The Stand, o el escape de la pandemia como melodrama
Miguel Cane
Las adaptaciones al cine o a la televisión de las obras de Stephen King han demostrado ser usualmente grandes éxitos populares: como ejemplo ahí están clásicos como Carrie (1976), de Brian de Palma; la monumental The Shining, estrenada por Stanley Kubrick en 1980 – y célebre porque a King no le gustó y la rabieta le ha durado cuatro décadas –; The Dead Zone, en la que Christopher Walken brinda una actuación formidable; o las versiones para TV de Salem’s Lot (1979) e IT (1990), que contenían imágenes que dieron pesadillas a generaciones enteras –aunque a las dos películas de IT que dirigió el argentino Andrés Mucetti en 2017 y 2019 al final no fueron tan memorables.
Por lo mismo, este momento de pandemia y confinamiento parece ser el más oportuno para que se estrene una nueva adaptación de su larga novela The Stand –conocida en habla hispana como La danza de la muerte o Apocalipsis– que se publicó por primera vez en 1978 y que King reescribió por completo en 1990 (añadiendo más de 500 páginas a la novela original, que ya pasaba de las 700 –en una versión que inspiró una miniserie muy publicitada de cuatro horas, con Gary Sinise (que de ahí fue a rodar Forrest Gump, con Tom Hanks, la reina adolescente de los 80, Molly Ringwald, y el carismático Jamey Sheridan (de Law & Order), transmitida por la ABC en 1994 y que hoy tiene una nueva versión con grandes efectos visuales y un elenco multiestelar encabezado por Alexander Skarsgård (Big Little Lies, True Blood), James Marsden y Whoopi Goldberg, que se estrena en Latinoamérica de manera coyuntural (si bien hay quien no crea en las casualidades) en la plataforma digital Starz, que es parte de Amazon Prime, tras haber sido muy bien recibida por la crítica anglosajona en su estreno en EEUU en diciembre.
La trama, como en la novela, se centra en el brote inexplicable y devastador de una pandemia global, una “super gripa” que arrasa con una gran parte de la población mundial, lo que obviamente resulta relevante e irresistible de explorar en este momento. También se enfoca en hombres (y algunas mujeres) descontentos que buscan hacer estallar la sociedad en una expresión de su rabia; una lucha por encontrar esperanza en un país que se ha desgarrado de la manera más extrema posible; una crisis espiritual entre el bien y el mal nacida de la crisis de salud; y, por si no fuera suficiente, una conspiración gubernamental.
Si bien la novela de King, adaptada por Josh Boone y Benjamin Cavell, es una obra de dimensiones épicas y distópicas, existen interesantes paralelos entre su idea de Estados Unidos en la ficción y la situación que alrededor del mundo hemos vivido durante los últimos 12 meses: los elevados números de muertes, la incompetencia de algunos gobiernos, los colapsos económicos y sociales, etcétera.
Tales paralelos son imposibles de ignorar en esta nueva serie, aunque solo son cruciales en los primeros dos episodios. A medida que la serie – de 9 capítulos – avanza, profundiza más en los conflictos que surgen entre los sobrevivientes de la plaga, que se asientan en la pequeña ciudad de Boulder, Colorado, siguiendo la guía de la Madre Abagail (Whoopi Goldberg), una mujer de 108 años con poderes psíquicos y espirituales, mientras otros caen bajo el influjo de Randall Flagg (Skarsgård), una entidad demoníaca con irresistible carisma y botas de cuero.
Esta mezcla de ultra realismo y fantasía macabra da como resultado una serie que lo mismo puede cautivar o repeler, pero que ciertamente no va a dejar al espectador indiferente; hay grandes secuencias con escenarios impresionantes –incluyendo una secuencia en el túnel Holland de Manhattan– y un elenco que da su todo para volver verosímil lo inverosímil, algo que es más fácil de hacer en papel que en imagen.
The Stand, que completó la mayor parte de su producción en marzo de 2020, antes de los cierres obligatorios causados por Covid, es un trabajo extenso y la forma en que está estructurada esta versión le da más espacio para que se desarrolle, para que conozcamos a los personajes y para que nos importe lo que le pase a esa microsociedad en Colorado, los episodios presentan múltiples flashbacks de cuatro o cinco meses antes, reconstruyen cómo los personajes principales se dirigieron a este y otros lugares. Esta línea de tiempo generalmente es lo suficientemente clara para que los espectadores la sigan, pero hay segundos inevitables de confusión.
