Interview
Entrevista a Francisco Báez Rodríguez

Entrevista a Francisco Báez Rodríguez

Ariel Ruiz Mondragón

Getting your Trinity Audio player ready...

AMLO siguió la lógica neoliberal, sólo cambió el discurso

Entrevista a Francisco Báez Rodríguez a propósito de su Populismo neoliberal (Cal y arena, 2024),.

Entre las principales promesas de Andrés Manuel López Obrador durante sus campañas electorales estuvieron las de “primero los pobres” y su antineoliberalismo, ello enmarcado en lo que debería ser, ahora sí, una democracia real que aún no había existido.

Su arribo a la Presidencia de la República en 2018 significó la gran oportunidad de llevar a cabo su “proyecto de nación”, la “transformación” del país, para lo cual contó con mayorías en el Congreso de la Unión y un gran respaldo popular. La situación parecía inmejorable.

¿López Obrador pudo llevar a cabo su ambiciosa “transformación” del país o, siquiera, tuvo avances en ello? ¿Implementó políticas no neoliberales que, efectivamente, mejoraran el bienestar de los mexicanos? Hacia el fin del sexenio un examen de ello se encuentra en el libro Populismo neoliberal (Cal y arena, 2024), de Francisco Báez Rodríguez, que en una recopilación de 34 artículos analiza esos temas y algunos otros del gobierno del tabasqueño.

Uno de los asuntos que el autor destaca en el libro es el paternalismo promovido por López Obrador, del que escribe que “no cambia la vida, no cambia la correlación de fuerzas: se consolida, pero trocando el deterioro de los servicios públicos por apoyos discrecionales en efectivo. Cambia el discurso. Entraron unos a mandar, en vez de otros. A eso es a los que AMLO llama transformación”.

Acerca de ese libro conversamos con Báez Rodríguez (Ciudad de México, 1954), quien es doctor en Economía y Comercio por la Universidad de Módena y ha sido profesor de las universidades Autónoma de Sinaloa y Nacional Autónoma de México. Fue director de El Nacional y La Crónica de hoy, y ha colaborado en publicaciones como Nexos y Etcétera, entre otras.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy un libro como el suyo, esta recopilación de 34 textos críticos sobre el gobierno de López Obrador a unos cuantos meses de que concluya su gobierno?

Francisco Báez Rodríguez (FBR): Se trata de hacer una revisión de qué ha sido el sexenio de López Obrador. El libro se centra en los primeros años, y la idea esencial es doble: por un lado, explicarnos el porqué de su éxito electoral, por qué es que logró concitar a su alrededor a tanta población y tanta aprobación en determinados momentos. En segundo lugar, es un poco desmontar una idea que ha permeado tanto entre los obradoristas como, sobre todo, en la oposición: que se trata de un gobierno de izquierda.

Mi hipótesis (que creo haber comprobado en el libro) es, primero, que efectivamente, el advenimiento de López Obrador y de su grupo a la Presidencia es el resultado del rechazo a las políticas que se ha dado en llamar “neoliberales”; es decir, a toda la lógica que privilegió el mercado y excluyó a una buena parte de la población de los beneficios del crecimiento. Por otro lado, subrayar que en realidad no hubo un cambio de importancia durante este gobierno; es decir, que se siguieron, de alguna manera, los patrones y la lógica económica neoliberal, y lo que cambió, sobre todo, fue el discurso político.

 

AR: Una de las puntas de lanza del discurso de López Obrador es el antineoliberalismo. En el libro vienen algunos textos en los que usted revisó los primeros presupuestos, y afirma que son “esclavos de las ideas neoliberales”, que son “más de lo mismo”, que “no hay un cambio de eje en la política económica” ni de “rumbo histórico”. ¿Qué pasó con el neoliberalismo en el gobierno que termina? López Obrador lo “abolió” desde el principio de su gobierno.

FBR: Lo declaró abolido en 2019, a los 100 días de gobierno. Para él el neoliberalismo es que ya no estuvieran los antiguos y estuvieran ellos; sin embargo, hay una serie de cuestiones en donde queda muy claro que siguen las mismas políticas.

Los presupuestos de 2019 a 2023 fueron, todos, inerciales; es decir, más o menos el mismo presupuesto que tenían en su lógica Enrique Peña Nieto, y antes que él Felipe Calderón, Vicente Fox y Ernesto Zedillo. En ninguno de aquellos hay un aumento efectivo en la inversión del Estado; la inversión pública está, hoy, en niveles que tenía en los años 40. Estamos hablando de hace más de 70 u 80 años, cuando la economía mexicana era sólo una fracción de la actual.

