Rodrigo Hasbún: construir, desplazarse, crear
Gisela Heffes
Gisela Heffes
• Texto leído en la presentación del libro Las palabras [textos de ocasión], de Rodrigo Hasbún, editado en 2018 por Literal Publishing en su colección (Dis)locados. El acto se realizó en Brazos Bookstore, Houston, 20 de mayo de 2019.
Es un honor presentar este libro de Rodrigo Hasbún. Es un honor por tres razones diferentes, y por esto mismo, podría decir que es un triple honor. Las tres razones son igualmente importantes para mí, de manera que el orden en que las presente no se corresponderá con una jerarquía de importancia. Como en matemática, en este caso, el orden no altera el producto.
Entonces, ¿por dónde empezar? Quizá, para que puedan entender a lo que me voy a referir luego, urja primero explicarles de qué se trata este libro. Como bien lo señala el título, el libro está compuesto por palabras, lo que es una obviedad, pero asimismo por textos de ocasión, lo cual es menos obvio. Se trata de doce textos que Rodrigo ha escrito para diferentes ocasiones (y diferentes escenarios geográficos), desde centenarios de nacimientos, a textos que se enfocan en experiencias personales e íntimas, en pequeños retratos de escritores y artistas, o en sus preferencias literarias y estéticas. Lo que comparten o tienen en común todos estos textos es que, al menos en apariencia, han sido comisionados por una revista, un editor o editora, un curador o curadora, o alguna institución cultural y/o literaria. Así, estos textos de ocasión, como certeramente señala el título, pueden ser leídos como textos inconexos entre sí: textos que construyen constelaciones propias, palabras agrupadas que irradian autónomamente. Sin embargo, también ocurre que en algunos casos encontramos superposiciones. Mejor dicho, interconexiones. Es con esto último que voy a introducir la primera de todas las razones que acabo de mencionar. Se trata de una suerte de duplicación feliz, y ésta es la notable referencia a una autora extraordinaria, como lo es la italiana Natalia Ginzburg.
Esta razón, que es la número uno, me toca en lo más hondo como también escritora de ficción. Con increíble sorpresa encuentro que el segundo artículo del apartado número dos se titula “Las grandes virtudes de Natalia Ginzburg”. No voy a referirme a sus virtudes, claro está, para eso tendrán que leer todo el texto (¿y no es acaso éste el propósito de nuestro encuentro? ¿invitarlos a leerlo?). El otro ensayo en el que aparece la escritora italiana se titula “Una lección perdurable”. En ambos, Rodrigo refiere a Ginzburg como a una autora que lo ha influido y ha tenido un impacto significativo en su formación de escritor. Estas revelaciones no son, al menos para mí, sino una feliz coincidencia, ya que también Ginzburg ha tenido una gran influencia en mi propio trabajo como escritora. Natalia Ginzburg es, hay que decirlo así, una autora entrañable. Dos de sus novelas, Querido Miguel (Caro Michele, 1973) y La ciudad y la casa (La città e la casa, 1984), me han afectado por esa capacidad tan suya de poetizar a partir del encuentro con lo cotidiano. Son los grandes episodios vistos o, mejor dicho, narrados, a través de una lente íntima, casi recóndita. La leí antes de venirme a vivir a EE.UU., y a tal punto me enamoré de su escritura que con mi amiga, la también escritora Melina Knoll, inventamos un adjetivo para definir aquel estilo irreproducible: cuando nos leíamos entre nosotras, alguna siempre intervenía con el siguiente comentario: “Gi, pero eso es re-natalie”, o yo comentaría, “¿viste este cuento? Es super nataliesco”. Así nos había pegado Natalia Ginzburg. Eran formas de definir ese estilo tan particular que Rodrigo no sólo intenta rescatar del olvido, sino que, más aún, ha sabido homenajear en sus dos textos, de una manera tan precisa, lírica y elocuente que invita al lector a buscarla, a leerla y, sobretodo, a apropiársela. Porque leer a Natalia Ginzburg, y leerla a través de la lectura que nos ofrece Rodrigo, es leer las cosas de manera diferente, desde una perspectiva casi oblicua, de costado o, como leemos en “Una lección perdurable”, porque “las historias están ahí por sobre todo para devolvernos el amor por la vida”.
