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Bowie: una fábrica

Bowie: una fábrica

Miriam Mabel Martínez

No se considera una estrella de rock, sino un artista. No es arrogancia, es sinceridad. El talento de David Bowie no es sólo musical, se expande a otras vertientes artística y aún más allá; su propuesta es una lectura antropológica de su entorno, de su tiempo. Es un artista en la línea de Andy Warhol capaz de integrar su contexto, de conectar la cotidianidad con sus símbolos pop y transformarlos en una pieza artística. Quizá esta “manía” le viene de casa: su padre era publicista. O tal vez es un don o una estrategia de vida que ha ido experimentando desde pequeño. No por nada el proceso y la transformación son parte de su obra. Su propuesta es una búsqueda etnológica en la corriente instaurada por el francés Marc Augé, vanguardista y aguda. Esa que no se conforma con ver el presente ni con la creación de puentes entre tiempos, sino que es capaz de armar palimpsestos sonoros. Bowie es un recolector de relatos cotidianos que, si bien tienen una traducción principalmente hacia el sonido, se acompaña de una investigación visual que se refleja en las notas que cada instrumento atiende, en la selección de los músicos, en la vestimenta y en la letra de sus canciones. David es una fábrica en sí.

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Escuchar la música de Bowie (Brixton, Londres, Reino Unido, 1947) es adentrarse en su tradición británica y también la posibilidad de experimentar. Su cuerpo de trabajo (no sólo son discos) es el resultado de un entendimiento sobre herencia teatral y literaria. En sus canciones y en su arte está el legado de Oscar Wilde, la voz de John Keats, pero también el ajetreo de la Revolución Industrial. Sus personajes son rebeldes y marginales como los de Charles Dickens, que luego toman la ruta trazada por Lou Reed. Bowie le canta a los otros. A esos outsiders que no logran encajar y que, además, se atreven a explorar las posibilidades de quienes podrían ser. No por nada le apodan “El Camaleón”.

La manera en la que retrata la realidad evidencia su orgullo de clase. Sabe quién es. Ante todo, es un observador, un lector, un creador experimental capaz de ver más allá del Zeitgeist y, también, de hacer música más allá de la música. Sus propuestas –porque si algo ha sabido hacer es conformar distintos estilos– sintetizan –en cada periodo– el presente y el futuro. Siempre está adelante. Con una elegante maestría logró saltar los márgenes sonoros a los artísticos en la corriente de John Cage y su contemporánea Laurie Anderson; de igual manera, logró diluir los límites entre ficción y realidad, entre rock y fantasía.

John Cage

A lo largo ya de más de 40 años, Bowie ha creado universos acústicos que parecieran ecos de Alicia, dentro y fuera del País de las Maravillas, que además enfocan un futuro casi intocable, inabarcable como lo hiciera Stanley Kubrick. Ambos logran sublimar el deseo de un futurismo funcional imaginado a través del diseño escandinavo y con acentos teatrales que se mimetizan en las ansias humanas por conquistar el espacio exterior. El hombre llega a la luna en 1969 mientras el Major Tom conquista la radio. En este sentido, David logra captar en su rock ese ánimo por crear, por inventar, por descubrir qué está presente en el desarrollo del rock y en la explosión de los medios masivos de comunicación, como la serie televisiva Star Trek, cuya primera emisión fuera en septiembre de 1966, o en el diseño y arquitectura escandinava que, desde finales de los años veinte, proyectaba un mundo espacial que poco más de treinta años después tanto Kubrick, en su cine, como Bowie, en su música, gravitarían. Es tan impactante ver en 2001 Odisea del espacio cómo los cubiertos del danés Arne Jacobsen parecen ser no sólo del futuro, sino del espacio; es tan alucinante como escuchar a Ziggy Stardust y las Spiders from Mars, quienes parecieran ser los enviados de algún planeta visitado por la Enterprise. Si Marshall McLuhan, en 1967, ya nos advertía que el medio era el mensaje, Bowie, un par de años después, con su primer personaje, se convertía en el medio.

2001 Odisea del espacio

Space Oddity es consecuencia de esa soledad que el espectador comparte con Dr. Floyd. Quizá quien llama al Major Tom es Hal. Ya en esta canción, que en 1969 se colara en el Top 10 del Reino Unido, se asoma un autor que no se conforma con ser músico y quien fuera capaz de observar con su pupila dilatada –quizá desde el accidente (una pelea) en el que casi pierde el ojo en 1962– más allá de lo que el resto podemos ver: “Far above the world, Planet Earth is blue, And there’s nothing I can do”. Y en esa nada continúa tomando forma su búsqueda intelectual.

 Así, Bowie empezó a gravitar un universo interior, trazando la ruta de una búsqueda intelectual que aún no termina. Inconforme, siempre hurgó en otras disciplinas para enfrentar el presente. Más que un cazador de tendencias, ha sido un cazador de ideas. Un creador posmoderno que, con inteligencia, supo desde sus pininos observar a sus iguales, no para copiarlos, sino para hilar su tiempo. Sí, su trabajo puede sonar un poquito a Iggy Pop, también a Lou Reed… pero pasados por la magia bowiana. Su obra es conceptual por la “culpa” y aportación de Marcel Duchamp, pero también es diversa, intensa y vasta como la de Picasso. Bowie es un conceptualista sonoro. Su música es una experimentación constante, en sus performances están desde el fantasma de Cage, los movimientos de Lindsay Kemp o la visión de George Orwell, hasta el trazo juguetón e intelectual de Cy Twombly. La música de Bowie es como los dibujos enormes de Twombly que, a simple vista, parecen “fáciles”, pero que resumen la complejidad plástica de la historia del arte no en respuestas sino en preguntas.

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Bowie, además, es de los pocos artistas que ha experimentado sonoramente la alta y la baja cultura: sus temas cotidianos narrados en letras inteligentes están no aderezados, sino sostenidos por elementos tanto musicales como plásticos y performativos que crean una unidad. “We are the goon squad and we’re coming to town. Beep-beep”. Cada una de sus canciones son piezas en las que el sonido es un acto de escapismo. Su obra es un refugio para esos otros escapistas que no se conforman con una sola lectura de la realidad. Una realidad polifónica que se ha permeado de la inteligencia y arte bowiano. Desde ese futuro imaginado por Kubrick, escrito por Orwell y sonorizado por Bowie, hoy seguimos imaginando el rostro de ese hombre –DB– que, en la tradición de Antonin Artaud, “vendió” al mundo por salir del infierno.

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Miriam Mábel Martínez

Miriam Mabel Martínez es narradora y coordinadora editorial de la revista de Nat Geo Traveler. Es colaboradora de Literal.

 


Posted: March 10, 2015 at 7:30 am

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