Las dos inculturas universitarias
Braulio M. E. Hornedo Rocha
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Científico que sólo sabe de su ciencia, ni de su ciencia sabe…
Para Gabriel Zaid en sus 90
Con la excepción de la Universidad de la Tierra fundada por Gustavo Esteva en Oaxaca, México, no conozco ninguna otra universidad que se abstenga de emitir grados, títulos y diplomas, o de mantener una separación tajante entre las ciencias y las humanidades. La UNAM, por ejemplo, tiene en los niveles más altos de su organigrama una: Coordinación científica y una Coordinación de humanidades en su estructura académico administrativa. La separación se da de forma artificial en lo académico, lo administrativo y organizacional, así como de manera pedagógica e incluso epistemológica. En las instituciones de educación superior formales se consideran como dos áreas separadas y en extremos casos hasta independientes. Esta artificiosa separación entre lo científico y lo humanista, que resulta normal en las universidades de nuestros días, surge en alguna medida y desde sus lejanos orígenes, como resultado de los acontecimientos derivados de la llamada: querella entre los antiguos y los modernos.
Dicha “querella” se establece en la segunda mitad del siglo XVII entre dos bandos antagónicos en la Academia Francesa. En parte, es el resultado del vertiginoso ascenso de un escritor y académico de noble y acaudalada familia, que se dedica en buena parte de su vida, y de su obra, al servil halago del rey: Luis el Grande.
Este sometimiento del vasallo se deja ver a partir de un poema que adjuntó al discurso de su ingreso Charles Perrault (1628-1703), quien lo presentó ante la Academia Francesa y fue titulado: El siglo de Luis el Grande (1687). Poco menos de un año después publicó un libro, derivado de ese discurso, al que tituló: Comparación entre antiguos y modernos (1688).
El hábil cortesano y popular cuentista: Charles Perrault, autor de: Los Cuentos de la mamá ganso (1697), relatos donde se encuentran: “La bella durmiente”, “Caperucita roja”, “El gato con botas” y “Pulgarcito”, entre otras celebres narraciones recogidas de la tradición oral de su tiempo. Hábil, como sin duda era hábil para el “cuento”, Perrault se inventa también un maravilloso cuento de hadas para adultos, con el claro propósito de quedar bien con su augusta majestad. Para este fin y derivado de su poema escribe un discurso titulado: La moderna grandeza de Luis el Grande. Este texto le sirve para escalar posiciones en la Academia Francesa y trepar con entusiasta enjundia en los laberintos del poder, al interior de la corte imperial de Luis XIV.
Con La moderna grandeza de Luis el Grande que se convierte en 1688 en su libro: Comparación entre antiguos y modernos, queda clara la postura de Perrault a favor de la superioridad de lo moderno. Entendida la modernidad como la madurez de la humanidad, y el imperio del Rey Sol como culminación plena de la Historia. A diferencia de lo antiguo, que él y sus adeptos consideran como la niñez de la humanidad, el periodo primitivo y ya superado de un pasado inmaduro. Con esta postura se inició un extenso debate en el que entre sus principales antagonistas figuraron el poeta Nicolás Boileau y el dramaturgo Jean Racine por el bando de los partidarios de los “antiguos”. Perdurando representantes de ambos grupos que se afirman en sus respectivas posturas hasta nuestros días.
Este debate dio pie a la creación de dos posiciones rivales. Por un lado los partidarios de la antigüedad clásica. Los clásicos son gigantes, dicen con su antiguo lema. En el otro lado estaban aquellos que suscribían la superioridad de lo moderno sobre lo antiguo. Los modernos son: enanos, pero parados sobre los hombros de gigantes.
El enfrentamiento llega hasta mediados del siglo XX y se deja ver entre los profesionales de la ciencia política, en contra de aquellos dedicados a la filosofía política. El concepto de tradición del pensamiento político se forja durante los años que siguen al final de la Segunda Guerra Mundial. El filósofo inglés de filiación conservadora: Michael Oakeshott fue uno de sus artífices. Con un ensayo, cuyo título bien podría ser también de Zaid: “La voz de la poesía en la conversación de la humanidad.”[1] Hermoso texto incluido en su obra clásica: El racionalismo en la política, publicada por el Fondo de Cultura Económica, en México en el año 2000.
El concepto de tradición del pensamiento, se va forjando en la segunda mitad del siglo XX, como resultado de la controversia suscitada entre los “modernos creyentes” en la naciente ciencia política (con cien años de Historia en ese momento), conocidos en nuestros días como politólogos. Enfrentados con los “anacrónicos humanistas” reconocidos cómo filósofos de la política (con dos mil quinientos años de Historia como tradición del pensamiento). Este artificial enfrentamiento, refleja el auge y relativo predominio de la confusión entre lo científico sobre lo humanista, lo moderno sobre lo antiguo.
