Essay
Cuando fui presidenta

Cuando fui presidenta

Miriam Mabel Martínez

Getting your Trinity Audio player ready...

Me abre la puerta la “nana” (así la llamó esa otra voz metálica intermediaria entre el interfono y yo), esa figura encargada de custodiar a la señora de la casa ha cumplido, una vez más, su razón de estar: proteger de cualquier interferencia o molestia ajenas como yo. Mi oído es mucho mejor que mi visión. Escuchar “ve tú” fue suficiente para entender la dinámica de ese hogar vecino y, por supuesto, mi rol. No me sorprendió que me recibiera el reconocimiento del INE en el zaguán y no en la puerta principal; como por qué, si la señora Primera Secretaria de mi casilla no acudió a ninguno de los seis simulacros previos al 2 de junio.

De hecho, cuando fue la elección, justo cuando nos observaba al resto de los funcionarios armar las casillas, me confesó que no tenía ni idea de qué hacer porque nuestra Capacitadora Asistente Electoral (CAE) se negó a ir a su casa a explicarle lo que se explicaba en las siete unidades del curso en línea que debíamos aprobar. ¿Qué podía responder yo? Yo que intenté memorizar los instructivos, que traía en mi celular tres infografías que resumían tres momentos claves de la jornada (clasificación de votos, llenado de actas y preparación del paquete electoral) y que a las 7:10 am, ya con las miradas de los votantes encima, no tenía ni la más remota idea de cómo empezar. El destino se había equivocado al confiar en mí. Aún ahora, con mi certificado decorando mi librero, no dejo de agradecerle a mi CAE el acompañamiento ni al INE por sus instructivos tan claros que me ayudaron a ser una presidenta de casilla responsable. Ya con el diploma en mis manos, me dieron ganas de echarme un speech, el cual concluiría con el agradecimiento a mi mamá por acicalarme el pelo cuando a los seis años fui abanderada por primera vez, y una dedicatoria especial a mi padre, que en vida me enseñó a aguantar vara y que solucionar es una de las herramientas imprescindibles para desarrollar una vida profesional, más que exitosa, productiva.

Mi padre (que Dios lo tenga en su santa gloria, como dirían mis vecinas de FRENA) murió sin entender que resolver es lo que nunca dejamos de hacer las mujeres, incluso las que optan por contratar a otras para que les resuelvan cuestiones triviales como abrir la puerta y contestar el interfono. Mi padre ya no está para ser gobernado por la primera presidenta de México; supongo que, como a muchos señores de su generación, le preocuparía la posibilidad de que el marido de la señora presidenta pueda ser un mandilón, tal como he escuchado repetir a uno que otro no tan viejito en mi coffee shop favorito. A mi padre, como varios señores de cierta educación (y edad), le incomodaba la “frialdad” de Claudia, tanto como adjudicaba a mi madre que justificó una y otra vez su ojo alegre. Por fortuna, los tiempos están cambiando, como señaló Denise Maerker en la mesa de cierre del domingo 2 de junio: “A partir del 1 de octubre de este 2024 las niñas entrarán a las oficinas públicas y detrás de los escritorios verán la fotografía de la autoridad máxima del país y será una mujer. Eso es un símbolo y eso es un símbolo sobre todas las niñas que a lo largo y ancho del país estarán viendo esa imagen”. Me emociona el suceso y, aunque en esta ocasión de cualquier forma era un hecho (casi escucho a mi papá corregirme), pero no uno aislado, hay que recordar que desde 1982 siempre ha “colado” una mujer en la boleta presidencial (Rosario Ibarra, Cecilia Soto, Marcela Lombardo, Patricia Mercado, Josefina Vázquez y Margarita Zavala).

Las leyes de paridad ya están dando frutos. ¡Y qué frutos! Y si bien algunos hombres siguen pensando que la cosecha de mujeres nunca se acaba, ahora tendrán que entender que sí somos iguales, que ellos son tan emocionales como nosotras y que nosotras somos tan eficaces y calculadoras como ellos. Todos, todas y todes tendremos que comprender que los adjetivos se usan para describir, no para descalificar. Desaprender a usar calificativos guiados por el prejuicio será una obligación más que un reto; aunque tras el triunfo de Claudia Sheinbaum y ante la continuidad de Morena, la marea clasista que mueve los mares de las redes sociales augura que a las palabras discriminatorias se sumarán los insultos misóginos.

El machismo imperante no es novedad. Basta ver cualquier película en blanco y negro como Salón México (1949), dirigida por Emilio Fernández, en la que Merceditas, la protagonista, muere asesinada, o filmes como El cumpleaños del perro (1974), de Jaime Humberto Hermosillo, o Retrato de una mujer casada (1982), de Alberto Bojórquez, que narran a color feminicidios antes de que esa palabra se integrara a nuestra cotidianidad. Machismo que quedó asentado en una boleta anulada en mi casilla debido a que la leyenda “por una mujer nunca” grafiteaba la hoja. No me espanto. Al contrario. Soy de las que no le teme al desorden; de hecho, es el orden lo que me espanta, quizá por mi naturaleza de cabello rizado; esa cabellera que Claudia ha tenido que planchar supongo por estrategia o quizá simplemente por practicidad. Me encantaría que fuera una presidenta de pelo rebelde, pero no es un concurso de belleza y ella está en su derecho de alaciarse como yo de no teñirme las canas. Ella, yo, y todas sabemos que las exigencias sobre la apariencia son aún inequitativas. Me guste o no, existe la creencia de que una imagen dice más que mil palabras, y quizá por eso Xóchitl y su chicle no pegaron. Lo que sí pegó fue la desinformación…

