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La isla: un recorrido emocional

La isla: un recorrido emocional

José María Espinasa

Quiero empezar contándoles que Silvia Eugenia Castillero, la autora de La isla, libro que hoy presentamos, y yo, nos conocemos desde hace más de treinta años y la considero una amiga querida. Por otro lado se muy poco de ella y la veo muy de vez en cuando, la última si no recuerdo mal en un homenaje a José Luis Rivas en la ciudad de Xalapa. Como crítico me he ocupado en varias ocasiones de su escritura de manera lo más objetiva posible y me parece una notable poeta.  Si advierto esto es porque en esas ocasiones anteriores y también el día de hoy lo que me interesa es el misterio que siento en su escritura. Soy de los que piensan que sin ese misterio el milagro de la literatura no es posible. Titular un libro “La isla” es arriesgado por su múltiple contenido léxico, lingüístico, afectivo, conceptual, geográfico. La isla del tesoro suele ser una referencia de nuestras lecturas primeras, y luego, si nos da por eso, Freya, la de las siete islas, Stevenson y Conrad se vuelven figuras tutelares. Y si lo tomamos por el contenido léxico, en la isla hay la noción de aislamiento, de soledad. Y en nuestra imaginería hay muchas islas: La roqueta en Acapulco, la Isla de Sacrificios en Veracruz, las Marías, las Islas Clipperton, la isla de Cuba, la isla de Mujeres… Pero, gracias a las fotografías que acompañan el volumen, sabemos que la isla de este libro es “La isla de Pascua” en la Polinesia del sur. De no ser por esas imágenes habría tardado un poco más en entender a qué geografía se refiere la autora.

Decir, sin embargo, que la poesía de Silvia Eugenia es misteriosa no quiere decir que sea ni difícil ni cifrada: es una lírica que se nos impone por su intensa evidencia expresiva, y gracias a que su presencia nos habita según leemos sus libros  la vamos comprendiendo sin que pierda ese misterio. No voy a abundar en información sobre esta isla, pues la pueden conseguir en la web o en diferentes libros. Me voy a ocupar de esta isla, de la poesía de La isla. Como suelo leer la poesía: voy un poema tras otro dejándome invadir por sus ritmos, su atmósfera, su lenguaje, sus temas, sus referentes, sus palabras. En ese proceso me encontré al leer La isla con la palabra “manutara” que no entendí. La autora no utiliza un léxico extraño o abstr4uzo aunque si un conjunto de referencias complejo. Cuando la palabra mencionada apareció un par de veces más lo que hice fue buscar qué significaba. Muy sintéticamente: el ave sagrada de la cultura Rapa Nui. Basta decir que esa ave reaparece con toda su plena modernidad en la pintura de Braque y desde luego en la poesía de Perse.

Si en un rápido ejercicio de ornitología lírica podemos decir que el cóndor es el ave de Neruda, la golondrina de Bécquer, el albatros de Baudelaire, el cuervo de Poe, el loro de López Velarde, decir que el de Silvia Eugenia es el manutara significa señalar la condición de síntesis de lo personal y lo mítico que su poesía plantea. Ella no es, diría yo una creyente, pero sí una persona con fe, para la que la presencia de lo divino, en la medida que es sinónimo de revelación, resulta esencial. ¿Con quién dialoga ella? Con el ser de ese horizonte mítico, en el que la experiencia de siglos se condensa, y con el ser que tiene al alcance la mano en la vida cotidiana, instante y duración son las manecillas del reloj que nos entrega su poesía.  Esa diferencia entre ambos polos se expresa muy bien en la pregunta ¿los guardianes de la isla despiden al viajero o saludan su regreso, el tiempo viene o va? Los manutara de La isla de Silvia son muy personales, como la partícula “mi” implícita en “de” nos dice con prudencia la gramática. La condición personal de su poesía sólo se materializa si entendemos su condición legendaria y a la inversa. Si los jóvenes del 68 decían a voz en cuello que lo personal era político, para Silvia lo personal es mito. En eso el gesto del pintor y del poeta coinciden: los pájaros son un mito porque vuelan ante nuestros ojos.