El físico de profesión y novelista por afición Charles Percy Snow (1905-1980), contribuyó a la querella entre antiguos y modernos con una serie de conferencias impartidas en el año 1959 en su natal Inglaterra, las que posteriormente reunió en un célebre libro titulado: The two cultures and the Scientific Revolution[2] (Las dos culturas y la Revolución Científica), libro publicado en 1961 por primera vez y con innumerables reimpresiones hasta hoy. Charles Snow habla de la cultura “tradicional o humanista” y de la cultura “científica o técnica” como dos grupos polarizados (two polar groups).
Hace cincuenta y nueve, en este año de 2024, esto es, en marzo de 1965, publicó un artículo el entonces joven ingeniero y lúcido poeta de treinta y un años: Gabriel Zaid (Monterrey, N. L. 1934), miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua y El Colegio Nacional. Dicho artículo fue publicado por primera vez en la Revista de la Universidad de México. Con este ensayo se formula una crítica radical y una sagaz respuesta al texto de C. P. Snow, al precisar que las ciencias y las humanidades, no son dos culturas independientes o grupos polarizados que no se tocan. Tampoco existen algo así como dos puertos en diferentes continentes entre los cuales se deban construir rutas, puentes o enlaces, con el piadoso fin de intentar crear “acercamientos” o “reconciliaciones”. Lo que sí podemos constatar que existe, son dos inculturas, las inculturas de los científicos y humanistas universitarios que se ignoran mutuamente, hasta nuestros días. De una forma inexplicable, con sendas y graves pérdidas para quienes las predican y practican en ambos bandos. “Señalar la existencia de dos culturas es una impostura que da lugar a un diagnóstico y a un remedio erróneos, que sólo sirven para agravar la enfermedad.” Nos dice el ingeniero y poeta Gabriel Zaid.
Como si todo el quehacer científico no fuera realizado para bien (y también para mal) de la humanidad, y por ende, no fuera hecho con un profundo carácter humanista. Como si fuera posible hacer investigación científica sin una sólida teoría del conocimiento, filosóficamente sustentada; o peor aún, sin contar con los cimientos, la perspectiva y las tradiciones del pensamiento en una Historia detallada de la disciplina que se investiga y cultiva.
Esta absurda dualidad lleva a creer que las universidades al estar divididas administrativamente en ciencias y humanidades, fueran de esta manera una representación de los fenómenos reales y condicionaran sus diferentes modelos cognitivos a sus respectivas y muy estrechas miradas de especialistas universitarios. Científicos “rudos” los de las ciencias duras, contra los “técnicos” humanistas de las ciencias “blandas”.
Científico que sólo sabe de su Ciencia, ni de su Ciencia sabe, señalaba con agudo humor y preciso tino en sus conferencias en El Colegio Nacional, Ruy Pérez Tamayo (Tampico, Tamps. 1924- 2022). Médico y escritor, científico y humanista mexicano, también miembro, como Zaid (rara avis) de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua.
Existen infinidad de inculturas en el mundo, pero un solo proceso cultural en continuo movimiento. En algo semejante al comportamiento cuántico de las partículas elementales: emergiendo en un punto y convergiendo en otro. Proceso regido por la incertidumbre y el ineludible azar, que, como un misterioso enigma, el inextricable azar parece conocer bien su indescifrable oficio. Una sola cultura en movimiento que no es propiedad de los intelectuales destacados, o de los cada día más ágiles trepadores universitarios a lo Perrault. Pero esa cultura unitaria en apariencia, está definida por una conversación dinámica y permanente entre infinidad de grupos culturales locales, étnico lingüistico bio-regionales. En una estructura de autopoiesis organizacional, de abajo para arriba, de lo propio personal a lo colectivo y viceversa.
La cultura no es una mercancía que se compra y se vende en el mercado bajo sus leyes de oferta y demanda. La cultura no es un hecho acabado, sino en continua forja por aleatorios e insondables senderos. La cultura no es resultado de las instituciones, sus políticas y leyes. Tampoco es propiedad exclusiva de los “grandes creadores” o los reconocidos intelectuales harto bien pagados de sí mismos.
