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La derrota estadunidense en Afganistán

La derrota estadunidense en Afganistán

Naief Yehya

“The light that burns twice as bright burns half as long”

Eldon Tyrell en Blade Runner

El despertar de la conciencia del mundo

Durante las semanas previas al 15 de agosto 2021, fecha en que el Talibán tomó Kabul, los principales medios estadunidenses aullaban por la tragedia que se cernía sobre el pueblo afgano. Paradójicamente no tuvieron esta reacción durante dos décadas en que miles de bombas partieron familias, despedazaron comunidades y los drones crearon el pavor, irreparable en generaciones, a los días soleados y sin nubes. Las imágenes de la masa humana agolpándose contra las puertas enrejadas del aeropuerto y de la embajada estadunidense se repetían en bucle sin cesar. Las súplicas desesperadas de un pueblo amedrentado que no ha conocido más que guerras e invasiones en los últimos cuarenta y dos años eran usadas por los instigadores bélicos y los chacales de la información para manipular a un auditorio sensiblero y desinformado con el inconfundible mensaje de que la guerra debía continuar. El mensaje en la mayoría de los medios masivos “centristas” era claro: Joe Biden había traicionado a los afganos y la violencia, la miseria y los brutales abusos que sufrirían las mujeres bajo el Talibán eran su responsabilidad. La catástrofe humanitaria llenó las pantallas hasta que una nueva crisis los hizo cambiar de tema.

A más de veinte años de los ataques del 11 de septiembre y del ataque e invasión militar de Afganistán parecería que nada podría estar peor. Los pocos hospitales en funcionamiento carecen de todo, los médicos, maestros y burócratas han dejado de recibir sus sueldos, “Las cosechas han fracasado, los pozos están secos y el crédito para comprar harina de los tenderos se ha agotado”, escribe Christina Goldblaum, en The New York Times (4-12-21). El invierno ya está aquí y a poco de que el Talibán cumpla seis meses en el poder, millones de personas corren el riesgo de morir de inanición y por carecer de medicinas. Más adelante Goldblaum convenientemente precisa: “…una cifra que empequeñecería el número total de civiles afganos que se estima que han muerto como resultado directo de la guerra en los últimos 20 años”. Así, culpar al Talibán de incompetencia y gestión criminal de los recursos y el poder serviría para cubrir la responsabilidad estadunidense y de la OTAN por las atrocidades bélicas que ha padecido este pueblo.

El Talibán fue creado por Paquistán como un caballo de Troya para intervenir en la política afgana, ha sido financiado por los sauditas como ariete para difundir el wahabismo, su versión delirante del islam, así como proteger sus intereses regionales y por lo menos inicialmente fue armado por la CIA. El Talibán ha demostrado su barbarie y fanatismo una y otra vez. Sería ingenuo esperar que semejante organización cambie y se ilumine, no obstante se trata del grupo que pudo sobrevivir a la guerra e invasión y que logró recuperar al país poco a poco. Ganar una guerra de independencia contra un enemigo infinitamente superior no es poca cosa. Y sin duda el hecho de que hayan triunfado tiene mucho que ver con la soberbia, hipocresía y envilecimiento de los ocupadores.

Sería ingenuo esperar que semejante organización cambie y se ilumine, no obstante se trata del grupo que pudo sobrevivir a la guerra e invasión y que logró recuperar al país poco a poco. Ganar una guerra de independencia contra un enemigo infinitamente superior no es poca cosa.

Reconstrucción y deconstrucción

La guerra y ocupación más larga de la historia estadunidense no sólo fue ilegal sino brutalmente incompetente. Estados Unidos gastó más de 2.26 billones de dólares y asesinó (según datos oficiales) a 241,000 personas, 70,000 de ellos civiles, sin contar a quienes perdieron la vida por las condiciones que provocó la guerra: escasez de agua, medicinas y comida. 2.9 millones de afganos han sido desplazados internamente y otros tantos han abandonado el país. Washington supuestamente invirtió alrededor de 145 mil millones de dólares en la reconstrucción del ejército, gobierno, economía y sociedad civil, lo cual ajustado para la inflación, es más de lo que se utilizó para financiar la reconstrucción de Europa tras la segunda guerra mundial. Realmente hay muy poco que puedan mostrar en materia de logros económicos, infraestructura o modernización fuera de una burbuja de desarrollo en la capital y otras ciudades. Hoy los afganos tienen las expectativas de vida más bajas y el índice de mortalidad infantil más alto del planeta.

Goldblaum no considera la responsabilidad de la potencia ocupadora que tras dos décadas de controlar al país a través de títeres permitió y motivó la corrupción a niveles demenciales. Esto no fue la excepción sino la norma, ya que desde el inicio de la guerra los comandos ofrecían proverbiales maletines de dinero a los jefes tribales para aliarse. La ocupación hizo de la economía de Afganistán un pozo sin fondo de la corrupción y de la asistencia internacional. Tras la salida de las tropas estadounidenses las sanciones impuestas al Talibán se tradujeron en que se detuvo el torrente de dólares proveniente de Occidente que sostenían la precaria economía improductiva afgana. Basta considerar que la comida y productos que consumían y usaban las tropas, funcionarios, contratistas, diplomáticos y demás extranjeros en sus estancias en Afganistán eran traídos de otros lados. Nunca hubo un intento serio de buscar la autosuficiencia alimentaria del pueblo ocupado. Si algo hizo la ocupación fue convertir a Afganistán en un enorme experimento de caridad.

