Interview
El umbral. Entrevista con Pura López Colomé

El umbral. Entrevista con Pura López Colomé

Alfonso Navarrete

Hace 32 años Pura López Colomé publicó El sueño del cazador, su primer libro de poemas; sin embargo, éste no fue su primer acercamiento a la poesía. Comenzó a escribir desde niña, en el internado católico donde pasó algunos años: una de las religiosas le aconsejó emplear sus propias palabras en sus oraciones. Así lo hizo y desde entonces pareciera haber seguido ese consejo en cada uno de sus libros, pues en todos subyace la necesidad de diálogo, como afirma en esta entrevista realizada con motivo del reconocimiento a su obra por parte del Instituto Nacional de Bellas Artes.

¿Después de 32 años de escribir se puede seguir teniendo la misma relación con la poesía?

En lo esencial no ha cambiado. Al leer poemas de mi primer libro, me reconozco. Mi percepción del poder de la palabra, dentro de las inmediaciones del poema, es francamente la misma: la pluralidad de significados sigue manifestándose en una transformación interior.

Y qué hay del proceso al momento de escribir, ¿es algo que siempre ha sucedido conscientemente?, es decir, ¿llega al papel con algo que tienes en mente y lo desarrollas o se manifiesta más bien como algo ajeno a tu control?

Creo en la inspiración como aquello que desencadena la visión, y puede (o suele) darse por distintos caminos. Así pues, un poema puede surgir ─es decir, la carne hacerse Verbo─, gracias a un sueño, un recuerdo, un acontecimiento doloroso o su contrario, un sonido, una conversación, otro poema, una obra literaria o artística, una enfermedad, alguna situación límite, la violencia o la ternura, la conciencia de la miseria o de la belleza. De ella depende, entonces, mi manera de aproximarme a la tarea. A veces, meros sonidos encadenados me hacen despertar y dirigirme al papel; en otras, una frase hecha, etc. En ocasiones una palabra encarna la punta del hilo; otras es el hilo mismo. Poseo un oficio, una obsesión de lectura y escritura a la que me dirijo como una sonámbula todos los días. La soledad me es esencial para ello (por eso mis capacidades para relacionarme con los demás en términos prácticos se ha vuelto casi nula).

Siendo que tu acercamiento a la poesía fue gracias al internado católico donde pasaste algún tiempo de niña, ¿te ha interesado que tu poesía mantenga, de alguna manera, ese diálogo con Dios? 

Desde luego. Creo que en todo lo que escribo subyace una necesidad espiritual, un diálogo con Dios, no siempre ni necesariamente concebido en términos cristianos.

¿Cómo ha sido esta vinculación no necesariamente desde una visión cristiana?

Creo en ese Dios que se expresa por vía de la verdad poética plural, que es la verdad con mayúsculas, pese a que mi imaginario espiritual se nutra en la religión y la tradición judeocristianas, plenas de elevaciones a las que yo respondo.

¿Cómo se hace latente esa presencia divina en la poesía?

En la palabra misma, en su pluralidad de significados por vía de la metáfora y la imagen; en la música del verso (esencial, por cierto), cualquiera que ésta sea; en su búsqueda de verdad, no nada más de certidumbre.

Me interesa mucho que el quehacer de la poesía a veces lo has comparado con una maldición, porque debido a ella has visto cosas por venir. ¿La poesía como profecía?

Me refiero a esta posibilidad de augurio, una de las características de casi toda poesía que en realidad pretende interiorizar, y no solamente versificar. Nombrar, en el ámbito poético, conlleva la posibilidad de que de veras ocurra lo que vive en el poema. En “Arúspice” (Intemperie), acudí a esta capacidad de la palabra para darnos a entender el riesgo que implica no tomarla en serio cuando se refiere al sueño y sus verdades reveladas, por ejemplo (NomenestOmen/OmenestNomen). Lo que el poema “La muerte del beso” lleva dentro, digamos, lo que en realidad ocurrirá es la comprensión profunda de una muerte, que va más allá del acabamiento de las fuerzas o la desaparición de un ser, sino a su sentido, a la repetición del hecho mismo de fallecer desde una multiplicidad de ángulos.

