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Malva Flores: Sombras en el campus

Malva Flores: Sombras en el campus

Norma Angélica Cuevas

• Malva Flores: Sombras en el campus. Notas sobre literatura, crítica literaria y academia (México: Bonilla Artigas Editores, 2020, 165pp).

Imagino que los lectores de Malva Flores, los primeros lectores potenciales de estas Sombras en el campus, conocen la obra poética y ensayística de quien, además de notable escritora, es académica, investigadora y profesora con vocación para formar ciudadanos con capacidad crítica. A los lectores que valoran con justeza la obra de una máquina de creación y de trabajo llamada Malva Flores quisiera, en estas líneas, compartirles un asomo al proceso de escritura de este nuevo libro. Para ello me regresaré al otoño-invierno de 2017 y a la primavera de 2018; temporadas durante las cuales Malva Flores, Elizabeth Corral y yo nos reuníamos a pensar e intercambiar puntos de vista sobre la academia, las políticas públicas en materia de educación y los intrincados caminos de la burocracia dentro de las universidades del país. Algunos días fueron divertidísimos, a pesar los simplones desayunos del cafecito de la esquina del Instituto donde trabajamos. También vivimos mañanas grises, casi negras por incómodas: decir esto o aquello contra la academia desde la academia parecía, a ratos, una falta grave, un acto deshonesto, pero apenas desgranábamos el escenario inmediato retomando una nota periodística o un tuit, la cosa cambiaba. Malva tenía bastante tela de dónde cortar y si bien las aristas que tocábamos eran espinosas, los desacuerdos nunca fueron tantos como para renunciar a esas reuniones. Jamás buscamos el acuerdo unánime: las tres aguantamos las valoraciones que apuntaban al lado opuesto del juicio propio; los contraejemplos nos colocaban en una zona de reposo para pensar. No era, sin embargo, un silencio que anunciara el tedio; al contrario, estaba lleno de respeto y atención a lo que Malva reconstruía para Elizabeth y para mí, pues esa misma madrugada ya había escrito un buen número de párrafos en torno a los moldes y modas teóricas, o acerca de las diferentes formas de censura a los libros que ya se han ganado a pulso su lugar en el universo de los clásicos. Si el tema estaba en el aire, si nos tocaba de cerca, con mayor razón lo discutía en voz alta: Malva siempre busca la réplica, le gusta mirar otras posibilidades, aunque a veces no lo parezca tanto. Fueron numerosas las mañanas dedicadas a este asunto de la academia y la crítica literaria alrededor de la mesita en la terraza de aquel café; y recuerdo que no pocas veces nos despedimos con cierto malestar: la conclusión a la que llegábamos era que el trabajo en la academia rema a contracorriente. Es verdad que mientras la desarrollamos nuestra labor se ejerce con plena libertad, pero nos ronda un amargo sabor a desconfianza porque con frecuencia debemos invertir dos terceras partes de nuestro tiempo para decir qué vamos a hacer y cómo, aunque al final el resultado sea otro o, peor aún, no sea, pues ya se sabe que la creación y la investigación comienzan en un punto y terminan no precisamente donde lo imaginamos.

En el trasfondo de estas conversaciones, puedo decirlo ahora, había tres proyectos que implicaban tres decisiones. Malva escribiría un libro de ensayos sobre los amarres que la academia pone al espíritu libre de los escritores, sean poetas, narradores, profesores, investigadores o estudiantes. Yo prepararía un nuevo proyecto de gestión para dirigir el Instituto por otro periodo, mientras que Elizabeth Corral iniciaría los trámites para su jubilación anticipada. Las tres cumplimos con lo dicho.

Malva, como suele ser, fue la primera en cumplir. Concluyó su libro en junio de 2019 y nos lo compartió en los primeros días de ese luminoso mes. En aquel momento, después de leerlo, subrayarlo en mi iPad, cerrarlo enojada y abrazarlo con entusiasmo, le escribí un correo electrónico con el siguiente mensaje:

Querida Malva: Disfruté muchísimo los ensayos largos: “Atila”, que es una lección magistral sobre qué es un ensayo y porque la academia debiera recuperarlo y retribuirle su valor original; me adentré en la polémica sobre los libros de texto que más bien es una polémica sobre la politización del sistema educativo mexicano, y fui gratamente sorprendida con tus ensayos sobre la columna de Pacheco y, claro, el que escribes sobre Elizondo. Los otros me divirtieron tanto que estuve al borde de la risa loca y, también, me hicieron reflexionar, no sin sonrojarme, sobre los vicios en que caemos en la academia, aunque debo decir que algunas de tus afirmaciones me siguen pareciendo muy tajantes respecto a la verdad verdadera y las palabras transparentes, expresiones que utilizas para diferenciar las palabra con sentido, con intención, con ideas, de aquellas otras que son a tu mirar huecas, opacas, incomprensibles, duras, desangeladas, chocantes por ponerse de moda.

