Essay
Lizzo ya toma Ozempic
COLUMN/COLUMNA

Lizzo ya toma Ozempic

Alberto Chimal

Lizzo, cantante, rapera y flautista nacida en Detroit, se volvió famosa mundialmente en 2019 por su música –orientada hacia el pop con influencias de góspel y hip hop– y por su marca personal, su imagen pública: era gorda, no se describía con eufemismos, no se ocultaba ni se avergonzaba; cantaba acerca del amor propio y la autoestima, defendía el pensamiento body positive. Además de ganar premios por sus álbumes, lanzó una marca de ropa con tallas grandes, de las que todavía son difíciles de encontrar para muchas personas, en especial mujeres, en todo el mundo. Era una inspiración para sus fans.

Ahora, Lizzo está tomando Ozempic, tras haber declarado que es body neutral, no más positive. Muestra sus progresos en Instagram; se ha unido a otras actrices y celebridades que se habían vuelto famosas por sus figuras “robustas” (el adjetivo es odioso, por supuesto) y ahora están optando por adelgazar. Da la impresión de que no solamente se han dejado seducir por la promesa de las inyecciones “milagrosas”, que no exigen esfuerzo alguno, sino de que ya no le ven caso a mantenerse como eran, a representar algo diferente de la “norma”. En redes se propaga una idea: que ya pasó el momento de la inclusión de todos los cuerpos, que fue únicamente una moda y no logró convencer a todo el mundo de que cualquier persona puede ser juzgada bella, perfecta, tal como es. ¿Tal vez tendría que haberse dicho (especulan) algo menos radical? ¿Quizá, tan sólo, que todos los cuerpos merecen existir, que todos son dignos de atención y amor y cuidado? ¿Qué hace una población que se sentía animada y acompañada por sus ídolos cuando éstos la abandonan?

Lo anterior puede parecer poca cosa: un acontecimiento irrelevante. Me da miedo que no lo sea. No es el único que representa un retroceso visible y evidente, una falla más de las nociones que nos quedan –que habían sido la norma de Occidente desde el siglo XVIII hasta principios del XX– de que la humanidad existía en una ruta de progreso.

Sí, 2024 ha sido también el año en el que la francesa Giséle Pèlicot reveló el caso monstruoso de su marido violador y sus numerosos invitados y cómplices, y logró que todos fueran procesados. Es el año en que ha caído, por fin, el régimen de Bashar al-Ásad en Siria. Es el año en el que he encontrado al menos dos libros de jóvenes autoras mexicanas que han dejado atrás, esencialmente, el siglo XX, que todavía cargamos las generaciones anteriores.

(Uno de estos libros –Los malaventurados, novela fix-up de Mariana Giacomán– está ambientado en el pasado… del siglo XXI: los años del régimen de Calderón y su desastrosa guerra contra el narco. El otro, Dinero y escritura de Olivia Teroba, es una colección de ensayos que, entre otros temas, argumenta a favor del cuidado y la búsqueda de lazos comunitarios sin fariseísmo ni pedantería.)

Pero 2024 es también el año en que ese fariseísmo –que tantas personas exhiben entre quienes son progresistas, o se venden como tales– está siendo utilizado, en México y en otros lugares, como excusa para pintar a las derechas más extremas como víctimas de un ataque fanático. (¿Discriminación contra los blancos, contra los hombres cis, contra los multimillonarios? ¿En serio?)

Este es el año en el que Donald Trump regresó al poder, otra vez, acabando para siempre con cualquier pretensión de superioridad de su país y su sistema político. El día de hoy, mientras escribo estas palabras, me entero de que uno de los futuros funcionarios de su régimen de circo ha estado intentando hacer que se prohíba la vacuna contra la polio desde 2022. El New York Times, que se ha doblegado como el resto de los medios corporativos de aquel país, publicó apenas la noticia, sin más que una tímida mención, casi al final del texto, de que la poliomielitis no es buena y las vacunas sí sirven.

(Este es también el año de una nueva oleada de desinformación a nivel global, ahora favorecida expresamente por los dueños de grandes empresas tecnológicas: nuestros nuevos señores feudales, dueños de vidas, haciendas y definiciones de lo real.)

Este es el año en el que más de un genocidio prosigue, más de una guerra internacional, acabando con los últimos vestigios del “orden” surgido después de la Segunda Guerra Mundial. ¿Ya se nos acabó del todo la revulsión ante las muertes masivas y los crímenes de odio? Curtis Yarvin, “ideólogo” de multimillonarios como Peter Thiel, del político J. D. Vance y de varias ramas de la extrema derecha americana, “bromea” proponiendo que los cuerpos de la gente pobre podrían ser convertidos en combustible para el transporte público y sugiere que hay que perder el miedo a la idea del dictador o el monarca. Serían como el CEO de una gran compañía, dice. Podría haber un buen número de ellos, cada uno con el control de territorio arrebatado a algún estado nación y “optimizado” para afianzar su poder y sus ganancias.