¿Fue alevosía o un ingenuo wishful thinking, como lo describió Carlos Bravo Regidor el martes 4 de junio en La hora de opinar, lo que motivó a la comentocracia a generar expectativas? De pronto, la narrativa de “los otros datos” cambió de manos. Aunque no fue tan de pronto. Ya en los chats vecinales más de uno respondía ante las notas de medios reconocidos que advertían el rezago con la misma frase que tanto se ha criticado: “yo tengo otros datos”. Al menos esa fue la respuesta con la que me arrobó más de un vecino cuando compartí el link de la participación de Leo Zuckermann, el 29 de mayo, en el programa de Pepe Cárdenas: “Ninguna encuesta favorece a Xóchitl Gálvez”, y añadió que debido a que las casas de apuestas también tenían como favorita a Claudia, apostarle a Xóchitl era, si vencía, una manera fácil y rápida de ganar. Aún ahora, trato de entender esa lógica. ¿Invierto poquito, diez centavos, y si gano, me dan un dólar? O sea, que al final de cuentas ¿sí se trata de tener más dinero en el bolsillo? ¿En qué momento confundir los deseos con la realidad se convirtió en una conducta? O peor aún, ¿desde cuándo la realidad tiene que responder a mis deseos si no apago la pantalla o me aferro a que el país entero quepa en mis redes sociales? Mientras trato de desenredar la confusión, la nana de mi otrora compañera de casilla me arrebata el diploma y me cierra la puerta, como se dice, en las narices. ¡Vaya! Y eso que de acuerdo con las encuestas de Áltica publicadas en el periódico El País, más personas con un nivel superior de estudios votaron por Xóchitl (44%) que por Claudia (43%). El nivel educativo no siempre está correlacionado con la empatía.

Me duele.

Me duele porque pareciera que como los resultados no fueron los que esperaba no puede recibir en persona el reconocimiento a su participación. Y aunque trabajamos más de lo que la mitad de la casilla esperaba –y he arrastrado por días ese cansancio– verificar que los números de planillas coincidieran con el padrón electoral, contar votos, llenar actas, ratificar datos y entregar las cajas electorales ha sido más que enriquecedor, un orgullo cívico. Esto es construir ciudadanía, ¡chingao! Soy víctima del “se levanta en el mástil mi bandera”, y como aquellos lunes en los que cantaba sin saber qué o quiénes eran los céfiros ni los trinos, el furor ciudadano que me mantuvo alerta hasta las 2 am, cuando entregué los paquetes electorales, se extendió a hasta las 5 am cuando el cansancio ya distorsionaba el variopinto seguimiento de la jornada electoral tan distinto a la caja de ecos en la que se convirtió mi chat vecinal, el cual, cabe señalar, desde ese momento vive en la dictadura. Entre los “hoy duele ser mexicano”, los “me voy de mi amado país” y los llamados clamando la intervención de la OEA o solicitando intervención a las embajadas de naciones del primer mundo, como Estados Unidos de América y Reino Unido (no estoy inventando), me instaron a indagar qué se decía en la Deutsche Welle, France 24 y la BBC. En una de ésas al día siguiente sí me andaba despertando con el alma llanera, pero no. No me arrulló “la viva diana de la brisa en el palmar”, sino la repetición en todos los idiomas del triunfo arrasador de la Sheinbaum.

Me dormí cobijada en las convocatorias a la resistencia, las demandas ante la corte internacional, las negativas a aceptar los resultados y hasta las ocurrencias de recurrir a la estrategia de López de exigir el “voto por voto, casilla por casilla”, sin saber que desde 2006 –debido a la diferencia de 0.56, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ordenó el recuento parcial de los votos (apenas 9% de las casillas)– el voto por voto y el recuento de los daños son ley. Además, desde la creación del IFE, en 1990, pasando por su conversión en INE, en 2014, y hasta la actualidad, la institución se ha superado en eficiencia y eficacia técnica contienda tras contienda. En 2018 se abrieron 75% de los paquetes electorales para verificar ciertas discrepancias arrojadas por el sistema; y en esta ocasión, desde el martes 4 de junio se pronosticó se recontaría poco más del 60%. Los ciudadanos somos chidos, pero no tan buenos en matemáticas, a veces las cuentas no nos salen, pero hablar de un fraude con una diferencia de casi 30% entre el primer y segundo lugar, es casi tan irresponsable como salir un minuto después de cerrar las casillas a declararse vencedora; sobre todo cuando simultáneamente las coberturas noticiosas informaban que todas las encuestas de salida señalaban a Claudia como vencedora.