Uno entiende un Estado de bienestar cuando hay una amplia inversión pública acumulada en infraestructura y, por otro lado, sobre todo en servicios sociales: gasto en educación, salud, infraestructura urbana y para el desarrollo rural, para el mantenimiento de la ecología.

Lo que hubo fue una lógica de política inmediatista, en donde se le quitaron recursos a la educación, la salud, la cultura, el deporte, la creación y al mantenimiento de infraestructura, y simplemente se pasaron a apoyos directos a la población (o a una parte de ella). Normalmente estos apoyos son de tipo directo, monetario, y se siente muy rico: el que lo recibe se siente a todo dar. Sin embargo, el problema es que, a cambio de recibirlos, se deterioraron los otros servicios, las otras áreas, lo que se traduce, a final de cuentas, en una privatización.

Doy el ejemplo en el libro: lo que estaba sucediendo en salud es algo parecido a lo que había propuesto Calderón cuando se refería a “mejor démosle becas para que vayan a escuelas privadas”. Ahora es aproximadamente lo mismo; es decir, disminuyeron las cirugías, las consultas, no hubo un aumento neto en unidades médicas, hubo mayor escasez de medicinas. ¿Por qué se golpeó al sector salud? Y ahora, si la gente se enferma, va a una farmacia, allí se hace una consulta privada y compra las medicinas, y dice: “Gracias a que tengo el apoyo, gracias al presidente, pude tener mi medicina y mi consulta”.

Yo digo que eso no es un Estado de bienestar, sino un “Estado de Simibienestar”: una simulación. Aquí también juega un poco la lógica del azar: si yo no me enfermo gravemente, salgo ganando; pero si enfermo gravemente, no me va a alcanzar con el dinero que me pasaron.

Esa es una parte; otras de las obsesiones de López Obrador son asuntos que yo creo que lo afectaron mentalmente en los años 70: el tipo de cambio, el déficit fiscal y, hasta cierto punto, la inflación. En muchos aspectos él se identifica con aquel Estado benefactor de los años 70, pero aquel modelo tronó, y fue por el lado del tipo de cambio con las devaluaciones, por el déficit fiscal y por el lado de la inflación.

Entonces, su lógica es cero déficit fiscal, que haya superávit y cuidemos, alzando las tasas de interés, que no haya devaluación. Esto es exactamente lo que pedía el Fondo Monetario Internacional: los ajustes del neoliberalismo. Eso de andar presumiendo (ahora ya no se puede tanto) el precio del dólar es muy de la época posterior; en ese sentido, creo que, desgraciadamente, hubo una victoria cultural del panismo en términos de que el Estado no gaste tanto, que no haya déficit, que no haya deuda y que a la inflación hay que controlarla, no importa si esto crea desempleo y si oprime los salarios. Esto no importa: hay que acabar con la inflación, que es el máximo mal en la economía.

Esa es una lógica estrictamente neoliberal.

Hay un solo punto en donde no siguió eso: la política de salarios mínimos. El aumento de estos fue no porque pensara en una mayor justicia (porque a él nunca le interesó promover la movilización obrera), sino en términos estrictamente electorales: la gente, con un poquito más de ingreso en los bolsillos, estará más dispuesta a aprobar al gobierno saliente con un voto hacia la continuidad.

 

AR: Lo que más se ha enaltecido de López Obrador es su política social, sus programas. Al respecto usted hace una anotación fuerte: “Cualquier proyecto que se base exclusivamente en la lógica de subsidios y transferencia para paliar las desigualdades, a la postre sirve para prolongarlas”. ¿Cuál es su evaluación de la política social del gobierno que termina?

FBR: Eso se puede ver muy claramente en dos partes: la primera es que si medimos la pobreza, la que es por ingresos disminuyó durante este sexenio: hay menos pobres por ingresos. Pero la pobreza por carencias aumentó: hay menor acceso a los servicios de salud, a la educación, a los servicios públicos de vivienda, y más problemas con el transporte y con un montón de asuntos que hacen que la vida de la población sea más vulnerable. Lo interesante del caso es que esas vulnerabilidades no se perciben tan fuertemente como se percibe la vulnerabilidad por ingresos (es decir: “no tengo lana”).

