Fiction
Tú y yo somos uno mismo

Tú y yo somos uno mismo

Daniela Becerra 

Son una pareja de guapos, te dice una de tus amigas. Siempre tan enamorados, comenta otra más. Rubén y tú han bailado durante horas, se han reído. Con la música has intentado insertar una normalidad que no logras asir. Congelas una sonrisa. Hablas sin pausa para que lo importante no se nombre. Los pies te duelen, pero no quieres detenerte. Él te sigue con una cerveza en mano. La otra mano en tu cadera. La mano, cada vez más abajo, caminas rápido para deshacerte de ella. Tu risa comienza a envejecer hasta que se desvanece. Tienes miedo de los espacios entre las palabras, de que intuya tu desasosiego. Bailarías sin pausa para ahuyentar lo que no se nombra.

Él llenará los silencios. Sus dedos entre tus muslos. Te voy a dar una cogidota, perra, murmura él. Una canción de Timbiriche, Tú y yo somos uno mismo, suena con un volumen tan alto que quizá no alcanzas a escuchar. No te oí, dices, que ahora que termine la fiesta, te voy a dar una cogidota, repite sonriendo e introduce su lengua en tu oído. La saliva se queda ahí, inmensa, espesa, húmeda. Te llevas la mano a la oreja: ¿por qué te limpias? ¿te doy asco? Das la vuelta y eliges otras palabras para responder. Voy a ver si los invitados necesitan algo. Te vas a la cocina. Lavas algunos platos para lavar otras huellas. ¿Me escuchaste? Lo ignoras y sirves unos cacahuates en el tazón verde que les regaló tu suegra. Las manos te tiemblan. ¿Por qué no contestas?

Ante el silencio, él mete la mano en tu escote. Qué buenota estás, perrita. Te he dicho que no me toques así en público. ¿Qué, no puedo? Responde él. La humillación traza un recorrido silencioso sobre tu cuerpo. Tragas una sustancia ácida que arrastra tus palabras. Las frases no dichas caen estrepitosamente en la boca del estómago y desde ahí afilan sus reclamos.

Te arreglas el vestido y caminas con una charola hacia la sala. Él se sirve otro tequila y se acerca a los invitados. Te sientas al lado de una pareja nueva de vecinos, lo más lejos posible de Rubén. Cuando acomoda los cacahuates, los tira sobre la mesita del lado. Las fotos enmarcadas se tambalean, la de la boda permanence inmóvil. En la imagen está Rubén con su amplia sonrisa, la mano en tu cadera, demasiado abajo, a pesar del encaje, los velos y la virginidad del vestido. A pesar de que el sacerdote seguramente estaba a un lado, los monaguillos, los pajecitos, los papás y suegros. Porque para Rubén su mujer es muy de él y cuando él quiere.

Alejas la mirada de la foto. Te pierdes por un momento en la conversación. Pretendes hablar con entusiasmo, para que los invitados se sientan a gusto y no te dejen sola. Estás cansada, tus días comienzan en la madrugada, las horas de oficina, los niños, el super, la comida, la bella esposa por las noches. Estás agotada. Rubén se sirve otro tequila más. Haces la cuenta, cuatro tequilas y dos cervezas. El alcohol no ahoga las penas, las desborda. Temes la falta de mesura, la rabia desmedida. En cambio, los amigos anticipan diversión y le insisten en seguir bebiendo. ¿Un digestivo? Rubén se acerca, te tira de la mano hasta que te levantas. Mira qué buenota estás, perra, te dice en secreto; te estoy viendo desde la esquina de la sala, pero ya vi cómo hablas con el nuevo vecino. No contestas, vuelves a sentarte y te jalas un poco la falda. Hablas con otros de lo que sea, te interesas en los detalles de su pequeña hija, los amiguitos que ha hecho en el kínder, los horarios de sus siestas. Asientes y preguntas como si no hubiera tema más apasionante. La mirada de Rubén se te instala, como otro huésped más, en la boca del estómago.

