Gramercy Park
Daniela Becerra
Mientras los primeros copos de nieve caen, Mónica ve cómo se le escapa la última posibilidad. Una enorme mancha de sangre la tiene hipnotizada. El dolor de este cuerpo incapaz. Por la ventana de su departamento en el piso catorce mira el pequeño trozo de verde, rodeado por una cerca, entre las interminables construcciones de Manhattan. Una anciana y su gordo perro pasean por el tranquilo Gramercy Park, ajenos a la nieve que no deja de caer; ajenos, claro, a la mujer que llorosa los observa. El cielo se vacía. La sangre sigue saliendo. Una punzada se le clava inclemente en el espacio vacío. Otro intento fallido más. El medico prescribió reposo absoluto, pero con las largas ausencias de Ian, no podía permanecer en cama. Su mamá amenazó con venir, hace demasiado frío, mami, y con tu artritis… la desalentó. Quería estar sola en el inicio de su embarazo; nadie, ni su marido, en este momento único, solo ella y su bebé. El segundo aborto. Si el dolor persiste sabe que le espera la frialdad de un hospital neoyorquino para el legrado. Le duele no poder llorar más.
Ian, está de viaje en Seattle, así que tendría que ir sola. No estaba dispuesta a volverle a pedir a su vecina del 14D un favor así. Ya bastante la había molestado, hace dos años, cuando los arces comenzaban tibiamente a florear. Kelly le repetía que todo iba a estar bien, pero nunca pudo acompañarla en su dolor. En el momento en que el idioma inglés se le olvidó, una enfermera puertorriqueña llegó a su auxilio. Muy molesta por quedarse unos minutos después de su hora de salida, llenó con prisa los formularios de ingreso y desapareció. Entre la pálida Kelly, que miraba desconcertada a su amiga atragantarse los sollozos, y el enojo de la enfermera, Mónica extrañó a Ian. Al menos habría podido apretar su mano. Una malformación genética, explicó el ginecólogo, ya le informaré más.
Recuerda los días en que debía tomarse la temperatura y, en los momentos fértiles, apurar a su esposo a cumplir el indispensable requisito. El placer olvidado, el sexo oscilando entre el momento adecuado y lo que sería un desperdicio. Ian soportó con humillación el conteo de esperma en el laboratorio; Mónica se sometió a incontables tomas de sangre, revisiones físicas e inducciones de ovulación. La última esperanza fue la fertilización in vitro. Les informaron que un solo embrión podría ser implantado. A pesar de los costos, estuvieron dispuestos a tomar el riesgo y negociar con el seguro médico.
Mónica dibujó planos para dar cabida a la cuna del bebé en el minúsculo departamento. Conoció a cada una de las empleadas del BabiesRus de Union Square. Caminó entre los estantes con su libreta en mano y revisó la tinita amarilla con una red para sostener al recién nacido, la mejor calificada en internet, las mamilas anatómicas, los pañales ecológicos, la pañalera más moderna tipo back pack, la carriola más flexible y portátil. En casa escribía en sus sitios de internet preferidos,www.mommy.com y modernmom. Rehizo su lista de compras, tachó una y otra vez. Entraba al foro de nuevas madres. Eso sí, nunca le preguntó a su hermana que vive en Querétaro rodeada de hijos. Cada vez que la llama, se le corta la voz. Imagina las comidas en su casa, con las tortillas recién hechas, los guisados y las picantes salsas, los niños que corren de un lado a otro, las amorosas nanas y se le humedecen de inmediato los ojos. Está segura de que su hermana la acusa de no tener niños, incluso ha llegado a insinuarle que se busque otro marido, no hay felicidad más grande que ser madre, le dice.
Es necesario otro legrado, pero no le cuenta a Ian. Desde entonces los días son interminables. Mata el tiempo libre frente a la computadora, usuario mom2b busca, desesperada, a fullmom, lostmom y nolife. Quiere seguir dando los detalles de sus primeras semanas de embarazo que tantas amigas desconocidas leen diario. Pasa el tiempo y no se atreve a contar la verdad. En su relato, el vientre va creciendo, las molestias se incrementan. Fantasea que siente náuseas con el pefume de su vecina y al caminar entre bolsas de basura todas las noches, en especial no soporta los desperdicios de los restaurantes de Park Avenue. Tiene asco del dulce aroma a castañas y del humo de los hot dogs callejeros. Recuerda cómo en el verano ese olor se funde con el calor del pavimento y quiere vomitar, escribe. En cuanto a antojos, lo único con lo que sueña son los chamoys y los pulparindos de México y debe ir a una tienda en Brooklyn para conseguirlos. Usuario mom2b, estado de ánimo actual, omite “desastroso” y teclea “radiante”.
Ian está de vuelta por cinco días. Tampoco se atreve a decirle. No de nuevo. Después de varias llamadas ha conseguido cita con el médico que le han asignado. Con todos los estudios en la mano, el hombre de bata blanca, la mirada en el escritorio, cabello ralo y entrecano, le informa que después de los numerosos análisis el diagnóstico es un defecto en el esperma de su marido. Mónica escucha pero ya no ve. Una densa capa obscura cubre sus ojos. ¿Cómo podrá decirle?
El hermano de Ian se queda en casa mientras imparte un seminario sobre literatura francesa del siglo XIX en la Universidad de Columbia. Ryan le gusta con sus negros rizos ondulados y esos lentes que impiden apreciar a primera vista el gris de sus ojos. Algunas personas piensan que son gemelos, sin embargo Ryan es cuatro años menor. La primera vez que lo vio, Mónica sintió un estremecimiento, le encantó la versión intelectual de su marido, Ryan con su laptop en una mochila siempre sobre el hombro, sus libros de Proust en francés, su impecable español y su tímida sonrisa. Ian se desborda en carcajadas, tiene las piernas fuertes de tanto jugar futbol y su vitalidad arrasa con todo. Camina con la certeza de saber a dónde va. En Ryan, en cambio, hay algo nostálgico, ausente, una añoranza sin satisfacer. Tiene una novia en la universidad donde da clases, una profesora de matemáticas a la que nunca han conocido. Mónica la imagina seria y de anteojos. Aunque le da vergüenza, piensa en la manera en que los dos se quitan con cuidado los lentes antes de besarse.
Han pasado algunas semanas desde el aborto, Ian tuvo que irse a Dallas. Lo único que me deja tranquilo es que mi hermano te hará compañía.
Mónica apenas se encuentra a Ryan, que sale temprano del departamento y regresa entrada la noche. A veces cenan juntos o ven alguna serie de television antes de dormir. Aprovecha esos momentos para preguntarle por sus clases y sus impresiones sobre los distintos eventos culturales en la ciudad. Casi siempre abren una botella de vino.
Esa noche, mientras él termina un ensayo, ambos se quedan dormidos frente a la tele, Mónica se despierta sobresaltada en la sala. Ve encima del sofá cama, donde ahora duerme su cuñado, las críticas sobre literatura francesa que Ryan prepara para su tesis doctoral. Las toma y las coloca sobre la mesa del comedor. Con mucho cuidado, para no despertarlo, le quita los lentes, y acomoda su cabeza en un cojín. Lo desviste, no habla, no dice. Se desnuda y lleva las manos de él a la cintura de ella. Siente como su respiración comienza a agitarse. En silencio, con la luz apagada, se enreda entre sus piernas. Ella lo mira hasta el final. Él nunca abre los ojos.
Quince días pasan y Mónica comprueba que está embarazada. Creo que tuve un error con las cuentas escribe en internet a sus amigas desconocidas, a Ian y a su madre. Dos meses después relata que ya escuchó el latido del corazón del bebé y unas semanas más tarde celebra su embarazo más largo. Nunca siente náuseas. Cuatro meses y no hay duda de que tendrá un niño. Las empleadas de BabiesRus están sorprendidas de ver su incipiente vientre asomarse dentro de una ajustadísima playera azul. No ha vuelto a nevar. Flores amarillas y blancas aparecen en las copas de los árboles, los pájaros cantan.
Para el húmedo y sofocante verano neoyorquino, el bebé ya patea. Su panza es enorme, pero ni el continuo sudor, ni los pies hinchados o la falta de sueño le molestan. Cuando el calor empieza a ceder y las hojas tapizan las banquetas de la ciudad es hora de esperar. Con las primeras contracciones, se asoma al parque y ve a la señora del perro gordo en su habitual caminata, concentrada en su paseo, ajena a las hojas que caen y ajena a la felicidad de Mónica que los observa.
Esta vez su marido sí está. Suben, tomados de la mano, a un taxi amarillo, que los lleva al hospital. Ella todavía no le avisa a su madre. Él llama desde el celular a su hermano y Ryan toma el primer vuelo desde California.
El bebé la hace llorar con sus rizos incipientes y sus ojos grises. Ian lo toma entre los brazos. Ryan observa. Mónica mira de soslayo a su cuñado. Los dos hombres examinan al bebé emocionados. Los ojos de Ian se han llenado de lágrimas. El niño es igualito a ti, dicen ambos.
Daniela Becerra ha publicado en El Financiero, Reforma, Elle, Harpers Bazaa, además de Amura, Nagari Magazine, la revista Este País y el blog de corredores de El Universal. Fue editora del libro Alcanzando el vuelo. Responsabilidad social en la empresa, editado por CEMEFI y Celanese y de un libro sobre las etnias del Estado de México. Twitter: @danielabr3
Posted: June 21, 2016 at 10:56 pm