La cultura sí es, en cambio, una condición ontológica, una forma de Ser, de nuestras vidas en el mundo, resultado de la urdimbre compleja pero legible, de las diversas tradiciones del pensamiento en su dinámica y siempre cambiante interacción. Como una forma de hacer “poesía en la práctica de la conversación de la humanidad”. Dice Zaid:
La cultura no es propiedad de nadie, no es algo que esté ahí y que se puede adquirir. Nos “adquirimos” a nosotros mismos a través de la cultura. La cultura es el camino de hacer habitable el mundo y entendernos, un camino que hacemos y que nos hace, nunca hecho del todo, siempre dado en parte y en parte por hacerse, en la historia personal así como en la colectiva. La cultura es irrenunciable como el ser.[3]
Alfonso Reyes (1889-1959) y Octavio Paz (1914-1998), ambos también miembros de El Colegio Nacional, son dos de los pilares de la cultura mexicana, pero no por eso sus omnímodos caciques. Fueron dos figuras clave en la tradición del pensamiento humanista mexicano en el siglo XX. Ambos se cuidaron siempre de establecer la diferencia al hablar de cultura (en singular), y de culturas (en plural), porque supieron que en sentido estricto, todos los pueblos somos mestizos y resultado de la perenne migración, nuestras raíces son raíces en movimiento. Las grandes civilizaciones son, sin excepción, productos híbridos en evolución permanente.
Decía Octavio Paz: “Cultura es el cultivo de la parcela propia”. A lo que añadiría con una cálida sonrisa Alfonso Reyes, su gentil maestro, para que ese cultivo lo haga cada uno de “la mejor manera posible”. Podemos decir entonces, enmarcados en nuestra propia tradición del pensamiento científico humanista en continuo desarrollo, que cultura es: el cultivo de la parcela propia, logrando que cada uno cultive sus frutos para la colectividad y lo haga de la mejor manera posible.
Establezcamos entonces un binomio, como el primer rasgo característico en nuestra aproximación conceptual, que toda cultura es una urdimbre de tradiciones del pensamiento, esto es, un proceso dinámico que proviene de otras culturas que la anteceden, la nutren, y le dan una identidad en diferentes espacios geográficos, a lo largo del tiempo histórico (carácter diacrónico).
Pero esa cultura al adquirir una identidad propia en cierto momento estático (como un fotograma de una película), solamente se enriquece al evolucionar en su interacción con otras tradiciones del pensamiento de otras culturas. Las culturas son entonces, una red compleja de relaciones dinámicas, continuamente cambiantes, entre un conjunto de agentes culturales: personas, grupos y comunidades, interactuando en un espacio geográfico específico, y un periodo de tiempo bien determinados (carácter sincrónico).
Epílogo
El viernes 7 de abril del año 2000, en la sala Manuel M. Ponce del Jardín Borda. Don José Luis Martínez tras de presentar una memorable conferencia titulada: Recuerdos de Alfonso Reyes en Cuernavaca[4], fue asediado con varias preguntas del público asistente. En la primera fila siempre se sentaban puntualmente, quince minutos antes de iniciar la sesión, los esposos Giménez Cacho (padres de Daniel), durante todo el ciclo de siete conferencias organizadas por la Cátedra Alfonso Reyes en Cuernavaca: www.catedrareyes.org.
En esta series de conferencias participaron: Elena Poniatowska, Ramón Xirau, Henrique González Casanova, Adolfo Castañón, Emmanuel Carballo, Manolo Saavedra y Braulio Hornedo. La señora Giménez Cacho, le preguntó a don José Luis lo que pensaba de las culturas del mundo en relación con la cultura mexicana y si él creía que ¿existían culturas superiores?
Don José Luis, con una sonrisa maliciosa formuló una respuesta que al principio dejó desconcertados a más de uno de sus escuchas, cuando pausadamente nos dijo a un público expectante de su respuesta:
—Sí, yo creo que existen culturas superiores — (larga pausa dramática para beber un poco de agua…) —pero no necesariamente están ligadas al desarrollo industrial y económico de una nación. Las verdaderas culturas superiores son las que tienen la humildad y la sabiduría de estar abiertas para aprender de otras culturas, eso las hace superiores.— Concluyó el sabio José Luis Martínez.
Son las inculturas universitarias las que se creen y se sienten falazmente superiores. Es la incultura científica la que mira con desdén a las humanidades. Es la incultura humanista la que se siente alejada y ajena de las ciencias. Ni gigantes ni enanos, simplemente miopes.
Notas
[1] Tomado de la Gaceta del FCE, 2000, no. 353. https://www.humanistas.org.mx/Conversacion.pdf
[2] Snow, C. P. The two cultures and the Scientific Revolution, Cambridge University Press, New York, 1961. http://sciencepolicy.colorado.edu/students/envs_5110/snow_1959.pdf
[3] Zaid, Gabriel, Las dos inculturas, Revista de la Universidad de México, marzo 1965, p. 15. http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/ojs_rum/files/journals/1/articles/8463/public/8463-13861-1-PB.pdf consultado 24 de enero de 2019.
[4] https://www.youtube.com/watch?v=RD_R5xLI2Ss&t=1713s
Braulio M. E. Hornedo Rocha. Doctor en filosofía por el CIDHEM. Tesis: El mito del progreso. Dramaturgo, músico, poeta y empresario cultural por convicción apasionada.
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Posted: February 6, 2024 at 4:38 pm