Definitivamente tenían otros datos. Unos que, por cierto, aunque de origen concreto son de proceso incierto. Si bien la empresa encuestadora Massive Caller sembró esperanzas con números que sugerían que con un empujoncito la coalición opositora podía no únicamente alcanzar, sino rebasar por la derecha al partido oficial, también se sabía que ya en 2021 su metodología no había salido ilesa. Pese a su mala fama y sumado a otras stories que brotaban de aquí y allá –como el simulacro realizado el 15 de mayo en el ITAM con una participación de 923 estudiantes donde Gálvez resultó triunfadora–, se continuó cardando deseos y datos en un mismo hilo. El 17 abril, la portada de El Universal anunció: “Xóchitl Gálvez: si 62% sale a votar, adiós AMLO y su candidata” (en la happycracia, el “sí se puede” es posible incluso en contextos adversos), supongo que el eco tergiversado fue el que inflamó de expectativa a los votantes de mi sección, quienes a pesar de defender al INE ignoraban que estaba prohibido colocar carteles durante la veda electoral (más de un despistado se enojó cuando se les solicitó bajar las mantas la tarde anterior al día de las elecciones o cuando en el OXXO no encontraron chelas por la ley seca), o que en algunas alcaldías, como la nuestra, para la diputación local no se había consolidado la coalición, y PAN, PRI y PRD iban separados, o que el sello que tenían las plantillas era del INE. Llenos de preguntas que no lograron responder las cadenas de prevención al fraude electoral distribuidas en las redes sociales, entregaban su credencial a nuestro primer escrutador, quien en un acto heroico de transparencia leía en alto el nombre del ciudadano y cerraba la frase con un sonoro: “Sí se encuentra en la lista nominal”. No falló quien respondiera: “faltaba más”, e indignado desatendiera las instrucciones (“se le entregarán tres boletas para las elecciones federales: presidencia, senado y congreso, y tres para locales: jefatura de gobierno, alcaldía y diputaciones”) se nos adelantara, y tuviéramos que avisarle, antes de ocultarse tras la cortinita, que no había recogido el kit federal, o el local, no sin algún señalamiento a nuestra falta de pericia. No somos moneditas de oro y estábamos ahí por voluntad, empecinados en ganarnos un lugar en la historia democrática del país. Aunque nos resultaba un tanto difícil con vecinos que llegaban con perros de más de 50 kilos dispuestos a ejercer su voto sin importar que en el intento pudieran romper la casilla u obstaculizar el acceso a personas con muletas o andaderas o en sillas de rueda. Por fortuna, un suplente samaritano se quedó para apoyarnos dirigiendo el tránsito humano. Darle el paso a quien más lo necesita nunca ha sido fácil.

Antes creía que sí. Antes de que me incluyeran en los chats vecinales. Chats en plural, sí, porque está el chat de la seguridad, el de infraestructura (bacheo, luminarias, desazolves), el de las filmaciones, del arbolado, de las construcciones y el del “chismecito”. Cabe aclarar que en todos está prohibido hablar de política, regla que no aplica para los administradores de cada grupo que son las 20 mismas personas encargadas de vigilar que las cosas “no se salgan de control”. O sea, que no haya jóvenes en patineta en los parques, que se dispersen los grupos sospechosos reunidos donde sea, que se impida a los repartidores descansar en cualquier esquina o banqueta, que se constate que sólo los residentes coloquen la basura afuera de su domicilio o que retiren a esos indigentes, ambulantes o transeúntes que contrasten con “nuestro estilo vida”.

A fuerza de whatsapazos he aprendido, entre otras palabras, la aporofobia (la fobia a las personas pobres o desfavorecidas). Así que no me resultó tan extraño ver a una señora joven subida en zapatos con plataformas domingueras jalando la correa de un gallardo ejemplar canino de más de 50 kilos sin pensar más que en su espacio expandido sobre el espacio vital ajeno, , no me resultó tan extraño; ni que cada vez que llegaba un adulto muy mayor le tuviéramos que explicar a la larga fila –que creció antes y después del desayuno, y decreció después de la comida– que tenía prioridad. Tampoco me sorprendieron las caras de “¿a ver a qué hora?”, mientras nuestra tercera escrutadora indicaba que teníamos los cuatro sitios destinados al voto libre y secreto ocupados. ¿Como por qué debía de desconcertarme? Si la empatía es una palabra tan sobada que la estamos borrando. Y pues eso de la participación ciudadana, depende… en mi casilla, tras haber participado en los simulacros, el segundo escrutador y el primer suplente se echaron para atrás, pues esto de la democracia es mejor experimentarlo cómodamente en un chaise longue y darle reenviar a los comunicados familiares que combaten al comunismo, socialismo y feminismo con la misma intensidad que al vandalismo y los TikToks que llaman a la defensa de los privilegios del capitalismo (como el derecho a comprar un chingo de papel y de pasear a sus mascotas en lugar de condimentarlos para la cena.

