En el club
Rodrigo Hasbún
Le han publicado dos cuentos en un periódico local y hace poco ha sacado una mención en un concurso. ¿Ya puede considerarse escritor?, se pregunta en la ducha, el agua dándole duro en la cara. ¿Un escritor de los buenos o, al menos, de los que algún día lo serán? Sin llegar a nada, como siempre, un rato después cierra la llave y se queda quieto, dejando que el agua se escurra por su cuerpo.
*
En la sala su padre le está diciendo a su madre que el vestido que lleva es demasiado escandaloso. No lo es, le llega casi hasta las rodillas y no tiene escote. Su madre dice que hace calor y que no sea loco. Pareces una puta, dice su padre. ¿Y desde cuándo sabes tú cómo se visten las putas?, dice su madre. No se dan cuenta de que ya está ahí. Durante unos segundos duda si intervenir pero al final opta por volver a su cuarto. No puede creer que lleguen tan rápido a las palabras dolorosas, que les tome tan poco volverse dañinos. El corazón empieza a palpitarle más rápido cuando escucha algunos gritos y algo que se rompe, un adorno o un vaso hecho trizas contra una pared.
Ninguno dice nada en el auto, él mira por la ventana. La ciudad sigue llena de motivos navideños, hay lucecitas parpadeantes en los árboles de la plaza que ahora cruzan, en las vitrinas de las tiendas, en la fachada de algunas casas. La ciudad también está llena de campesinos pobres que se instalan en las calles las dos últimas semanas del año. Niños desnutridos juegan con sus nuevos juguetes, una mujer le devuelve la mirada. Afuera y adentro, hay miseria en todas partes, le gustaría anotar pero no tiene dónde.
*
Se encuentran con Pao y sus padres en la puerta del club. Son parientes lejanos, todos lo son. Descienden de las diez o doce familias árabes que llegaron a la ciudad. Quizá fueron más, veinte o treinta, cincuenta, cien. Tres generaciones después conoce a todos. Les dice tíos, los saluda con beso en la mejilla. Ella tiene los ojos grandes y sus piernas están más bronceadas que nunca. No puede evitar mirarlas mientras atraviesan el salón. Su familia y la de Pao van saludando a los demás paisanos y su padre le agarra la mano a su madre, que no se ha cambiado de vestido. De pronto parecen una pareja feliz.
Han acomodado decenas de mesas alrededor de la piscina. Las dos familias se sientan en una que está libre. No es la mejor ubicada pero tampoco importa.
¿Vamos?, pregunta ella.
¿Adónde?, responde él.
Vayan, vayan, dice la madre de Pao.
Diviértanse, dice el padre.
El suyo le guiña el ojo apenas, disimuladamente, y su madre sonríe. Es como si todos se hubieran puesto de acuerdo, como si él fuera el único que no está al tanto. ¿Al tanto de qué? Hace caer la silla mientras se levanta, la acomoda, ve que Pao ya se está alejando. Ve su short apretado, su forma sinuosa de moverse. Corre hasta alcanzarla.
Necesito un pucho con urgencia, dice ella, ¿tienes?
Podemos comprar en las tienditas de afuera, dice él.
No tengo un centavo, dice ella.
Yo invito, dice él.
*
Fuman echados en el techo del club. A Pao se le nota que lo disfruta un montón, sobre todo cuando hace anillos de humo en el aire. Él se cohíbe y deja que el cigarrillo se consuma entre sus dedos. La conoce desde siempre y, sin embargo, no se le ocurre qué decir. Hace meses no la ve y siente que algo imperceptible pero decisivo ha cambiado en ese tiempo. Su sonrisa y su mirada son diferentes, sus piernas son diferentes. Las examina de reojo, ya no tienen el pelito fino de antes.
Piensa que ese debería ser un momento importante, que después de tanto tendrían que tener una charla significativa. Que, por ejemplo, tendría que preguntarle qué piensa estudiar después del colegio (faltan dos años todavía pero ya todos han empezado a inquietarse) y que, apenas ella le devolviera la pregunta, debería confesarle que él no sabe, que ha escrito algunos cuentos y que incluso le han publicado dos, pero que no está seguro si ser escritor es algo que realmente le interesa.
¿Qué tal las vacaciones?, pregunta ella.
Buenísimas, dice él.
Yo estoy aburrida. Ya quiero que se acaben.
Piensa en mil respuestas posibles y las pone en duda y antes de decidirse por la menos cuestionable, Pao ya está diciendo algo distinto. Que quiere conocer otros países, que lleva años ahorrando para irse de mochilera cuando se gradúe.
Yo tengo un plan parecido, dice seguro de que eso va a entusiasmarla, incluso podrían empezar a planear algo juntos. Quiero viajar por Europa.
Yo por Latinoamérica, dice ella.
La ve encender un nuevo cigarrillo, llega a ver su lengua durante dos segundos mientras lo acerca a su boca. Se echa de panza, por si acaso. Para que no se note. Porque siente lo que está sucediendo ahí abajo. Sólo por haberle visto la lengua… y por sus piernas sin pelitos y por el olor a crema que se desprende de su piel. Pao estira el brazo y le pasa el cigarrillo. Él le da una pitada a la fuerza y se atora un poco.
¿Vamos?, dice ella de pronto, poniéndose de pie.
