Una marioneta problema Sobre Pinocho, de Francisco Toledo
Tanya Huntington
I
Los niños abandonados se pierden en la selva negra, mientras unos desconocidos monstruosos los acechan con intenciones asesinas. Ese tipo de argumento, que hallamos en cuentos tan diversos como “Hansel y Gretel” o “Blancanieves”, es considerado hoy día más adecuado para una película de horror que para el consumo infantil.
De allí que en su Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Bruno Bettelheim entabló desde el siglo pasado una defensa de los beneficios derivados de los cuentos de hadas, a pesar de sus momentos oscuros.
Su tesis era que estos cuentos nos brindan un sentido más profundo a la vida. No sólo porque estimulan nuestra imaginación, sino porque nos permiten reconocer retos u obstáculos diversos y sugieren estrategias y soluciones para enfrentarlos: empujar a la bruja al horno; o bien, confiar en la generosidad de unos enanos.
Bettelheim postulaba que los cuentos de hadas dan crédito a los conflictos de los niños en lugar de disminuirlos, estimulando así su confianza en sí mismos. Allí se reconocen sus impulsos más oscuros: “sus ansiedades desconocidas y sin forma, y sus caóticas, airadas e incluso violentas fantasías”.
Porque no sólo lo agradable y aceptable nos revela el sentido profundo de la vida. No siempre (ni siquiera lo queremos así) somos buenos, obedientes, desinteresados. Siendo niños, en ocasiones se nos antoja mucho más insultar a nuestras figuras de autoridad; golpearlas, mentirles, fugarnos. No ser sus marionetas. Liberarnos de nuestros hilos.
II
Bettelheim no menciona a Pinocho en su defensa de los cuentos de hadas porque no entra en esta categoría. Los cuentos compilados por los hermanos Grimm habían existido en múltiples versiones durante siglos, mientras que Pinocho fue animado por un solo hombre; no Geppetto, sino Carlo Collodi, en 1883.
Para entender la manera en que Pinocho puede brindar aquel sentido más profundo a la vida, tenemos que hacer primero un ejercicio colectivo: borrar de nuestras mentes la versión creada por Walt Disney en 1940. No porque no tenga dibujos realmente preciosos o canciones pegajosas. Sino porque lija demasiado las aristas del personaje. El protagonista cinematográfico enfrenta los mismos obstáculos (pérdida del padre, tráfico infantil). Y sí, miente a veces o toma malas decisiones pero su conducta es francamente ejemplar comparada con la de su antecedente literario.
En la versión original y desde los primeros capítulos se nota que Pinocho va a ser, digamos, una marioneta problema. Lo primero que talla Geppetto es su nariz, que comienza a crecer de inmediato. En seguida la boca, que lo empieza a insultar. Luego la mano, que le quita la peluca. Después la pierna, que lo patea. En cuanto Pinocho puede se da a la fuga antes de que su padre alcance a darle un jalón de orejas (porque no las ha terminado todavía.)
En otro ejemplo, Pinocho mata al grillo de un martillazo tras su primer encuentro porque éste lo comenzó a regañar: “a los niños malos no les gusta ser corregidos por los que saben más que ellos”. De hecho, creo que por eso Collodi plasmó al regaño adulto como un grillo: es monótono y, sobretodo, repetitivo: cri cri, cri cri, cri cri.
Es a este personaje –y no a su caricatura cinematográfica– que está siendo fiel Francisco Toledo en su soberbia serie de retratos. Rescata del olvido a los conejos negros cargando su ataúd o a la caracola que (ocasionalmente) le abre la puerta. También lo interpreta y lleva a otro nivel porque, en el texto original, Geppetto no planta a la marioneta desmembrada en un conjunto de macetas, donde comienza a florecer. Psicoanalizar a Pinocho no es difícil –hay material abundante, y Francisco Toledo lo reconoce en sus retratos. Su sexualización de la marioneta es un ejemplo: la nariz es un símbolo fálico, y crece con, digamos, ciertos estímulos. Así que ponerle un pene es del todo coherente.
Pinocho representa también cierta ambigüedad existencial: el niño se pregunta, ¿en qué medida soy como los demás objetos? ¿Cómo aprendo a distinguir entre el bien y el mal? ¿A actuar bien? ¿A curarme de aquella “fiebre de burro” que me impulsa a jugar en lugar de trabajar, a vivir en lugar de aprender?
Pero se me antoja más bien explorar otra veta, una que se me ocurrió viendo el “Pinocho artista” de 2007, en que la marioneta es un pintor, retratando a su grillesca conciencia. De hecho, este conjunto de obras de Francisco Toledo me invita a pensar en Pinocho como una metáfora de la creación artística. Esa manera en que las obras que creamos son, por antonomasia, mentiras de narices largas. Me refiero aquí a la mímesis, que recrea la realidad sin sustituirla. Como diría Magritte y por mucho que su obra se parezca a una pipa, “Ceci n’est pas une pipe”. De igual manera, esa marioneta no es un niño travieso, por mucho que se porta como tal. Y nunca llegará a ser un niño de verdad. Pero sucede algo que en el arte nos seduce contnuamente: las obras dejan de ser propiedad del autor, cobran vida propia y lo superan. Su función es ser libres, salir de nuestras manos y fugarse para explorar nuevos terrenos, custodiados por seres ajenos.
Como lectores y espectadores nos apropiamos de la creación de Collodi, también de aquellas vertientes que hoy son parte de la creación de Toledo.
III
Collodi murió sin saber que Pinocho se volvería una figura icónica cuyas aventuras lo llevarían hasta Hollywood o hasta Oaxaca. Lo cual sucedió en parte porque su entorno y los obstáculos que enfrenta perduran. Collodi escribe sobre jueces que son monos y encarcelan a los inocentes. Sobre gatos y zorros que se revelan como asesinos encapuchados abusando de la inocencia ajena para estafarla y enriquecerse, dejando a sus víctimas colgados de los árboles. Sobre presos que son liberados por un capricho del cacique local. Sobre ni-nis sin perspectivas laborales o académicos que son reclutados por traficantes para luego convertirlos no sólo en burros sino en carne de cañón. Lo que tal vez no existe en nuestra realidad son las hadas de pelo turquesa que están eternamente dispuestas a rescatarnos y querernos, a pesar de nuestros infinitos defectos. Lástima. Pero siempre podemos fugarnos para buscarlas en los bosques del arte, que es donde habitan.
• Texto leído en la presentación de Pinocho, de Francisco Toledo
Tanya Huntington is a contributing writer at Literal. Follow her on Twitter at @TanyaHuntington.
Posted: April 27, 2013 at 4:27 pm