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Barragán no habría sido Barragán sin Orozco

Barragán no habría sido Barragán sin Orozco

Carlos Rodríguez

Curada por la arquitecta Mónica del Arenal, la muestra “Arquitectos y muralistas”, ahora en el Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, explora cómo el muralismo mexicano, surgido hace 100 años, afectó la arquitectura.

En 1922 José Vasconcelos, a cargo de la Secretaría de Educación Pública, echó a andar un plan para rescatar y construir las raíces nacionalistas e hizo un llamado para que los pintores, entre otros Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, tomaran los muros de los edificios públicos. Para celebrar el centenario del muralismo, el Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo presenta Arquitectos y muralistas. Casas estudio del siglo 20 en México, exposición con un enfoque singular: explorar cómo el muralismo afectó la arquitectura.

En entrevista, Mónica del Arenal, arquitecta encargada de la curaduría de la muestra, explora cómo las casas de Rivera, Orozco y Siqueiros impulsaron el arte mexicano. Mientras los muralistas hacían suyos los muros, Juan O’Gorman y Luis Barragán estudiaban arquitectura e ingeniería, respectivamente. “Ambos bebieron del conocimiento del espacio a través de la pintura —dice la curadora—, los arquitectos de la modernidad fueron discípulos de los pintores”. El auge del muralismo sucede en el periodo de entreguerras, donde el concreto, el uso masivo de cristal y la producción en serie de sistemas y materiales constructivos cambió la percepción del espacio. Así lo explica Del Arenal: “se sustituyeron la piedra, la madera y el adobe por sistemas y materiales que poco o nada tenían que ver con la vida tradicional, con la casa patio, la cocina y el horno de leña, que eran espacios muy altos y generosos”.

El estudio Rivera, anticipadamente funcionalista

En 1929 O’Gorman, de 24 años, comenzó a construir la casa de su padre, Cécil Crawford O’Gorman, en un predio de Altavista, al sur de la Ciudad de México, siguiendo los preceptos de Le Corbusier. Juan, que era amigo de Frida Kahlo, consideraba a Rivera, que en 1922 pintó el mural La creación en lo que hoy es el Colegio de San Ildefonso, como su maestro. “En el caso de O’Gorman, tenía autonomía en cuanto a sus fuentes —señala Del Arenal—, entendió el concepto de casa como máquina para vivir. A Rivera le muestra su trabajo, y le propone que compre el terreno de al lado de la casa de su padre, donde había unas canchas de tenis; si accede, le regalará el proyecto de una vivienda”. El resto es historia. Las casas de Altavista son una de las primeras estructuras funcionalistas en Latinoamérica que actualmente son la sede del museo que alberga la exposición. Diseñados por O’Gorman, también muralista, fueron espacios rompedores que desafiaron la manera de construir y vivir en el México posrevolucionario. Básicamente se trata de dos volúmenes puros soportados sobre pilotes, uno en forma de prisma y el otro rematado por una cubierta en forma de diente de sierra.

Las casas de Orozco

Poco atendida ha sido la labor de Orozco en la arquitectura. Su obra, sin embargo, sugiere una concepción espacial particular, como se puede ver en La casa blanca (1925) y Pueblo mexicano (1929). “Las casas mexicanas que representa Orozco no son las casas patio o de techo de dos aguas —dice la curadora—, son volúmenes sólidos, puros, perfectos, que tienen que ver más con la geometría y el dibujo técnico que con la tradición arquitectónica novohispana o hispano-musulmana, nuestra herencia directa. Por otro lado, no se puede entender la arquitectura moderna de Luis Barragán sin Orozco. Se conocieron en 1929 en Guadalajara. El muralista fue el mentor y guía de Barragán en la creación del espacio adusto, nítido y carente de guiños al pasado”.

