¿Qué fue de Al Qaeda?
Andrés Ortiz Moyano
El reciente aniversario de la masacre del 11S (18 años, toda una vida ya) es propicio tanto para recordar el ominoso y cobarde ataque como para analizar en qué punto estamos en esa tan cacareada lucha contra el terror.
La información y el rigor periodístico sobre terrorismo, especialmente el yihadista, tiene como riesgo intrínseco para su precisión el prisma forzoso del lector, quien, por defecto y sin que podamos culparle por ello, calibra la intensidad de la amenaza terrorista en función del número de ataques en tierra propia. En este sentido, no son pocos los receptores que sentencian la situación actual en occidente con un triunfante: “Ahora está tranquila la cosa”. Alivio provocado por el simple, mas engañoso hecho, de que no se haya registrado ningún ataque en París, Berlín o San Francisco (da igual la ciudad, ponga la suya misma, amigo occidental). Poco le importa que la actividad del Yihad campe a sus anchas en los bosques nigerianos, en los eriales de Kabul o en las costas somalíes, donde el conteo semanal de víctimas es escalofriante.
Es también recurrente en los últimos años esa otra versión, nacida en aquellos tiempos en los que el Estado Islámico (llámese ISIS, llámese ISIL, llámese Daesh) copaba todos los titulares de medio mundo y la mitad del otro; la misma reza: “Al Qaeda, los de Ben Laden, ya no salen, deben de estar de capa caída”. Y el politólogo diplomado en la escuela de Twitterlandia se queda tan a gusto.
Pero lo cierto es que, aunque veamos una notable candidez en este tipo de valoraciones, no deja de ser tremendamente humano reducir el análisis complejo hasta casi el absurdo, más aún cuando lo que manejamos nos da miedo, nos aterra. En verdad es lógico. Dumas decía que no hace falta conocer el peligro para tener miedo; de hecho, los peligros desconocidos son los que inspiran más temor.
Así pues, la pregunta que corona este artículo es el epítome exacto para definir cómo gestionamos, asumimos, y rechazamos la cruda realidad del terrorismo islámico que, si no ataca en suelo occidental, es que, asumimos gustosos, que está en horas bajas. A pesar de que la realidad es terriblemente opuesta. Tampoco es razonable caer en teorías alarmistas o conspirativas, sino más bien aferrarse al fiable, clásico y aburrido periodismo de datos.
Y en este sentido, el propio caso de Al Qaeda es paradigmático. Como se decía en aquella extraordinaria película Sospechosos habituales (Bryan Singer, 1995): el gran logro del diablo es hacernos creer que no existe. Aunque es cierto que, tras las barbaries del propio 11S (3016 muertos), el 11M de Madrid (193 muertos) o el 7J de Londres (56 muertos), no se han registrado en occidente ningún otro atentado espectacular y efectista por parte de este grupo terrorista, aceptando esta descripción quizás frívola, lo que puede llevar al error de considerar que la magnitud de la amenaza es menor.
Más aún, en los últimos años, ya del todo presos por la vertiginosidad de las redes sociales y el teléfono móvil ultrainteligente, el auge fulgurante de ISIS, decíamos, relevó a un segundo plano mediático a Al Qaeda. Y ciertamente, le ocasionó problemas como un trasvase notable de simpatizantes y controversias dentro del yihadismo global, pues no olvidemos que Daesh nació de una rama escindida de Al Qaeda en Irak.
Por ello, resulta sorprendente para cierta audiencia ser informada de que Al Qaeda es hoy, 18 años después del día que lo cambió todo, mucho más fuerte y peligrosa que entonces.
En primer lugar, a diferencia de otros movimientos, Al Qaeda sobrevivió a su creador. Incluso mucho antes de que muriera abatido por los SEALS estadounidenses en su madriguera de Abbottabad (Pakistán) en el ya muy lejano 2011. A modo de empresa estructurada y eficaz, ha ido solventando los problemas, algunos de enorme magnitud, que se le han ido presentando. Desde el difícil nuevo liderazgo del médico egipcio Ayman al Zawahiri (con mucho menos carisma que Osama y visto con recelo por los terroristas saudíes) hasta la creciente efectividad de los estados en la lucha antiterrorista, pasando por la competición directa con otros grupos yihadistas.
Por otro lado, las cifras que manejan los centros de inteligencia y seguridad indican que Al Qaeda cuenta hoy con unos 40.000 miembros más que cuando perpetró el 11S. Individuos que, a diferencia de otros grupos terroristas, suelen ser de un perfil más profesionalizado y competente.
En cuanto al punto de vista geográfico, Al Qaeda también se expande por varios puntos del norte y este de África, el Sahel, Afganistán, los estados del Golfo Pérsico, Asia central y, por supuesto, Oriente Medio. En algunos casos, controlando de facto territorios en los que hace las veces de gobernante. En este sentido, no hay que ser tampoco un lince para deducir que el avispero incendiado que es ahora mismo Siria se traducirá en un caldo de cultivo excelente para el crecimiento de este tipo de grupos.
Pero, ¿puede volver a atacar Al Qaeda en occidente? Esta pregunta trampa quizás sea la más demandada por el lector. Obviando el debate de si los intereses occidentales en el extranjero pueden considerarse bajo tal topónimo, lo cierto es que, en materia de seguridad y defensa, absolutamente ninguna medida ni ningún exitoso cúmulo de entramados estatales de defensa garantiza el 100% de efectividad. Valga como ejemplo el atentado de Barcelona en 2017 (16 muertos, aunque ejecutado por ISIS) en España, uno de los países más eficaces a nivel mundial en la lucha antiterrorista y con unas cifras de prevención de ataques abrumadoramente mayor que en otros estados occidentales.
Esta realidad supone un problema añadido con la propia evolución del terrorismo yihadista. En pocas décadas hemos pasado del terrorismo que podríamos considerarlo paramilitar (es decir, organizado en base a células bien entrenadas y con experiencia en combate en la mayoría de ocasiones), a otro tipo de amenaza que podríamos considerar low cost. Una modalidad en la que, al césar lo que es del césar, el Estado Islámico se ha encargado de pregonar con maestría y que otros grupos, AQ incluido, ha adoptado con éxito. Ese terrorismo, menos efectista pero igualmente eficaz, es el verdadero responsable de la psicosis del terror que vivimos en nuestros días. Recuerden San Bernardino, Boston, Niza o Manchester.
Así pues, si el mismo terrorismo islámico es un fenómeno complejo en continua evolución, el análisis concreto sobre la capacidad de AQ nos lleva a la forzosa conclusión de que bajar la guardia frente al legado de Ben Laden sería tan insensato como temerario. No es que Al Qaeda “haya vuelto”; es que nunca se fue. E infravalorar esta amenaza con políticas erráticas tanto en nuestros territorios como en lejanos rincones de este hiperconectado mundo sería una negligencia intolerable en esta larga, dolorosa pero necesaria lucha contra el terror.
Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetas. Claves de la propaganda yihadista, #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy
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Posted: October 29, 2019 at 10:03 pm