Entiendo la impaciencia por votar, sobre todo cuando comentaristas como Leopoldo Gómez nos convencieron de que una participación alta favorecería la candidata preferida de su audiencia. Promesa que se transformó en ansiedad: dos de cada seis votantes nos preguntaron, mientras se les sellaba su credencial “¿Ha venido mucha gente?”. Y uno de los funcionarios cada tanto dividía el número de votos entre el total de la lista nominal, lo que ya a las 5 pm apuntaba que en nuestra casilla había votado casi 70%, lo que auguraba el triunfo de alguien, que ni qué. Insisto, no me sorprendió la impaciencia que los condujo a confundir el “estamos haciendo democracia” con las ganas de llegar al aperitivo con el dedo marcado o para hacer válida la promoción del 3×1 en el cine o cualquier otra cuya intención no era la compra de voto, para nada, sino simplemente un estímulo al sufragio. Lo que sí me sorprendió fue que un vecino llegara con una cajota de donas y nos agradeciera que estuviéramos ahí. Cual novia de antes me sentí halagada, y también cual novia de antes, al día siguiente me sentí vapuleada.

La sugerencia de que los resultados fueron erróneos incluía nuestras acciones y determinaba que ese INE intocable debía derribarse; pero como crecí leyendo el Libro vaquero, sé que se pasa del amor al odio en tan sólo una página. Aun acostumbrada a la política-ficción, la insistencia en descubrir el “fraude” después de las 11:51 pm, cuando la consejera del INE anunció los resultados del conteo rápido, me desconcertó. Si algo sabe hacer bien el INE es contar, y si su presidenta, Guadalupe Taddei Zavala, se había tardado en salir, no había sido por estar maquinando el robo, sino porque, tal como lo explicó el exconsejero Ciro Murayama con Leonardo Curzio: “Fue la primera vez que se anunciaron en la misma noche de la elección los conteos rápidos de presidencia, cámara de diputados y senado; nunca se había hecho para cámara de diputados y para senado, sólo en las intermedias”. En los albores del 3 de junio, en cadena nacional, se destacó una participación de entre 60 y 61% de la lista nominal, un porcentaje entre 9 y 11% para Máynez; 28.6 y 26 % para Xóchitl y 58.3 y 60.7% para Claudia; ventaja que destruía las ilusiones alentadas por Massive Caller y el simulacro del ITAM, pero aún: apuntaban hacia el hecho de que la oposición había optado por una estrategia que no incluía una propuesta para la mayoría y que había menospreciado el simulacro universitario, realizado el 7 de mayo, en el que 63.5% de los 255,707 estudiantes participantes de diferentes universidades del país daba el triunfo a Claudia. A esa hora, cuando ni Máynez ni Gálvez habían reconocido su derrota, yo estaba aún llenando actas. La responsabilidad de cotejar me agobiaba tanto como intentar escribir con una letra legible. ¡Cómo maldije mi falta de atención en las clases de caligrafía!

Mientras, la tercera escrutadora y la segunda secretaria nos informaban de que en el Zócalo ya se estaba reuniendo la gente; la primera secretaria, con el rostro desencajado, me insistía en que su hija, que había estado en la casilla básica de la misma sección, ya se había ido a su casa. A esas alturas de la jornada, ya no insistí en explicarle que yo era la señora presidenta y ella, la primera secretaria y su hija no, y que tenía más responsabilidades, entre ellas, completar algunas actas como las que yo estaba escribiendo a lápiz, cotejando, una vez más, bajo la custodia del segundo escrutador (el único que se sabía de memoria los pasos a seguir y quien, ante la primera duda, no dudaba en sacar y señalar nuestros instructivos). Como para qué reiterar que no eran competencias, y si en la otra casilla ya habían terminado, bien por ellos; nosotros no, y punto. Los seis funcionarios y los tres observadores de partido registrados ahí presentes teníamos motivos para desear estar fuera, allá en ese mundo raro donde más que hablarse de amor y de ilusiones, nos esperaba la realidad convertida en noticias, y a mí me aguardaba, desde el viernes, una cerveza. Teníamos prisa y, sin embargo, nuestras obligaciones nos obstaculizaban la posibilidad de cumplir nuestros deseos. Supongo que es una práctica popular, esa sabiduría Chespiriana del “como digo una cosa, digo otra” traducida en “como no hago una cosa tampoco hago otra”.

En fin, que mientras perdíamos el tiempo comparándonos con otras casillas y leyendo mensajes en los que demasiado temprano para ser verdad (a las 6:01 pm, para ser exactos) ya se compartía el emotivo discurso triunfal que Xóchitl pronunció custodiada por Marko Cortés, Alito, Germán Martínez, Kenia López Rabadán y Max Cortázar: “Estamos compitiendo contra el autoritarismo y poder (…) Por la altísima participación de más de 80% en algunas casillas y por la ‘energía’, ya ganamos; por la información del triunfo de Taboada en CDMX, está claro que ya ganamos”. Poco más de hora y media después, a las 7:39 pm, Ciro Gómez Leyva, entre muchos, cuestionaba esa victoria: “Si las encuestas de salida dicen que la tendencia favorece a Claudia, con qué datos salió Xóchitl a decir que ya ganamos, y si la diferencia es de 30, es imposible que la coalición haya ganado Veracruz, CDMX, Puebla, Yucatán… O los encuestadores hicieron un pésimo trabajo, o alguien está mintiendo esta noche”. ¿Esa noche?

