Otra semblanza
Adolfo Castañón
Me dicen que nací en México el 8 de agosto de 1952. Signos Leo y Dragón. No pertenezco a ningún partido político, tampoco tengo credencial para votar. Pago mis impuestos. Leo y escribo pero no veo televisión ni películas más que una vez al año. No tengo hijos, pero he publicado muchos libros propios y ajenos. Vivo al día. No tengo deudas. Tengo la vanidad de saber la hora sin mirar el reloj. De niño me enamoré perdidamente de una letra. Era la D. Todas las palabras que llevaban esa letra me parecían mágicas. Estoy casado con la misma mujer desde hace años. A ella no le gusta que su nombre aparezca en letra molde. Soy privilegiado por varias razones. Una es poder escribir estas líneas. Otra es que tengo cuatro bibliotecas. O una sola repartida en cuatro lugares. La primera o la última están en mi cabeza. Las otras tres son miradas por ella como el gato de la adivinanza. Me gustan los libros, los libros viejos, los libros de ciertos autores. Hace poco descubrí que tengo la primera edición de Esperando a Godot que Samuel Beckett publicó el mismo año en que nací. No me gusta estar en el mismo espacio donde están los libros que he escrito. Al morir, mis padres me dejaron solo o, más bien, nos dejaron solos a mi hermana y a mí. Jesucristo anuncia que viene al mundo para que los que lo sigan dejen padre, madre y hermanos. He pensado mucho en esto: soy de los que se quedaron en casa a cuidar a los que se fueron con Él. En las mañanas, salgo al jardín a levantar las heces de los perros. Como y duermo bien, aunque sueño con las cosas que ocupan y preocupan. He viajado y he conocido algunos paisajes. No soy un santo, me gusta comer bien, tomar vino en la comida, fumar un cigarro después de comer. Sé cocinar. Me gusta ir a los mercados. Hasta he escrito un libro de cocina. Cuando digo que soy un panteísta radical, la gente no me cree. Trato de explicarles esta posición con aquel diálogo entre españoles. Uno exclama, “¡Me cago en Dios!”, el otro le responde: “¿Y dónde más?” No es posible salir de Dios, salir del ser o de este estar sin dejar de estar. No sé si el mundo en que vivimos me da miedo. “El cielo es demasiado vasto y la tierra es apenas un pasaje”. Envidio a los que creen en algo… Yo no sé o más bien no sé si sé… A veces creo que sí, a veces creo que no, a veces me callo y me vuelvo a callar. No siempre es fácil decir la verdad. La gente piensa que uno exagera cuando se limita a decir lo que ve. Lo mira como a un profeta al que hay que desterrar. Por eso uno anda con las manos sobre la boca y sólo las quita de ahí para taparse los ojos o los oídos, como los changuitos chinos… No siempre se le puede decir a la amiga que nos invita que su comida está salada. Ni a los amigos que su novia es pesada, o que sus poemas tienen caspa.
El gusto no depende de la voluntad, no quiero que me guste lo que me gusta, simple y sencillamente me gusta, como una flor azul necesita la luz. Trato de no lucrar con mi gusto. No me interesa conspirar para que un político caiga o se vaya, pues está escrito que se irá. La mayoría de los debates me parecen absurdos, de las conversaciones solamente me interesa ese teatro en la sombra que es la mente del otro ante sus propias palabras. Del mismo modo que me cuesta trabajo entender al que pronuncia mal, no puedo realmente seguir lo que está mal escrito y es necesario releer para tratar de captar lo que se dice, agradezco a un autor que me cautive y que me haga olvidar que estoy leyendo. Para eso hay que tener la mente despejada. Limpia como una mesa en la cual no hay nada… Tengo costumbres, usos, modos, de unos soy consciente, de otros no… Prefiero los buenos modales a los buenos propósitos. Me voy a cortar regularmente el pelo. Me emociona de algún modo ir a la peluquería o detenerme en la calle a que me lustren los zapatos. Me conmueve hasta las lágrimas el colibrí que vuela sorpresivamente o el arcoíris entre una tempestad y una tormenta. Agradezco a la noche que los grillos y los insectos canten al ritmo en que parpadean las estrellas.
Trato de comer lo mismo. No siempre se puede, llevo años pesando 79 kg. El numero 8 me acompaña. Lo tengo en mi fecha de nacimiento y no es extraño que me toque el asiento o la habitación 8. Que me encuentre cosas interesantes en las páginas 88 o 48 de los libros. No entiendo las emociones deportivas. Tampoco conozco otros juegos más interesantes que los de la conversación. Lo que me interesa de la amistad y del amor es la posibilidad de una lengua. El amor y la amistad son conversación… Puedo ser amigo de las mascotas de mis amigos. Creo que no somos de países o naciones sino de lugares y que pertenecemos en todo caso a una época y, algunos elegidos, a una hora. Estamos fechados de nacimiento. También, en este mundo de la información e informatización, estamos fichados… No podemos dar un paso sin que se entere media humanidad ni dar el otro sin que se entere la otra. Los que conocimos otras épocas somos piezas de museo y debemos atendernos unos a otros como si fuésemos los cuidadores de una zona arqueológica. Cuidar: cuidado, esa es la palabra que nos define en el desierto. No ser cuidadoso es suicida. Me hubiese gustado ser médico, pero sé por experiencia que al menos soy un buen enfermero.
1 de agosto de 2016
Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Twitter:@avecesprosa
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Posted: January 8, 2017 at 9:37 pm