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Alfonso Reyes: un pacto estético y político
COLUMN/COLUMNA

Alfonso Reyes: un pacto estético y político

Adolfo Castañón

Visión de Anáhuac (1519) al japonés

I
Visión de Anáhuac (1519) de Alfonso Reyes (Monterrey, 1889; México, 1959), dado a la estampa originalmente en 1917 en Costa Rica, se ha vuelto indisociable de la imagen que se puede tener de la alta meseta que es el valle del Anáhuac. Tan indisociable como las pinturas de José María Velasco y como los textos y fotografías panorámicos realizados por otros o por el mismo Reyes sobre ese espacio. De su prehistoria, el texto guarda una reminiscencia: la fecha que lo subtitula: 1519. Originalmente el poema-ensayo estaba destinado a formar parte de un conjunto, como le escribe Reyes a su amigo Pedro Henríquez Ureña en una carta anterior a la publicación, escrita desde Madrid, donde vivía o sobrevivía desde 1914. El texto se brinda como un destilado de letras tomadas de diversas crónicas y cartas del siglo XVI —las de El Conquistador Anónimo, las de Bernal Díaz del Castillo, las de Hernán Cortés—, además de las de los cantares indígenas de Nezahualcóyotl trasladados del inglés, las de los Trofeos parnasianos de José María de Heredia o aun las de la propia prehistoria literaria de Reyes que incorpora en este palimpsesto pasajes y tramos corregidos de la conferencia sobre “El paisaje en la poesía mexicana del siglo XIX” (1911). Conviven aquí historia y geografía, tanto la historia del país y aun la individual como la geografía de la atmósfera: la frase la región más transparente encierra el temple místico que Reyes advertía así en el ambiente como en la escritura y en el fraseo de su poema-ensayo.

Visión de Anáhuac (1519) parece escrito para obedecer y cumplir un pacto de la memoria y ritualizar un encuentro de hecho, palabra y leyenda en el orden ceremonial que componen las cuatro partes del texto. Esas partes o paredes deslindan un espacio imaginario, histórico, teatral, arquitectónico y simbólico. Sientan los reales de una alianza profunda con el paisaje, son otros tantos conjuros a los genios del lugar…

La severa geometría verbal que ajusta el biombo del poema-ensayo se diría que plantea un sistema preciso de vasos comunicantes donde los elementos naturales, geográficos y culturales se corresponden con cualidades o texturas morales: ¡el sistema nervioso del cuerpo textual se organiza en compases emblemáticos! Son las flores del desierto que se prolongan en la austeridad severa de los habitantes del Valle cuyos rostros impávidos pueden disimular el placer, el dolor o la alegría, sobre un escenario de “plástica rotundidad” —fórmula que conviene al poema-ensayo, tanto como al estilo y aún acaso al genio mismo del autor, como señalaría muchos años más tarde de paso por México el poeta y crítico español Dámaso Alonso. Clarividencia poética y filológica, capaz de discernir correspondencias entre los ámbitos interiores y mentales con las atmósferas y esferas externas a través del signo, la imagen, el emblema o el símbolo.

Alfonso Reyes sitúa y ritualiza los primeros encuentros asombrosos entre los indígenas nativos y los hombres armados que montan gallardos animales igualmente armados, ese puñado de soldados, aventureros, conquistadores que vienen como visitantes o más bien visitaciones de otro mundo (tan profundamente otro, pues que proceden de una Europa y de una España todavía inmersas en las atmósferas medievales marcadas por la convivencia con el Islam) a esos reinos apenas ayer combatientes que les parecen encantados y encantadores, investidos de un resplandor magnifico proveniente de la Ciudad-Capital, Tenochtitlán, gobernada por —de alguna forma habrá que llamarlo— el emperador, el gran Tlatoani Moctezuma, el de la silla de oro…“Su reino de oro, su palacio de oro, sus ropajes de oro, su carne de oro. Él mismo, ¿no ha de levantar sus vestiduras para  convencer a Cortés de que no es de oro? Sus dominios se extienden hasta términos desconocidos; a todo correr, parten a sus cuatro vientos los mensajeros, para hacer ejecutar sus órdenes. A Cortés, que le pregunta si era vasallo de Moctezuma, responde un asombrado cacique: —Pero, ¿quién no es su vasallo?”

