DÍAS A LA SOMBRA
Ana García Bergua
Estos cinco días entre Navidad y Año Nuevo durante los que nos encerramos un poco a que el año termine y comience el nuevo ciclo, son curiosos. Días un poco a la sombra, en los que queremos que las horas pasen y no acaban de pasar, la historia no deja de correr y sin embargo actuamos como si diéramos vuelta a la página, como si la rueda del tiempo se detuviera: dejamos de ver a los amigos con quienes hemos estado festejando en las posadas y en Navidad, a todo el mundo le deseamos dicha y prosperidad, y pareciera que nos recogemos en un lugar muy íntimo y secreto, familiar, con hijos que juegan con sus juguetes y restos de banquetes que duran días y días, del que surgiremos renovados. Por eso estos días me recuerdan a la película Le retour d’Afrique de Alain Tanner, en la que una pareja se ha despedido de todos sus familiares y amigos para irse a vivir al África y resulta que el viaje se les cancela a la última hora; como no son capaces de asumir el fracaso frente a sus conocidos, ni de regresar a la vida cotidiana, se tienen que mudar a las afueras de su ciudad para simular que sí se fueron y cambian su vida por completo: el fingimiento, la sombra, termina por hacerse real. Así estos días se parecen un poco a aquella partida ficticia; un meterse tras bambalinas para cambiarse el vestuario del año que viene, actuar nuestras propias expectativas: así limpiamos la casa, nos vamos a la playa o al bosque si podemos, leemos los libros o vemos las películas que no pudimos ver en el año, nos acompletamos un poco para llegar al siguiente año en versión subtitulada y presentable, recién llegados de nuestra África. Días que son como una grieta en el tiempo, entre la fiesta religiosa y el calendario civil y solar. Días de corte de caja, festejo de logros y lamento de pérdidas: a estas edades no pasa un año sin que extrañemos a alguien cercano que ya no está aquí. Días de recogimiento o de escape, días que no se parecen a ningunos otros días del año, ni siquiera para muchos que trabajan y esperan, quizá, a que regresen sus compañeros y las horas recuperen su paso vivo y cotidiano, ese correr del tiempo como una máquina ajena y tranquilizadora que nos lleva por la vida a nuestro pesar: lo bueno pasa, pero lo malo, venturosamente, también. Días estos en que esperamos a que cambie no sólo el año, sino la década: ya vienen, y me cuesta creer haber llegado hasta aquí, los años veinte. Quizá es verdad que termina la década anterior, como reza la eterna discusión; el asunto es que al escribir la fecha ya no dibujaremos un uno, sino un dos, y sólo por eso nos sentiremos en un tiempo distinto.
Durante los años veinte de hace un siglo, en México pasamos por la relativa paz obregonista y el callismo con la guerra cristera; nació la radio y hubo una incipiente modernización en las ciudades (¡los coches, los tranvías!). Hace dos siglos, en los años veinte se consumó la Independencia, pasamos por la ridícula corte de Iturbide –corte de los ilusos, que diría Rosa Beltrán– y comenzaron y siguieron las interminables luchas que caracterizarían a todo el siglo diecinueve. Y así nos podríamos seguir hacia atrás, hasta la caída de Tenochtitlán –y ya vemos venir los consabidos festejos, lamentos, antifestejos, peticiones o exigencias de perdón o de disculpas y demás performances oficiales y espontáneos alusivos (ayuno de carnitas incluido), así como las revisiones históricas de toda índole; sólo espero que el magro presupuesto de cultura no se agote en superproducciones gubernamentales. No sé si en los años veinte de cada siglo sucede por regla una especie de parteaguas, pero ciertamente cargan algo de promesa; para los que no somos historiadores e ignoramos los matices es tranquilizador pensar así, un poco como los horóscopos: imaginar que en esta década que se avecina surgirán grandes cambios es a la vez esperanzador y causa temor: tantas tramas interrumpidas, tanto suspenso. ¿Qué sucederá en estos años veinte del segundo milenio?, ¿será posible que disminuyan los miles de asesinatos que tienen de luto a buena parte de los mexicanos? No podemos ignorar a tantas familias que pasan estos días a la sombra añorando a los que perdieron o preguntándose dónde estarán, qué habrá sido de esos seres queridos que no aparecen; a sus hijas arteramente vejadas y asesinadas (y la culpa no era suya, ni dónde estaban, ni cómo vestían). ¿Será que se logre retrasar un poco el inexorable cambio climático, que Dondald Trump deje de burlarse de la energía eólica (y de paso que lo destituyan), que el petróleo deje de ser la panacea de los nostálgicos, que las aspiraciones dictatoriales en tantos lugares se vean truncadas, que caiga el patriarcado, que los gobiernos que se dicen de izquierda dejen de sentirse amenazados por la cultura y entiendan que la deben apoyar? En fin, wishful thinking que le llaman. Prefiero imaginar los equivalentes de los foxtrots y los charlestones de los 2020 que se avecinan, los locos veintes con sus ansias jóvenes, vitales y renovadoras, esas que seguro cambiarán muchas cosas para bien y nos darán grandes esperanzas.
Eso pienso en estos días a la sombra, en la grita del tiempo, cuando leo lo que no alcancé a leer en el año y veo las películas pendientes para estar al ritmo de la de la rueda del mundo. De verdad, de verdad, les deseo un muy feliz 2020: que haya trabajo, que los sueños se cumplan y el cariño y la compañía no falten.
Ana García Bergua Es escritora y ha sido galardonada con el Premio de literatura Sor Juana Inés de la Cruz por su novela La bomba de San José. Ha publicado traducciones del francés y el inglés, y obras de novela y cuento, así como crónicas y reseñas en medios diversos. Su Twitter es: @BerguaAna
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Posted: December 26, 2019 at 2:56 pm