Divagaciones de una mutante
Gisela Kozak
A Paula Vásquez Lezama
Mi condición híbrida de escritora y de profesora e investigadora universitaria ha sido hasta cierto punto problemática. Cuando algunos narradores o narradoras me llaman “profesora” puede interpretarse como respeto o como exclusión del ámbito propiamente creativo. Ciertamente, en el mundo académico la condición de escritora es vista como un elegante plus o como una condición en duda. No se puede servir a dos señoras. No es casualidad que escritoras como la mexicana Margo Glantz y la venezolana Victoria de Stefano hayan tomado su perfil definitivo de grandes creadoras de cara al público lector luego de dejar atrás su etapa de profesorado. Otros casos como el de la también mexicana Cristina Rivera Garza, exitosa novelista e investigadora, son especiales y dignos de atención. En todo caso, Rivera Garza recibió reconocimiento como novelista al ser publicada en editoriales con peso internacional mientras desarrollaba su carrera universitaria, circunstancia que propició su posicionamiento como escritora antes que académica cuando en realidad le ha ido muy bien en los dos campos.
He publicado cuento y novela en editoriales prestigiosas de Venezuela pero al llegar a México no se me conocía como novelista, cuentista, cronista sino como investigadora y en un tema específico: el estudio de las representaciones del lesbianismo en la cultura contemporánea. También se me conocía un poco en mi condición de estudiosa de la situación venezolana y de articulista sobre este tema. ¿Es el destino de los mutantes que se prestan a escribir para la política, la academia y la literatura? Algo de esto hay pues las exigencias de la vida material a veces pesan demasiado cuando no se tienen bienes de fortuna que permitan el desarrollo de la libre inclinación individual. ¿Si mi novela más personal y querida, Todas las lunas, hubiese tenido un gran éxito internacional mi vida académica hubiese sido la misma? ¿Le hubiese dedicado tanto tiempo a la política de mi devastado país? Lo ignoro. No tiene sentido a estas alturas cuestionarme por haber hecho vida en la Universidad Central de Venezuela y escribir sobre política aunque, de hecho, quienes leen mis artículos especializados, mis textos de opinión, las crónicas o los cuentos y novelas dan a veces la impresión de pertenecer a públicos totalmente diferentes. No se puede servir a tantas señoras. ¿Cómo me lee el público de Literal Magazine o de Letras Libres? ¿Cómo lo hicieron quienes leyeron las columnas políticas que publiqué en la página de opinión en español de The New York Times? ¿O mis seguidores en twitter? ¿Los que leen mi último libro, una compilación de trabajos sobre las izquierdas autoritarias actuales? ¿No será que en realidad falta talento y paciencia para una sola cosa?
No recomiendo a nadie que siga este tipo de inclinación porque ser una mutante no es conveniente en esta época desde el punto de vista del bolsillo. Mucho cuidado con el cuento de la autenticidad y la libertad. Puede que la estrepitosa caída del mundo editorial y la academia venezolana es una tragedia que condiciona mi escepticismo, pero no tengo empacho en decir que la libertad no está de moda. Los chispazos bioquímicos (esto son nuestros impulsos y decisiones) del cerebro de una escritora mutante no son favorables a esa inteligencia emocional que demuestran mis compatriotas que rápidamente se anotan a ganador en la política de los países a los que emigran. Tienen razón, hay que vivir. Tampoco es muy útil ser una porfiada mutante para entender lo que un momento dado puede acaparar la atención de los lectores de literatura y los editores. En definitiva la inteligencia emocional no es incompatible con la artística o la académica y es indispensable para algo muy agradable: el éxito. Ganar buen dinero escribiendo o en un buen puesto en la academia gringa permite delicias incompatibles con la pobreza. A pesar de que suena a decepción, no lo es. Me da la tranquilidad suficiente para saber que montones de grandes plumas (o tecladistas) de los que tanto disfruto, jamás han sido exitosas desde este punto de vista; lo mismo ha ocurrido en el mundo académico y del pensamiento. El reconocimiento, esa delicia que sube la serotonina, no solamente significa dinero (pero se prolonga el placer que da si viene acompañado por él).
