Essay
Sigue habiendo vida en la traducción después de Bolaño

Sigue habiendo vida en la traducción después de Bolaño

Helena García Mariño

Las cifras no son exactas, pero son significativas:  según un estudio llevado a cabo por la Universidad de Rochester, sólo un 3% de los libros publicados en Estados Unidos son traducciones de otras lenguas. Si nos centramos únicamente en ficción y poesía, la cifra se reduce hasta un 0.7%. Y, dentro de este porcentaje ínfimo, las traducciones de libros escritos en español que llegan al mercado estadounidense es de, aproximadamente, un 14%. Es decir, las obras creativas traducidas del español que se publican al día de hoy en Estados Unidos suponen un 0.09% del total de libros publicados.

En una entrevista de 2016 para Words Without Borders, la traductora Catherine McSweeney dijo: “definitivamente, en los últimos años se está produciendo un renacimiento en la publicación de literatura latinoamericana traducida al inglés. Durante un tiempo, parecía que la industria editorial en Estados Unidos y Gran Bretaña se había quedado atascada en alguna clase de visión estereotipada de esta literatura (y muchos de los escritores de reseñas se las arreglaban para incluir la palabra “mágico” en cualquiera de sus comentarios sobre libros latinoamericanos). Pero es muy esperanzador ver cómo hoy en día tantas nuevas voces están siendo publicadas (Yuri Herrera, Alejandro Zambra, Álvaro Enrigue, etc.)”.

Un año antes, James Wood había publicado en The New York Times un artículo, casi una apología, sobre Alejandro Zambra. En él hablaba de la importancia de la traducción para expandir los límites del grupo de lectores de la nueva narrativa que está siendo creada en América Latina. Un año después se reafirmó en lo defendido en la entrevista e incluyó Mis documentos (en su versión traducida al inglés por Megan McDowell) como uno de los cinco libros imprescindibles publicados en 2015.

Alejandro Zambra ha sido una y mil veces comparado –también por el mismo Wood– con  su compatriota Roberto Bolaño, el autor inagotable, el genio muerto prematuramente en plena eclosión de su obra (¿imaginan lo que podría haber llegado a escribir si se le hubiesen concedido quince años más de vida?) que, ensanchó un poquito más el angostísimo camino hacia la traducción de las obras escritas en español de los que vinieron después que él, con el éxito en el mercado norteamericano de Los detectives salvajes y 2666. Ni siquiera el propio Zambra niega la importancia que la literatura de Bolaño ha tenido en su crecimiento como lector y en su obra, pero no se considera su sucesor. En una entrevista del año 2015 afirmó que “la comparación con Bolaño me molesta bastante porque siempre salgo perdiendo –y siempre saldré perdiendo. Es un autor inmenso e irreductible”.

Aunque compartan algunas influencias fácilmente rastreables, la huida de todo lo barroco en sus prosas y un interés alto en la metaficcionalidad, no creo que la literatura que han creado estos dos autores sea similar. Ni falta que hace: Zambra se ha abierto su propio hueco –literario y también en el mercado editorial– con la idea potentísima de los quiebres entre literatura y realidad.

La obra de Zambra es un juego de muñecas rusas: los personajes saltan de una novela a otra, los nombres se repiten, las historias se entrecruzan. Esta idea queda ya perfectamente definida en el brillante primer párrafo de Bonsái, su primera nouvelle: “Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura”. Y se abre entonces el juego, y se abre la historia dentro de la historia, y la novela dentro de la novela, y Julio y Emilia, “que no son exactamente personajes, aunque tal vez conviene pensarlos como personajes–” le sirven de vehículo para una reflexión profunda y directa, sin histrionismos ni giros ni ornamentación innecesaria (exactamente como la belleza delicada de un bonsái), sobre la muerte, la ideología vital, la autoconciencia, la autorreferencialidad, la hipertextualidad y la ilusión. Porque este último es un concepto importantísimo en toda la obra de Zambra, entendido en sus dos acepciones -“esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo” y “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad”-, a las que el narrador apela insistentemente: “no por saber una cosa se la puede impedir, pero hay ilusiones, y esta historia, que viene a ser una historia de ilusiones, sigue así: ambos sabían que, como se dice, el final ya estaba escrito, el final de ellos, de los jóvenes tristes que leen novelas juntos”.