La zona austral, Las Canarias, Las Baleares, las Azores, el mundo helénico son referentes de una fragmentación que la tinta sobre el papel –la escritura- transmite como un lenguaje por reconstruir. La isla de Pascua tiene algo de exótico y un subrayado misterio. El mar que rodea las islas, ese que sin cesar recomienza y que nunca se acaba, como el poema para Valery, ese paisaje del piélago es siempre un riesgo, un texto roto. Por eso los poetas de nuestro tiempo, testigos de esa fractura, al escribir muestran su fe, hacen un acto de confianza. Pero ¿en qué? Cuando leemos en La isla “pronunciaré tu nombre” pensamos que esa fe es más que religiosa amorosa ¿Qué dice, qué anuncia esa pronunciación? Me temo que demasiadas veces anuncia la muerte, y eso ocurre porque nos habla desde la vida. Hay un sentido en el que la muerte es muda, silenciosa, afásica. Pero en ese umbral hasta la vida cotidiana es la revelación de ese lenguaje que hablaría si hablara la muerte.

El poeta se sitúa en el tiempo para sentirse fuera de él, ajeno a su dolorosa duración. Creemos, ingenuos, que esa sustracción nos libera de la muerte, pero ni siquiera la posterga, y nos une más a ella como angustia y presencia, pues al huir vamos hacia ella, como bien lo sabía Borges y la visualizó Bergman en un juego de ajedrez en el que ella es la única que puede hacer trampa… y no la hace, no lo necesita.

Una de las cualidades manifiesta en la poesía de Silvia Eugenia Castillero es la capacidad de espera. Y su manera de esperar es la búsqueda. Pero si mira el paisaje como un campo santo su espera es, no obstante, inmensamente vital, y en esa espera, insisto, surge una y otra vez el motivo de vivir.  El poeta, tal vez como ningún  otro creador, tiene la plena conciencia de que esa polaridad .vida-muerte es la única que no tiene una solución dialéctica. Por eso suele estar, como la de Silvia Eugenia, sembrada de preguntas, la forma humana de expresar el misterio, la respuesta es otra duda, la misma que se vive como una certeza. En un momento ella califica a la isla como quebrada. No sólo como isla está sola sino que además está quebrada Y hay que entender eso, la palabra quebrada, como un quiebre del hueso y del alma. Y en medio del mito lo cotidiano: la casa, las recámaras, la ventana, la cocina, las puertas.

Para el escritor es importante situar su geografía, darle lugar. Pero en este caso no es ese espacio imaginario, Macondo, Comala, Yoknatapawa, más real que el real, sino un lugar. La isla de Pascua es el hábitat del manatura. Con esto quiero decir que, además de ser un lugar concreto en el mapa, con latitud y longitud, además es un lugar del mito. Por eso la autora la llama simplemente “la isla”. De allí podemos señalar que el hades, el olimpo, el cielo, el infierno no son ficciones: existen. Por eso le permiten esa exploración interior que ha ensayado en este y en otros libros suyos.  Se pregunta quién es, qué hace y sobre todo qué quiere, pero la pregunta para no responderse se propone lo que podríamos llamar la voluntad del gerundio, y todo se conjuga en queriendo. Ese viaje interior es hacia uno mismo en su otredad: ir de la nada (yo) a lo otro (tu), como sentido de la vida. Nuevamente el gerundio: un sentir sintiendo.

Al leer los poemas de La isla se siente esa actitud del poeta: mira por la ventana. A veces de dentro hacia afuera, a veces de fuera hacia adentro. Llega con más frecuencia que se va, abre la puerta y habita en la soledad y/o en la compañía que se espera, con ese aire que en otoñó recorre las islas (José Carlos Becerra)  De pronto la palabra zanja nos ilumina, no como concluir sino como corte. El cuerpo se vuelve archipiélago, paradigma de la fragmentación. El primer libro que yo leí de Silvia es claramente fragmentario, práctica genérica poco frecuente entre nosotros, se tituló Entre dos silencios, es francamente deslumbrante. Entre dos silencios vuela el manutara hasta que se queda a vivir en el aire. Así son los poemas de La isla, trazos del vuelo del manutara. Y la isla no aísla: no lleva hacia el otro. Basta ya de juegos de palabras: Las islas son fragmentos de un continente olvidado que Silvia Eugenia Castillero nos permite volver a habitar. Y así, lector, te imagino manutara que llega a su nido.

 

José María Espinasa es un poeta, ensayista, periodista, editor y crítico mexicano. Es conocido por sus estudios de cine y literatura en la UNAM.

Foto: Elena Juárez | CNL-INBA

 

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Posted: November 20, 2022 at 9:14 pm

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