Percances de oficina
Jorge Iglesias
Si cabe alguna duda de que aún en nuestro siglo XXI hay lugar para personajes dignos de Dostoevsky y de Kafka, relatos como El oficinista, de Guillermo Saccomanno, reafi rman la trascendencia de los patéticos funcionarios creados por aquellos dos inmortales de la literatura. Aunque Saccomanno es conocido en la Argentina por sus guiones de cómics y sus cuentos, algunos de los cuales han sido llevados al cine, en el extranjero su obra no tiene aún la repercusión que han alcanzado los libros de Ricardo Piglia o las novelas breves de César Aira. La publicación de El oficinista, que obtuvo el Premio Biblioteca Breve 2010, seguramente contribuirá a remediar esta situación.
Ambientada en una ciudad que tanto puede ser Buenos Aires como cualquier otra zona metropolitana del mundo, la acción parece transcurrir en un futuro cercano en el que la lluvia es ácida y los animales, como en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, son fabricados. La paranoia generalizada, los atentados terroristas y el estado de emergencia, sin embargo, devuelven al lector tanto al pasado de las dictaduras como al presente de la inseguridad y la violencia atroz. Se trata de la atmósfera inestable que explora Onetti en Para esta noche, pero también de la decadencia urbana de Blade Runner y el infierno neoburocrático de Brazil. Los personajes permanecen anónimos y se identifican por la función que cumplen: el jefe, la secretaria, el ofi cinista del título. Rengo, paranoico y atormentado, digno de las más sombrías páginas de Arlt, de Onetti y de Sábato, el protagonista se esmera en el trabajo durante el día para no ser despedido, y por la noche regresa a su hogar, donde lo espera una esposa obesa y sádica y los no menos grotescos niños que componen su “cría”. Hasta que entra en escena la secretaria…
Ajustándose a los parámetros narrativos del género de la novela breve, El oficinista es el retrato sobrecogedor de un hombre convertido en engranaje. Capítulos cortos, situaciones que se repiten, oraciones chocantes que no por eso dejan de ser poéticas. Saccomanno utiliza piezas pequeñas, pero una vez completo el mosaico la imagen se revela con una claridad despiadada: un mundo en el que no hay lugar para el amor ni para la inocencia, donde la prioridad es sobrevivir aunque esto implique la destrucción del prójimo. Lejos de restar credibilidad a la situación, la ambigüedad de tiempo y espacio otorga a la acción un carácter universal. En una época en que tantos falsos profetas proclaman el fin del realismo, el relato de Saccomanno es otro testimonio de que, a pesar de sus chistes y sus trucos, el postmodernismo no descarta por completo a los personajes verosímiles. Al ingresar a la jungla urbana de El oficinista, de hecho, el mayor riesgo que corre el lector no es el de simpatizar con los personajes sino el de sentirse identifi cado con ellos. Postmodernismo, realismo y futurismo conviven en esta intensa novela breve que engaña con su aparente simplicidad. Detrás del estilo informal y del vocabulario cotidiano se esconde en toda su complejidad la consciencia de un hombre desesperado por escapar del laberinto urbano. Sin perder de vista el hoy y el ayer, Saccomanno se atreve a mostrar una alarmante versión de lo que puede llegar a ser el mañana. Este futuro, como suele ocurrir, se parece bastante al pasado y mucho más al presente.
Posted: May 21, 2012 at 9:22 pm