El arte de la fuga como el arte de amar
Adolfo Castañón
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• Silvia Molina, El tío Rafael o la huida del peregrino (Bonilla y Artigas, 2024).
I.
Con El tío Rafael o la huida del peregrino de Silvia Molina (1946) la colección “Las Semanas del Jardín” llega a su número 17, casi a su mayoría de edad. Para quienes han seguido su itinerario narrativo, consagrado a explorar en parte las ramas de su árbol genealógico (La familia vino del norte, 1987, Imagen de Héctor, 1990) y en otra proporción la novela histórica y legendaria como Ascensión Tun (1981), no extrañará la recreación de que son objeto los motivos de la orfandad, la ausencia y la nostalgia en El tío Rafael.
El libro asedia la figura del escritor, periodista y diplomático español Rafael Sánchez de Ocaña (1888-1962). El relato se presenta como una evocación personal que va cobrando cuerpo a medida que se desarrollan sus capítulos y claves. Narra la historia de la investigadora que descubre al personaje, al tiempo que reconstruye su vida. Se ofrece también como una lección de microhistoria de España en la cual, gracias a un hábil ejercicio de lectura y recitación de los textos de R. S. O., el lector puede tocar, por así decir, las entrañas vivas de la generación del 1888 y de 1914 y revivir de paso la formación de lo que podría llamarse la prehistoria de la República. Se suma a la reconstrucción minuciosa y documentada que hace la “sobrina” adoptiva del periodista autor de Reflejos en el agua y confesiones de un desvelado. Varias historias se entreveran: las sentimentales de las dos esposas que tuvo el inquieto peregrino y la trama de las intermitencias que hacen de este personaje mercurial una sombra inasible. Algo de don Quijote y de Alonso de Quijano tiene esta figura entrañable y a la vez misteriosa en quien se cifran los genios de una época perdida.
II.
Empecé a tener noticias de la cocina de este manuscrito que preparaba nuestra querida amiga Silvia Molina desde hace algunos años. El nombre del escritor español refugiado en México Rafael Sánchez de Ocaña (1888-1962) no me era del todo ajeno. Sabía que había publicado Cartas irreverentes, Reflejos en el agua y Confesiones de un desvelado, obras de las cuales sólo conocía el título y ahora he empezado a practicar. También sabía que R. S. de O. había colaborado en revistas como Romance y en periódicos y suplementos como El Nacional, Excélsior y Novedades, a veces firmando con su nombre, a veces con seudónimos como “Gabriel de Araceli” y “Jenaro Riestra Ruiz”. También sabía que había sido ayudante de profesor de la Universidad Central de Madrid y que había pertenecido en España al Ateneo, del cual llegó a ser secretario. También que había sido diplomático en Argentina donde colaboró con La Prensa y La Vanguardia y que dio clases en México de Historia de España en la Facultad de Filosofía y Letras. También que había sido traductor en su juventud y gran lector de poesía, filosofía, historia y novela. Me lo había encontrado ocasionalmente citado en el Diario de Alfonso Reyes.
Ahora, gracias a El tío Rafael o la huida del peregrino me entero de cuántas vidas pudo vivir este inquieto convidado al banquete del tiempo. Sánchez de Ocaña fue testigo de la España del 98 y de principios de siglo en Madrid; convivió con Ortega y ya desde entonces con Alfonso Reyes, Enrique Díez-Canedo. Estuvo en Madrid poco después y luego vino a México, donde vivió atento a la canción de la poesía y de la memoria. Pero sobre todo me entero de la amistad que tuvo con Héctor Pérez Martínez y de cómo ésta amistad fue heredada por la niña que ha sabido ser leal a su infancia llamada Silvia Molina. El libro que tenemos entre las manos es un pequeño bosque compuesto por los árboles de la experiencia transatlántica de R. S. de O., sus avatares afectivos y sentimentales, las plantas y enredaderas de su propia escritura en el curso del tiempo, de la cual este libro presenta una singular antología que nos permitiría decir que es como una suerte de microcosmos, como aquellos que en Francia circulaban con el título de Par lui-même o Por sí mismo. La geografía que traza El río Rafael o la huida del peregrino abarca dos mundos y dos vidas, o tres, o incluso cuatro: España y México, la vida de R. S. de O., la de la niña Silvia Molina y la de la escritora que va en pos de su tío Rafael reconstruyendo paso a paso su fuga entre continentes. Sánchez de Ocaña: sabio y prosista de primera, era también una persona no exenta de don de gentes, cualidad o virtud caballeresca que caracterizaba a muchos de los republicanos de la primera época. Don Rafael fue amigo de León Felipe y de Pedro Garfias, de Héctor Pérez Martínez y de José Bergamín, de Fernando Benítez y de Juan Rejano, pero también lo fue de las personas humildes y sin nombre que convenimos en llamar meseros, sastres, comerciantes y médicos, entre otros. Aunque don Rafael no era un santo, podría decirse que sí era un educador: la prueba está en que logró transmitir a la niña que fue Silvia Molina el aprecio por los tesoros de la poesía que le dio sin que ella casi se diera cuenta. Una de las lecciones que se desprenden de este libro tiene que ver con el arte de la historia y de la memoria: ars amandi, arte de amar a los padres y a los antepasados. Gracias a Silvia por haber plantado este jardín de la memoria que la editorial Bonilla y Artigas ha sabido encuadernar para nosotros.
III.
