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Uganda y la violencia de género
COLUMN/COLUMNA

Uganda y la violencia de género

Ricardo López Si

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Resulta contradictorio pensar que un país cuyo presidente lleva casi 40 años en el poder, apenas legitimado por elecciones con mínimos estándares de competitividad, se haya erigido como el faro de estabilidad de una región en perpetua turbulencia como lo es África Oriental. Hablamos de Uganda, que desde 1986 es gobernada por Yoweri Museveni, un exguerrillero que colaboró en el derrocamiento de Idi Amin, el excéntrico dictador que regó de cadáveres el río Nilo y al que se la achacaron más de 300 mil desparecidos durante su período de ocho años al frente del gobierno tras el golpe de Estado que comandó en 1971.

Ningún otro país en África acoge tantos refugiados y solicitantes de asilo como Uganda. Entre Sudán del Sur —inmerso en una guerra civil que parece no tener final desde su independencia de Sudán en 2011— y la República Democrática del Congo —desangrada por la guerra del coltán y la proliferación de grupos terroristas como M23—, estados con los que comparte fronteras, aportan casi 1,7 millones de personas desplazadas según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). Aunque en menor volumen, migrantes de Ruanda, Burundi, Tanzania, Sudán y Etiopía también se han beneficiado de la flexibilidad de la política de puertas abiertas ugandesa, que permite a los refugiados no solo establecerse legalmente, sino también aspirar a integrarse plenamente en la dinámica social. Esto con todo y que el país se sostiene a caballo entre la dictadura y la democracia simulada, que apenas el año pasado aprobó una de las leyes homófobas más severas de todo el mundo —una ley que castiga con cadena perpetua las relaciones homosexuales y con penas de hasta 10 años de prisión el intento de mantener relaciones homosexuales— y que ha sido incapaz de proteger a sus mujeres de convertirse en víctimas casi seguras de violencia doméstica.

Esta última circunstancia ha vuelto a estar en el centro del debate tras el reciente feminicidio de la atleta olímpica ugandesa Rebecca Cheptegei, a quien su expareja, el también atleta keniano Dickson Ndiema Marangach, la roció con gasolina para después prenderle fuego y provocarle quemaduras en el 80 por ciento de su cuerpo. Si bien el incidente tuvo lugar en el condado de Trans Nzoia, en el oeste de Kenia, y puede ser enmarcado como parte de la ola de feminicidios de atletas de élite que ha sacudido al país vecino, Uganda no ha podido escapar del todo a su responsabilidad.

Tras ser despedida con honores militares en un acto público que convocó a vecinos de Bukwa, en el extremo oriental de Uganda, de donde es oriunda su familia, deportistas profesionales y la presencia del gobierno ugandés en la figura de Peter Owgand, ministro del deporte y figura cercana a  Museveni dentro del gabinete, la impronta de Cheptegei ha pasado a convertirse en un símbolo de resistencia contra la violencia de género. «Como país condenamos en los términos más enérgicos posibles las acciones de violencia doméstica que llevaron a la muerte de Rebecca. Insto a los ugandeses a romper el silencio sobre la violencia de género y decirle no», dijo Owgand durante el acto público, al tiempo que lamentó que las atletas ugandesas hayan tenido que entrenarse fuera del país por falta de infraestructura. Esto último supuso una suerte de dardo hacia Kenia y la cadena de feminicidios perpetrados contra deportistas de élite en los últimos cuatro años. Además de Cheptegei, quien representó a Uganda en la prueba de maratón dentro los más recientes Juegos Olímpicos, las corredoras de fondo kenianas Agnes Tirop y Damaris Mutua también fueron asesinadas brutalmente por sus parejas en 2021 y 2022 respectivamente.

Sin embargo, la postura de Owgand pareció ignorar la circunstancia de que en 2020, una encuesta realizada por la Oficina Estadística de Uganda arrojó a la luz el hecho de que hasta el 95 por ciento de las mujeres ugandesas habían sufrido violencia física o psicológica de parte de sus parejas a partir de los 15 años. El trabajo de campo también reveló que el 43 por ciento de las mujeres son obligadas a casarse a los 18 años y que el 33 por ciento de las mujeres con menos de quince años fueron obligadas a sostener su primer encuentro sexual.

El horror que envuelve a la cifra ha provocado la movilización de Naciones Unidas y otras asociaciones en conjunto con la población civil y el gobierno de Uganda, mediante iniciativas como Spotlight, que buscan erradicar la violencia contra las mujeres y las niñas a partir de programas que promueven normas sociales más equitativas e impulsan una agenda a nivel de leyes y políticas públicas. Esto, sin embargo, no ha sido suficiente para paliar el sangrado. A principios de 2024, un pastor ugandés en Bukhabusi, en el distrito oriental de Namisidwa, fue arrestado tras asesinar brutamente a su esposa, quien tenía 22 semanas de embarazo.

El eco de la violencia en otras mujeres

El caso de Cheptegei, encumbrada a leyenda nacional, conmocionó a Uganda. Resonó tanto en los bordes del lago Victoria como del lago Alberto y tocó fibras sensibles entre sus mujeres, como el caso de Joan, una madre soltera de 33 años que se desempeña como guía turística en los humedales de Bigodi, una zona rural al oeste del país. «La violencia de género comienza desde el rol preservado para los mujeres en buena parte de África: que te elija alguien para casarte, que te quedes en casa inmersa en labores domésticas y que te dediques, únicamente, a servir al hombre», me dijo al calor de una ceremonia de café tradicional.

Joan, cuya erudición en plantas medicinales y especies de aves y primates endémicos le ha permitido ganarse la vida como guía turística en un país que recibe más de millón y medio de visitantes por año, es una de las pocas mujeres que ha logrado imponerse al yugo de las estructuras machistas. Tras haber sido abandonada por su pareja, tuvo que hacerse cargo de su hijo en condiciones marginales y buscarse la vida: «Soy feliz con lo que hago, pero me esfuerzo muchísimo en llevar comida a mi mesa. Tienes que ser extremadamente fuerte, segura de ti misma, para encontrar un trabajo que te permita sobrevivir. Nuestras mujeres no deberían tener que pasar por todo esto para tener un trabajo digno».

Ante la noticia del trágico destino de Cheptegei, una de las 13 atletas mujeres que representaron a Uganda en París 2024, Joan se tomó la cabeza con ambas manos, suspiró profundamente, condenó enérgicamente el hecho y me explicó que «es muy común que un hombre te dejé por otra mujer y que luego, al intentar rehacer tu vida con otra persona, tu antigua pareja te hostigue y ejerza todo tipo de violencia sobre ti».

Mientras en la capital Kampala, con las contradicciones típicas de un régimen autocrático que se aferra al poder, las autoridades descargan hacia Kenia la responsabilidad total del asesinato de Cheptegei, un gran porcentaje de las mujeres ugandesas siguen siendo sometidas por el fantasma de la violencia de género.

*Foto de Ugandan Crafts en Unsplash

Ricardo López Si es coautor de la revista literaria La Marrakech de Juan Goytisolo y el libro de relatos Viaje a la Madre Tierra. Columnista en el diario ContraRéplica y editor de la revista Purgante. Estudió una maestría en Periodismo de Viajes en la Universidad Autónoma de Barcelona y formó parte de la expedición Tahina-Can Irán 2019. Su twitter es @Ricardo_LoSi

 

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Posted: December 16, 2024 at 9:06 pm

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