Restauración y oposición
José Antonio Aguilar Rivera
Es necesario decirlo con todas sus letras: un programa ideológico de oposición al obradorismo, definido de acuerdo con alguna persuasión ideológica muy concreta y estrecha, es una quimera política. Paradójicamente, la construcción de una agenda opositora debería seguir exactamente el camino inverso.
A finales de 2018 pensé que el país, al cabo de seis años, estaría irremediablemente corrido a la derecha. Hacia allá vamos. El obradorismo primero fagocitó a la izquierda y después la destruyó en su totalidad. Por ello, para resistir el proyecto de restauración autoritaria no hay una vigorosa opción de izquierda. Creo que la naturaleza restauradora del gobierno que pretende subvertir el régimen democrático y volver a un tipo de autoritarismo de pluralismo limitado presenta riesgos singulares a la desarticulada oposición.
Habría que comenzar por hacer notar que a diferencia de otras experiencias de subversión de la democracia o autocratización, como Venezuela, la oposición partidista, maltrecha como se encuentra, no ha desaparecido. Ninguno de los tres partidos de la transición –el PRI, el PRD y el PAN– ha muerto. De algunos queda muy poco, pero aún ese remanente es significativo porque representa un canal potencial para encauzar la protesta social de manera institucional. Sin embargo, el reto que enfrentan no es el de la normalidad democrática. Lo que está en juego no es el triunfo contingente de tal o cual opción política, sino la supervivencia misma de la democracia. Por ello, no solo se trata de la política usual de alianzas entre diversas fuerzas para aumentar su peso relativo en los comicios: las oposiciones han comprendido que el único contrapeso efectivo al oficialismo –empeñado en destruir la institucionalidad democrática– es la unión y la acción concertada. Las implicaciones de este predicamento no han sido apreciadas a cabalidad. En circunstancias normales, las opciones partidistas se distinguen por sus diversas ofertas en algún espectro ideológico: izquierda-derecha, ecologismo-desarrollismo, etc. El reto del estratega político es tratar de capturar al votante medio. Sin embargo, lo que ha unido a la oposición, social y partidista, al gobierno de López Obrador en México no es una coincidencia de claro signo ideológico, sino algo muy elemental: la defensa de la incipiente democracia mexicana y el rechazo a la destrucción de numerosas instituciones del Estado mexicano. Antes del acceso al poder de AMLO sus críticos –los del bando del “sí podía saberse”– estaban en todo el espectro ideológico: del liberalismo al zapatismo, salvo probablemente en el nacionalismo revolucionario priísta. Todavía lo están. No sólo eso, los números actuales de popularidad del presidente no deberían hacernos perder de vista el hecho de que durante muchos años después de 2006 López Obrador fue uno de los políticos mexicanos con peor imagen: la suya es realmente la historia de un ave fénix.
Los líderes de la oposición deberían entender que abrazar las banderas usuales de la lucha ideológica no solo no es posible en estas circunstancias, sino que es abiertamente indeseable. Quienes en temas muy concretos han cerrado filas contra los embates destructivos del régimen restaurador pertenecen a la izquierda, al centro y a la derecha. En la frágil coalición opositora existe un consenso básico y delgado que no incluye múltiples temas en los que obviamente no hay coincidencias. La pregunta obvia en estas circunstancias es: ¿cómo esa variopinta coalición opositora puede construir un programa de consenso para oponerse a la consolidación de un régimen autoritario? ¿Cuáles deberían ser sus ejes?
Una posibilidad es echar mano de las banderas ideológicas del closet de la normalidad política. Ahí hay de todos los colores. Es precisamente lo que ha hecho la senadora Lilly Téllez al asumir explícitamente la identidad de la derecha. Su lectura es que la mayoría de los desafectos al régimen comparten esa agenda ideológica, pero no hay ninguna certeza de que así sea. Al contrario, una toma de posición de esa naturaleza probablemente provocará el rechazo de quienes se oponen al gobierno, pero tienen opiniones muy fuertes en una agenda social e identitaria.
Es necesario decirlo con todas sus letras: un programa ideológico de oposición al obradorismo, definido de acuerdo con alguna persuasión ideológica muy concreta y estrecha, es una quimera política. Paradójicamente, la construcción de una agenda opositora debería seguir exactamente el camino inverso. Se ha vuelto un lugar común decir que la crítica a las políticas destructoras del gobierno no basta; se necesita una visión propositiva –no reactiva– del país que se quiere. Esto me parece un error. En el rechazo hay muchas coincidencias no evidentes que trascienden los clivajes políticos e ideológicos convencionales.
Las oposiciones no se han preguntado con suficiente profundidad en qué se basa su común rechazo a las políticas destructivas del gobierno. Ahí hay una propuesta por descubrirse. Lo cierto es que atentan contra ideas que hasta hace poco eran compartidas por gran parte de la población. Que los resultados hayan sido pobres o insatisfactorios de algunas de esas instituciones es otra cosa. No es extraño: buena parte de la institucionalidad del periodo democrático fue, al fin y al cabo, resultado de la negociación de las tres principales fuerzas políticas del país. Con sus limitaciones y deficiencias esas instituciones encarnaban acuerdos en distintos campos. La destrucción del Seguro Popular, por ejemplo, o la cancelación de las estancias infantiles, agravió no a un sector ideológico concreto, de izquierda o derecha, sino precisamente a esa sensibilidad compartida por un amplio segmento de la sociedad de que el valor de extender la cobertura médica y ayudar a las mujeres a integrarse al mercado laboral, eran en balance cosas buenas. Se trataba de un consenso tal vez silencioso, implícito, pero muy real. A diferencia de otras áreas, como la reforma energética, ni siquiera era motivo de polarización o desacuerdo. La oposición necesita rescatar y articular políticamente esos consensos que mantenían una visión compartida. Tenían –y probablemente tienen aún—el poder de convocatoria, aún después de la demagogia oficialista que los ha tratado de desacreditar.
El programa opositor está en el rastro de destrucción que el gobierno ha dejado a su paso. Que interroguen a las ruinas. Es así como la oposición puede construir una agenda. No solo reivindicado en concreto lo destrozado, sino descubriendo y haciendo explícitos los valores más abstractos y consensuales que encarnaban. La agenda opositora debe construirse inductivamente: objetivos generales obtenidos a partir de observar casos particulares concretos y extraer de ellos las reivindicaciones sociales y políticas generales. De ahí puede salir un programa de oposición mínimo, pero eficaz: capaz de convocar a una amplia coalición ciudadana. El ejemplo más evidente es la defensa de a democracia liberal y sus instituciones. A la vista está su potencial movilizador. En esos valores toda la oposición coincide. En cada despojo de la furia destructora de este gobierno hay una promesa incumplida que apelaba a algo valioso y rescatable. Esa es la tarea inaplazable de la oposición. Que los motes y los banderines queden para después.
José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos, y Amicus Curiae en Literal Magazine. Twitter: @jaaguila1
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Posted: May 9, 2023 at 1:01 am