Pienso que es inevitable, lo ha sido desde el principio, crear conceptos para ponernos de acuerdo sobre aquello de lo que hablamos y cómo lo hacemos, para explicar hacia dónde quisiéramos dirigirnos. ¿Quién que piense podría estar libre de dar origen a un concepto? Aduces al abuso del leguaje teórico la falta de estilo en los escritos académicos. Algo hay de cierto, pero no lo es todo. A fuerza de repetirme, quiero insistir en que la teoría no es mala: ¿Cómo entonces Elizondo habría creado y sostenido su Teoría del Infierno, su Teoría del cuaderno, su Teoría del libro, su Teoría de la novela dentro de El Hipogeo… su Teoría de la nostalgia como ambiente propicio para comprender o escribir en la llanura del cuerpo? El mal está en creer que para entrar al mercado editorial y ser altamente competitivo en la academia debe sacrificarse la emoción y suplirla por un lenguaje incomprensible —en el peor de lo casos incomprensible incluso para la persona misma que escribe (asumiéndose como una falsa voz colectiva o despersonalizándose por completo) porque no admite que está abusando de la jerigonza o el lenguaje especializado que busca comprender el hecho literario—. Negar la existencia del discurso teórico es negar una parte de nuestra historia. Como te he dicho en varias ocasiones, pienso que los sistemas de pensamiento teórico (muchos de los cuales ni siquiera nacen mirando de modo particular a la literatura) han sido adoptados por la crítica desde la academia sin cuidar el trabajo de traducción que exige el construir alguna metodología. Allí, para mí, está la falta: en no distinguir el discurso teórico de su manipulación metodológica tomando como excusa la exigencia de un lenguaje especializado que nos vuelva competitivos en el mercado de la ciencia y la divulgación de sus resultados.

Lo valioso de este libro, además de su temática y estilo, es que está sostenido por el nombre de una académica a quien sus lectores reconocemos como escritora. El nombre de Malva Flores es, desde hace ya varios libros, referente de una obra esencialmente poética y no puede ser leída fuera de esa esfera o lugar (lugar de enunciación diríamos los necios académicos de tradición semiótica); por esta razón las narraciones de Sombras en el campus que bordan una historia a partir de un recuerdo personalísimo no caen en el abismo de la cursilería o en el aún más terrible espacio de la egolatría. La autora ha puesto en este libro, que integra algunas colaboraciones publicadas en Letras Libres y en Literal Magazine, sus virtudes poéticas, ensayística y narrativas, pero también las teóricas. Tal vez parezca una barbaridad lo que ahora pienso, pero no tengo otro modo de expresarlo: Malva Flores no nos habla de la literatura desde la literatura (textualidades las llamamos los mismos necios), sino que habla de la literatura desde la historia y la cultura. En efecto, la suya —como afirmó Christopher Domínguez Michael cuando presentó Viaje de Vuelta. Estampas de una revista en la FILU— es una sociología de la literatura; a lo que valdría agregar: una sociología de la literatura atravesada por la vitalidad de quien escribe y lee hurgando en la intimidad de quien escribió para encontrase, premeditada o azarosamente, con el lector que ella es, que somos por ella.

A dos años de esa lectura, hoy que vuelvo a leer Sombras en el campus, no puedo más que afirmar que los ensayos muestran la forma en que Malva Flores ejerce y enseña el trabajo de la crítica literaria; su libro es una suma que va más allá de un ars poética; en conjunto los ensayos y notas que componen el libro son, me parece, la exposición de lo que yo llamaría el pensamiento literario de la autora. Una zona de intersticio entre el lenguaje de creación y las ideas literarias que lo impulsan y lo sostienen. Un lenguaje abierto a la conversación, a la camaradería. Pero no espere el lector que asistirá a un diálogo calmo, plano, ligero; al contrario, en las páginas de estas Sombras en el campus el lector experimentará emociones suficientes para reencontrarse y desencontrarse con la academia, con la crítica literaria y con la burocracia que administra su funcionamiento, que no su existencia.

Me permito una advertencia más: el lector que abra Sombras en el campus deberá poseer un temple y talante bien definidos, y un arrojo a prueba de toda provocación porque la conversación que propone Malva Flores es aguerrida, apasionada e irónica, de modo que reclama inteligencia, pasión y una gran dosis de apertura auténtica al diálogo y al disenso. Nadie que lea Sombras en el campus quedará totalmente conforme con lo que en él se dice, pero tampoco el lector podrá mirar complacido todo lo que hace o dice hacer en pro de la academia. Los senderos que señala Malva Flores están a la vista de todos, sólo hay que encontrar en nosotros la brújula de la palabra y de la idea propias para que, en lugar de la fría reacción del rechazo, vayamos a buscar la congenialidad. El formato lúdico de las notas, el tono irónico y la voz sostenida en defensa de la palabra se resume en una invitación para continuar la polémica, para seguir pensando, para entusiasmarse con el trabajo literario. Si esto sucediere, las Sombras en el campus serían, acaso, cada vez más llevaderas.

Norma Angélica Cuevas es investigadora en el campo de los estudios literarios y enseña literatura y teoría literaria en la Universidad Veracruzana. Es autora de libros con énfasis en el pensamiento teórico y en el pensamiento literario, de artículos de investigación y difusión, de capítulos de libros con temáticas de interés actual: migraciones, fronteras, autobiografía, el mal. Dirige el Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la Universidad Vercruzana, institución donde además preside el Consejo Editorial y Coordina las Cátedras de Excelencia. Twitter: @normangelicacuv

 

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Posted: November 16, 2020 at 5:59 pm

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