Foto de la presentación

II

Encarnación de la poesía y de la edad dorada, su corte, sus reinos, sus palacios, sus mercados, sus templos, sus súbditos mismos parecen bañados por esa luz ideal a los ojos de los españoles conquistadores representantes de la codicia y de la guerra, de sus cronistas. Esa luz ilumina y tensa el texto de Reyes en todos sus rincones. La sabiduría humana y artística, literaria y dramática, lleva a Alfonso Reyes a armar los escenarios de este encuentro, como quien alza pabellones en las vísperas de los choques de la guerra y de la devastación… Así, el poema fluye desde esos momentos únicos en que los futuros vencedores y vencidos, dominantes y dominados, se miden como las presas antes de abatirse. El texto de Reyes no presenta la visión de los vencidos antes de serlo, sino la visión de los vencedores a orillas de la todavía incierta victoria… Parte del ceremonial elegido por Reyes estriba en que esta visita a los pabellones, a los templos y palacios, al fascinante mercado, se acompasa con los pasos del italiano Marco Polo cuando se pasea por las ciudades de Cathay. En el paseo alientan la voz y la lengua, el idioma, el fraseo y las miradas de los conquistadores que traen en la lengua y en el oído voces de plantas y animales que antes se escucharon en un castellano tornasolado de acentos árabes y mozárabes… El texto se ofrece como una tapicería preciosa capaz de incorporar otros estambres sobre su malla: desde estos pabellones textuales, “tableaux vivants”, cuadros vivientes se dan la mano, con la pluma de Reyes los estandartes de la prosa española de los Siglos de Oro, desde Bernal Díaz del Castillo y el Conquistador Anónimo hasta Hernán Cortés, Francisco López de Gómara, resuenan incluso ecos del Amadis, de la poesía parnasiana francesa, se escuchan los tañidos de la poesía indígena, y aun destellan los reflejos de Alejandro de Humboldt. ¡Hasta se llegó a decir —lo sabe bien Paulette Patout— que Visión de Anáhuac había inspirado la Anabásis de Saint-John Perse!

En el seno más íntimo de los cuatro pabellones que componen Visión de Anáhuac manan y brotan dos fuentes: de un lado, la caudalosa realidad del mercado al aire libre, del tianguis que se diría hoy desbordando hacia los palacios, templos, avenidas, canales y jardines. Ahí cabe, incluso, una suerte de jardín de plantas exóticas y animales curiosos precursor que hace pensar que los antiguos habitantes del Anáhuac fueron uno de los eslabones originarios de ese concepto que suma jaula y rareza: el parque zoológico. Ahí se incrusta, como una piedra preciosa en otra, otra fuente de poesía. Si Alfonso Reyes es y era ante todo un poeta, un hombre de contemplación —aunque no le fue ajena la acción, como muestra su misión diplomática y su vocación de fundador de instituciones culturales—, no podía cerrar los ojos a la realidad de la poesía indígena, a la vivacidad del canto a las flores, de la canción en flor. Por los años en que se escribió el poema, 1914-1915, dichas expresiones poéticas se encontraban prácticamente sepultadas y era preciso llegar a ellas a través de la triangulación de traducciones a otros idiomas. El dominio de las lenguas indígenas no era cultivado ni auspiciado, menos reconocido. Un ejemplo: en el expediente oficial de un amigo de Alfonso Reyes, el escritor y diplomático yucateco Antonio Mediz Bolio (1884-1957), autor del libro La tierra del faisán y del venado y de la primera traducción del Chilam Balam de Chumayel al español, se reconoce su dominio del inglés, francés, alemán e italiano, pero ¡no se menciona que sabía hablar y leer el idioma maya! No escaso mérito de Alfonso Reyes es haber engastado en el prisma de su animado caleidoscopio, por así decir en la retina misma de su Visión de Anáhuac, la estampa de la presencia indígena prehispánica, la respiración del poeta Nezahualcóyotl y de los antiguos Cantares Mexicanos a través del andamiaje triangulado de los traslados del náhuatl al inglés y luego al español. Los sensitivos trapecios de la traducción —tema al que no fue ajeno el filólogo y helenista Reyes— tornan palpable como losas de un puente verbal hasta qué punto era y es difícil apropiarse, poner de cuerpo presente, lo pasado y lo actual a través de la expresión poética. Gran lección ésta, de hacer aparecer en todo su esplendor lo que en apariencia estaba perdido; gran lección: restituir su reino, por unos momentos fugaces como el vuelo del colibrí, a los dioses en el destierro.

