Escritura en manos ajenas
Efraín Villanueva
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Durante los primeros meses de 1913, una vez a la semana, S.S. McClure dejaba su oficina una o dos horas antes de lo acostumbrado. En vez de dirigirse a su casa, tomaba un desvío hacia el Greenwich Village, en la ciudad de Nueva York. Se detenía frente al número 5 de la calle Bank y entraba al apartamento de Willa Cather. McClure se acomodaba en un sillón, cerraba los ojos y se preguntaba: “¿En dónde nos quedamos la semana anterior?”
Sentada frente a él, Cather prestaba atención genuina. Dado que ella no tenía nada que decir, no estaba sometida al juego de pretender que escuchaba mientras esperaba su turno para hablar, como sucede en tantas conversaciones. Cather escuchaba, procesaba y retenía. De vez en cuando, le pedía a McClure una aclaración, un detalle, una descripción más precisa.
De forma similar, McClure recorría la habitación, o espiaba por la ventana, o tomaba un libro de la estantería que devolvía a su lugar de inmediato, o se detenía a examinar un cuadro. En cualquier caso, nunca detenía su relato. Al final de estas sesiones, que transcurrirían por horas, Cather anotaba todo lo que McClure le había relatado, tal como se lo había contado.
Mi Antonia
Una escritora, cuyo nombre desconocemos, y su amigo de infancia, Jim Burden, rememoran su vida en el pueblito de Nebraska en el que nacieron. Cuando la figura de Antonia, una conocida de ambos, emerge en la conversación, se percatan de que sus recuerdos de Antonia son más significativos que los de cualquier otra persona de su pasado. La escritora y Burden deciden homenajear a Antonia escribiendo su historia, cada uno por separado. Solo Burden cumple la promesa y tiempo después le pide a su amiga escritora revisar el manuscrito. Eso sí, le advierte, que “incluyo muchos detalles sobre mí. Después de todo, conocí y sentí a Antonia a través de mí y no sabría de qué otra forma presentarla”.
El anterior párrafo es un tosco resumen de la introducción de Mi Antonia, considerada la más importante de las obras de Cather. Para algunos expertos, como el académico canadiense Robert Thacker, es también el reflejo de cómo la colaboración entre la autora y McClure produjo una influencia metaficcional en su obra. La introducción de la novela está escrita por la amiga escritora de Jim y es ella quien nos cuenta que el manuscrito que sigue es de la autoría de Burden.
El lector intuye/sospecha/se pregunta si esta escritora sin nombre no es otra que la propia Cather. Después de todo, es Cather quien aparece como autora en la portada. Pero es una novela, es un trabajo de ficción, se dice el lector. ¿O acaso no lo es? Lo es, pero Cather decide jugar con la mente del lector. Su acierto es presentar la historia de Antonia como el trabajo de Burden, y provocar que “[el lector] esté positivamente incómodo, página a página, con la convicción de que lo que lee ocurrió en realidad”, como lo señala una de las reseñas de la época.
Mi autobiografía
Cather ya había publicado cuentos, poemas y artículos cuando conoció a McClure, en 1903. Tres años después, éste le ofreció un trabajo en McClure’s, su revista literaria. Allí Cather publicó en entregas –un esquema común en aquella época– su primera novela: El puente de Alejandro, la historia de un ingeniero que se enfrenta a una crisis de la mediana edad. Pero, principalmente, su trabajo en la revista le permitió a entender y alimentarse de la perspectiva lateral del gran aliado de todo escritor: su editor.
Sin embargo, debido a diferencias con sus socios y problemas financieros, McClure tuvo que vender la revista y pasó a ser un empleado, con un salario de 10.000 dólares anuales, de su propia revista. Con su esposa, Harriet, recluida en un sanatorio, las nuevas directivas le ofrecieron a McClure un trato para ayudarlo a mejorar su estado de ánimo y su situación económica: escribir una autobiografía por entregas. Para McClure, esta era una oportunidad de reivindicación. Su debacle actual, pensaba, no restaba méritos a sus logros empresariales y de vida.
McClure acudió inmediatamente a Cather para que le ayudara a trabajar en sus memorias. Para ella esta solicitud representaba, de cierta forma, una oportunidad de agradecerle a su antiguo jefe, quien había confiado ciegamente en su instinto editorial. En más de una ocasión, Cather insistió en publicar textos de autores desconocidos, pero cuya prosa valoraba positivamente –McClure la apoyó a pesar del riesgo comercial que esto implicaba. La empatía y la cercanía de la relación de ambos favoreció el trabajo que vendría a continuación.
Escritura en manos ajenas
McClure, quien creció en la pobreza de una familia de inmigrantes irlandeses, siempre tuvo un espíritu ambicioso y añoraba ser reconocido por su inteligencia, su capacidad de salir adelante y sus triunfos como emprendedor. El éxito de Mi autobiografía, publicada en 1912, cumplió su sueño más allá de lo que había imaginado. Recibió tantas cartas de halagos de lectores, que una edición especial con estas fue publicada más adelante.
Las similitudes entre Mi Antonia, la novela de Cather, y Mi autobiografía, el libro de McClure escrito en colaboración con Cather, saltan a la vista. La metaficción que Cather le impregnó a su obra no se detiene ahí. A McClure lo conocemos a través de sus propias palabras, pero estas han sido recreadas a través de la pluma de Cather. A Antonia la conocemos también a través de un intermediario, Burden, quien nos advierte que esa es Antonia como él la recuerda. Ambos, Cather y Burden, terminan convertidos en escritores fantasmas.
Escuchar a McClure narrando su vida, le enseñó a Cather entender la posición del escucha. Cather, con seguridad experimentó emociones únicas mientras escuchaba la historia de su jefe, no solo por su carácter oral sino también porque sabía que la historia que le estaba siendo contada había ocurrido en realidad –o al menos la versión que McClure recordaba o deseaba comunicar sobre sí mismo. Todo apunta a que con Mi Antonia Cather intentó reproducir y provocar emociones semejantes en sus lectores, a atreverse a contar una historia de una manera poco tradicional para su época.
En cuanto a Mi autobiografía, el libro era, ciertamente, la historia de McClure, pero escrita por Cather. En público, McClure agradecía la “invaluable asistencia” de Cather. Pero en privado reconocía que el trabajo de ella había sido más grande: “La mayor parte del éxito literario del libro se lo debo a Cather. Ella es profundamente responsable de él, está escrito exactamente como lo quería. Claro, yo trabajé como editor, pero fue ella la escritora”.
Con información de S.S. McClure’s ‘My Autobiography’: The Progressive as Self-Made Man de Robert Stinson (Indiana University) y “It’s Through Myself That I Knew and Felt Her: S.S. McClure’s ‘My Autobiography’ and the Development of Willa Cather’s Autobiographical Realism de Robert Thacker.
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Posted: December 13, 2023 at 10:37 pm