Esa noche y antes algunos hicieron mucho dinero, y no precisamente las casas de apuesta. “Yo les había dicho desde hace meses que íbamos a ganar estas elecciones, a pesar de las mentiras”, insistió Xóchitl durante su discurso vencedor, sustentado en ideas que esperaban, a fuerza de repetición, convertirse en realidad, como la idea de que una mayor participación beneficiaría a la candidata opositora.

El 18 de abril, Leopoldo Gómez, en su colaboración semanal con el Teacher, en Radio Fórmula, aseguró que si salía a votar 60% de los mexicanos ganaba Xóchitl (sin el “podría”). También comentó que en las encuestas permeaba la polarización: “yo no quiero que mi hijo o mi hija se case con alguien que tiene una ideología distinta”. Cuando lo escuché pensé que a pesar de su larga trayectoria en Televisa nunca vio una telenovela, pero no se perdió un capítulo de El Chapulín colorado, y frente al mismísimo Teacher, el 6 de junio, confesó que lo había sospechado desde el principio: “Las encuestas, las serias, ya anticipaban esto”. Y como todos sus movimientos están fríamente calculados, resaltó: “Lo interesante es que en las encuestas de salida, la victoria de Claudia Sheinbaum fue generalizado en todos los demográficos. Un dato que me salta es que Claudia Sheinbaum ganó aún entre los que no reciben programas sociales. Así que eso del voto comprado y no sé qué tantas cosas que se dijeron y, sobre todo, con lo que se autoengañó la oposición, no me parece que haya sido decisivo”. ¿O sea, cómo? ¿Los otros datos siempre fueron los mismos? ¡Que no panda el cúnico! Simplemente, como lo señaló Salvador Camarena el 3 de junio en el noticiero radiofónico de Azucena Uresti: “Estamos atestiguando un cambio de régimen. Las y los mexicanos quieren otra cosa; 2018 no fue, como dijeron por ahí, una anomalía; fue el inicio de algo nuevo. La nación le pidió ayer a Claudia Sheinbaum que acelerara ese camino…”. Un camino que una tercera parte del país no quiere transitar.

¿Cómo fue que han seguido perdiendo gente en el camino? Aquella diferencia de 0.56% que favoreció a Calderón hoy es de más de 30%, así que esa polarización tiene un polo que ha ido perdiendo muchos adeptos. No todo el país es nuestro código postal ni nuestro grupo cercano. Es difícil dar el salto del algoritmo a la vida real. No es sencillo salir de la “cotidianidad”, como eufemísticamente me dijo una colega para resguardarse en su burbuja y disculparse de su falta de curiosidad por atreverse a subirse a un camión sin pensar que le pueden robar el celular. Tampoco es fácil entender que el país es más que la CDMX, donde sí hubo una participación de casi 70% que no favoreció ni a Gálvez ni a Taboada; quizá el festejo con la Sonora Dinamita programado en El Ángel de la Independencia, debió agendarse en la alcaldía Benito Juárez, donde ambos arrasaron.

Los deseos no son los hechos, y los indecisos, todo indica, no estaban tan indecisos, tal vez por la razón que comentó Camarena: “La gente mayoritariamente nunca vio los beneficios de un sistema que en esas manifestaciones se defendía de otro sistema que siempre tuvo pretextos para todo tipo de agenda popular, para todo tipo de necesidades de las grandes mayorías; siempre se encontraba ‘ahorita no, estamos construyendo la democracia, cuando terminemos, van ustedes, pero miren qué bonito nos está quedando este contrapeso, este órgano autónomo’; ojo, no lo estoy cuestionando, estoy diciendo lo que yo advierto, y lo que dijo la mayoría, es que todo ese aparato no se enfocaba en lo principal y el gobierno que tenemos desde 2018, y el que encabezará Claudia Sheinbaum, ha propuesto otro tipo de jerarquía; la ciudadanía vive otras preocupaciones en el día a día y se siente mejor representada desde hace seis años que en los 30 previos”. O lo que sintetizó Denise Maerker, en una mesa compartida con Epigmenio Ibarra, Ciro Gómez Leyva, Jorge Ramos, Gabriela Warkentin y Leopoldo Gómez: “Hay una polarización que es estructural y tiene que ver con una sociedad profundamente desigual. Y, ¿qué significa esa polarización? Que los grupos sociales no pueden pensar igual ni pueden tener intereses comunes, ni visiones del mundo. Es más, a veces son incapaces de verse ni de entender por qué están actuando de una u otra manera”. Quizá la ausencia de la permanencia voluntaria nos ha hecho olvidar lo que el cineasta Ismael Rodríguez narró en voz propia al inicio de la secuela de Nosotros los pobres.

