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Lo conquistado y la paciente estrella

Lo conquistado y la paciente estrella

Mayco Osiris Ruiz

• Nadia Escalante: La raíz negra de los astros (UNAM, 2023).

Es posible que el primer gran obstáculo con que debe lidiar todo poeta no esté en el sobresalto de la página en blanco ni en el descubrimiento de ese verso que —dicen— nos conceden los dioses y sirve de principio a la aventura. Antes que en la encomienda de dar con el hallazgo, antes que en el trabajo de la forma o en el hecho trivial de encontrar una historia que contar, la verdadera lucha comienza en otra parte: en el hacer posible algo de todo eso no a través del lenguaje sino a pesar de él, de todas esas fallas y aberturas que son, al mismo tiempo, la desdicha y el mayor acicate del poeta.

No es de extrañar que, ante la selva oscura, el Peregrino de Dante inicie su periplo poniendo de relieve una dificultad que se convertirá en uno de los ejes centrales del poema y puede que también en una de las muestras más tempranas de una conciencia estética que hace del lenguaje el medio y el asunto de su indagación: Ahi quanto a dir qual era è cosa dura (“Es tan difícil relatar cómo era”). Dicha contrariedad, semejante a un impasse en el que la escritura reparara en el cerco que imponen las palabras y, como consecuencia, se planteara la idea de su fracaso, caló profundamente en la poesía europea y definió una línea de estilo y pensamiento que atraviesa el espacio de la lírica de San Juan de la Cruz a Edmond Jabès, de José Ángel Valente a Pere Gimferrer.

Con todo, como lo ha señalado Adolfo Castañón, dentro del escenario de nuestras escrituras latinoamericanas, esta preocupación fue mucho más tardía, de modo que exceptuando un puñado de voces ejemplares, la “experiencia del desierto, de la aridez de la palabra”, fue un tema, si no ajeno, sí poco frecuentado entre nuestros poetas. Este preámbulo, delineado con mucha ligereza, resulta necesario pues deja al descubierto una pequeña parte del linaje que sustenta muchos de los problemas y de los desafíos que le dan su frescura y su complejidad a La raíz negra de los astros, el último poemario de Nadia Escalante Andrade.

El libro, trazado a la manera de una cartografía, o más exactamente, de un compendio variable de rutas y estaciones cuya importancia estriba no tanto en el destino como en el recorrido, debe su pertinencia y su eficacia estética al hecho de restarle vigencia al escenario de una vena poética infrecuente, pero también al sitio que ocupa entre sus páginas el juego complicado de una poesía pendiente de sí misma, quiero decir, volcada a la elucidación de su misterio. Sin embargo, aunque en una idea así se intuyan los peligros de un arte ensimismado, me atrevería a afirmar que esta conciencia de índole autopoética no es necesariamente una evasión abstracta en busca de un conjunto de sensaciones puras. Los misterios del mundo y los de la escritura, son gemelos idénticos dentro de esta propuesta que para revelar el orden de las cosas debe poner a prueba incluso el instrumento de esa revelación. Por ello, advierte en “Deux ex machina”:

Escribir es un mecanismo para que todo lo impaciente
revele un orden que podamos habitar.
Es eso una poética o
un engaño.

Hay que reconocer que uno de los reclamos más frecuentes por parte de los jóvenes (y de los no tan jóvenes) poetas a esa lírica que opta por seguir la denostada senda de la tradición, nace de la tendencia, penosamente real, de escudarse en un tema o un registro elevados con la vana esperanza de conquistar así una profundidad que pueda confundirse con poesía. Lo único más ingenuo que un dislate como ese es, quizá, el otro extremo, el que pregona a ultranza una renovación basada en descartar o en dar por muerto todo lo que no entiende ni es capaz de crear. En este orden de cosas, resulta inevitable preguntarse de qué manera un libro sobre cuya estructura se ciernen los aceros de un tema prestigioso y de la tradición, rehúye, si lo hace, el riesgo de estancarse en un discurso que se arrogue los modos de la literatura más por imantación que por méritos propios.

Fue María Zambrano en De la aurora quien notó que en el vasto compendio de la poesía española “la referencia a los astros resulta muy escasa”. Supo mirar también que nunca las estrellas se encuentran tan cercanas y cargadas de vida como cuando el poeta, lejos de convocarlas en una lengua abstracta y presumiblemente metafísica, parte no de un saber o una cultura sino de la modestia que conduce hasta el astro “por el camino del sentimiento”. Es esa sencillez —el acierto de ahondar en el lenguaje y en aquello que crea desde un sitio alejado de la seguridad de corrientes o escuelas y de sus respectivos lugares comunes—, lo que a mi parecer le concede a la autora no originalidad, sino distancia, quizá el mayor regalo en un mundo en el cual ya todo ha sido dicho.

