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Viaje al mundo de los antivacunas

Viaje al mundo de los antivacunas

Alejandro Badillo

No es un fenómeno de aparición reciente, sin embargo, el negacionismo –en sus diferentes variantes– ha cobrado una fuerza inusitada a raíz de la pandemia del Covid-19. Los grupos que niegan la evidencia científica y propagan diversas teorías de la conspiración pueden causar risa por sus extravagancias, sin embargo, su creciente protagonismo en los medios de comunicación y, últimamente, manifestándose en las calles, indica que estamos ante un movimiento que no es pasajero y que tiende a reclutar a más adeptos. Las personas que en distintos países marchan contra las restricciones sanitarias alegando que somos víctimas de un terrible experimento social, un “nuevo orden mundial” que pretende despojarnos de nuestras libertades, no deberían ser vistas –para emplear una analogía médica– como una enfermedad a erradicar sino como un síntoma de una crisis estructural.

Una de las primeras pistas para tratar de explicar el movimiento antivacunas, es la desconfianza creciente en el llamado “gobierno de los expertos”. La sociedad global ha privilegiado, desde hace mucho, la técnica. La política se ha subordinado a ella. El problema es que la tecnocracia no es necesariamente neutral y, tampoco, democrática. Las decisiones de los expertos, en la mayoría de los casos, se imponen a la ciudadanía con la promesa del bienestar social. Sin embargo, ¿qué pasa cuando esos resultados no llegan o, peor aún, sólo benefician a una minoría? La crisis climática y el aumento en la desigualdad, por poner dos ejemplos claros, son fruto del gobierno de los expertos. ¿Cómo convencer de que las decisiones han sido las correctas cuando la realidad las desmiente todos los días en los periódicos y en el día a día de millones de personas? Los que carecen de credenciales académicas no tienen oportunidad de ejercer ningún contrapeso efectivo a los dictados de la élite tecnocrática. Por si fuera poco, son ridiculizados en los medios y acusados por los expertos de actuar emocionalmente, ya que el conocimiento al parecer, sólo se puede encontrar en el aula de una universidad o en un diploma de posgrado.   

En el caso de las vacunas hay una historia incómoda que, seguramente, no aparece en las consignas de los inconformes por las restricciones a los no inmunizados, pero que forma parte del fondo del problema. En Vacunas: Verdades, mentiras y controversia, Peter Gøtzsche, biólogo profesor de la Universidad de Copenhague (publicado en español por la editorial Capitán Swing) hace un repaso pormenorizado de varios conflictos de interés que han rodeado a los grandes laboratorios y farmacéuticas. La lista es larga: estudios sesgados, conflicto de intereses, vacunas como la del Virus del Papiloma Humano o la de la influenza que se aplican indiscriminadamente sin hacer un cálculo correcto de riesgos por rango de edad. Los efectos secundarios del arsenal químico que venden las farmacéuticas es encubierto con un lenguaje críptico y cualquier científico que critique esto es tachado de charlatán o de cómplice de aquellos que niegan la ciencia como le sucedió, precisamente, a Gøtzsche. El filósofo Ivan Ilich ya lo había advertido con claridad en Némesis Médica, libro publicado en 1976. Usando una gran cantidad de información y estudios, Ilich muestra cómo la medicina se ha vuelto un campo en el que no se privilegia el bien común y el paciente es visto como un consumidor o, peor aún, un miembro improductivo de una sociedad que busca el máximo rendimiento. El engranaje médico convierte al doctor en una pieza más de un sistema que deshumaniza la enfermedad y el dolor.   

¿Tendrán esta información las personas que se manifiestan en Europa? Muchos no. En tiempos de las noticias falsas y la manipulación mediática, los antivacunas parecen un rehén más de la psicosis y la necesidad de buscar un culpable de la pandemia. Los villanos favoritos son los magnates George Soros y Bill Gates. A pesar de esta característica común, los negacionistas adoptan teorías cada vez más eclécticas y contradictorias. Por un lado, tenemos a los creyentes en diversos tipos de terapias alternativas que atribuyen cualquier enfermedad a un proceso emocional que se soluciona por sí mismo o ayudado por médicos que ejercen como psicólogos improvisados. También existen antivacunas que se alinean a los movimientos neoconservadores que ganan fuerza en muchos lugares del mundo. Para ellos, la medicina convencional y las vacunas son parte de la tiranía que impone la globalización. Si se autoriza un confinamiento, la derecha del siglo XXI –preocupada por la desaceleración de la economía y la afectación a los empresarios– llama a ejercer la libertad, salir a las calles, enfrentar al gobierno y rebelarse contra los cubrebocas. Abajo el estatu quo aunque la opción para muchos sea la nueva derecha que, por desgracia, se ha apropiado del discurso radical. Más allá de esto, los perdedores del neoliberalismo y del libre mercado encuentran, en las vacunas, el chivo expiatorio ideal para cobrar la continua erosión social que los empobrece y los violenta. Si a esto le sumamos las medidas draconianas que han impuesto varios países de Europa, tenemos un escenario ideal para practicar diferentes tipos de resistencia.     

A pesar de este escenario complejo, el gobierno de los expertos y los medios que amplifican su narrativa, insisten en caricaturizar a los antivacunas. Al igual que sucede con el “populismo”, otro de sus enemigos favoritos, recurren a lo emocional como único diagnóstico de un fenómeno que apenas entienden. Para ellos, los negacionistas así como los votantes de los partidos radicales, son sujetos sin voluntad y, sobre todo, sin ningún motivo válido para rebelarse. Como asumen que no tiene ningún fallo la sociedad tecnocrática que han erigido a nuestro alrededor, terminan por creer que los demás han dejado de ver la realidad de las cosas. Por supuesto, el movimiento antivacunas renuncia a cualquier prueba científica ya que todo, absolutamente todo forma parte de un complot, sin embargo, la élite que ha dirigido el destino del planeta durante las últimas décadas ha renunciado, a su manera, a la verdad. Ante los hechos irrefutables sobre la crisis climática y el modelo económico que la provoca, asumen –sin ninguna prueba convincente– que un milagro tecnológico solucionará el problema sin cambiar el paradigma que los beneficia. Ante la desigualdad creciente, siguen despolitizando a la economía y volviéndola un ente abstracto que mercantiliza a personas y naturaleza. Existen, entonces, dos espejismos o dos renuncias a la realidad. En la segunda década del siglo XXI tenemos a los nuevos fraticelli, los herejes de la Edad Media que denunciaban –con su estilo de vida y su locura– la corrupción de la Iglesia Romana. Por otro lado, tenemos a los técnicos del mundo que, como los bizantinos del siglo XV, estaban ensimismados en sus abstracciones y cada vez más alejados de la realidad, mientras el Imperio Otomano se acercaba para conquistarlos. 

 

Alejandro Badillo, es escritor y crítico literario. Es autor de Ella sigue dormida, Tolvaneras, Vidas volátiles, La mujer de los macacos, La Herrumbre y las Huellas. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Ha sido reconocido con el Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela. Su Twitter es @alebadilloc

 

 

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Posted: December 9, 2021 at 8:22 pm

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