Ustedes los ricos (1948) abre con la escena de dos niños de la calle (“héroes de las grandes ciudades: los pobres”) hojeando el libro que da continuidad al drama de Pepe El Toro, la Chorreada, Chachita y anexas, entrelazado con La Millonaria, el hijo y su esposa interesada, mientras la voz del director repite las palabras escritas que ocupan la pantalla: “Amigos pobres, amigos ricos, vámonos mirando más de cerca para saber quiénes somos, cómo somos y por qué somos así, y cuando habiéndonos conocido nos acerquemos, quitémonos del pecho las carteras –repletas o vacías– para que nuestros corazones puedan acercarse más al abrazarnos”. Ni modo, vivimos en la imposibilidad del abrazo, quizá porque como le señaló Ana Laura Magaloni en La hora de opinar, el lunes 3 de junio, a Héctor Aguilar Camín, tras decir que los votantes son comprables: “Quizá subestimas lo que significa ese dinero en el bolsillo”. Pero bueno, es menos complejo acusar de que se ha construido una ciudadanía que abarata el voto que asumir que no todos han tenido el apapacho del estado o de una herencia. Me resulta dramático –tanto como la frase de Rodríguez que da inicio a la película: “Vaya mi esfuerzo a aquellos cuyo único pecado es el haber nacido pobres y a aquellos otros que hacen un pecado del haber nacido ricos”– que una vez más se les eche la culpa a las individualidades y no al sistema. ¿Por qué seguimos perpetuando la creencia del ‘sí se puede’ y le restamos responsabilidad a esos monstruos institucionales privados o públicos que determinan nuestras vidas?

¿Por qué pensar que los votantes nos equivocamos? Tal vez la anomalía no está en el voto mayoritario, sino en un sistema de partidos políticos en crisis culpable de que el Partido Verde sea la segunda fuerza y que carga con una oposición conformista que cree que menospreciar basta y se ha olvidado de construir un proyecto político sólido que incluya a esas otras dos terceras partes de la sociedad mexicana a quienes no lograron convencer. Para qué denostar a la mayoría en lugar de respetar el empoderamiento, algo que señaló Javier Tello en respuesta a la definición de “ciudadano de baja intensidad” de Aguilar Camín: “Se trata de empoderamiento, que es algo muy valioso y muy importante, y es todo menos una ciudadanía de baja intensidad. Son grupos de la sociedad, zonas del país que se sentían olvidadas, marginadas, maltratadas, que de repente las involucras porque son ciudadanos, porque es su derecho porque buscas empoderarlos…”. ¡Qué difícil nos resulta relacionarnos como iguales! Es más chic evitar rodearse de igualados.

Es extraño –más que incómodo– leer cosas como “este 2 de junio fíjese bien dónde pone la cruz, porque después hay que cargarla”. Aunque tal vez no lo es, si la candidata de la coalición Va por México cerró un mitin parafraseando el versículo Romanos 8:31: “Si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?”. Siempre el ‘Us and them’ que, como dice la canción, “and after all we’re only ordinary men”.

¿Por qué de lo que se trata es de subrayar la diferencia donde sea que se esté? Incluso en la casilla, donde la señora presidenta –que era yo– debía repartir las obligaciones no como señalaba el proceso (a cuyo ensayo sólo acudimos la mitad menos uno) sino a ojo de buen cubero y/o respondiendo a las expectativas individuales contra las que luchó desde enero nuestra CAE. Ah, porque algunas de las razones de la deserción se debieron a que la CAE no les aseguró el puesto deseado y en un acto de inconformidad ante el sorteo, renunciaron. La pobre no sólo tuvo que peinar la zona distrital en busca de posibles locaciones, sino que tuvo que sortear la suspicacia de los chats vecinales que pese a su chaleco del INE la retrataban, al estar tocando casa por casa, como sospechosa. Además, de visitar durante dos semanas a los primeros 150 sorteados de la lista nominal en dos semanas, tuvo que resignarse a la negativa del 90%. No puedo imaginarme su frustración. Miento, porque la compartí cuando el lunes anterior a las elecciones nadie de mi casilla acudió a la cita para acompañarme a contar las 3,060 boletas (federales y locales) ni a verificar que el material estuviera completo. Sentimiento que ratifiqué un día antes de la jornada cuando me confirmó la inasistencia del tercer escrutador y del primer suplente; malestar que reviví al ver a uno de los desertores llegar tan campante como otra vecina que, haciendo explícito eso de “explicación no pedida, culpabilidad manifiesta”, comentó que ella se había negado, pero que lo bueno era que nosotros no.

La escena me recordó los extraños eventos suscitados tras la llegada de H&M a la CDMX, al Centro Comercial Santa Fe (el first of the first of the first). Para aprovechar las ofertas, las señoras corrían de anaquel en anaquel mientras “sus muchachas” uniformadas hacían cola en las cajas. Uno nunca sabe para quién trabaja. Aun así, mi frustración era irrisoria frente a la que mi CAE había experimentado desde enero hasta el 9 de junio, cuando de las 36 funcionarias de las tres casillas que coordinó, acudimos solamente cinco a recoger los reconocimientos. ¿Qué se puede esperar si de los 300 integrantes en promedio de cada chat fue imposible reclutar a 18 voluntarios por casilla y se tuvo que recurrir a los samaritanos que ya habían sido funcionarios en otras ocasiones, o a los ingenuos que creían que ser funcionario era sólo estar en la casilla sellando credenciales y que podían escoger dónde estar, qué función desempeñar y hacerlo a su estilo? Por fortuna, otros, como la tercera suplente, se emocionaron al saber que contarían voto por voto la decisión de la ciudadanía.

