. Por eso podría decir que este “homenaje” coincide con mis “Bodas de Rubí” –como se le llama a la celebración de los cuarenta años— con el oficio de la escritura. Siguieron otros libros y algunos premios, pues no teniendo contactos ni familia en el gremio, acostumbraba participar en cuanto concurso se me presentara. Pensaba que los premios eran como la lotería: no te los puedes sacar si no participas… Funcionó incluso cuando no me dieron el premio Alfaguara de 1999 con mi primera novela. No gané pero la recomendaron para su publicación. Así vio la luz un año después Los deseos y su sombra.
A la querida maestra Medina Haro dejé de verla desde los tiempos del bachillerato. Supe que se había casado y que se había mudado a vivir a una zona lejana de la ciudad. Recuerdo que por carta le hice saber de mis primeros tanteos en un taller de Bellas Artes, donde alguno de los participantes dijo haber encontrado “ecos de Onetti” en mis escritos. Ella aplaudió el lance. Aún hoy conservo el ejemplar del El Aleph de Borges que me prestó en aquellos años, con su nombre sellado en las primeras páginas. No había celulares ni internet, perdimos el contacto.
Sorpresas te da la vida
Un buen día de 2009 estaba yo por entrar a la presentación de mi cuarta novela, El dibujante de sombras, en la Feria del Palacio de Minería, cuando procedente de la fila de personas que esperaban les permitieran entrar a la sala, oí que alguien decía: “Ana Elena…” Ustedes no lo saben pero mi nombre completo es Ana Elena Gómez Clavel, así que cuando escuché que alguien me llamaba así, supe que se trataba de alguien de mi prehistoria. Habían pasado casi tres décadas desde nuestro último encuentro, pero apenas vi la sonrisa y supe que se trataba de mi maestra. Imaginen el torbellino de emoción y alegría con que presenté mi libro minutos después.
Pero la historia con mi querida maestra no ha terminado ahí. Y como este es un día de dar gracias, tengo que hacerlo también por la manera en que la vida tejió una pequeña historia para mí, que me encanta urdirlas. Hacia 2015 tuve noticias de que Yolanda asistía al Taller de Crítica Literaria Diana Morán, un proyecto de investigadoras del Colegio de México, la UNAM, la UAEM, y otras instancias académicas que, desde los tempranos años ochenta, cuando no estaba en boga el asunto de estudios de género, se congregaban para estudiar autoras mexicanas como Josefina Vicens, Nellie Campobello, Elena Garro hasta otras más recientes. Un buen día recibí la invitación para asistir al examen de doctorado de la profesora Medina Haro en la Universidad Iberoamericana, tesis dirigida por otra especialista en estudios literarios y pilar del Taller Diana Morán: la doctora Gloria Prado. Por supuesto asistí. ¿Y cuál creen que fue el tema de tesis? Sí… un título que me honra: “El discurso del deseo en la narrativa de Ana Clavel”, una investigación de 258 páginas sobre mi trabajo. Y ahora que estamos en el Palacio en este ciclo de Protagonistas que me distingue, es un placer que mi profesora se encuentre en el público, acompañándome nuevamente. ¿A poco no es de gente bien nacida dar también las gracias por algo así? Y ya encarrerada agradezco también a otras personas importantes en mi formación y trayectoria: Orlando Ortiz, Guillermo Samperio, Hugo Hiriart, Silvia Molina, Rosa Beltrán, Marco Lamoyi, José Emilio Pacheco, Claudia San Román, Luzma Becerra, Ricardo Vinós, Rogelio Cuéllar, Rocío Barrionuevo, Martha Cantú, Jane Lavery, Anamari Gomís, Cristina Rivera Garza. Y muy particularmente a mis editores: Marisol Schulz, Mayra González, Ramón Córdoba, que lamentablemente ya no está con nosotros, pero al que siempre los escritores que pasamos por sus manos, recordaremos con cariño y respeto.
Hiel sobre hojuelas
Como podrán imaginarse, no siempre todo fue “miel sobre hojuelas”. Como sucedió con el Premio de Novela Corta Juan Rulfo de Radio Francia Internacional, que le otorgaron a Las Violetas son flores del deseo en 2005, una novelita perturbadora sobre la pulsión del incesto, narrada desde la voz del protagonista, Julián Mercader. Según la convocatoria el premio no implicaba publicación. Para la variante de cuento se solían editar antologías en las que era un privilegio figurar, auspiciadas por instancias culturales. Para el caso de novela corta, el director del Premio, Ramón Chao, decidió que mi novela se publicaría en una editorial española de reciente creación, en la que él era accionista. Al principio me dio mucho gusto la posibilidad de que mi novela saliera en España, en una editorial con distribución comercial, pero cuando pregunté cuánto me pagarían por concepto de regalías, el Sr. Chao me dijo que el monto del Premio cubría ese aspecto, cosa que no estaba estipulada en las reglas de un concurso al que convocaban diversas instituciones culturales sin fines de lucro, como la Maison de l’ Amérique Latine, Relaciones Exteriores de México, el Instituto Cultural de México en París, la propia RFI, y otras semejantes. Para tener las cosas en paz, concedí que no me pagaran nada extra, pero pedí que me permitieran publicar la novela en México. Y otra cosa importante que me recomendó una abogada de derechos de autor: que firmáramos un contrato donde se especificara por cuánto tiempo dispondrían de mi novela.