¿Y en qué medida crees que la poesía está separada de la literatura y es más cercana a otro ámbito, quizá más espiritual?

Creo que la poesía ni siquiera es literatura, porque de ficción no tiene nada. De su universo no se sale cuando el compromiso es serio y carece de frivolidad versificatriz. El Dios se esconde en la lengua, luego en el lenguaje. Si uno le es fiel, se llega a manifestar.

En una entrevista declaras que tus hermanos crecieron en el mismo ambiente pero ellos no tuvieron esa ″locura extra″ que se requiere para la poesía. ¿Cómo te has hecho consciente de este estado en el que vive un poeta?

El quehacer poético –la vocación poética– es un destino, eso sí, como cualquier otro, y no siempre grato, pues conlleva el descubrimiento de horrores y placeres. A mí, desde muy niña, la palabra, sus giros, su manera de articularse, su significado, sus cambios y combinaciones, me gustaban e interesaban sobremanera, me atraían como un imán. Descubrir que la música asombrosa, impresa en lo más hondo de mi memoria, de una de las oraciones que mi mamá nos había enseñado era la del soneto no hizo sino confirmarme que se trataba de un ábrete Sésamo. 

¿En todo este tiempo cómo has vivido la presencia de la poesía en tu vida?, ¿como una fuente de conocimiento o como un deleite estético de la palabra?

Ambas cosas. He tenido la fortuna de vivir con ella en calidad de brújula rumbo al conocimiento, y también como deleite estético per se.

Sobre la traducción, que también es muy importante en tu trayectoria, ¿en qué nivel se complementa, o no, con la poesía?

No se rechazan, son complementarios. Para traducir poesía es indispensable ser poeta, eso sí, porque, a partir de un poema escrito en otra lengua, uno va a crear otro en la propia haciendo a un lado aquella música en favor de la propia, echando mano de la personalísima capacidad, los recursos melódico-armónicos y significativos que ofrece la lengua madre.

Y en cuanto a tus libros, ¿consideras que con alguno existió un antes y un después que modificó tu experiencia con la poesía?

Cada uno de mis libros ha sido un viaje distinto. En cada uno me he ido atreviendo a avanzar por terrenos insospechados. Confieso que no todos me gustan igual. Intemperie, Santo y seña, Via corporis han sido piedras de cruce. Tanto Santo y seña como Via corporis poseen la oscilación del tempo francamente lírico al del poema en prosa. Si bien la temática del dolor y del placer se muestra de manera singular en cada uno, siendo el segundo desgarrador en comparación con el primero, el hilo conductor de la verdad encerrada, que grita por expresarse, por revelarse, resulta reconocible. He ahí mi entrecomillada poética.

¿En qué medida estos libros que mencionas son libros definitorios? ¿Después de ellos cambió tu concepción de la poesía?

Son definitorios porque los tres representan un verdadero golpe de timón, una necesidad de intentar otros caminos que impliquen no repetirse, no conformarse con seguir dentro de la comodidad de un cierto módulo expresivo. Mi concepción de la poesía no cambió: sigo aproximándome a ella con terror reverencial por su calidad de oráculo, más allá de lo que yo, esta persona, quiera decir. Gracias a estos libros, creo, logré abrir algunas brechas básicamente en calidad de experimentación, para ver lo que me deparaban ciertos cambios sin importar los resultados.

Nunca he considerado que mi travesía entre poemas sea un logro, y mucho menos que sea mío del todo. Sigo creyendo que es una aspiración y, como diría uno de mis maestros, un umbral al que constantemente nos sentimos convocados.

Imagen de portada  Pascual Borzelli

 

Alfonso Navarrete (Ciudad de México, 1989) es licenciado en Comunicación y Periodismo por la UNAM. Actualmente trabaja como jefe de información en la Coordinación Nacional de Literatura del INBA. Ha colaborado como reportero en el periódico cultural La Digna Metáfora, de Víctor Roura. Su Twitter es @noeraeseruido

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Posted: August 29, 2017 at 9:07 pm

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