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De la inutilidad de los Nobel

De la inutilidad de los Nobel

Gerardo Cárdenas

Aclaro, para empezar, que estoy entre quienes creen que Bob Dylan sí merece el Premio Nobel de Literatura que hace poco se anunció.

Lo creo no sólo por la evidente riqueza poética de sus composiciones, sino también por su influencia en la cultura contemporánea a través de la lírica.

Creo que Dylan se apareció en un cruce de caminos –como el diablo a Robert Johnson– para tomar una corriente literaria que se había forjado en Kerouac, Ginsberg, Burroughs y otros, y mezclarla con una corriente musical que surgía de la amalgama del folk profundo de Woody Guthrie con el blues eléctrico de Chicago y el naciente rock. La mezcla que se produjo rompió las barreras de lo sectorial y semiclandestino, y ejerció una poderosa influencia sobre la música por los siguientes 30 o 40 años.

Dylan no se limitó a ese envión inicial, sino que supo mantener el impulso para seguir estableciendo puentes entre poesía y música popular. Esto no lo lograron Leonard Cohen –mencionado frecuentemente en frases como “Cohen se lo merecía más”, ni Lennon, ni McCartney.

No tiene mucho caso abundar en los méritos, ni es mi propósito hacer una disección a fondo de la lírica estadounidense. Y coincido, por cierto, con muchos que opinan que también se lo merecían otras plumas de este país como Joyce Carol Oates, Philip Roth, John Ashbery, Sharon Olds o Charles Simic.

Tampoco me quiero detener en la discusión sobre por qué tardó tanto tiempo Dylan en responder. Sus razones tendría, incluyendo entre ellas la reflexión de si tenía sentido para un músico aceptar un premio literario.

Acepto que es un argumento válido plantear que la literatura no sólo existe en ese objeto llamado libro que, a final de cuentas, sólo tiene poco más de medio milenio de vida cuando la lírica es tan antigua como la humanidad misma. Seguramente Gilgamesh, los Salmos bíblicos, o la Ilíada fueron cantados muchas veces y mucho antes de que fueran recopilados por escrito.

Pero tampoco esta ahí, en mi opinión, el punto crucial de la cuestión.

Para mí el debate se centra, o debería centrarse, en la naturaleza pavloviana de los premios. Hemos hecho de la premiación un fenómeno psicológico que muchas veces nada tiene que ver con la literatura, la música, el cine, el teatro, o cualquier manifestación artística que es sometida a alguna forma de certamen.

Salivamos como jauría cuando se acerca un premio, y como jauría acudimos a nuestras redes sociales, ese gran matadero, para arrancar a jirones la piel y la carne de los premiados.

Ese ritualismo comienza desde la naturaleza misma de los anuncios. Todo premio, sin importar su alcance, importancia, o remuneración, implica un ritual que es más apto para la polémica cuanto mayor se vea envuelto en el secreto.

Como los misteriosos cónclaves vaticanos, los premios Nobel son anunciados en una escenografía formada por el misterio, la niebla, y el susurro. Pocos saben quienes son los que proponen y los que evalúan los méritos del premiado. Y el premio es develado como un acto de prestidigitación. Poco de esto pasa con los de Física, Química, o Economía. Pero con los de la Paz y Literatura es otra cosa, porque los premiadores son plenamente conscientes de su papel de oficiantes.

Hoy comienzan ya a callarse las voces que respondieron ululantes al anuncio sobre Dylan. Hace mucho que los premios no resultan en un mayor conocimiento o aproximación a la obra del premiado.

Porque lo verdaderamente suculento es el sacrificio. Y el alarido.

Así como Borges reflexionaba que tal vez algún día merezcamos que no haya gobiernos, vale la pena pensar en que tal vez algún día simplemente disfrutemos de la música y la literatura, sin preocuparnos por ponerle la medalla en el pecho a alguien a quien después arrojaremos sobre la piedra de los sacrificios.

gerardo-cardenas-150x150Gerardo Cárdenas, escritor y periodista mexicano, reside en Chicago. Es autor del volumen de relatos A veces llovía en Chicago (2011), del poemario En el país del silencio (2015) y de la obra de teatro Blind Spot (201), publicada por Literal Publishing. En 2015 obtuvo el premio Nuevas Voces de Repertorio Español. Es editor de la antología de relato breve en español de Estados Unidos Diáspora, de próxima publicaciónSu poemario Silencio del tiempo fue publicado este año por Abismos Editorial. Twitter: @el gerrychicago


Posted: November 7, 2016 at 11:05 pm

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