Como ya se sabe, nadie puede dedicarse a escribir literatura en serio si no tiene éxito o bienes y ya esa maravillosa religión liberal del arte y el pensamiento libres que procuraba sentido a la creatividad sin cortapisas forma parte del pasado. Las “fuertes personalidades” que escriben como y lo que les da la gana merecerían si acaso un “Ok, Boomer”, expresión de descalificación a un tiempo, una generación y a un espacio anterior a la de quien esto escribe pero que abrió espacio a causas muy populares hoy en las universidades y los medios, causas por cierto también mías. Ya es un ritual de la contemporaneidad descalificar a las generaciones anteriores, lo cual no deja de ser curioso en una época en que hay quien se ofende por la palabra “negro” en una novela. ¿Los años si merecen ser descalificados? Por supuesto, algunos “boomers” inventaron que no se debía confiar en gente mayor de treinta años y los “millenials” (yo estoy en el medio de ambos) siguen con la tradición.
En fin, como siempre la humanidad tiene que reprimir de algún modo. Una escritora mutante que se esforzó en su juventud porque la dejaran en paz leer, ver y hacer lo que quería, se encuentra ahora con que la gente quiere ser protegida. Luché tanto para decir “la verdad” y ahora que mis causas ganaron es preferible a veces callar. Muy bien hecho: lección de humildad para quien alguna vez creyó que la humanidad podía ser esencialmente distinta a lo que es. Increíble, pero los nacidos en los cuarenta, cincuenta, sesenta y setenta a veces (solo a veces) pueden ser más tolerantes, abiertos y libertarios que sus hijos y nietos universitarios. O tal vez sea una mera impresión condicionada por Twitter. En todo caso, la libertad, esa posibilidad de escoger, ya no es un bien por sí misma, sino una narración épica de los propios errores y de la imposibilidad de adaptarse adecuadamente al entorno. El futuro no absolverá a quienes escogimos esta épica de desadaptados: nadie nos leerá ni se va a reivindicar nuestra memoria. El que quiera fama, que la logre en vida.
No obstante, lo que parece decepción no es más que altivez mal disimulada, cosas de la bioquímica, supongo. A diferencia de quienes persiguen brujas –sea cual sea su signo político– quien esto escribe no le echa la culpa de nada a nadie. El horror de la revolución bolivariana es una tragedia histórica, no una maldad que el destino ha lanzado contra mí. El rechazo a mi orientación sexual, política e ideológica me endureció, no me convirtió en llorona. Aplaudo a quienes tiene éxito a manos llenas, no me parecen sospechosos de ningún pecado ni pienso que si los quito del medio me irá mejor a mí. Los llorones y quejosos, las víctimas agrupadas en rebaños, no son buenos defensoras de causas que todavía requieren lucha. La gente que se asusta por un libro, que se alegra de las divisiones que el tema de las “trans” provoca en el feminismo, que convierte la opinión en delito, depura libros y medios o expulsa a gente de sus trabajos tiene un grave problema, el mismo problema de esa derecha ramplona que de verdad cree que el matrimonio igualitario derribará occidente. En realidad, sus dinámicas persecutorias son incompatibles con las dinámicas actuales de la información y el conocimiento, aunque intentan controlarla. Con placer pecaminoso, sus hijos leerán todo lo que lxo nuevxs perseguidxores de lxo brujxas de Salen están prohibiendo, pero seguramente el mundo será peor y menos democrático. Ahora lxs chicxs buenxs tienen las causas de lxs chicxos malxs de otro tiempo y van en rebaño pero me temo que esa derecha ramplona y espantosa que cuida a los temerosos de las causas liberales les puede ganar la partida. Hay gente aterrada por las marchas LGBT, por los antirracistas en alza y por el feminismo: son iguales de ramplones que los adalides de la corrección política pero, a la larga, se organizan mejor.
No es tiempo para lobas y lobos esteparios: pasó de moda.
Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak
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Posted: July 26, 2020 at 5:17 pm