Distancia, por supuesto, quiere decir voz propia, una voz conquistada por la vía de la imagen cotidiana, del sentir que construye, con las humildes cosas, un puente a lo complejo, cimentado, a su vez, en figuras e imágenes de una humildad conmovedora:

Jardines de flores sin nombre

Brotan de la maleza, inauguran la estación para lo salvaje. Los polinizadores prefieren estos matojos de palabras, flores que salen solas. En el verano conservan húmeda la tierra, impiden que los rayos del sol la marchiten, entrelazan protectores sus raíces para que el viento y el agua no erosionen el suelo. La vida de estos jardines es valiente y generosa porque saben, incluso, que hay quien vive para desaparecerlos…

Pero yo amo estos jardines que las mariposas y las abejas aman… Amo la complicidad de la vida, la persistencia del tejido de raíces que mantiene el suelo unido, aun después de perder sus tallos. Amo cómo las flores se desbordan hacia los seres pequeños para gestar los frutos, el oxígeno que sostiene la voluntad de la escritura. Escribo y tejo mi raíz con sus raíces.

Ahora bien: resulta un poco extraño (tomando en cuenta el título y los de las secciones que lo integran[1]) que el libro permanezca tan arraigado al suelo y que su geografía sea mucho más terrena que celeste. Plantas, minerales, escenarios domésticos… atraviesan las páginas con una profusión que supera por mucho a las constelaciones. ¿Se trata de un error de dispositio? ¿De una tibia metáfora sobre astros que germinan en el suelo? ¿Qué cosa es la raíz negra y cómo nos conduce a lo más alto si sólo hay un jardín, una casa “de lámparas apagadas”?  La respuesta apunta al sentimiento, no en su acepción pedestre y deturpada, sino, tal cual se dijo antes, como fuerza que intuye en las cosas terrenas el secreto poder de acortar lo lejano, una oportunidad, conquistada primero por Rosalía de Castro, de que la luna esté tan a la mano como una margarita o como las palabras:

Hoy quiero refugiarme en los sitios pequeños,
las casas minúsculas adentro de la casa
sin ceder al hábito de las preguntas
ni las explicaciones.
Hoy el cuerpo es territorio seguro:
aguardo las constelaciones de sentido
que prometen los ojos cerrados.
Entonces aparecen, estrellas
en luna negra, las palabras.
Incendian mi atmósfera íntima
Abro los puños y dejo que el pulso
las derrame sobre la página.
Encienden lo escrito, el poema,
carta natal que traza de nuevo,
el sentido de lo que alumbro.
Escucho el asedio de partículas de luz,
el tránsito de luminarias y planetas:
la raíz negra de los astros.

No obstante, aun cuando el sentimiento pueda lanzar su red, aun cuando las palabras aprehendan el sentido y logren atisbar, por un momento, la raíz negra del mundo y su misterio, queda siempre latente la posibilidad de que al volver arriba la trampa esté vacía:

En el fondo fluye la permanencia.
Damos brazadas en el lenguaje,
pero al volver a la superficie, olvidamos.

Ese dilema, que nos regresa a Dante y a la idea de un lenguaje que es tanto la miseria como la gran riqueza del poeta, engendra una pregunta sin respuesta aparente pero que determina y pone en movimiento todas las ambiciones y búsquedas del libro: “¿Se puede culpar al lenguaje por fracasar en su propósito?” Fuera de la ficción, es decir, de las páginas, este cuestionamiento tiene tanto vigor que incluso se convierte en la única manera —o una de las más justas— de medir los hallazgos del poeta y la solvencia estética de su imaginación. Lejos del facilismo y de la tentadora empresa de empeñarse en decir que no hay decir, lo que se esperaría de un discurso consciente de la precariedad de las palabras sería lo que construye más allá del impasse, lo que logra decir o preservar no obstante su conciencia de la limitación. Creo que para la autora esta exigencia es clara y se materializa en lo que queda en pie de su propuesta: un orden o un sentido de la espera que no aspira a franquear la grieta del lenguaje, pero sí a la paciencia para poder poblar sus aberturas, para cuidar lo vivo y descubrir en ello un modo de creación —o de restitución:

La voz encuentra el lugar
donde el silencio no es falta
sino tierra fecunda.
No el vacío sino la semilla.

                                    ***

Aprendí el ritmo de la desnudez
y la germinación.
Aprendí a reparar las lámparas.

                                    ***

Las palabras dejan de perseguir las cosas,
quedan quietas:
algo atraparán si permanecen alerta el tiempo suficiente.

Tal logro, exiguo como todos los que puede entregarnos un oficio en el que la ganancia es también una pérdida, basta para indultar los lugares comunes que en algunos momentos suelen sobreponerse a la escritura y van desde metáforas e ideas preconcebidas (“Me he descubierto en lo tachado,/ lo que borro /y lo que escribo al margen …no he sido otra cosa /que una página con… espacios vacíos”) hasta algunos clichés de la temática y discurso amorosos (“Mi cuerpo era un jardín cerrado…/ tú sabías algunos de sus nombres”). Al final del camino, por sobre los reveses de una búsqueda en ciernes, brillan lo conquistado y la paciente estrella de una voz que se abre “con el gozo de la flor que sabe”.

NOTA

[1] “Los números que anteceden a los nombres de las Diosas de la Antigüedad clásica, [Palas, Ceres, Juno, Vesta], y que dan título a cada una de las secciones, forman parte de los nombres científicos de los asteroides”.

 

Mayco Osiris Ruiz (Xalapa, Veracruz, 1988). Poeta y crítico. Ha publicado en revistas como Sibila, Palimpsesto, Literal. Latin American Voices y Letras Libres. Es autor de El revés de esta luz (Taller Ditoria, 2015). Twitter: @MaycoOsirisRuiz


Posted: July 24, 2023 at 11:47 am

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