Entre 1935 y 1939, el muralista fue comisionado para trabajar en Guadalajara y pintar los murales del Paraninfo de la Universidad, la escalera principal del Palacio de Gobierno y la capilla del Hospicio Cabañas. Debido al encargo necesita un taller-dormitorio. Entre 1937 y 1938 construye una casa en las inmediaciones del Parque de la Revolución, la Casa Orozco, como se le conoce actualmente. El lugar evoca la arquitectura plasmada en sus pinturas y dibujos: un volumen que se reduce a formas básicas. Se sospecha que Barragán intervino en el diseño: la azotea es muy similar al ático parisiense de Charles de Béistegui (con su escalera de “papelito” que permite cambios de altura) diseñado por Le Corbusier, que Barragán visitó en uno de sus viajes. En 1939, ya asentado en la Ciudad de México, Barragán le ayuda al muralista a proyectar su estudio en la colonia Tabacalera. “Barragán no habría sido Barragán sin Orozco —afirma la curadora—, siempre se dice que su influencia fueron los Jardines de Bac y la herencia hispano-musulmana, lo cual es cierto, pero en términos de espacio la impronta es de Orozco, como se constata en las obras pictóricas y arquitectónicas”.

Mario Pani también colaboró con Orozco en la creación de la casa ubicada en la zona de los Arcos de Vallarta en Guadalajara. El arquitecto contó que el muralista le pidió ayuda para construir una casa taller muy bien iluminada y aclaró que de ella sólo hizo el croquis, y que el mismo Orozco terminó de construirla en 1949. El espacio, como apunta Del Arenal, tiene similitudes con la primera casa de Pani, que se construyó en el antiguo N°10 de la calle Lieja de la colonia Juárez en la Ciudad de México en 1935. Esta, a su vez, guarda parecido con la Casa junto al lago para artista, que el italiano Giuseppe Terragni construyó en 1933 en Milán.

Siqueiros y la arquitectura sin arquitectos

La casa entre medianeras de Polanco que compró David Alfaro Siqueiros en 1958 —que actualmente es la sede de la Sala de Arte Público Siqueiros— es la única que no fue hecha ex profeso. Siqueiros y su familia comenzaron a habitarla poco antes de que lo apresaran. Cuando lo liberaron comenzó a transformarla en un laboratorio de experimentación para enseñar muralismo y reflexionar sobre él. “Siqueiros fue muy experimental con la arquitectura y sin ayuda de arquitectos. Sus espacios de trabajo han sido poco estudiados. Sus casas tienen un ambiente fabril, de bodegas. Es sorprendente porque no era cubista, no estaba alineado a la Bauhaus ni a Le Corbusier o Frank Lloyd Wright”. Después con La Tallera, en Cuernavaca, construyó un taller de gran formato, una especie de nave industrial con una fosa y mecanismos para mover y pre-producir obras, como el Polyforum Siqueiros.

La temprana modernidad  

La curadora destaca que los espacios de los tres muralistas eran muy diferentes. La casa de Diego, comenta, “era el equivalente a lo que ahora es un showroom donde mostraba lo que hacía y vendía, pero la parte doméstica era muy compacta, no te puedes imaginar ahí las comilonas de Frida, pero para eso tenían la casa de Coyoacán, la Casa Azul; Diego y Frida transitaban en el mundo de lo tradicional mexicano y en la vanguardia que les propuso O’Gorman”. En el caso de Orozco la parte doméstica y familiar está disociada del área de trabajo, en una de las casas de Guadalajara el espacio de descanso es casi una celda monacal. En las casas de Siquieros, por otro lado, la vida doméstica tenía un lugar mucho más importante.

“Queríamos explorar dónde trabajaban los muralistas, cómo trabajaban, dónde vivían —dice Del Arenal— y cómo la pintura, siendo de vanguardia, empujó a que la arquitectura fuera de vanguardia, esa es una de las hipótesis de esta exposición. Estas casas, tempranamente modernas, iniciaron una revolución sobre cómo vivir y dónde vivir”.

 

© Imágenes de la casa estudio de Frida Kahlo y Diego Rivera cortesía de MCEDRyFK

 

Carlos Rodríguez (Ciudad de México, 1984) Es periodista cultural, traductor literario y crítico de cine. Colabora en las revistas mexicanas Nexos, Arquine y Coolhunter, también en la argentina Otra Parte. Investiga las obras fílmicas de Claude Chabrol y Roberto Gavaldón. Su primer libro traducido es Las mariposas beben las lágrimas de la soledad, de Anne Genest, que publicará Ediciones del Lirio. Twitter: @comalalaland

 


Posted: January 11, 2023 at 9:27 pm

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