Nellie Campobello y las causas no naturales
Tanya Huntington
Sorpréndanse
no me verán triste
mi vida
es una
larga sonrisa
que llegará
hasta el cementerio
hecha hilo
de silencio.
Nellie Campobello, “Siempre” [1]
En mis dos columnas anteriores, exploré la extraña historia de cómo Nellie Campobello fue convertida por una exalumna y su marido en una especie de personaje imaginario: un fantasma en vida y luego una presencia ficticia postmortem. Claudio Fuentes Figueroa y María Cristina Belmont montaron una cortina de humo lo suficientemente sofisticada como para mantener a una figura reconocida fuera de la vista del público durante años, incluso después de su muerte casi anónima en el pueblo de Progreso de Obregón, Hidalgo, el 9 de julio de 1986. Su tumba fue descubierta por un descuido en la narrativa cada vez más estrafalaria de sus cuidadores-captores, quienes habían logrado ocultar el hecho de que Campobello ya había fallecido desde hacía más de una década. [2]
En respuesta a las demandas cada vez más insistentes de la comisión ¿Dónde está Nellie? encabezada por César Delgado Martínez, [3] Fuentes Figueroa ofreció llevar a Luis de la Barreda, el presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF), a entrevistarse con la autora –a quien se refería siempre como “mi comadre”. Aunque suspendió intempestivamente el viaje en plena carretera, alegando que había miembros de la prensa en la comitiva de la CDHDF, abrió la puerta a que un par de investigadores tenaces encontraran en un pueblo cercano pruebas de la muerte real de la autora. Sobre esa tumba casi anónima, solo había siglas: F.M.L. (Francisca Moya Luna, su nombre legal) y N.C. (Nellie Campobello, el pseudónimo que usaba). [4] Sus restos fueron trasladados después a su estado natal, Durango.
Generalmente, cuando una persona importante muere, se desata una cierta efervescencia crítica. Se ha agregado el punto final al archivo de su ser; por ende, se vuelve apremiante revisar toda su trayectoria y desarrollar a una apreciación ya no contemporánea, sino nostálgica de sus aportaciones y grandes momentos. En el caso de Campobello, al asegurar aquellos supuestos cuidadores que su muerte pasara desapercibida, le negaron los ritos funerarios que le correspondían. Negaron también esa ola de reconocimiento, el homenaje que busca alabar la grandeza de una figura y así asegurar que tenga una huella más duradera que la de una persona física.
Nunca sabremos las vejaciones que haya sufrido Nellie Campobello como persona en la última etapa de su vida. Como figura, los dos agravios centrales fueron, por un lado, su ausencia ¿forzada? del homenaje que le hicieron en vida en Bellas Artes, para el cual alegó Fuentes Figueroa que estaba indispuesta o con problemas de salud; y por otro, la ausencia de aquellas pompas fúnebres que le hubieran correspondido a la hora de su muerte y que no llegarían hasta quince años después. Además, el caso Campobello suscita otra problemática para la crítica: ¿qué se hace para cerrar el archivo biográfico de una autora y proceder con su canonización cuando no se sabe con certidumbre cómo se murió, si su muerte haya sido por causas naturales o no naturales? [5]
Si hubiera existido aquel panegírico fúnebre a Nellie Campobello, o incluso un obituario común y corriente, indicaría sin duda que ella fue muchas cosas: una gran coreógrafa, por ejemplo, y cofundadora del Ballet de la Ciudad de México. Pero quizás debido a la calidad efímera de la danza –al menos que reservemos, por ejemplo, algún estadio para se vuelva a poner en escena su ballet masivo 30-30– su aportación de aliento más duradero será la literaria, sin duda. En parte porque el trazo de las letras en el papel tiene mayor permanencia que el trazo de la danza en el aire, y en parte porque no fue una aportación cualquiera: según Juan Bautista Aguilar, autor del prólogo de sus Obras completas en el FCE, “su obra rompió con la linealidad, el costumbrismo y la concatenación de imágenes, características propias de las novelas de su época, y se volvió auténtica y contundente en su discurso y estructura. Campobello fundó una nueva forma de escribir”. [6] Para Jorge Aguilar Mora, autor del prólogo y cronología de la edición de Cartucho publicado por ERA, “el hallazgo iluminador de Campobello fue hundir la historia –la macrohistoria– en las minucias, en los rincones, en la anonimia, en los sobreentendidos, en los recintos más diminutos de la voluntad de los hacedores de esa historia. No había detalle en Campobello que no tuviera un sentido totalizador, no había instante que no fuera la grieta finísima por donde penetraba la eternidad”. [7]
Fue una escritora experta, precisamente, en relatar muertes por causas no naturales: aquellas provocadas por la lucha armada durante la Revolución de 1910. De hecho, es considerado como la primera mujer en escribir dentro del género que se ha llegado a conocer como “la novela de la revolución mexicana”, y Cartucho fue incluido por Antonio Castro Leal en su antología La novela de la Revolución Mexicana. He escrito antes sobre la importancia de este género dentro del contexto mexicano como forjador de una nueva identidad posrevolucionaria y como rito de pasaje al canon literario. En este caso, Campobello buscaba además reivindicar a los villistas, quienes habían sido descritos como bárbaros o bandidos salvajes. [8] Dentro de los relatos de Cartucho, publicado en Xalapa en 1931 y luego en una edición aumentada (con la excepción de un cuento eliminado) en 1940, se describe la violencia del conflicto armado en el norte de México no de manera maniquea, sino desde “la visión directa, objetiva, amoral, inmediata de una auténtica niña”, como señala Aguilar Mora. [9]
Uno pensaría que la muerte de un soldado carece de particularidades, o que fuera intercambiable con la de cualquier otro soldado en un sacrificio de la individualidad para bien del cuerpo colectivo. Mas la narradora perspicaz de Campobello revela las variantes sobre este tema que solo puede conocer un testigo ocular, mostrándonos no formas de muerte, precisamente, sino formas de recibir a la muerte: sin hablar, fumando un cigarro, quemados vivos, cosidos a balazos, con zapatos en la cara, desaparecidos, agarrados del ombligo, con la oreja colgando, con cinco cartuchos mohosos en las manos, ahorcados, aterrados, acompañando al amigo, enumerados, enjuiciados en Consejo de Guerra, en frente de todo el pueblo, con muleta, tratando de esconderse bajo el asiento del tren, expuestos, desgarrados por la herida, etcétera.