Simplemente por tomar el poder nuevamente el Talibán se volvió objeto de una serie de sanciones, un recurso que como bien ha demostrado la historia sólo afecta a la gente común mientras que los líderes no sólo las evaden sino que las utilizan como propaganda para consolidar su poder y unir a la gente bajo su mando. El Banco Mundial tiene 1.5 mil millones de dólares afganos congelados por órdenes estadounidenses desde que el Talibán llegó a Kabul. Aparentemente el total de los fondos afganos retenidos en otros países rebasa los diez mil millones de dólares, con 7.1 de ellos en la reserva federal estadunidense. Esto paralizó los bancos, las obras públicas, el pago de salarios de funcionarios y empleados, así como el trabajo de las organizaciones humanitarias. Los precios de la comida y de todos los productos básicos se dispararon. Los hospitales están llenos a reventar y carecen de prácticamente todo lo que hasta entonces era provisto por donadores internacionales. A esto se suma la desventura de una de las peores sequías en décadas que será causante de la pérdida de alrededor de la cuarta parte de las cosechas. El calentamiento global y la pandemia han hecho que la situación catastrófica adquiera una connotación apocalíptica. El brutal invierno está aquí y la población rural deberá enfrentarlo sin reservas de comida, sin dinero y sin leña.

Una guerra estúpida

Difícilmente un afgano con sentido de la historia reciente y un mínimo de dignidad podrá defender una guerra en la que se usaron bombas de racimo contra la población, se destruyó la infraestructura (hospitales, escuelas, plantas de tratamiento de agua, industrias) sin miramientos. Incontables ataques resultaron en la muerte de miles de civiles y el país se convirtió en campo de tiro para drones cazadores-asesinos que depredan por los cielos en busca de presas, de las que muy a menudo ni siquiera saben el nombre ni el crimen cometido, sino que las víctimas simplemente son escogidas por cumplir con patrones de vida sospechosos. Como revelaron los Afganistán papers, publicados por el The Washington Post, los altos mandos del ejército estadunidense sabían desde hace años que no podrían derrotar al Talibán, sin embargo, eso no detuvo su campaña genocida. El gobierno títere montado por Washington no solamente fue incompetente en sus tareas sino que también cometió atrocidades inconcebibles contra la población, torturó y asesinó rivales, protegió el abuso sexual de menores, ignoró la violencia doméstica, permitió el demencial tráfico de drogas y no perdió oportunidad para extorsionar ciudadanos, robar y emplear los recursos a su conveniencia.

Estados Unidos y sus aliados ocuparon Afganistán por 20 años sin lograr absolutamente nada y salieron derrotados por una ofensiva que duró menos de una semana (lo cual impone una fascinante simetría a la derrota del mismo Talibán y la ocupación relámpago del país en 2001). Este es el legado de una guerra lanzada como venganza que fue justificada como una misión civilizadora, una acción humanitaria y una empresa de construcción de la nación. Lo que en realidad fue una aventura sin objetivos definidos, planteada sobre las rodillas por estrategas civiles y militantes educados con propaganda hollywoodense. En diferentes ocasiones en los pasados veinte años Washington consideró salir de Afganistán pero no había la voluntad política y siempre ganaban las voces probélicas a las que les bastaba vaticinar que, de salir, estarían dando un triunfo al terrorismo islámico. Para estos políticos es importante mantener el nivel del miedo, racismo y paranoia que hace posible incrementar sin límite el gasto militar y de las agencias de inteligencia. La lógica de Bush al lanzar la Guerra contra el terror se basaba en el absurdo de que “hay que llevar la pelea allá para que ellos no la traigan acá”. Con esto lo que lograron fue crear numerosos enemigos en el mundo islámico, resentimientos, odio y deseos de venganza que se fueron traduciendo en actos terroristas en todo el mundo a lo largo de las primeras décadas del siglo XXI.

Finalmente, ante la disyuntiva de mantener una ocupación perpetua en Afganistán, Estados Unidos decidió salir pero no renunció a su deseo de lanzar acciones militares aéreas cuando lo creyera conveniente, ni pidió a ninguno de sus aliados que dejaran la ocupación. Los miembros de la OTAN que tenían presencia en el conflicto pudieron quedarse; sin embargo, ninguno tenía los medios ni el interés ni la preocupación de seguir despilfarrando recursos en una guerra inútil. Su participación era meramente una muestra de sometimiento a los designios imperiales y una puesta en evidencia de la ausencia de autoridad, criterio e independencia de parte de los aliados.