Una decisión que muchos depositaron en la incertidumbre del voto oculto y en la sabiduría de los indecisos. Leopoldo Gómez y Joaquín López Dóriga habían compartido su epifanía con los radioescuchas: “La bolsa que va a definir la próxima presidencia está en los indecisos”. Parece que, a la mera hora, como señaló Camarena: “La oposición nunca supo reinventarse. Hay un apoyo real y la 4T se conecta con la mayoría de una manera que no lo hace la oposición. La marea rosa no quiere decir que haya sido irrelevante, el hecho fundamental es que no tuvieron un impacto real”. Y aunque en los chats todavía se compartan las conspiraciones que ya habían advertido figuras como Roy Campos, de Mitofsky, a quien Xóchitl descalificó asegurando que trabajaba para Claudia, está claro que aquel voto oculto –del que todavía el 22 de mayo Alejandra Culler, en entrevista con Pepe Cárdenas, aseguró se daría a favor de la oposición– esquivó “la espiral de caballos”, esa que de acuerdo con su autor, Federico Reyes Heroles, no versa sobre quién va a ganar sino qué capta el ambiente político: “Si realmente la carrera estuviera ganada por qué el 46% te dice que va a ganar Xóchitl no cuadra si tienen las preferencias definidas 44% y tienes 44% que dice que no están definidas piensan que te amedrentan”.

Confieso que sigo girando en esa espiral y sigo sin entender por qué se pensó que quienes ocultaban su voto iban a favor de Xóchitl. El 10 de junio, Jorge Romero, coordinador del PAN, en la radio con Ciro, aseguró: “A nosotros nos quedó claro que el margen grave de error fue el voto oculto. La lectura que se le dio al voto oculto fue a la inversa. Lo que algunos creímos que la gente sentía vergüenza de decir que por ellos fue exactamente al revés”. ¡¿Vergüenza?! ¿Por qué no pensar que esos ocultadores de votos rehuían de la confrontación? En mi chat vecinal (en el que no se habla de política) un integrante osó cuestionar un chiste tras una retahíla de discriminaciones: “Siento una puñalada en el marcapasos. ¡No mames! Además de negro, argentino, discapacitado, puto, drogadicto, seropositivo, calvo, huérfano, tartamudo, manco y cardiaco, ¡¡¿¿vivo en Tepito??!! En ese momento se me acerca mi novio Arturo, quien con lágrimas recorriéndole el rostro me dice con voz aguda y quebrada: ‘Cariño, no te preocupes, verás que AMLO nos va a sacar de pobres”.

Los emojis (😳😱) que cerraban el chiste representan aún mi impresión tras descubrir que no a pocos sí les pareció gracioso y que cuando el vecino les deseo suerte con una oposición tan excluyente, se le fueran encima criticando su falta de sentido del humor, señalando su poco entendimiento sobre la situación del país, exaltando su resentimiento y aludiendo su chairez. Salió raspado, como yo al entrometerme cuando otro ciudadano –con quien coincidí a recoger el reconocimiento del INE– exigió una explicación creíble a nuestra samaritana CAE: ¿Cómo era posible que si Xóchitl había ganado en nuestras casillas la victoria final se la llevara Claudia? Y al grito de “elección de estado”, sugirió que el INE estaba coludido.

Aclaro aquí que me gané a pulso su suspicacia, ya que, desde su perspectiva, cualquier persona que no piense como él está en su contra y, pues, yo le recordé que ya Lorenzo Córdova, en Latinus, le había explicado a Denise Dresser por qué no se estaba viviendo una elección de estado, que Ciro Murayama con Leonardo Curzio había destacado la eficacia técnica del INE y subrayado a “un sector de la población que está diciendo que esto se debe a un fraude. El fraude entendido como la alteración de lo que la gente depositó en las urnas, y a mí me parece que eso no tiene ningún fundamento; es más una reacción sicológica para tratar de negar lo que no te gusta, un poco lo que pasa a veces con los diagnósticos médicos”. No le agradó mi cita, ni porque ambos habíamos participado del proceso. Pero bueno, de seguro tampoco estaría de acuerdo con Carlos Bravo Regidor: “Lo que ocurrió en las urnas ocurrió bien, y si hay errores esos siempre los habido y se convierte en una injusticia en defensa de la democracia que la oposición quería hacer que ahora salgan con esta trastada”. Ni se despidió, y no me dio tiempo de comentarle que Javier Tello, tras reconocer que como analista se equivocó, también cuestionó la posibilidad de la elección de estado y exaltó la estrategia del presidente y de Morena “de hacer de esta elección un referéndum, y lograron que la oposición le entrara”.

Me intriga la habilidad para permanecer aislados en la espiral de haters, ya ni Carlos Alazraki, quien aquel fatídico lunes se levantó “además de enojado, frustrado, todo lo que quieras, dije, a ver, no lo soporto y sabe que no lo soporto, Andrés Manuel, lo odio de hecho, okay, pero sí tengo que reconocer su sagacidad y su inteligencia y su experiencia y su habilidad”. Lo que parece increíble de reconocer es la posibilidad de que los 35 millones de votantes que le dieron el triunfo a Sheinbaum puedan ser inteligentes. Esta posibilidad resulta tan imposible como que la oposición se haya equivocado al unirse, como lo señaló el panista Damián Zepeda, o que como dijo Magaloni, se haya subestimado lo que significa votar aún por las marcas PAN, PRI y PRD. Y aunque, al igual que Aguilar Camín, un porcentaje alto de los vecinos del chat no acaben de asimilar el voto de la mayoría, también es difícil de entender que la oposición no se dé cuenta que para encabezar un movimiento se requiere de un líder, y que tal vez su candidata evidencia su elitismo, al creer que bastaba una candidata simpática, ocurrente, dicharachera y de padre indígena para conectar con la gente. ¿Cómo conectar con una persona que se identifica como la “blanca” en la familia indígena, que está convencida de que si a los 60 años no tienes una casa se es muy güey (que no weeey) y que rivaliza exaltando esos rasgos que a las mujeres se nos están negados, como la frialdad?

¿Y si en lugar de tratar de desentrañar ese voto por la continuidad los partidos tratan de analizar lo que pasó? A todos nos conviene la existencia de una oposición fuerte. Como señaló en entrevista con Ciro Gómez Leyva, Damián Zepeda: “Hay que hacer autocrítica y preguntarnos por qué no tuvimos la capacidad hablarle a esa otra población”. Hay que sumirse en una profunda reflexión, como dijo Aurelio Nuño, para entender que para derrotar a Morena se necesita “hacer un proyecto de nación genuino, y no de frases mercadológicas que toquen fibras, de inspiraciones”. En resumidas cuentas: atenerse a la realidad y no al deseo de un grupo político, que se ocupó más en mantener su registro que en ofrecer una opción real para todas las clases sociales incluyendo a esa clase media-alta, que según la encuesta publicada el 4 de junio por El Financiero, “le dio la espalda a Xóchitl”, ya que sólo cuatro de diez votaron por ella, y este voto no se debió precisamente a que Martha Debayle, en noviembre de 2022, comenzara la entrevista a la entonces jefa de gobierno con “me gusta mucho como pronuncio yo Sheinbaum”. O quizá sí. Si no, por qué los medios de comunicación, tras la llamada con Kristalina Georgieva, directora del FMI, destacaron antes que el contenido de su mensaje, “su sorprendente nivel de inglés” (Milenio). Sin embargo, a mis vecinos les preocupa más que es atea y judía al mismo tiempo, y que se haga la que la virgen le habla (y eso que no pertenecen al único sector en el que Gálvez obtuvo más votos: los patrones y empleadores). Al igual que Germán Martínez, ninguno se ha rendido, a pesar de que Xóchitl ya retomó su curul en el Senado y, en entrevista con Azucena, haya corroborado que eso de que ningún hombre la manda, a Marko Cortés le entró por una oreja y le salió por la otra. Mientras unos ya estamos listos para lo que sigue, algunos, como Laura Zapata, están al grito de guerra para enfrentar al nuevo peligro para la nación, y otros, como Germán, están intentando reconciliarse con la derrota. “No nos vamos a inventar un fraude, no como López. Salir a la calle a gritar ‘el INE no se toca’ y luego que el INE toque la canción que yo quiero, eso es suicida. Debemos reconocer y felicitar a Claudia con un procedimiento validado por todos, y ese procedimiento nos puede regresar al poder si lo respetamos y no si andamos ninguneando al INE, el día de hoy”.

El llamado de Martínez a la reconciliación –“pero no a la reconciliación con Morena, sino a la reconciliación de los que perdimos con nuestra derrota, a la reconciliación con nuestro fracaso”– me recuerda a mi padre cuando le llevaba mariachis a mi madre clamando no sé si perdón o regodeándose en la imagen del culpable para seguir igual. Tal como entonces, me maravilla la imagen del macho arrepentido. “Le pido una disculpa a los ciudadanos por no haberlos convencido, por no haber sido atractivos”. ¡Ay, también Germán, como lo fueron mi padre y Cuco Sánchez, es un rebelde y prefiere su dolor!

Me alejo del domicilio de la que fue compañera de casilla. ¿Cómo es posible que hayamos sido vecinas más de dos décadas y jamás nos hubiéramos prodigado ni un ‘buenos días’? Quizá, refraseando el final de la película Ustedes los ricos: el fifí no quiere al chairo, el chairo no quiere al fifí, porque no se conocen. ¿Será?

 

Miriam Mabel Martínez es escritora y tejedora. Aprendió a tejer a los siete años; desde entonces, y siguiendo su instinto, ha tejido historias con estambres y también con letras. Entre sus libros están: Cómo destruir Nueva York (Conaculta, 2005); los ebook Crónicas miopes de la Ciudad de México Apuntes para enfrentar el destino (Editorial Sextil, 2013), Equis (Editorial Progreso, 2015) y El mensaje está en el tejido (Futura libros, 2016). Coordinó las antologías Oríllese a la izquierda Mujeres  (2019) y Mujeres. El mundo es nuestro (2021) ambas bajo el sello Universo de Libros. Forma parte del Colectivo Lana Desastre con el cual ha participado en “El Panal Monumental” (2017); un mural tejido para la Central de Abasto (2018); “Manta por la Sororidad” (2019) y “Data: Cambio Meta Tejido” (2019), entre otros. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte.

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.

Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.

 


Posted: July 8, 2024 at 7:14 am

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *