Cuaderno de un regreso a la tierra natal [fragmento]
Aimé Césaire
Mi memoria está rodeada de sangre. ¡Mi memoria tiene su cinturón de cadáveres!
y metralla de barriles de ron que genialmente agasaja nuestras innobles rebeliones, pasmos de ojos dulces por haber bebido a grandes tragos la libertad feroz
(los negros-son-todos-iguales, se-lo-digo-yo
los vicios-todos-los-vicios, soy-yo-quien-se-lo-dice
el olor-del-negro, eso-hace-crecer-la-caña
recuerde-el-viejo-refrán:
golpear-a-un-negro es alimentarlo)
alrededor de las rocking-chairs meditando en la voluptuosidad
de las cuartas de montar
yo doy vueltas, potranca no calmada
o bien simplemente ¡cómo se nos ama!
Alegremente obscenos, muy amadas muchachas de jazz sobre su exceso de tedio.
Conozco el tracking, el Lindy-hop y las matracas.
Para las buenas bocas la sordina de nuestras quejas bañadas de uá-uá. Esperad…
Todo está dentro del orden. Mi buen ángel pace neón.
Yo trago baquetas de tambor. Mi dignidad se revuelca en las vomitonas…
¡Sol, Ángel Sol, Ángel rizado del Sol
para un brinco más allá del nado verdoso y suave de las aguas de la abyección!
Pero me he dirigido al hechicero malo. Sobre esta tierra exorcizada, largada al garete de su preciosa intención maléfica, esta voz que grita, lentamente enronquecida, vanamente, vanamente enronquecida,
y sólo hay el fiemo acumulado de nuestras mentiras
–que no contestan.
¡Qué locura la maravillosa pirueta
que he soñado por encima de la bajeza!
Pardiez los Blancos son grandes guerreros
¡hosanna para el amo y para el capador de negros!
¡Victoria! ¡Victoria, os digo! ¡Los vencidos están contentos!
¡Alegres hedores y cantos de cieno!
Por una inesperada y bienhechora revolución interior, reverencio ahora mis fealdades repugnantes.
En la fiesta de San Juan Bautista, apenas caen las primeras sombras sobre la villa de Gros- Morne, centenares de chalanes de caballos se reúnen en la calle De Profundis,
cuyo nombre por lo menos tiene la franqueza de anunciar con una coz las aguas bajas de la Muerte. Y es de la Muerte, verdaderamente, de sus mil mezquinas formas locales (hambres inaplacadas de hierba de Para y redonda esclavitud de las destilerías) de donde surgió hacia la gran vida descercada la sorprendente caballería de los rocines impetuosos. ¡Y qué galopes! ¡Qué relinchos! ¡Qué sinceros orines! ¡Qué maravillosa bosta! “¡Un hermoso caballo difícil de montar!” –“¡Una soberbia yegua sensible a la espuela!”– “¡Un intrépido potro de bella estampa!”
Y el compadre ladino cuyo chaleco es cruzado por una arrogante leontina, pasa al lugar de las tetas llenas, de los ardores juveniles, de las turgencias auténticas, o a las tumescencias regulares de avispas complacientes, a los mordiscos del jengibre, a la bienhechora circulación de un decalitro de agua azucarada.
Me niego a considerar mis tumescencias como auténticas glorias.
Y me río de mis antiguas imaginaciones pueriles.
No, nunca hemos sido amazonas del rey de Dahomey, ni príncipes de Ghana con ochocientos camellos, ni doctores en Tombuctú cuando el rey era Askia el Grande, ni arquitectos en Djenné, ni madhis, ni guerreros. No sentimos en la axila el escozor de los que antaño blandieron la lanza. Y ya que he jurado no ocultar nada de nuestra historia (yo que nada admiro tanto como al carnero que pace su sombra de la tarde), quiero confesar que siempre fuimos bastante chambones lavaplatos, limpiabotas sin envergadura, y en los mejores casos, hechiceros bastante concienzudos y la única indiscutible marca que hemos roto es la de soportar el látigo…
Y este país gritó durante siglos que somos unas bestias; que las pulsaciones de la humanidad se detienen ante las puertas de la negrería; que somos un estercolero ambulante horriblemente prometedor de cañas tiernas y de algodón sedoso y nos marcaban con hierro candente y dormíamos sobre nuestros excrementos y nos vendían en las plazas y la vara de paño inglés y la carne salada de Irlanda costaban menos que nosotros, y este país vivía calmado, tranquilo, diciendo que el espíritu de Dios estaba en sus actos.
Posted: April 12, 2012 at 8:26 pm