Contemplar el tiempo
Miriam Mabel Martínez
El dibujo de William Kentridge (Johannesburgo, 1955) traza un sendero en el que lo social, el compromiso, la historia y la crítica narran el presente. A través de su obra, hemos aprendido a mirar entre líneas. Su trabajo nos ha hecho reflexionar sobre el apartheid sudafricano, sí, pero también sobre el paso del tiempo. Sus animaciones, casi mágicas, son además experimentos en los que el borrado es parte del movimiento. Borrar para volver a crear y así delinear una historia que es la suma de historias individuales en papel que son un palimpsesto. Porque parte de su juego es que los distintos dibujos que integran la animación final están trazados en el mismo papel y son captados por una cámara que va hilvanando una escena con otra.
Sus piezas son entrañables porque nos confrontan no sólo con el hecho artístico (su factura es impecable) sino que nos recuerda que la estética no está peleada con el concepto ni la técnica con la crítica. Es un artista que domina su quehacer con los pies en la tierra sin olvidar la reflexión. Su trabajo impacta porque es contundente, no sólo su línea es magistral sino que te envuelve y te toca de pies a cabeza. Pero no sólo eso: te conmueve. Y ese impacto sensorial e intelectual es el que te abraza al entrar a la instalación The Refusal of Time, una de las recientes adquisiciones del Metropolitan Museum of Art en conjunto con el SFMOMA (actualmente en renovación) exhibida en el MET.
Pero la experiencia inicia aún antes de entrar a la sala. El camino de cada visitante es un acto de libertad: sigue el instinto o el deber o el capricho; sin importar la motivación al estar ya ahí adentro los tiempos se enciman. De pronto, se entra a un cuarto oscuro donde el sonido que rememora lo industrial cosquillea la curiosidad; luego, en medio de la sala, una escultura-máquina nos invita a hurgar. Y a esta “maquina de aliento” la rodean unas pantallas gigantes en las que se proyecta un vídeo de cinco canales en los cuales se van contando historias distintas que se sobreponen y, en otros momentos, se interrumpen mezclando y poniendo en movimiento imágenes y dibujos del artista. Envueltos en una narración sonora, las imágenes nos imponen un ritmo.
De inmediato sentimos el vértigo del tiempo, de su paso, de su parálisis, de sus consecuencias. Los cinco relatos unitarios que engloban una historia polifónica son una reflexión del complejo legado del colonialismo y la industrialización, así como las preocupaciones intelectuales del artista.
Para quienes conocen su obra, estar ahí resulta un gozo, no sólo por sus cualidades formales, conceptuales y sensoriales, sino porque resulta una síntesis emotiva e inteligente de sus preocupaciones temáticas y sus experiencias procesales. Es como un viaje a lo largo de su pensamiento y del acto creativo. Nos devela su poiesis y nos despierta.
La música se acelera en tanto que las imágenes de las cinco pantallas plantean otras lecturas que, súbitamente, se convierten en una sola o en una procesión para, después, regresar al propio relato. Esta pieza combina el pasado profesional de Kentridge (durante las décadas de los setenta y ochenta fue un activo productor de televisión y teatro), su propuesta gráfica así como su interés por la naturaleza del tiempo. En esta pieza nos comparte no sólo su postura y sus temores sino la capacidad interdisciplinaria que nos propone un arte en el que el diálogo con la ciencia beneficia a la creación no sólo en términos de su producción o explicación sino también en su conceptualización y su planteamiento. Ciencia y arte convergen y Kentridge juega con la relatividad, con la demora de las transmisiones del telégrafo, retomando el trabajo del historiador Peter Galison, quien ha profundizado a propósito de un artículo de Albert Einstein en el que plantea que, debido a la demora en las señales transmitidas a través de cable de telégrafo, algunas estaciones de ferrocarril sincronizadas a un reloj centralizado, estaban condicionadas a operar con segundos de retraso. Retomar esta premisa es más que una metáfora sobre la inasibilidad del tiempo: es un recordatorio de que tanto en un mundo recién industrializado e interconectado como en el actual orbe plenamente conectado y sobreindustrializado, el consumo del tiempo no está sincronizado, pese a que veneramos su simultaneidad precisa. El tiempo sucede más allá de nuestra necesidad de control, se nos escapa aunque creamos lo contrario.
Miriam Mabel Martínez es narradora y coordinadora editorial de la revista de Nat Geo Traveler. Es colaboradora de Literal.
Imagenes: The Refusal of Time
Posted: January 29, 2015 at 5:34 am