El pacto de Visión de Anáhuac (1915) cierra su cuarto biombo hacia el presente porvenir. El poeta Alfonso Reyes, el lector de John Keats y de Miguel de Cervantes, se sabe en la historia y no ignora que su texto, como el privilegiado momento histórico y cultural de cuya encrucijada él mismo es fruto y testigo, también está, como su lector, en el flujo de lo histórico. De ahí que concluya Visión de Anáhuac (1915) como quien cierra una invitación al lector y, en particular, al lector de México y de las Américas, a incorporar y poner de cuerpo presente la historia de México, capitulo inaugural de la edad moderna. No asombra entonces que este texto asombroso llamado Visión de Anáhuac (1519) haya sido reconocido como un emblema jeroglífico de la historia de México y del encuentro entre dos mundos, del cual surgió el país que da nombre a la recién llamada Ciudad de México donde se ambienta el texto en 1519 y donde murió Alfonso Reyes en 1959.

Envió interoceánico

Se ha traducido la Visión de Anáhuac (1915) al francés (1927), al alemán y al inglés en fragmentos (1932), al checo (1937), al inglés íntegra (1950), al italiano (1960). En 2008 la tradujo al idioma japonés el profesor Takaatsu Yanagihara. En la actual edición se reproduce, con algún retoque, esa traducción.

El profesor Takaatsu Yanagihara pertenece a ese dos veces escogido grupo de estudiosos japoneses de la literatura mexicana compuesto por Eikichi Hayashiya, Yumio Awa, Maseratu Ito, Akira Sugiyama y Fumiaki Noya, traductores de Octavio Paz y de Juan Rulfo. Hay otros traductores japoneses de las letras mexicanas, como son: Jun Miyazawa, Naomi Yanagise, Tesuyuki Ando, Nobuaki Ushijima, Keiko Suzuki, Eiichi Kimura, Ryou Onishi.

La actual edición se hizo gracias al entusiasmo y auspicio de Alicia Reyes, la Dirección de Extensión de la Universidad Autónoma de Nuevo León, representada por el Rector Rogelio G. Garza Rivera y por el Dr. José Celso Garza, del Conarte de Nuevo León representado por la maestra Carolina Farías, de la Embajada de México en Japón, representada por el Lic. Carlos Almada y su agregado cultural Alejandro Basáñez y de Adolfo Castañón, bibliotecario-archivero de la Academia Mexicana de la Lengua, quien, invitado por la embajada, estuvo en Japón dictando dos conferencias sobre Alfonso Reyes y Visión de Anáhuac entre el 10 y el 17 de junio de 2016.

17 de mayo de 2016

127 aniversario del natalicio de Alfonso Reyes

*Prólogo a la edición japonesa de Visión de Anáhuac, de Alfonso Reyes, realizada por Takaatsu Yanagihara, y publicada por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Fue leído el 15 de junio en la Embajada de México en Japón.

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Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México.  Twitter:@avecesprosa

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Posted: July 31, 2016 at 9:47 pm

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