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Dos fines sexenales

Dos fines sexenales

Sergio Negrete Cárdenas

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La solución de uno fue decretar la nacionalización de la banca, culpando a sus dueños de lo que llamó un saqueo. El otro sigue obstinado en remodelar la Constitución, presentando la destrucción que propone con un conjunto de iniciativas como la necesaria continuación de su proyecto de transformación.

Los dos imaginaron que presidirían un gobierno espectacular, que entregarían un México mucho mejor que el que habían recibido. Ambos vanidosos, pagados de sí mismos, ciertos de su intelecto y fuerza, escritores y apasionados de la historia. Ante el desastre de sus propias decisiones, la respuesta fue la furia y buscar culpables. En los dos casos resultó una mala mezcla tener un inmenso poder con el rencor.

Dos apostadores que perdieron

José López Portillo y Andrés Manuel López Obrador pudieron gozar del frenesí de un poder con pocos límites. Las mayorías en el Congreso, del PRI y del nuevo PRI (llamado Morena), ampliaron considerablemente el margen para hacer su voluntad. En el sistema político del país, eran el centro absoluto, el astro rey alrededor del cual giraba el resto de los actores secundarios.

Pero había un límite claro, imposible de ampliar: seis años (en el caso del tabasqueño cinco años y 10 meses por una reforma en el calendario político que hizo Peña Nieto). El brillo político tenía una clara fecha de caducidad, que Jolopo aceptó con gracia como tantos de sus antecesores. AMLO creyó que podría llegar a reelegirse. En sus más delirantes sueños, ganaba en 2018, arrasaba en la elección intermedia de 2021 y el ejercicio “revocatorio” se convertía en un clamor popular con la bandera “que siga AMLO”, fantasías que se desvanecieron con la elección de 2021 y el “revocatorio” desangelado que siguió.

Los dos megalómanos no pudieron aceptar que su cierre sexenal fuese tan distinto al triunfo que esperaban gracias a su visión y políticas. Ambos colocaron abundantes fichas en la casilla petrolera. A López Portillo le falló el precio, que empezó a caer desde 1981; a López Obrador la cantidad, que no pudo hacer repuntar a pesar de extraordinarias inversiones. El primero subsidió la gasolina a un costo impresionante para las finanzas públicas; el segundo invirtió igual en forma irresponsable buscando mayor producción y refinación, sin lograr lo uno o lo otro.

El Presidente que tomó posesión en 1976 finalmente tuvo que aumentar, a su pesar, el precio de los combustibles; quien inició su gobierno en 2018 ya aceptó hace pocos días que no había logrado que México dejara de importar gasolina. A uno la palanca de desarrollo del petróleo se le reventó, el otro no pudo desarrollarla. En ambos casos fue un derroche de recursos que acabó en déficit y endeudamiento.

Pero López Obrador apostó además a “proyectos emblemáticos”. La refinería costará al menos el triple de lo originalmente presupuestado y sigue sin producir un litro de gasolina. Pero a ello se agrega un tren turístico que ha devastado la selva a su paso y comprometido las aguas bajo sus vías, con un costo que más que cuadruplica lo originalmente planeado. Esto aparte de un aeropuerto del que nadie quiere volar. Un derroche monumental al tiempo que se ha destruido el sistema de salud pública y descuidado la infraestructura del país.

Buscando culpables

Jolopo buscó pasar la factura de su ineptitud a los “malos mexicanos” que habían comprado los dólares que se obstinaba en tener a un precio de regalo. López Obrador a las “malas instituciones” que han obstaculizado sus proyectos más desaforados, incluyendo la destrucción del mercado privado de generación eléctrica y sus afanes de regresar el sistema electoral a los tiempos del priismo más autoritario.

La solución de uno fue decretar la nacionalización de la banca, culpando a sus dueños de lo que llamó un saqueo. El otro sigue obstinado en remodelar la Constitución, presentando la destrucción que propone con un conjunto de iniciativas como la necesaria continuación de su proyecto de transformación. A uno le explotó la economía y al tabasqueño el crimen y las acusaciones de asociación con el crimen organizado.

Una diferencia fundamental

La historia no se repite, pero en ocasiones rima, y en otras también muestra marcadas diferencias. José López Portillo designó a la persona que consideró era la mejor para enfrentar la caótica situación que ya vislumbraba. López Obrador dio el dedazo (¿alguien recuerda la farsa de la consulta y las encuestas?) a favor quien le había mostrado, y lo sigue haciendo, la mayor abyección. El primero aceptó que muchas cosas necesitaban cambiar; el segundo quiere que todas sus ideas y proyectos se mantengan inalterados.

López Portillo tuvo su último impulso autoritario tratando de hacer un mini sexenio en sus últimos tres meses; López Obrador está tratando de crear un nuevo sexenio, el próximo, a su imagen y semejanza, incluyendo sus rencores y venganzas, en los meses que le quedan en Palacio. Ninguno de los dos finales fue como esperaban. A uno hace mucho que la historia le pasó la merecida factura; el otro sigue acumulando un pasivo brutal. Ambos Presidentes eran profundos aficionados a la historia, pero ninguno aprendió las lecciones que esta les ofrecía.

 

Sergio Negrete Cárdenas. Profesor de Tiempo Completo en la Escuela de Negocios del ITESO. Trabajó en el Fondo Monetario Internacional. Profesor en varias universidades de España y México, destacadamente la Universidad Pompeu Fabra y la Escuela Superior de Comercio Internacional, en Barcelona, la UNAM y la Escuela de Periodismo Carlos Septién en la Ciudad de México. Doctor en Economía y Maestría en Economía Internacional por la Universidad de Essex. Diplomado en Política Exterior de Estados Unidos por la Universidad de Maryland. Licenciado en Economía por el ITAM y en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Twitter: @econokafka

 

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Posted: February 14, 2024 at 10:16 pm

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