Esos son matices importantes porque, ciertamente, López Obrador no acabó con la pobreza: simplemente le cambió el rostro. Se mantiene la gente pobre y se le vuelve más dependiente respecto a los ingresos que puede obtener directamente del gobierno. En otras palabras: se genera una relación de dependencia, vertical, de poder, de gobierno-padre y de pueblo-hijo.

 

AR: Usted menciona en el libro una declaración de López Obrador: cuando dijo que cuando se les da dinero a los pobres, se va a contar con ellos para defender a la “transformación”, y cerró: “No es un asunto personal: es un asunto de estrategia política”. Por lo que se puede entender, eso no tiene nada que ver con preocupaciones sociales ni con inquietudes morales. ¿Qué nos dice esto de su proyecto?

FBR: Nos dice, en primer lugar, que se trata de un proyecto de poder: lo que se busca es el poder por el poder en sí, y consolidarlo con un nuevo grupo político que tiene a López Obrador como el centro. En otras palabras: creo que lo que el presidente intenta es una prolongación de su poder aunque no esté sentado en la silla presidencial.

 

AR: Al principio del libro usted menciona una encuesta del Pew Research Center de 2017, de la que destaco dos aspectos: la insatisfacción de los mexicanos con la democracia (sólo el 6 por ciento estaba satisfecho con ella), además de que entonces el 27 por ciento preferían a un líder fuerte. En su encuesta presentada este año, ese centro encontró que ya son 50 por ciento los que quieren al “hombre fuerte”. ¿Cómo se vincularon esos dos aspectos: la insatisfacción con la democracia y el crecimiento de la preferencia por la autocracia?

FBR: Notable es que la democracia no dio los resultados sociales esperados. Hubo una coincidencia en México y en otros países en donde la apertura democrática, que sabemos que fue paulatina, no derivó en una mejora general de las condiciones de vida de la población porque coincidió con la época de la globalización, de capitalismo salvaje y luego con las crisis, particularmente la del 2008.

En ese sentido, tal vez la gente esperaba demasiado de la democracia; esperaba que fuera la panacea y la solución a muchos de los asuntos, y no lo fue.

Ahí también tienen que ver las políticas que desarrollaron los partidos que estuvieron en el poder. Hubo un alejamiento evidente entre la élite política y la población, lo que generó una suerte de regla de tres: ¿estos son los que se dicen “democráticos”, los que nos tienen con un salario mínimo con el que no se puede comprar una canasta básica?, ¿son los que me ven de arriba abajo y me dicen “ya chole con tus quejas” (esto lo llegamos a escuchar en la época de Peña Nieto)? Se generó un rechazo natural hacia este tipo de personas y de política, que se confunde, no diría yo con un rechazo directo a la democracia, sino como una desilusión muy grande respecto a ella.

Si vemos un caso extremo en el mundo, es Rusia: la democracia en ese país coincidió con una época de crisis económica tremenda, con la generación de enormes desigualdades, y entonces ellos pasó de una época en la que estaba mal a otra en la que estuvo peor, en la que, digamos, el capitalismo de la época democrática parecía la caricatura del capitalismo que habían dibujado los bolcheviques. No es pensable que, con una experiencia tan breve y tan mala con la democracia, los ciudadanos rusos hubieran abrazado la democracia y hubieran dicho “ay, no: Putin es un autócrata”. Al contrario: lo abrazaron y ahora no pueden criticarlo, y al que lo hace le va muy mal, y aquello se volvió una autocracia.

Eso fue lo que sucedió allá; aquí, ahora vamos a encontrar que una parte importante de los electores de Morena y su coalición están satisfechos con la democracia, pero nada más porque ganaron; si no hubieran ganado estarían en contra. Hay muchos que dicen: “No queremos diálogo con la oposición; que se vayan a la goma”, y que, entonces, haya un gobierno fuerte, duro y capaz de tomar decisiones sin que haya estas tontas interrupciones parlamentarias o de libertad de expresión.

 

AR: Otro aspecto que llama la atención es el del nacionalismo. Usted menciona que López Obrador ha cambiado mucho, y una de esas transformaciones fue al nacionalismo, al que usted califica de “radical”, “ramplón”, “anticuado” y “populista”, que le ha servido para distinguirse de la izquierda. ¿Cómo ha sido su nacionalismo y cómo se ha expresado en sus políticas?

