Carta a Malva Flores, sobre poesía, poetas y cantos
Gerardo Cárdenas
…la poesía es un libro móvil de respuestas íntimas.
Malva Flores, La culpa es por cantar: apuntes sobre poesía y poetas de hoy
Querida Malva:
Podría haber escrito un sesudo artículo, acompañado de copiosas citas citables, notas a pie de página y tal vez un epígrafe en alemán o griego clásico, como Dios manda, tras leer La culpa es por cantar: apuntes sobre poesía y poetas de hoy, que te publica Literal Publishing.
Pero sospecho que no va por ahí.
Y lo sospecho porque la sabrosa discusión que planteas sobre el ejercicio de la poesía es también una pregunta abierta a reflexionar sobre dónde se manifiesta la poesía en este siglo XXI que llega ya a su primera quincena y nos avasalla con su saturación de mensajes. Tú, Malva, fiel usuaria de las redes sociales, te preguntas y nos preguntas si la poesía vive o puede vivir en la inmediatez del tuit y el posting, y tengo esta sospecha de que aunque tu respuesta sea “sí” también quieres recuperar algunas viejas formas del debate, entre ellas –gulp—la charla de café y la –gulp, gulp—correspondencia epistolar.
Tú allá, en el calorcito de Veracruz, y yo acá en mi helada estepa de Chicago, no podemos aún sentarnos con un par de cafés enfrente y hablar de poesía; pero puedo escribirte una carta, a la antigüita, como para recordar que, cuando me fui de México en 1989, cometí la ingenuidad de escribirle a varios amigos.
Tu libro plantea como portada una jaula vacía. ¿Dónde está el ave, dónde la poesía? En efecto, la poesía está en las redes, tanto como en los performances, Spoken Words, vídeos, tumblers, y en esos raros objetos que son los libros impresos, en especial esas denostadas antologías. Y aún sobrevive, agarrada de la brocha, en la crítica que, como bien planteas, es el objeto arrojadizo de este momento aunque yo diría que siempre lo ha sido porque es de naturaleza de los poetas atizarse entre ceja, oreja y parietal por un quítame allá esas sinalefas.
Escribí esto al margen de una página: “Malva padece, como yo, de la íntima vergüenza de quien, habiéndose vaciado en un texto constata, con angustia, que no logró decir todo lo que quería”. Esto me ha pasado con poemas, cuentos y otras cosas que se me han ocurrido. A ti, te ha pasado con un libro excelente cuya validación, insisto, además de la lectura está en que efectivamente pensemos dónde vive la poesía y saquemos la lupa. Pero te digo también que lo que quisiste decir, lo dijiste, en su totalidad, con claridad, con precisión, con profunda honestidad.
Creo que alguna vez nos escribimos en Facebook a partir de que el goce de la poesía está siempre en la lectura, nunca en su análisis o crítica. Sí, como bien dices, los críticos parece que tienen prohibido gozar. Tú y yo, lectores, no. Afortunadamente. Yo gozo a la antigüita, leyendo primero un poema en voz baja y luego en voz alta.
El otro día me encontré con un librito: The Art of the Poetic Line, de James Longenbach. El buen Longenbach dedica 120 páginas a explicarnos por qué un verso va pa’cá y otro pa’llá. Yo hice esta misma pregunta en más de un taller y recibí un silencio cargado de miradas de conmiseración. El otro día me cayó el proverbial veinte y le dije en secreto a un amigo en un café: “es así porque al poeta le sale de las narices que así sea; no hay otra explicación” y no dijimos más porque nunca sabes si un crítico te está escuchando disfrazado de cubito de azúcar.
Y tiempo antes de eso me encontré con una antología que agarra la poesía mexicana desde tiempos de Nezahualcóyotl y hasta el inicio de este siglo de la saturación mediática. Y no es mala antología. Neta. No veas cómo ejercito los bíceps al leerla.
Malva: no quiero escandalizarte con mi definición de poesía. Yo creo que nunca sabremos lo que es, aunque ella sepa perfectamente quiénes somos nosotros. No me des unfollow por ser barthesiano pero en aquel año mitológico de 1968, el buen Roland escribió que lo importante es el texto, no el autor y lo creo a pies juntillas porque la poesía plasmada en papel (o en el soporte que sea) cobra vida propia y agita conciencias, y pide ser leída a gritos o en susurros, y el autor o autora se van a otra cosa, mariposa.
Si se me concediera un deseo, Malva, sería el de poder memorizar todos los poemas que me han agitado para andar por las calles de Chicago diciéndolos a voz en cuello hasta que me encierren (no falta tanto para eso). Quién sabe por qué sólo he logrado memorizar uno de Yeats.
Si se me concediera otro deseo, Malva, pediría tener tu clarividencia para ir al nudo de la cuestión entre tanta reseña crítica, conferencias, festivales, antologías y glosas tal y como lo has hecho en el libro.
Cierro con esto: vuelvo a lo de párrafos arriba para insistir que los lectores de tu libro, que yo deseo sean muchos, se pregunten sobre la poesía porque ésta vive en ellos, en su goce del poema, en su pasión por tal o cual poeta. La poesía ya no tendrá sentido cuando nadie se emocione, cuando nadie goce, cuando nadie susurre al oído de una persona amada un verso que le soliviantó la tripa.
Mentí. Cierro con esto: un poema que siempre quise memorizar fue Ítaca. Fue apenas este año que descubrí que Yves Bonnefoy había escrito un hermosísimo poema, Ulises pasa frente a Ítaca que en 14 versos destroza todo el planteamiento de Cavafis.
Y eso, entonces, puede ser la poesía: carta lanzada al mar, diálogo sin fin, preguntas, susurros, pistas a lo largo del camino, libro móvil, respuestas íntimas.
Con cariño, gratitud y profunda admiración, este tu lector,
Gerardo Cárdenas
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Autor: Malva Flores
Año: 2014
Editorial: Literal Publishing / Conaculta
Posted: November 27, 2014 at 8:29 pm