Él se ríe con sus colegas del trabajo, sus palabras se arrastran unas enlazadas a otras. Tú tragas un omeprazol y un Tafil, tabla de salvación inútil. Ningún fármaco desaparecerá ya tu angustia. Se pone a cantar: Soy un desastre cuando tú te vas de casa. Imita con las manos un micrófono y lo acerca a ti, con lo que te choca esa canción. Desvías la mirada y sigues platicando con tus nuevos amigos… Así son las pinches viejas, lo escuchas decir mientras se seca una lágrima. ¿Está llorando ya? Frunces el entrecejo. Las manos siguen temblándote. Enderezas la espalda y finges que no pasa nada. Que sigues siendo la anfitriona perfecta, guapa y delgada, informada, exitosa en el trabajo y además madre de dos gemelos hermosos. Escuchas los elogios de tus vecinos: qué pareja más bonita ¿cómo le hacen?; y quieres creer que así es, que eres esa mujer que ellos ven. Escondes las uñas rojas descarapeladas de tanto mordértelas.

Mami, papá dice que lo ayude a poner las bocinas. Mis amores, pero ¿no estaban ya dormidos? Sí, fue al cuarto, quiere que lo ayudemos ahorita. Te das cuenta cómo se les quiebra la voz. Tienen miedo de los gritos de papá. Váyanse a la cama, yo le ayudo a papi. El labrador que dormía con los chicos se ha despertado y tira con un coletazo una copa de vino. Pinche perro, de nuevo. No lo educan. Jalas a Tibi del collar antes de que él lo castigue y tenga que dormir afuera. Desapareces por un momento con los gemelos y el perro. Un silbido se ha instalado en tus oídos.

Regresas. Tratas de evitar a Rubén, te voy a dar hasta por las orejas perrita, mira no más que culote. Te lanza una nalgada al paso. Imaginas el grito de tu piel callada, temblando. Simulas. Avanzas. Te sientas de nuevo junto a los vecinos. No los dejarás ir hasta que Rubén se quede dormido en el sofá, o camino a la habitación. Alguna vez se quedó ya acostado en la alfombra del cuarto de los gemelos, otra roncando en el excusado del baño de invitados. Quizá esta noche no tengas esa suerte, él sigue muy animado, a pesar de los ya cinco tequilas. No puedes abandonar la costumbre de llevar nota mental de sus bebidas ¿Quieres irte a acostar ya? Tomaste mucho. Yo despido a los invitados. No mames, ¿me llevas las cuentas o qué? Las palabras no se resbalan, se asientan en un espacio interno, se acomodan los no mames, los perrota, los te voy a dar una cogidota, los pinches viejas… Se acomodan los empujones de juego a los niños, los castigos a Tibi. Las nalgadas que arden. No me gusta que me pegues. No mames, si lo hago con cariño.

Cuando los invitados finalmente se despiden, todavía consuelas a los niños y justificas a su padre ante ellos, los arranques, los cambios de humor, los enojos. Te acuestas con unos pants largos y una sudadera. La piyama como escudo. Te haces bolita en una esquina de la cama. Esto no volverá a suceder, te prometes. Quieres olvidar las risas con las que bailó contigo. Escuchas sus pasos torpes al entrar al cuarto, enciende la luz, se tropieza. Se acuesta junto a ti.

Mantienes el ritmo acompasado de la respiración, aprietas los párpados, ¿A qué le tienes tanto miedo? Sientes sus manos en tus senos y te quedas quieta, inerte, la piel helada, fingiendo la respiración del sueño. No quiero hacer el amor con un maniquí, dice él. ¿Por qué no dices Este es mi cuerpo? ¿por qué no sales de esta habitación, de Esta vida? El corazón hace demasiado ruido, tu respiración hace demasiado ruido. Los ronquidos etílicos de él te parecen una canción de cuna, significan que hay una tregua. Pero tú no puedes dormir. El miedo te amarra la lengua, las piernas. Sientes que el aire de la habitación pesa. Huele a alcohol, a sudor, a miedo. Hasta que de pronto, las palabras anudadas comienzan a expandirse.

Las palabras te patean las entrañas.
Decides no abrir más los ojos, ni la boca,
cerrar tu cuerpo.
La gastritis te quema por dentro hasta que la escupes.
Escupes también el miedo.

Años después, él te mandará un arreglo de flores el Día de las Madres.
Sin remitente.
Porque debe la pensión hace años y se esconde.
Rosas rojas que apestan a tequila y rabia
y se pudren en el basurero junto a la pareja perfecta.

 

Daniela Becerra ha publicado en El FinancieroReformaElleHarpers Bazar, además de AmuraNagari Magazine, la revista Este País y el blog de corredores de El Universal. Fue editora del libro Alcanzando el vuelo. Responsabilidad social en la empresa, editado por CEMEFI y Celanese y de un libro sobre las etnias del Estado de México. Twitter: @danielabr3

 

 

© Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: January 7, 2020 at 9:29 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *