La pérdida
Molly Giles
El viejo poeta sufrió un derrame cerebral y por meses fue incapaz de cuidarse por sí solo. Una de sus estudiantes oyó hablar de su condición y fue a verlo a la casa de descanso en el campo. Él extendió sus brazos hacia ella y emitió un sonido discordante que pudo haber sido su nombre. Era un hombre bello. Aunque sólo podía hablar sinsentidos, parecía entender todo lo que ella decía. Sus ojos oscuros se avivaban con las simples noticias de su trabajo, estudios y amigos, y sus gestos mientras acariciaba las colchas a su lado, eran elegantes. Sonreía cuando ella tocaba su mano y cuando ella leía, él cerraba los ojos y ronroneaba como un gato.
Empezó a visitarlo a diario. Estudiaba cada sonrisa, cada movimiento de su ceño, y comenzó a interpretar sus sonidos roncos. Ella podía decirle al ayudante, “Ahora necesita dormir”, o “Quiere mirar a través de la ventana”. Gratificada por sus tímidas miradas de deleite, empezó a hacer otras cosas para él: le arreglaba el cabello plateado, le cortaba las uñas, lo conducía por largos caminos de ensueño arriba y abajo por los pasillos en penumbra.
El poeta se mejoró y con la ayuda de su estudiante dejó el hospital. Ella lo llevó a su departamento, le dio su cama y su escritorio, y aprendió a cocinar las comidas picantes que a él le gustaban. Todavía no podía hablar ni escribir. El poeta lloró mientras se estremecía con el largo poema en el que había estado trabajando al momento del derrame cerebral. Ella se sentó a su lado, traduciendo las palabras y frases que él pensaba trataba de pronunciar y cuando, excitado, él le arrancó la manga, ella anotó esas palabras. Juntos eligieron las maneras más apropiadas y sorprendentes para completar el poema.
Cuando el poema estuvo terminado, él le pidió que fuera a él desnuda, y ella lo hizo; le pidió que lo tocara, y lo hizo; le pidió que lo dejara estar dentro de ella, y lo hizo. Después cuando él se quedó dormido, ella se levantó en la oscuridad, pasó a máquina el poema y lo mandó a un concurso internacional.
El poema ganó y fue publicado con gran regocijo. Con el dinero del premio, el poeta quiso llevarla a su casa en Guatemala. La estudiante estaba emocionada. Hizo todos los arreglos necesarios: empacó para los dos, pidió un permiso de trabajo, y guió al frágil viejo a través de las multitudes de su país de origen.
Un mes después ella regresó de Antigua, sola. El poeta en su tierra nativa, todavía hablaba con sonidos guturales pero ahora eran sonidos en español, un lenguaje que la estudiante no entendía, y cuando ella trató de interpretarlos para él, éste la escupió y de una bofetada la echó de ahí. Dos nietas jóvenes de un matrimonio que ella nunca supo que él tenía, ahora le hacían compañía, una a cada lado, hablando por él con farmacéuticos, tenderos y choferes de taxi. Ella fue despedida.
De regreso en su oscuro departamento, la estudiante trató de escribir un poema sobre sus sentimientos de rabia y rechazo pero las palabras no salieron. Sólo podía emitir sonidos. Sonidos feos y extraños. Una jarra de grillos quemándose. Un huevo al caer de un balcón. Una gaviota atravesada por un alambre. No había palabras para expresar lo que ella sentía. No había manera alguna de escribirlas.
Posted: April 11, 2012 at 6:48 pm