CONACyT: el uso faccioso de la ley
José Antonio Aguilar Rivera
Las consecuencias intelectuales del populismo
En su magistral libro Anti Intellectualism in American Life (1962) el historiador Richard Hofstadter da cuenta de la potente tradición anti intelectual en los Estados Unidos. El ambiente político de los años cincuenta del siglo pasado fue el móvil que llevó a Hofstadter a indagar en el pasado remoto en busca del origen de la muy extendida hostilidad de la sociedad norteamericana hacia los intelectuales. Uno de los principales responsables fue el macartismo. Aunque, como señala el historiador, los intelectuales no fueron los únicos blancos del infausto senador republicano y su Comité de actividades antiamericanas a menudo los persiguió. “Sus incursiones contra los intelectuales y las universidades fueron emuladas a lo largo y ancho del país por una hueste de inquisidores menos exaltados. Entonces, en una atmósfera de fervorosa malevolencia e imbecilidad carente de sentido del humor producida por el bombardeo de acusaciones de McCarthy, la campaña presidencial de 1952 dramatizó el contraste entre el intelecto y el filisteísmo”. Adlai Stevenson, el candidato demócrata, fue ridiculizado como un intelectual frente al general Dwight D. Eisenhower, un hombre de acción, noble pero apenas articulado.
Algo similar vive México en los días que corren. Podríamos desmenuzar el despropósito de denunciar a un grupo de científicos y exfuncionarios del CONACyT relacionados con el medio científico por delincuencia organizada por simplemente hacer su trabajo y cumplir la ley. El uso faccioso de la ley para perseguir a opositores y críticos de funcionarios del actual gobierno ha sido, en general, bastante transparente para gran parte de la comunidad científica del país. Las principales universidades, empezando por la Universidad Nacional, han reaccionado vigorosamente en consecuencia. La virulencia y desproporción de lo que tiene visos de ser una venganza no pueden ocultarse. También podríamos denunciar la naturaleza draconiana y violatoria de los derechos humanos de la legislación contra el crimen organizado vigente. Sin embargo, creo que las consecuencias intelectuales del populismo van mucho más allá de estos ámbitos.
En aras de defender y justificar las acciones punitivas del gobierno contra los 31 presuntos delincuentes-científicos, los adlátares y propagandistas del gobierno se volcaron a examinar las actividades del Foro Consultivo Científico y Tecnológico, la organización “criminal” de la acusación. De manera cándida exdirectores de esa asociación civil, además de dar acceso a la información financiera del Foro, concedieron entrevistas con la esperanza de que su franqueza aclarara las cosas. Sin embargo, esa candidez parece haber tenido efectos contraproducentes. Cuando los simpatizantes del gobierno se asoman a mirar lo que hacía esa organización, que tiene fundamentalmente una misión de vinculación, se encuentran que el dinero público se gastó en incomprensibles “reuniones”, como las calificó el periodista oficialista Alejandro Páez Varela. Y visto con ese lente, de pronto casi todas las actividades normalmente asociadas con la academia profesional se vuelven sospechosas al ojo ajeno: los viajes a congresos, la investigación pura, las publicaciones, la vinculación con la sociedad. Todo parecería ser “burocracia” injustificable. De pronto, un sector que ha sido vulnerado ininterrumpidamente por tres años se encuentra con que su razón misma de existir se pone en entredicho por parte del poder y sus adláteres. No es extraño que hayan reaccionado como lo han hecho. De la ridícula acusación de que los miembros del Foro eran peligrosos criminales que merecían estar presos en un penal de alta seguridad por malversación de sumas millonarias se pasó rápidamente a cuestionar el “dispendio”, los “lujos” y las “inexplicables” actividades de esa organización. Los sicofantes –y las sicofantas— endilgaron acusaciones imprecisas de “corrupción”. Ya no se trataba de cuantiosos desvíos sino de comidas en restaurantes de Polanco, viáticos y servicios personales de los empleados. “¿Qué hace esta gente?” se preguntan los inquisidores populistas. Los propagandistas del régimen descubrieron —y explotaron— el desconocimiento, el escepticismo y la incomprensión de la sociedad mexicana de la academia, de su misión y de sus formas de funcionar. No se trata, por supuesto de que la academia esté más allá de la crítica, o de que muchos de sus usos y costumbres no sean criticables. Críticas atendibles hay muchas y fundadas. No. Lo que inspira este filisteísmo es el populismo. Es el mismo resorte autoritario que animó a la revolución cultural china y al macartismo norteamericano. Un mecanismo puesto al servicio no de la crítica razonable sino de las pulsiones destructivas de un poder que encuentra incómoda a la inteligencia. La demonización de la academia y de las universidades por parte de este gobierno no es cosa nueva, pero con la persecución del FCCyT ha echado a andar una dinámica social de consecuencias imprevisibles. ¿El populismo ha despertado a un monstruo? No lo sabemos. México no ha sido tradicionalmente un país hostil a los intelectuales, al contrario. El sistema autoritario posrevolucionario tenía uso y hacía abuso de los intelectuales. Octavio Paz y Carlos Fuentes fueron embajadores de gobiernos autoritarios que decían respetar al intelecto. Sin embargo, siempre ha existido un río subterráneo de vigoroso anti intelectualismo en la sociedad mexicana. Este gobierno es un generoso manantial de esa corriente.
Para los norteamericanos de mediados del siglo pasado el anti intelectualismo tuvo un alto costo: en 1957 los soviéticos lanzaron el primer satélite espacial. Los Estados Unidos quedaron estupefactos. Ahí estaban las consecuencias del desprecio de esa sociedad por la inteligencia, la ciencia y el pensamiento crítico. De pronto, dice Hofstadter, el desagrado nacional por el intelecto se mostró no simplemente como una desgracia, sino como un peligro a supervivencia misma. La guerra contra la inteligencia que hoy se libra en este país podría tener consecuencias devastadoras en el futuro inmediato. Los académicos, seres que por definición rehúyen el riesgo, de pronto se encuentran en el ojo del huracán. No ocupan ese lugar por decisión propia. Y son, obviamente, los más vulnerables ante el poder político.
José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos y Amicus Curiae, en Literal Magazine. Twitter: @jaaguila1
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Posted: September 25, 2021 at 5:00 pm
Estimado, las elites han perdido sus privilegios en su amalgama con la corrupción política hoy se están enfrentando a su realidad, corrupta y deshonesta, sus estudios y/o licenciaturas no les importo, la ética nunca la ejercieron, les importo vivir como burgueses y muy bien en su alianza y participación en y con la corrupción política