Quizás la muerte plasmada en Cartucho que más me llama la atención, pensando en la manera en que se confunden vida y obra, realidad y ficción en la trayectoria de su autora, sea la de la única mujer que aparece entre los Fusilados, la coronela Nacha Ceniceros, a quien Villa manda ejecutar por haber matado a un “muchacho coronel de apellido Gallardo” en un accidente que resulta bastante ambiguo. Describe Campobello el hormiguero que existe, no donde está enterrada, sino “en donde dicen que está enterrada”. Después de sembrar esa semilla de duda, revela “con la voz del que ha podido destejer una mentira” que, en realidad, Ceniceros vivía aún. [10] Ceniceros, igual que Campobello, es una mujer única. La suya es una muerte singular, por resultar ser ficticia entre tantas muertes reales; mientras que, en el caso de la muerte de la autora, una tumba anónima resultó ser auténtica, a pesar de que se había montado la ficción de que su ocupante seguía viva.
Plantea Aguilar Mora que Cartucho describe cómo los villistas, “que tal vez no poseían su vida por completo, sí asumían íntegramente su muerte como el recinto inexpugnable de su redención, como el último recurso de afirmar su humanidad ante todos los testigos de la opresión, la indiferencia, la arbitrariedad, el poder, el menosprecio. Eran desposeídos, eran la escoria, eran bandidos, pero nadie podía arrancarles el dominio sobre su modo de morir”. [11]
A la inversa, cuando sus cuidadores-captores transformaron a Nellie Campobello en un personaje ficticio, le quitaron ese dominio sobre su propia muerte. Con su perversa intervención biográfica, no solo cancelaron un rito de pasaje elemental, sino que dificultaron la sublimación entre una persona física y una figura inmortalizada de las letras. En honor a su memoria, nos corresponde a sus críticos y lectores corregir aquel tropiezo y asegurar que ese pasaje se ejecute de manera fluida y contundente, como si fuera un paso de baile.
Tanya Huntington is the author of Martín Luis Guzmán: Entre el águila y la serpiente, A Dozen Sonnets for Different Lovers, and Return. Her most recent book is Solastalgia (Almadía / UAA, 2018). She is Managing Editor of Literal. Her Twitter is @Tanya Huntington
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Notas
[1] Obra reunida de Nellie Campobello. (2007) México: FCE, 2019. 60-61.
[2] Después de que se supieron los hechos, Claudio Fuentes Figueroa, también conocido como Claudio Niño Cienfuentes, fue sentenciado a veintisiete años de prisión por el secuestro de Nellie Campobello; pero la sentencia fue revocada y fue liberado en 2001. En un acto que parece inverosímil, montaría después una exhibición de arte, la cual consistió en mostrar algunos de los efectos personales de Campobello de los que él mismo se había apropiado e intervenido.
[3] ¿Cómo levantar la denuncia de una persona desaparecida si no hay pruebas, y si la víctima no tiene parientes vivos para ejercerla? Me parece admirable que esta comisión haya logrado con su perseverancia esclarecer la verdad sobre el trágico destino de Nellie Campobello.
[4] “Nellie Campobello está muerta; el deceso ocurrió en 1986: CDHDF”, Raquel Peguero, La Jornada, 22 diciembre 1998. https://www.jornada.com.mx/1998/12/23/cul-campo.html
[5] De hecho, ¿cuántas muertes clasificadas como “naturales” no estarán teñidas de actos criminales? En el mundo anglo, cuando se enjuicia a un asesino, suele ser “el pueblo” quien representa a la víctima. ¿Será que las muertes naturales pertenecen a la res privada, mientras que las no naturales pasan a ser propiedad de la res publica?
[6] Bautista Aguilar, Juan. “Prólogo”, Obra reunida de Nellie Campobello. (2007) México: FCE, 2019. 11.
[7] Aguilar Mora, Jorge. “El silencio de Nellie Campobello”, prólogo de Cartucho de Nellie Campobello. México, ERA, 2000. 18.
[8] Nellie Campobello plasmó literariamente a los villistas, cuyo líder utilizaba el eufemismo de “acostar” a los hombres cuando los fusilaba. Me parece irónico que acabarían diciendo de ella que estaba “dormida” cuando en realidad ya se había muerto.
[9] Aguilar Mora, Jorge. “El silencio de Nellie Campobello”. 20.
[10] Campobello, Nellie. Cartucho. México: ERA, 2000. 66-67.
[11] Ibídem, 24.
Posted: September 14, 2020 at 8:22 pm