El señor Chao era un periodista español, radicado en París, que había hecho grandes cosas por la cultura de Iberoamérica desde los tempranos años sesenta. Pero con la edad, yo creo que se le subió lo gallego y la bilisrubina porque llegó a sentirse dueño del Premio de Radio Francia, que bien es cierto, él había ayudado a crear y mantener. Se negó rotundamente a lo que yo le pedía. Entraron instancias gubernamentales a mediar en la situación mientras el señor Chao me ponía fatal con medio mundo, calificándome de malagradecida, traidora y cosas peores. No les decía, por supuesto, que estaba actuando en contra de mis derechos patrimoniales como creadora, obligándome a renunciar a mi novela a su capricho y conveniencia. Año y medio después de haber ganado un premio que más bien parecía un castigo, como me dijo mi querido Ulises Castellanos, viajé a París y me entrevisté con el responsable del Jurídico de Radio France International. Cuando se enteró de lo que este hombre intentaba hacer, no solo me pidió disculpas a nombre de RFI, sino que reprendió a Ramón Chao y me liberó mis derechos.
Así se publicó finalmente mi novela en México. Fue importante recuperarla pues es uno de los títulos que más alegrías me ha dado, traduciéndose al francés y al árabe, y reeditándose por más que su temática transgresora haya sido objeto de escándalo ahora que la corrección política pretende decirnos a los escritores sobre qué cosas podemos escribir, y sobre qué cosas está proscrito hacerlo.
La verdad es que ese asunto de trabajar una poética de los deseos, a veces también de los deseos ilícitos, no fue del todo intencionado. En ese sentido, yo me he dejado ser una sombra en las manos de mis sombras. Y he procurado ser fiel a mi escritura. He hecho mías las palabras de Paul Valéry: “Es lo desconocido que llevo en mí, lo que me hace ser yo”. También he procurado guiarme con este imperativo de Octavio Paz en su libro ¿Águila o sol?: “Merece lo que sueñas”. Y sí, yo sólo he tratado de hacerme merecedora de mis sueños.
Una tal Encarnación Gómez
Para terminar, quiero contarles una anécdota sobre el asunto de mi nombre. Les he dicho que completo es Ana Elena Gómez Clavel. Resulta que el maestro Huberto Batis se tomó la molestia de elucubrar —yo ni siquiera se la escuché decir, sino que amigos mutuos como Ignacio Trejo Fuentes me la comunicaron— que mi nombre verdadero era “Encarnación”, pero como me parecía obsoleto y provinciano, se me había ocurrido asimilar su pronunciación al inglés: “Anne-Carnation”, y de ahí su traducción: Ana Clavel. A mí la verdad no me hubiera molestado llamarme Encarnación: me parece un nombre con sustancia y nervio. Ana Clavel es más eufónico pero también parece personaje de novela. Ahora que escribo novelas —o más bien que me habitan y me encarnan personajes y novelas—, me pregunto si un día no voy a despertarme habiendo soñado que una vez fui una escritora que se inventaba desde el nombre, y que la única persona verdadera es una tal “Encarnación Gómez”. A saber. Siempre existe esa posibilidad con algo tan inofensivo como un nombre propio.
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Texto basado en las palabras que la autora dirigió al público presente en el ciclo “Protagonistas de la Literatura / Ana Clavel”, el 6 de octubre, en el Palacio de Bellas Artes, acompañada por los escritores Ana García Bergua, José María Espinasa y Claudina Domingo. Mención especial a Karen Villeda, Jenifer Balderas y Bernardo Martínez, por la invitación y la logística.
Foto: Gabriela Lara
Ana V. Clavel es escritora e investigadora. Ha obtenido diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen 1991 por su obra Amorosos de Atar y el Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional, por su obra Las violetas son flores del deseo (2007). Es autora de Territorio Lolita, Ensayo sobre las ninfas (2017), El amor es hambre (2015), El dibujante de sombras (2009) y Las ninfas a veces sonríen (2013), entre otros. Su Twitter es @anaclavel99
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Posted: October 27, 2024 at 11:58 am