La segunda razón por la que es un honor estar aquí me toca como co-iniciadora y co-fundadora de un proyecto que lanzamos con Rose Mary Salum, y que es el de la colección (Dis)locados. Esta colección, en la que se encuentra Las palabras de Rodrigo, consiste en un proyecto que se originó en el año 2011, y que respondió a tres necesidades inaplazables:
• La primera, es que era evidente que existe una generación de escritores hispanoamericanos que está produciendo su obra en EEUU, y en su gran mayoría en español. Esta generación no puede ser definida por parámetros tradicionales como edad o nacionalidad. Yo diría que esta generación se define más específicamente por provenir de América Latina o España, por vivir aquí, y por continuar su obra en su lengua de origen.
• La segunda, es que la obra de estos escritores no había sido reunida en este sentido, es decir, como perteneciente a una generación que emerge en un contexto histórico particular; reunirlos en una colección que subraye los elementos en común que comparten entre sí, por lo tanto, les ofrece visibilidad y reconocimiento.
• Y tercera, que estas obras, a su vez, se constituyen en un patrimonio cultural que no sólo pertenece a la literatura hispanoamericana, sino que excede sus bordes y deviene una literatura transfronteriza.
No sólo el libro de Rodrigo se inscribe en este marco, sino que él mismo lo dice, de manera tangencial, en su texto de apertura, “Buenas tardes a las cosas de aquí abajo”. Aquí alude a la movilidad de vivir de casa en casa, lo que homologa con la experiencia de escribir. Ese desplazamiento espacial, que lo lleva de un lugar a otro, se hace más visible, o adquiere una dimensión más trascendental, en sus “Notas para una ponencia” –ponencia que, vale la pena aclarar, tuve la suerte de compartir en Austin, Texas. En estas notas señala, contundente, algo que a mí, al menos, me llegó muy de cerca: “todos mis sueños suceden en Cochabamba”. Esta confesión, así la llama Rodrigo, es clave. Porque, al fin y al cabo, ¿con qué lugar soñamos los que nos vamos? Y, más aún, ¿en qué lengua? Estas y otras preguntas son abordadas en los textos de Rodrigo, como así también nuevos e impensados interrogantes.
El tercer honor es académico. A la profesora universitaria que soy, le fascinaron estos textos iluminadores que, hay que decirlo, irradian por momentos más que muchos artículos académicos que he leído. El texto “Trazar un mapa imposible, en el aire” rastrea con admirable lucidez las tendencias literarias de las últimas décadas. Aquí Rodrigo no intenta plasmar nombres y secuencias, registros o regímenes, en un mapa fijo y cerrado, una cartografía cuyas fronteras se basan en una modalidad de inclusión y exclusión. No. Rodrigo aquí intenta lo contrario: rastrea líneas de encuentros y fugas, convergencias, diálogos y diferencias, encuentra tendencias, pero eso es lo que son, tendencias. No clausura, sino inaugura. ¿Qué inaugura? Nuevas posibilidades de leer la literatura local y global. Nuevas formas de pensar en la tarea de escribir. Modos alternativos de pensarnos a nosotros mismos en relación a la lectura pero, y sobre todo, a la escritura. Este libro de Rodrigo, en suma, es una colección de pequeñas joyas. El lector no se sentirá defraudado al atravesar sus páginas y sentir, entre estas palabras de ocasión, que muchas veces las reflexiones que aquí aparecen nos cautivan, nos seducen, y nos llevan por pasajes en los que no habíamos transitado antes, modos de leer o pensar, de relacionarnos con nosotros mismos y, más que nada, con esa gran vastedad que es el resto del mundo.
Ante de concluir me gustaría agregar algo más: Las palabras abren y cierran con la idea de movilidad (casas y escritura al comienzo, libros y ladrillos al final). Construir, desplazarse, crear. Los textos no han sido elegidos en un orden arbitrario. Por el contrario, se corresponden con un estilo que es, a su vez, recurrente en los textos mismos. Me refiero a la circularidad. Abren y cierran de manera que abordan o re-abordan aquella temática lanzada al inicio. Pero el cierre no es una repetición, ni mucho menos. Es un regreso diferente. Porque la lectura es una experiencia, un proceso revelador a partir y a través del cual revisamos aquellos puntos de vista desde una nueva óptica. Una lente desconocida, se podría proponer, fluida, pero también positiva y, sobre todo, prometedora.
Gisela Heffes ha escrito Políticas de la destrucción / Poéticas de la preservación (Beatriz Viterbo, 2013), Utopías urbanas: geopolíticas del deseo en América Latina (Vervuert Verlag, 2013), Poéticas de los (dis)locamientos (Literal Publishing, 2012), Las ciudades imaginarias en la literatura latinoamericana (Beatriz Viterbo, 2008), entre otros.
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Posted: June 30, 2019 at 9:19 pm