Sí, dice él, pero no se mueve porque tiene miedo de que se le note.
¿Te ayudo?, dice ella, ofreciéndole la mano.
Creo que me voy a quedar un rato más aquí.
Ella sonríe y hace un gesto de que no entiende.
Está lindo el sol, dice.
Bueno, dice ella, extrañada, y se da la vuelta y se va.
*
Media hora después, cuando al fin se decide a bajar, tío Julio lo intercepta en su trayecto hacia la mesa. Es grande y gordo y siempre le tuvo un cariño especial, pero ahora su abrazo lo asfixia. Sabe que en algún momento heredó una fortuna y que él y sus dos hermanos la dilapidaron en tres o cuatro años de jolgorio. El club tiene varias décadas, en su adolescencia tío Julio y su padre también pasaban sus domingos ahí. Los imagina en el techo, fumando, mientras se disuelve el abrazo.
Tienes que escribir sobre nosotros, le dice tío Julio ahora, luchando con la pronunciación, no es ni la una y ya está borracho, eres nuestro escritor y tienes que contar nuestra historia, la historia de los habibis. Cómo vinimos a este país, cómo ayudamos a construirlo. Tienes que exaltar nuestro esfuerzo, nuestra honestidad. Se distrae con el rumor de su voz de fondo. Hay música árabe en los parlantes, a un costado de la piscina dos niñas simulan una especie de danza del vientre. Los que están cerca aplauden y las incentivan. Busca a Pao, no tiene idea dónde puede estar. Le da pena no verla por ninguna parte. Le da rabia, empieza a odiarse por no haber sido más entretenido en la conversación. Tío Julio vuelve a abrazarlo fuerte. Repite que está orgulloso de él, que cada vez que encuentra su nombre en el periódico le dan ganas de llorar. Serás nuestra voz, dice acentuando su retórica excesiva. Algún día te voy a contar cómo llegaron mis padres, lo sacrificada que fue la travesía. Pasá por la tienda cuando quieras, dice, la borrachera le impide mayor claridad, te voy a mostrar fotos, por ejemplo de cuando hicieron el club. Los padres de Pao están contándole algo a los suyos, los cuatro se ríen. Sin ayuda de nadie, no la necesitamos, dice tío Julio y podría seguir así durante horas. Somos trabajadores, gente empeñosa. Y tú serás nuestra voz, Pablito, tú serás el que cuente nuestra historia. ¡Julio!, grita alguien desde una mesa cercana. Te están llamando, le advierte él y tío Julio voltea recién hacia el grupo de hombres que los mira. Traé al escritor, queremos contarle algo, dice alguno.
Ahora vuelvo, se excusa él apenas, nervioso, y empieza a caminar, no sabe hacia dónde pero lo más rápido que puede y sin mirar atrás.
*
Por la noche, después de buscarlo en la agenda de su madre, marca el número de la casa de Pao. Se agita mientras suena el timbre y está a punto de colgar pero ella contesta y, como si fuera otro, alguien que nunca va a llegar a entender, se oye a sí mismo saludándola. No lo reconoce, tiene que decirle quién es.
Qué sorpresa, dice Pao. Pero no suena sorprendida o, al menos, no suena gratamente sorprendida.
Sí, dice él, qué sorpresa, y se queda callado durante algunos segundos sin saber qué más decir. Pensarlo empeora su decisión y la prolonga y el silencio empieza a ser demasiado incómodo como principio de conversación.
No te encontré cuando bajé, dice finalmente.
Llamé a un amigo, dice ella, y me buscó.
¿Qué hicieron?
Compramos chelas y dimos vueltas en su auto.
Él piensa en su larga caminata de regreso a casa. Los niños campesinos le pidieron plata, sus madres también. Lo jalaron de la ropa, insistieron. ¿Era ese su país? ¿O pertenecía a otra parte, a lugares en los que nunca había estado pero que igual importaban, quizá más que los que tenía alrededor? ¿Podía estar en medio? ¿Qué significaba? ¿Que en realidad no estaba ni aquí ni allá? ¿Que estaba aquí y allá al mismo tiempo? ¿Que aquí y allá no servían para explicar lo que significaba estar en medio? ¿Y por qué Pao no lo invitó a que fuera con ellos?
Se siente indefenso y estúpido. No dice nada, no sabe qué decir.
Ella interrumpe repentinamente su silencio diciendo que tiene que colgar.
*
A medianoche se mete de nuevo en la ducha.
La casa está completamente silenciosa, sus padres duermen ya. Lado a lado pero enemigos. Lado a lado, al mismo tiempo infelices y dichosos, insatisfechos y arrepentidos, agradecidos y rabiosos.
No ha abierto la llave de agua caliente esta vez, cierra los ojos para sentir mejor el chorro helado destrozándose contra su cuerpo.
Tiene quince años y no quisiera tenerlos nunca más, escribirá algunos años después recordando esa época. Tiene quince años y, a pesar de todo, escribirá apenas lo piense un poco mejor, quisiera seguir teniéndolos siempre.
Su cuerpo empieza a temblar.
Posted: June 8, 2012 at 10:57 pm
Me ha gustado el relato, aunque la verdad es que le faltan guiones para indicar los diálogos, el texto se siente un poco desordenado. Fuera de eso, creo que ha sido un texto muy entretenido.