FBR: En su crítica a López Obrador, el subcomandante Marcos dijo que tenía de Echeverría “el nacionalismo de cartón piedra”. Creo que en realidad López Obrador ha sido más un nacionalista que un hombre de izquierda: se creó en aquel PRI, se juntó con personajes de izquierda porque le convenía y, luego, cuando ya estaba en la cúspide del poder de su partido, hizo explícito el viraje hacia un rollo nacionalista, que siempre es de derecha (yo no conozco un solo nacionalismo de izquierda). Puede parecer de izquierda cuando es anticolonialista, pero cuando llegan al poder los anticolonialistas se refleja que, en realidad, no era un asunto para la mejoría social, sino simplemente para expulsar a la élite extranjera y apoyar a la nacional.

Hoy lo vemos en muchos aspectos: la reivindicación de un indigenismo de oropel, la negación del mestizaje y de la pluralidad con que está hecho el país e, incluso, todo el rollo contra los transgénicos (que es algo así como “el verdadero maíz es el natural de México”). También está la circunstancia en la que, cuando le conviene, ataca a las empresas y a los gobiernos extranjeros: si alguien no está de acuerdo con él desde el exterior, es “injerencia”, pero, si está de acuerdo con él, no lo es.

Con el asunto de la reforma judicial, dice que los jueces apoyan a las empresas extranjeras, que vienen aquí sólo para robar. Es un poco este nacionalismo de oropel, de que sólo lo mexicano es “bueno”, de la Virgen de Zapopan, que tiene como búsqueda generar una suerte de unión, sobre todo entre aquellos mexicanos que tienen poca relación con el extranjero; es decir, aquellos que no viajan, que no conocen otro idioma, que ven con desconfianza todo lo ajeno.

Eso, a su vez, trae consigo un rollo moralino. Esa idea de México como isla intocada, a mí me recuerda mucho a Díaz Ordaz, que, de alguna forma, consideraba que todos los barruntos democráticos que había (porque ya había una zozobra y un activismo buscando acabar son ese régimen monolítico) eran conspiraciones del exterior que acababan con aquella isla no contaminada por la modernidad que era México.

De alguna forma, Andrés Manuel también está en contra de la modernidad y de la globalización; su mundo ideal es uno donde México está cerrado y aislado. Sabe, porque no le queda otra, que debe tener relaciones económicas, comerciales y culturales con el resto del mundo, pero en el fondo lo que se busca es generar una suerte de isla que sea como Numancia, una fortificación en contra de los invasores extranjeros, que pueden ser migrantes en busca de trabajo, empresarios que quieren obtener ganancias a partir de la inversión u organizaciones de la sociedad civil internacional, como Article 19 o Amnistía Internacional, que están preocupadas por agresiones a periodistas, el deterioro de los derechos humanos, etc.

Es un nacionalismo muy de la época de la juventud de Andrés Manuel; cuando López Obrador era joven, esa era la ideología reinante, que se machacaba continuamente a través de un gran aparato de propaganda.

 

AR: Entre las tendencias mundiales en las que usted ubica a México está una muy inquietante: la de que en política lo que se busca es un apoyo y nada más, no un apoyo informado, como usted aclara. De ello se deriva una profunda aversión al conocimiento, “un abierto desprecio a los expertos”. ¿Qué ha pasado en el gobierno de López Obrador en este aspecto?

FBR: Eso es parte fundamental de todo régimen populista: estar contra los expertos, contra “los sabihondos” (como diría López Obrador) para, de alguna manera, apapachar a quienes no saben, que son las mayorías; es como decir: “Mira, tu opinión (que yo te la voy a inyectar) es tan importante como la de aquel que estudió, como la de aquel que sí sabe”. ¿Cómo se hace eso? Pues al reducir el papel de los que sí saben, lo que también está ligado a otro asunto que tiene que ver también con el nacionalismo: todo el rollo en contra de quienes estudiaron en el exterior porque allá sólo aprenden a ser agentes del mal.

Esto se vio muy claramente en un par de asuntos: en su intento de Ley de Ciencia y, en general, en su ataque a la comunidad científica, que fue muy notable: un ataque a “los sabihondos” que se utilizó como una manera de quitarles potencia, retirarle la pólvora a las críticas que pueda hacer alguien que haya estudiado y que esté informado.

 

Ariel Ruiz Mondragón. Estudió Historia en la UNAM. Ha colaborado en diversas publicaciones políticas y culturales. En 2017 obtuvo el tercer lugar del Premio Alemán de Periodismo Walter Reuter.


Posted: September 23, 2024 at 9:01 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *