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Borges y la historia
COLUMN/COLUMNA

Borges y la historia

Edgardo Bermejo Mora

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En su poema dedicado a Jonathan Edwards, Jorge Luis Borges escribe en una línea casi perdida: “Hoy es mañana y es ayer”. Tal afirmación, que puede pasar de largo a los ojos del lector, revela lo que en Borges fue una preocupación constante, acaso una de sus obsesiones: la historia. El tiempo no sólo como la entidad metafísica de sus creaciones literarias, sino como el espacio en el que se presentan y representan los hechos de la humanidad.

Al decir que hoy es mañana y es ayer Borges nos ofrece una visión del pasado como materia constitutiva del presente, y el presente mismo como una suma de aspiraciones de futuro.  La historia nos permite -y así lo asienta en el prólogo a la autobiografía del historiador británico Edward Gibbon- “conjeturar las vicisitudes del porvenir”. De esta manera, para Borges nuestro presente no es sino la suma equilibrada de lo que fuimos y de lo que queremos ser. El pasado, los hechos idos de los seres humanos, no sería entonces materia deleznable, sino motor fundamental de nuestra afirmación en el tiempo. Cobra así la historia una dimensión insospechada en su obra, ya de por sí polígrafa y ecléctica.

Cuando escribe en el poema dedicado al Ulises de James Joyce: “entre el alba y la noche está la historia universal”, no solo se refiere al periplo de Leopold Bloom por las calles de Dublín como uno de dimensión universal, sino a la historia misma como la impronta inevitable que las acciones de la humanidad le imprimen al tiempo, cuyo transcurrir no por azaroso deja de ser inteligible.

La constante referencia a la historia se nos presenta así con una insistencia que merece atención especial en su obra. Tales señales, sin embargo, no son unánimes ni lineales. En su poema “El instante”, por ejemplo, Borges escribe: “el año no es menos vano que la vana historia”. Esta afirmación, de cierto desdén por lo histórico, nos muestra que en todo caso hay en la obra de Borges una permanente tensión entre lo que debiera ser y lo que en verdad representa el pasado azaroso de la humanidad. Encontrar en la totalidad de su obra una idea de la historia más clara y definida es un desafío mayor.

¿Cuáles son entonces las ideas que sobre el pasado y el conocimiento histórico adoptó el escritor argentino? ¿Es posible encontrar en el conjunto de su obra una visión singular y unitaria de la historia, o esta misma se fue transformando con el transcurrir de los años y las lecturas? El cúmulo de referencias a la historia y los historiadores en la obra de Borges nos pueden arrojar luces sobre su particular visión de la materia y sobre las corrientes de la filosofía de la historia que influyeron en él. Marcadamente el historicismo del alemán Wilhelm Dilthey, o la reconstrucción monumental de Edward  Gibbon y su historia de la  decadencia y ruina del imperio romano, entre muchas otras referencias que aparecen citadas en sus ensayos, cuentos y poemas.

En todo caso la historia para Borges tiene un carácter circular, es una de las formas donde el azar y el destino se entrelazan, una rueda, un espejo frente a otro espejo que producen una imagen infinita. La trama de la historia es en realidad el punto intermedio entre el azar y la fatalidad. Así lo postula en el famoso texto sobre la circularidad del tiempo histórico que aparece en el volumen El Hacedor (1960):

La trama

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.

Donde escribe “destino” podríamos poner la palabra “historia”, para entonces reconocer la racionalidad inherente que admite Borges en un cierto tipo de pasado al le gustan “las repeticiones, las variantes, las simetrías”.

En la primera estrofa de un poema dedicado a su gran amigo Alfonso Reyes reitera la disyuntiva de la historia que se mueve entre lo accidental y lo fatal.

el vago azar, o las precisas leyes
que rigen este sueño, el Universo,
me permitieron compartir un terso
trecho del curso con Alfonso Reyes.

Se debate Borges entre concederle un peso mayor a las “precisas leyes” de la historia, o aceptar que las cosas ocurren incidentalmente y, por lo tanto, de manera ingobernable e indiscernible. Repite la misma idea en el poema titulado “Oda compuesta en 1960”, en este caso para dedicarle unos versos a Argentina:

 

El claro azar o las secretas leyes
que rigen este sueño, mi destino,
quieren, oh necesaria y dulce patria
que no sin gloria y sin oprobio abarcas
ciento cincuenta laboriosos años
que yo, la gota, hable contigo, el río,
que yo el instante, hable contigo, el tiempo,
y que el íntimo diálogo recurra,
como es de uso, a los ritos y a la sombra
que aman los dioses y al pudor del verso.

 Patria yo te he sentido en los ruinosos
ocasos de los vastos arrabales
y en esa flor de cardo que el pampero
trae al zaguán y en la paciente lluvia
y en las lentas costumbres de los astros
y en la mano que templa una guitarra
y en la gravitación de la llanura
que desde lejos nuestra sangre siente
como el britano el mar y en los piadosos
símbolos y jarrones de una bóveda
y en el rendido amor de los jazmines
y en la plata de un marco y en el suave
roce de la caoba silenciosa
y en sabores de carnes y de frutas
y en la bandera casi azul y blanca
de un cuartel y en historias desganadas
de cuchillo y de esquina y en las tardes
iguales que se apagan y nos dejan
y en la vaga memoria complacida
de patios con esclavos que llevaban
el nombre de sus amos y en las pobres
hojas de aquellos libros para ciegos
que el fuego disperso y en la caída
de las épicas lluvias de septiembre
que nadie olvidará, pero estas cosas
son apenas tus modos y tus símbolos.

 Eres más que tu largo territorio
y que los días de tu largo tiempo,
eres más que la suma inconcebible
de tus generaciones. No sabemos
cómo eres para Dios en el viviente
seno de los eternos arquetipos,
pero por ese rostro vislumbrado
vivimos y morimos y anhelamos,
oh inseparable y misteriosa patria.

Modo, símbolo, tiempo, arquetipo, cuatro vocablos de Borges como conocedor y como intérprete del pasado. Un demiurgo que teje los sucesos de la historia con los hilos inciertos del azar o del destino, las telas generosas de la erudición y las tijeras inagotables de la imaginación. Clío en su laberinto de espejos, para Borges el modelo ideal de historiador es Edward Gibbon quien, como lo escribe en el prólogo ya citado: “parece abandonarse a los hechos que narra y los refleja con una divina inconsciencia que lo asemeja al ciego destino, al propio curso de la historia. Como quien sueña y sabe que sueña, como quien condesciende a los azares y a las trivialidades de un sueño, Gibbon, en su siglo XVIII, volvió a soñar lo que vieron o soñaron los hombres de ciclos anteriores”.

Más adelante en ese mismo prólogo escribe: “De Quincey afirma que la historia es una disciplina infinita, o al menos indefinida, ya que los mismos hechos pueden combinarse, o interpretarse, de muchos modos. (…) Al cabo del tiempo el historiador se convierte en historia y no sólo nos importa saber cómo era el campamento de Atila sino cómo podía imaginárselo un caballero inglés del siglo XVIII”. Prefiguró así Borges a la historiografía moderna.

Para Borges la historia es “como una novela cuyos protagonistas son las generaciones humanas, cuyo teatro es el mundo, y cuyo enorme tiempo se mide por dinastías, por conquistas, por descubrimientos y por la mutación de lenguas y de ídolos”. Es una trama y es también su reverso, el escenario pero también la escenografía, de ahí el nombre de esta columna que a partir de ahora aparecerá regularmente en Literal, gracias a la hospitalidad de su directora y de sus editores, otros tejedores de tramas infinitas.

 

Edgardo Bermejo Mora (Ciudad de México (1967) es escritor, diplomático, historiador y periodista. Obtuvo el Premio Nacional de Novela Política, de la UdeG por su novela  Marcos Fashion, o de cómo sobrevivir al derrumbe de las ideologías sin perder el estilo (Océano, 1996). Textos suyos forman parte, entre otras, de las antologías Dispersión multitudinaria (Joaquín Mortiz, Ciudad de México, 1997), y Líneas aéreas (Lengua de Trapo, Madrid, 1999). Dirigió el suplemento Lectura (1997—98),del periódico El Nacional, y ha colaborado como articulista en diversos diarios, suplementos culturales y revistas literarias. Fue corresponsal de la agencia Notimex para el Sudeste  Asiático con sede en Singapur. Fue agregado cultural de las Embajadas de México en la República Popular China y en Dinamarca. Ha sido director general de asuntos internacionales del CONACULTA y director de Artes del British Council en México. Su Twitter es: @edgardobermejo

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Posted: February 20, 2024 at 9:04 pm

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