En lugar de comenzar de manera lineal, como la novela o la miniserie anterior, que fue muy popular en estaciones de TV por buena parte de los 90, el primer episodio abre con una escena realmente escalofriante en la que varios voluntarios, incluido el joven y enigmático Harold Lauder (Owen Teague), se visten con máscara y lentes protectores para entrar en una capilla repleta de cadáveres. Harold sale corriendo del templo, asqueado por lo que ve. Este adolescente escuálido es uno de los muchos encargados de arrojar esos cuerpos a tumbas masivas. A partir de ahí, retrocedemos a cinco meses antes en el tranquilo poblado marítimo de Ogunquit, Maine, donde Harold vive en tiempos normales, lo que para él implica estar enamorado sin ser correspondido por su ex niñera, la adorable Fran Goldsmith (Odessa Young, que coprotagonizó Shirley, con Elisabeth Moss). Ella, una universitaria adorable y sensata, tiene que enfrentar otro aspecto de esta realidad: está embarazada y su prometido acaba de morir repentinamente de la enfermedad que alcanza también al padre de Fran. Cuando él y el resto de los residentes de la ciudad mueren, solo quedan Harold y Fran (que no le revela su secreto al chico) y deciden tomar carretera. Mientras tanto en Texas, donde comenzó el brote del virus, Stu Redman (James Marsden) es detenido por agentes federales, quienes determinan que es inmune a una enfermedad instantáneamente fatal para otros. Stu también se dirigirá finalmente a Boulder, donde él y Fran, el profesor de sociología Glen Bateman (Greg Kinnear), el músico Larry Underwood (el siempre espléndido Jovan Adepo de The Leftovers) y Nick Andros (el brasileño Henry Zaga), un hombre con discapacidad auditiva, funcionarán como los cinco supervisores de la comunidad, un rol que la Madre Abagail declara están destinados a servir.
Harold, todavía amargado por haber sido rechazado románticamente por Fran, también se instala en Boulder, al igual que Nadine (Amber Heard), una mujer cuya lealtad y ética son cuestionables. Es a través de ellos que se va formando la red narrativa que los llevará a encontrarse con Flagg y a tener esa última confrontación que da título a la obra: el último recurso de la humanidad ante el caos final.
Los actores ofrecen actuaciones naturales y controladas, lo que es especialmente importante ya que varios de los actores como Teague, Skarsgård, Nat Wolff (que hace de la mano derecha de Flagg) o Ezra Miller, tienen que interpretar personajes cuyo comportamiento es deliberada y necesariamente exagerado.
Skarsgård está particularmente bien como Flagg, divirtiéndose en su perversidad sobrenatural; de hecho, la única que nunca consigue estar a la altura es Amber Heard, pero eso no es sorprendente: siempre ha sido una nulidad como actriz y únicamente cuenta con su atractivo aparente para sostenerla, pero dado que Nadine Cross es un personaje clave para el desarrollo de la trama, está muy por debajo de su personaje y esto afecta en cierta forma el resultado, aunque ya sabemos que así es Hollywood, que a veces prefiere forma sobre fondo, con resultados mediocres.
Ahora bien, la serie no es inmune, como algunos de los personajes, a los temas de lógica: con más del doble de episodios que la miniserie de principios de los 90, esta versión todavía deja algunas lagunas significativas en su narración y algunas preguntas sin respuesta, al menos después de dos episodios (que son los que pudo ver este crítico para reseñar). A saber, ¿cómo es que habiendo tanta gente es inmune al virus –suficiente como para poblar dos ciudades: Las Vegas y Boulder– no sienten ellos (o los escritores) curiosidad por entender por qué es esto? Tal como se presenta la trama, es justo suponer que todos los vestigios del gobierno local y federal han sido erradicados, pero ¿por qué no hay un mayor esfuerzo para buscar la confirmación de eso? (Ojo: esto es algo que en la novela de King se trata de manera muy oblicua); esto es, al menos para mí, el punto donde la relevancia y efectividad de The Stand se encuentra con un obstáculo. No insalvable, pero obstáculo al fin: en la realidad “realidad”, hemos vivido y seguimos viviendo a través de una pandemia real con un confinamiento, con fallas administrativas graves de gobernantes rebasados y/o irresponsables (Johnson, Trump, Bolsonaro, Obrador, etcétera), con cifras alarmantes de muertos y eso pone de relieve los detalles inexplicables, o los agujeros en la trama.
De hecho, programas dramáticos seriales sobre virus terroríficos como The Walking Dead o la serie canadiense 13 Monkeys (que ya concluyó, pero tocaba el mismo tema) representan un mundo alucinante en el que la muerte es casi instantánea y deja un rastro caótico. Y King lo profetizó hace más de 40 años, con una visión de apocalipsis y redención, y si bien es un ángulo interesante –todo lo que vio venir, y cómo le dio forma en su imaginación, que a su vez se traduce en imágenes impactantes en esta serie –también es cierto que lo que sucede en la vida real frente a lo que sucede en una adaptación de Stephen King, no es necesariamente lo mismo. No obstante, The Stand es entretenimiento inquietante, muy logrado y siempre recomendable.
Miguel Cane es autor de la compilación Íntimos ensayos y de la novela Todas las fiestas de mañana. Es colaborador de Literal. Su Twitter es @aliascane
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Posted: March 30, 2021 at 7:40 pm