La parte que más me espanta de este repaso de fin de año es que se parece a un patrón que conozco desde hace mucho. El filósofo italiano Giambattista Vico (1668-1744) describió la Historia humana no como un ascenso constante, sino como algo similar al movimiento de un péndulo: etapas sucesivas de enaltecimiento y progreso que llegan a un punto culminante, luego dan paso al caos y el retroceso, y tras el caos al derrumbe: el retorno de la oscuridad y la tiranía, de las que la humanidad se verá a obligada a escapar, una y otra vez. ¿Llegamos en algún momento del pasado reciente al extremo de la oscilación? ¿Estaremos yendo para atrás ahora, y cada vez más rápido?

No me enteré de Vico en un tratado de política o de filosofía, sino en un libro de ensayos literarios: El canon occidental (1994) del crítico estadounidense Harold Bloom, que fue una reacción conservadora a lo que él llamaba la politización de los estudios culturales y, en especial, a los intentos de hacer a un lado la noción tradicional de la “gran literatura”. La lista de los libros eternos, supuestamente avalados por los siglos. El que la lista fuera esencialmente de blancos, hombres y europeos (o estadounidenses) no debía ser visto como señal de insidia ni de discriminación. ¿Dónde estaban, decía Bloom, sus iguales o superiores? Sólo se podía creer que los había si estábamos descendiendo, oscilando hacia la barbarie.

En América Latina no nos pudimos creer del todo esa nómina excluyente, pedantísima, que amontona a Borges, Neruda y Pessoa en un solo capítulo (¿cómo por qué?) y borra cualquier otra cosa escrita en la Península Ibérica o América Latina antes o después con la única excepción de Cervantes. Pero ahora me parece que al menos a una generación entera –la mía– se le quedó en la mente la imagen apocalíptica del péndulo viconiano.

(Sé que entre nosotros se asentó otra noción del mismo Bloom, más sutil y desagradable: la de la literatura como una competencia feroz, un juego de suma cero en el que cualquier ganancia de un autor es la pérdida de todos los demás. Al menos, la primera década del siglo XXI se consumió por aquí en polémicas larguísimas, en realidad inútiles, sobre qué autores –no siempre blancos, pero sí, en general, hombres– iban a tomar la estafeta de los genios del siglo XX y ocupar sus lugares. Quién sería el nuevo Carlos Fuentes, el nuevo Octavio Paz, el nuevo García Márquez, etcétera. Baste decir que cada uno de los principales polemistas creía poder imponerse sobre todos los demás y ninguno lo consiguió.)

Pero el libro Principios de ciencia nueva (1725-1744) de Vico, de donde Bloom toma sus referencias, no habla de un péndulo, sino una serie de ciclos sucesivos. La doctrina de Vico tiene más semejanza con el eterno retorno de Nietzsche o el samsara, el círculo interminable de muerte y renacimientos de las religiones de la India. Más todavía, su concepto de la Historia se limita explicitamente a Europa. Bloom se inventó el movimiento pendular para tener, quizá, una imagen más cercana al pensamiento milenarista occidental, que imagina el tiempo como en un trayecto lineal y no circular, y se lo atribuyó al mundo entero.

¿Hacer este mito apocalíptico –que se parece a muchos de la extrema derecha actual, obsesionados con sus jerarquías y sus clásicos– tenía el objetivo de que Bloom llamara más la atención en los últimos años del siglo XX? ¿O provino más de una necesidad personal, de una sensación de impotencia ante un presente que le parecía terrible? Quizás él ya no podía ver más allá del horizonte de las calamidades que creía tener a su alrededor. Quizá nos contagió esa idea, como tantas otras historias sobre fines del mundo con las que crecimos.

Me gustaría creer que así es, porque entonces, tal vez, las señales terribles de todo este año no son un patrón inevitable, una parte de un texto profético. Quizá nos lo parecen únicamente a quienes ya estamos viejos. En cambio, otras personas podrían hacerlas a un lado, como ya parecen desearlo las autoras que mencioné antes y muchas otras personas.

El mes pasado escribí sobre temas parecidos a los de este ensayo y recordé un texto de Jorge Luis Borges acerca de la derrota del nazismo. Habrá quien diga que aquel tiempo representó el más reciente extremo del movimiento pendular, y desde entonces hemos estado yendo para atrás. Pero ahora recuerdo también otro pasaje borgesiano, del cuento “La biblioteca de Babel”:

Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno.

¿Suena melodramático? Quizá, pero tiene un núcleo de verdad. No está mal desear que otros puedan escapar de las limitaciones de la propia vida o de la propia conciencia. Si yo no puedo dejar de ver el péndulo, que otros sí lo logren. Que haya quien logre no doblar las manos. Que nos atropelle la ola, y que barra conmigo y con mis coetáneos, viejos lesbianos, pero no con la demás gente.

Que en 2025 nos vaya mejor de lo que esperamos o tememos.

 

*Foto de Haberdoedas en Unsplash

 

Alberto Chimal es autor de tres novelas, más de 30 libros de cuentos, ensayos y guiones de cine y de cómic. Recibió el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2002, el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2014 y el premio del Banco del Libro 2021, entre otros. Su libro más reciente es la novela La visitante. Contacto y redes: https://linktr.ee/albertochimal.

 

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Posted: December 17, 2024 at 9:06 pm

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