Con El tío Rafael o la huida del peregrino de Silvia Molina (1946) la colección Las Semanas del Jardín llega a su número diecisiete. Esta escritora ha consagrado parte de su itinerario narrativo a explorar las ramas de su árbol genealógico (como en Imagen de Héctor, 1990; La familia vino del norte, 1987). También ha incursionado en la leyenda, como en Ascensión Tun (1981) y en la novela histórica como en El diario de Sofía (2003) o Mariano Matamoros, el resplandor en la batalla (2019), además de haber publicado la novela La mañana debe seguir gris (1977), dedicada al poeta José Carlos Becerra. Desde ese contexto no es fortuita la aparición de esta recreación de un personaje a la vez familiar e histórico como lo es Rafael Sánchez de Ocaña. El libro está atravesado por los motivos de la ausencia y la orfandad, y acecha y asedia las figuras de los amores interrumpidos. El libro salda una deuda restaña heridas de la memoria íntima. El pretexto inicial de la escritura de este retrato con paisaje se lo proporcionó el escritor e historiador Javier Garciadiego, quien la invitó a escribir para una revista de El Colegio de México un ensayo biográfico:
Pasó el tiempo y olvidé aquel día triste y extraordinario a la vez, hasta que una tarde el historiador Javier Garciadiego —mi colega en la Academia Mexicana de la Lengua y el Seminario de Cultura Mexicana, ex presidente de El Colegio de México, donde, por cierto, Rafael estuvo becado— me hizo una pregunta por teléfono sobre Héctor, mi padre, y salió a relucir el nombre de Rafael.
—¿Pero cómo? ¿Lo conociste? —se sorprendió.
Me sentí la hija de Matusalén, con todo ese pasado a cuestas.
[…]
—¿Conociste a Sánchez de Ocaña? —insistió, como si hubiera descubierto algo fantástico.
—Fue mi tío.
—¿Cómo?
—Se casó con una hermana de mi madre.
—No tenemos información sobre él: uno de los refugiados del 39. ¿Podrías escribirnos un artículo para la revista?
Me dio vergüenza, no sabía a qué revista se refería y me di cuenta de que tampoco sabía nada de él, y se lo dije. Quiero decir, de su vida, de quién había sido en realidad aquel hombre cuyo pasado guardaba, seguro, un secreto. ¿Puede estar al tanto una niña de un tío extranjero? (pp. 27-28.)
La niña que fue Silvia, y quien el tío Rafael llamaba Dulcinea, tuvo que hacerse historiadora y echar mano de todas sus armas de novelista para recrear la vida y avatares de este personaje de la España de principios de Siglo XX. La novela está dividida en un “Preludio”, una “Primera parte: Allegro con Spirito”, una “Segunda parte: Adagio”, y una “Tercera: Allegro Gentile”. Estas divisiones siguen las de la pieza musical preferida por Rafael Sánchez de Ocaña: el “Concierto de Aranjuez”, compuesta por Joaquín Rodrigo.
Además de ser una novela, el libro se ofrece como una microhistoria de España y de su cultura en la cual, gracias a un hábil ejercicio de lectura y recitación de los textos de RSO el lector puede tocar, por así decir, con los dedos de la mano, las entrañas de la generación de 1898 y 1914 y tocar y revivir de paso la formación de lo que podría llamarse el pasado inmediato de la república: desfilan las figuras de Antonio y Manuel Machado, Manuel Azaña, José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, Marcelino Menéndez y Pelayo, Santiago Ramón y Cajal y Henri Bergson. La sobrina adoptiva del escritor y secretario del Ateneo lo sigue por Madrid, París, Gijón, Ginebra, Marburgo, Buenos Aires y México. Lo más llamativo de este agitado itinerario es la pasión con que el protagonista vive su vida enamorado, primero de Helena Antipoff, su primera mujer, pedagoga con quien se casó en París. Ella lo dejaría años después: “Helena huyó sin decir adiós en 1917. Según Rafael iba embarazada”. De Gijón Rafael Sánchez de Ocaña regresaría Madrid, donde colabora en el Ateneo y en la revista España. De un día para otro “el tío Rafael, aventó el Ateneo, sin más, por salir de Madrid, huyendo de sí mismo” (p. 182). Se hace diplomático y llega a Francia como vicecónsul y a los 38 años fue “asignado como cónsul en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, Argentina”. Colaboró en los diarios argentinos, pero saldría de ahí pronto, “El 6 de enero de 1931, el tío Rafael entró a México por Veracruz a bordo del buque Mexique que había salido de Francia”. Hay un momento poco claro en su partida de Buenos Aires, salió de la Embajada dejando “sólo 750 pesos argentinos” del total de 26,068.41 pesos oro que había. En México rehízo su vida y se casó finalmente con una muchacha más joven, a la que llevaba 22 años, llamada Refugio. Para poder casarse tuvo que regresar furtivamente a Francia para divorciarse y regresar a México con pasaporte de soltero. Su legado en forma de libros sobrevive en las páginas de esta novela entre policiaca y detectivesca que es a la par un panorama de la historia de España y una inmersión en la vida de un personaje que se dejó vivir luego de haber atravesado la cascada del tiempo, como dice en la última línea de su novela Silvia Molina:
Lo recuerdo animándome a recitar de memoria los romances que no he olvidado, y sirviéndome una copita de jerez. Lo veo como lo dejé, escuchando el Concierto de Aranjuez con los ojos cerrados, sereno, como el final que quiso darle Rodrigo a su obra, de aceptación. Oigo la flauta sola y la guitarra que toca una variante de contrapunto. Escucho tranquilidad. Cosas de juventud, diría alguien. Yo creo algo más sencillo: la vida está llena de claroscuros. (p. 206)
Adolfo Castañón es poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Xavier Villaurrutia 2008, Premio Alfonso Reyes 2018 y Premio Nacional de Artes y Literatura 2020. Creador Emérito perteneciente al SNCA. Twitter: @avecesprosa
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Posted: July 1, 2024 at 9:31 pm