Fiction
POR DESOBEDECER A SUS PADRES (ALFAGUARA, 2022)

POR DESOBEDECER A SUS PADRES (ALFAGUARA, 2022)

Ana Clavel

“¿Ya te diste cuenta que Darío Epifanio te está pidiendo que lo saques a la luz, que cuentes su historia? —me dijo Sandra cuando volvimos a encontrarnos, días después de terminar el primer relato con el que me acerqué a la sombra de San G.Alicia—. A partir de ahí empecé a indagar, a preguntar, a buscar. Sabía que el texto previo era una historia in crescendo. No me daba cuenta en aquel momento, pero me esperaba toda una labor detectivesca: ir tras el rastro de Darío G.Alicia. Porque tan pronto me recuperé del encontronazo del Metro que me lo trajo a la memoria y a la ficción, tuve que reconocer que aquel hombre que guiaba en el vagón a la mujer cantante de “Amor eterno”, sólo había deambulado por mi cabeza.

¿Cómo era Ernesto San G.Alicia antes de la operación cerebral? Todos los testimonios coinciden en que era una reina, un dandy, un seductor que extendía sus encantos y elegía en quienes posar su mirada y su favor. Que solía ser irónico hasta el sarcasmo, con una inteligencia aguda proclive a las batallas de inteligencia y juegos de palabras, pero también con una ternura y una delicadeza tales, que provocaba la adhesión o el rechazo automáticos. No fueron pocos quienes lo comparaban con Oscar Wilde.

Ignoro si leyó Demian, la novelita de iniciación y crecimiento de Hesse tan socorrida entre adolescentes. En todo caso llevó a la práctica su divisa: “Para nacer hay que destruir un mundo”. Esa necesidad lo emparentó con los infrarrealistas, también conocidos como los infravisceralistas por la novela de Belano, o los inframentales como les decía con sarcasmo Monseñorsiváis. Pero no fue Epifanio quien los buscó. La permanente actitud desafiante, el desdén con que podía tratar a quienes no consideraba a su nivel, su cultura y dominio del inglés, lo hicieron presa codiciable para un Beleño ávido de reclutas cuando por fin dio a luz a su grupo. Se conocieron años antes, no sé si en los pasillos de Filosofía y Letras o en el afamado Café Habana, pero estoy segura que G.Alicia sólo vio en Roberto a un fideo con greñas, un muchacho tan enclenque, espiritipitifláutico, con los lentes de topo y pasta gruesa que eran escudos y telescopios a la vez. Percibió en él una sagacidad agazapada tras la maraña de despiste y timidez. A Darío Epifanio incluso debió de recordarle a alguien pero en ese momento no habría precisado decir a quién. Una confusión que yo misma tuve al ver la foto de los tres muchachos que saltaban alegres, pensando que el personaje central era Ernesto San G.Alicia en la época en que yo no lo conocí, antes de la operación. Lo que sí, ese Roberto Beleño de los primeros encuentros tenía un aire andrógino, casi femenino, con sus pantalones entallados, la cinturita breve, los huesos de la pelvis que apuntalaban una cresta de Ilión demasiado evidente, una melena a los hombros que desde atrás se antojaba anillar entre los dedos, estrujarla y olerla por adivinar si aún persistía el resabio floral del champú o si se había extinguido después de varios días de falta de baño. O si una mezcla de ambos resultaba en el tufillo orgánico pero también penetrante que obligó a Epifanio a posar su mirada de cazador de insectos por segunda vez en el extraño espécimen. Para entonces hizo su aparición atronadora cual Hades revolucionario el poeta Ulises Santiago, amigo desde los tiempos de la preparatoria, y los presentó. Recordó que días antes le había contado del muchacho chileno tan incendiario como Santiago mismo, que como él quería renovar la poesía latinoamericana dinamitándola. Ernesto Epifanio San G.Alicia echó de nuevo un vistazo a ese espagueti-western-chileno delicado y calculador, y entonces lo supo: que Beleñito se iba a llevar a todos por delante. Que su ambición creadora era tan avasallante como su precocidad intelectual y su desengaño vital. Ambos tenían entonces veinte años.

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Sus amigos cuentan una y otra vez cómo paladeaba jugar con los nombres. Seguro, nada más por joder, le habrá dicho: Beto Boladeaños, Robertito Boladeanos —porque ah… cómo era calenturiento el muchacho—, y luego ya instalado en el goce verbal: Belanos, Beltenebros, Belcul, Becult. Y por supuesto, Beleño. Me encantan las posibilidades semánticas implícitas en este último término pues el beleño negro es una planta llamada también “hierba loca”, adormidera, conocida desde los tiempos del alto Egipto, que se usaba como poción mágica, afrodisiaca y curativa. También la empleaban para aliviar los sufrimientos de los sentenciados a tortura y muerte, ya que mitiga el dolor, induciendo un estado de completa inconciencia. El médico Avicena describió sus efectos de un modo muy pintoresco: “Los que la consumen, se salen del sentido, creen que les azotan todo el cuerpo, tartamudean, rebuznan como asnos y relinchan como caballos”. Otras descripciones señalan que quienes han experimentado una intoxicación con beleño sienten presión en la cabeza, la sensación de que alguien les cierra los párpados por la fuerza; la vista se vuelve poco clara, la forma de los objetos se distorsiona, y presentan alucinaciones visuales, gustativas y olfativas muy extrañas. El sueño o viaje, saturado por estas alucinaciones, termina con la embriaguez.

Ignoro si alguna vez Darío Epifanio le dijo de ese modo, pero sonrío al recordar el efecto salvaje de la literatura de Beleño en sus fans, que se vuelven adeptos alucinados por ese gran sueño de la imaginación solipsista que es la obra del autor chileno. Por eso me gusta tanto decirle “Roberto Beleño”. Y me sonrío e  imagino la sonrisa de Darío con un dejo de “tenga para que se entretenga”, como cuando ponía a Bolañito —así le decía Alcira de cariño— en su lugar.

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*Estos fragmentos pertenecen al libro Por desobedecer a sus padres (Alfaguara, 2022) de Ana Clavel y se puede adquirir aquí.

 

Ana V. Clavel es escritora e investigadora. Ha obtenido diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen 1991 por su obra Amorosos de Atar y el Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional, por su obra Las violetas son flores del deseo (2007).  Es autora de Territorio Lolita, Ensayo sobre las ninfas (2017), El amor es hambre (2015), El dibujante de sombras (2009) y Las ninfas a veces sonríen (2013), entre otros. Su Twitter es @anaclavel99

 

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Posted: September 8, 2022 at 11:00 pm

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