El Frankenstein que se inspiró en Televisa
Martha Bátiz
Todos los días el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, da una conferencia de prensa a los medios canadienses, en inglés y francés, para notificar sobre las medidas que el gobierno está tomando para sobrellevar la pandemia. Trudeau aparece solo, de pie frente al micrófono y recibe preguntas que le hacen, ordenadamente y a distancia, desde todo el país. No se congregan periodistas frente a él, ni se pone en riesgo la salud de nadie para llevar a cabo estos informes o participar como reportero. A veces, Trudeau se dirige a los niños de manera especial y les agradece su paciencia ante la crisis; al ser padre de tres pequeños, sabe cómo dirigirse a ellos con dulzura y objetividad. Y aunque Trudeau y su partido tienen detractores y no faltan conservadores que lo atacan, en general los canadienses están (estamos) satisfechos con su trabajo en este momento tan grave y extraordinario. Y los que venimos de países donde gobiernan hombres ineptos nos sentimos particularmente contentos y agradecidos de estar aquí sorteando la tormenta.
Todo esto lo digo porque el diario The Guardian ya comparó abiertamente el manejo de medios e información por parte de Trump, presidente de derecha, y de López Obrador, que (se supone) es de izquierda. Qué curioso que no se trata de la “prensa vendida” ni los “conservadores” ni los “fifís” los que hacen esta analogía, sino de un respetable diario inglés. Los extremos se tocan y sí, AMLO y Trump se parecen en muchas cosas: su ignorancia, su falta de interés en todo lo que huela a cultura e inteligencia, su deseo de ser adorados sin cuestionamientos, su embeleso por el poder, la lista se podría hacer muy larga, pero el punto que más me interesa es que los dos aman salir en la televisión y ser el centro de la atención (existen, luego piensan que nada más importa). Y en este afán por ser estrellas de la llamada caja idiota, los dos han convertido sus gobiernos en un espectáculo vergonzoso, como solo pueden serlo los malos programas de televisión destinados al horario diurno.
Hoy estuve pensando que AMLO es una especie de Frankenstein (y que me perdone Mary Shelley) que se creó a sí mismo con partes de Madaleno, Pelayo, Paco Stanley, Raúl Velasco, el Tío Gamboín, Chabelo y el Padrecito interpretado por Cantinflas. Sus mañaneras, a las que ya les “agarró” tanto “cariño” que no le importa arriesgar la salud de los presentes (oiga, ¿no puede enlazarse telefónicamente como Trudeau? Ah, no, qué chiste, le gusta el aplauso en vivo) se parecen cada vez más a los programas grabados en el famosísimo Foro 2 de Televisa San Ángel. Ante la cámara, el Peje no se cansa de promover sus propios productos (marca 4T, no compre de la competencia) y de atacar a quienes no creen en él ni le siguen ciegamente (como cuando empezaba a producir telenovelas el Canal 13 y en el 2 se les frunció). Desde ahí, regaña a sus sobrinos malportados y anuncia los premios que tiene para ofrecerle al público (el pueblo bueno, claro, no los fifís conservadores ni los corruptos de la oposición, esos “fuchi-caca”, solo los conversos del PRIAN a Morena tienen su bendición). Estos premios, que son becas pero también promesas de bienestar se anuncian y distribuyen como se hacía en la tele con la dotación de productos Marianela, los muebles Troncoso y, en la catafixia más majestuosa de la historia, el avión presidencial. Lo único que le falta son edecanes en shorts bailando a su alrededor (pero esas las suprime su parte proveniente del Padrecito de Cantinflas, por supuesto, porque su púlpito debe ser apto para los grupos cristianos con cuyos ideales comulga).
Y como México es un país que ha sido educado y entrenado por Televisa, y en la dinámica de Siempre en domingo a nadie le extraña que le receten “siempre lo mismo”, la gente se chuta la mañanera como por años se chutó En familia con Chabelo, emocionados de ver si algo les toca y enamorándose de la primera cara menos fea que les aparezca en la pantalla (corte a Gatell como galán de novela de las cuatro, donde niños y amas de casa pueden suspirar al unísono).
Adolfo Hitler quería ser pintor y, al ser rechazado de la academia de artes plásticas por falta de talento, se dedicó a… no hace falta entrar en detalles, la tragedia es por todos conocida. Trump no tuvo jamás siquiera una elevada aspiración artística, porque nada le interesa menos que la cultura: él nomás quiso siempre ser una celebridad. Logró dar el salto en grande cuando pasó de ocupar espacios en los tabloides a producir The Apprentice, que por desgracia lo volvió atractivo para mucha gente que antes no lo había ni mirado dos veces, y desde que alcanzó la presidencia ha estado manejando el país como si fuera su show personal, porque en eso lo ha convertido, para frustración y escándalo crecientes de los estadounidenses que quisieran no vivir en el circo en que este perverso bufón ha convertido a su país.
AMLO, que en el fondo también siempre buscó la popularidad y el reflector, ahora produce y protagoniza un programa que bien podría llamarse Siempre en la Mañana el Club del Hogar En Familia con El Peje. Se trata, en mi opinión, del show más caro y penoso de México. Al leer acerca de las ocurrencias del día, me lamento pensando cuánto dinero, cuántas vergüenzas internacionales y cuántos desastres para nuestro país nos hubiéramos ahorrado si El Tigre Azcárraga le hubiera ofrecido una exclusividad al Peje en su momento. Se hubiera hecho su “sueño posible” y cada vez que dijera su “aún hay más” habríamos podido cambiar de canal sin que nos diera pavor lo que seguía. Es tanto lo que le debe el Peje a Televisa que en lugar de pedirle dinero a Emilio Azcárraga Jean, debería pagar tarifas correspondientes a derechos de autor. La 4T ahora transmite desde su propio Foro 2 para una audiencia perfectamente entrenada para escuchar, creerle y aplaudir. El enorme contraste estriba en que, a diferencia de su público cautivo, a quienes ya sabemos que este espectáculo no va a tener un final feliz nos aterra imaginar lo que nos espera de aquí a que transmita su último capítulo.
Martha Bátiz es escritora y ha ganado varios premios internacionales, entre ellos el Miguel de Unamuno de Salamanca, España, por su cuento La primera taza de café. Su primera colección de cuentos se titula A todos los voy a matar (Ed. Castillo, 2000); ha publicado la novela Boca de lobo, que fue premiada en el certamen internacional Casa de Teatro de Santo Domingo, y publicada bajo el sello de León Jimenes. Posteriormente fue publicada por el Instituto Mexiquense de Cultura (2008) junto con una versión al inglés bajo el sello de Exile Editions (2009). Martha es doctora el literatura latinoamericana, traductora profesional y fundadora del programa de escritura creativa en español que se ofrece en la Universidad de Toronto. Su Twitter @mbatiz
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Posted: May 20, 2020 at 8:31 pm
Teatrocracia de lo más fino al puro mexican style…