Y precisamente la centralidad de este concepto supuso uno de los mayores problemas a los que tuvo que enfrentarse Carolina de Robertis, la traductora de Bonsái. En una entrevista para la página web de Melville Books, Robertis explicó que “la prosa de Alejandro Zambra es transparente, esbelta y aparentemente simple, por lo que el proceso de traducción fue muy delicado. Los principales retos giraron en torno a la elección de un determinado número de palabras que sencillamente no tienen una traducción equivalente en inglés (…). Un ejemplo es la palabra “ilusiones”, un problema clásico en traducción. En Bonsái, Zambra escribe que es un libro de ilusiones. Pero en español, esa palabra significa a la vez “illusions” y “hopes”. ¿A cuál de las dos se refería? Zambra deja la pregunta a la libre interpretación de los lectores, una ambigüedad hermosa que es imposible mantener en inglés, un idioma en el que no tenemos la posibilidad de mantener ambos significados. Y yo no podía soportar reducir la palabra a sólo “illusions” o sólo “hopes”, porque sentía que estaría dejando atrás la mitad de los temas ocultos del libro. Mi compromiso entonces fue alcanzar ambos significados, incluso si eso significaba tener que utilizar más palabras. Por eso decidí que la elección adecuada era “This is a book of illusory hopes.”

Como ya he señalado, la prosa de Zambra huye de artificios, y en ella se puede reconocer una exploración hacia la precisión en el lenguaje, una poda en cada frase hasta dejarla desnuda. Cada palabra está, exactamente, en el lugar preciso. Ahí está la esencia de la nouvelle según la entiende el chileno: la mezcla perfecta entre la preocupación por el lenguaje y la exactitud en la narración que se requiere en todo cuento. La información que el autor revela está, también, en la cantidad precisa. Por eso, de Robertis tuvo que prestar una atención profunda a la voz personalísima de Zambra, y a la delicadeza de la expresión escrita de Bonsái. Como ella misma señaló “la belleza de esta novella yace en su sutileza: la delicada elección de palabras, el silencio atronador entre líneas, el control al que se someten los personales incluso en momentos de desesperación absoluta. Como un bonsái, el texto está hilado finamente, así que las omisiones hablan tanto como todo lo que sí está presente. Traducir este libro me ha permitido acercarme a esas sutilezas. Cuanto más me sumergía en la prosa, más resonancia encontraba en los silencios”.

El último de los retos de Robertis, y quizá el más complejo –porque va más allá de la elección de las palabras exactas, de la representación fiel de la voz del narrador–, es mucho más abstracto: ¿cómo traducir una voz que condensa todo el dolor y la belleza de la tradición que lleva a sus espaldas a un público que no ha tenido la posibilidad de tener acceso a esta tradición? Y es que en Zambra no habla sólo de amor y de ilusión y de esperanzas y de muerte y de la literatura como la vida y la vida como literatura, sino que también entronca con una tradición y un mundo editorial latinoamericanos a los que el lector estadounidense puede sentirse ajeno. Julio comienza a escribir un libro fingiendo la caligrafía de otro, Gazmurri, el maestro; intenta, al mismo tiempo, imitar y alejarse de la literatura del maestro para acercarse mientras tanto al dolor profundo y antiquísimo de Enrique Lihn (“un enfermo de gravedad/ se masturba para dar señales de vida”), y a la interpretación de Proust y de Rilke y de Walter Benjamin desde los ojos de un estudiante de filología en el Santiago de Chile de finales del siglo XX. El libro, una nouvelle, terminará llamándose Bonsái.

Todavía queda muchísimo trabajo por hacer, ahora que la traducción de libros escritos en español es más necesaria que nunca. Pero mantengamos la esperanza: hay vida después de Bolaño.

HelenaHelena García Mariño. Licenciada en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Madrid y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Complutense de Madrid. Hoy es estudiante en el MFA en el programa de Escritura Creativa en Español en la Universidad de Iowa.

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Posted: March 27, 2017 at 8:29 pm

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