La guerra de las mujeres

Uno de los argumentos que trafican los propagandistas defensores de la guerra y ocupación es que la presencia estadunidense era buena para las mujeres afganas. Esto es una falacia. Por un lado es claro que algunas mujeres, principalmente en Kabul y otras ciudades, se beneficiaron de las condiciones impuestas por los ocupadores, mientras que para la mayoría (Afganistán sigue siendo mayoritariamente rural) las condiciones eran desastrosas. Bajo el Talibán: “Las mujeres han sido despojadas del derecho al trabajo y la participación en la vida política y económica. Son constantemente reprimidas, castigadas ilegalmente, insultadas y humilladas”, declara Monisa Mubariz, cofundadora del Movimiento de Mujeres Afganas Poderosas, pero se refiere a una clase instruida y urbana de mujeres. Es importante pero no cuenta toda la historia. En cuanto el Talibán regresó al poder convirtieron el Ministerio de Asuntos de la Mujer en el edificio de la policía de la moral religiosa. Se volvió a prohibir que las mujeres y los hombres pudieran sentarse en cafés y otros lugares públicos, que las mujeres se transporten sin compañía masculina o sin hijab. En vez de despedir a algunas de las empleadas gubernamentales las obligan a firmar una vez al mes, manteniéndolas en la nómina para mostrar que no han discriminado. El Talibán ha reprimido ferozmente a las activistas y manifestantes que han salido a la calle a exigir que se respeten sus derechos.

Ahora bien, los drones no discriminan a nadie y a pesar de su muy pregonada eficiencia, han asesinado sin distinción a mujeres entre el daño colateral. Disparar por error a autos con familias que llegan a un punto de revisión militar, irrumpir a casas de sospechosos en busca de armas o terroristas a cualquier hora traumatizando niños y mujeres tampoco puede considerarse como una práctica feministas. En su histérico afán de denunciar la salida de la guerra Caitlin Flanagan, de The Atlantic, se dedicó por semanas a atacar a los “liberales que dejaron de preocuparse por los derechos humanos” y llegó a tergiversar las palabras de la premio Nobel y víctima del Talibán, Malala Yousafzai, diciendo que ella deseaba que la ocupación siguiera, cuando en realidad siempre ha estado opuesta a ella. Pasada la fiebre de indignación Flanagan, como muchos otros que nunca se habían preocupado por el destino de los afganos, olvidó esta causa noble en busca de nuevas indignaciones que atender.

Lo importante sería que la comunidad internacional intentara trabajar con las y los activistas locales dando apoyo y buscando mecanismos de presión que no consistan en matar de hambre a la población, lo cual difícilmente cuenta como una liberación de sus opresores.

Los beneficiarios de la guerra

Ningún analista militar puede explicar porqué duró tanto la ocupación de Afganistán. Pero por intuición podemos decir que un conflicto que no tiene metas claras a conseguir por las armas difícilmente puede terminar. Había dos grandes motivaciones. La primera: la ambición monetaria de contratistas, militares y políticos que se enriquecían con la ocupación mientras pretendían construir infraestructura, ofrecer servicios o proveer bienes. La segunda: la ilusión bien pensante de políticos y organizaciones no gubernamentales de liberar a la mujer afgana y arreglar una sociedad rota por los prejuicios religiosos y atavismo retrógradas. El Departamento de la Defensa otorgó numerosos contratos a corporaciones para ofrecer toda clase de servicios, desde imprimir y distribuir libros de texto hasta entregar misiles y drones. Afganistán era una mina de oro para las empresas de seguridad, de alta tecnología de vigilancia, ciberespionaje y de asesoría en numerosos rubros. Las acciones en la bolsa de los cinco principales contratistas militares: Boeing, Raytheon, Lockheed Martin, Northrop Grumman y General Dynamics aumentaron en promedio en un 873% entre el comienzo de la invasión y la caída de Kabul.

Una misión punitiva y rencorosa se invistió de un aura beatífica para volverse la generosa redención de un pueblo, o de la mitad de un pueblo oprimido doblemente: por la ocupación y por sus propios hombres misóginos. Así algunas feministas y sus aliados en el mundo defendían ferozmente la ocupación quizá sin considerar que las fuerzas de ocupación dependían de milicias, políticos e individuos tan brutales y misóginos como el Talibán. Además de que la fantasía liberadora estaba completamente enquistada en la ideología militarista de la ocupación. Una de las peculiaridades más reveladoras de la lógica de la ocupación era que la protección que los militares extranjeros en teoría ofrecían a las mujeres y niñas no se extendía a los niños que son prostituidos por los líderes de milicias, políticos y hombres con poder que eran aliados de los ocupadores. Ese tipo de abuso era considerado parte de la tradición, usos y costumbres, por lo tanto no podían intervenir. Asimismo, la presencia de un enorme número de soldados extranjeros implicó, como suele suceder, la necesidad de prostitutas para saciar sus deseos, lo cual dio lugar a burdeles y sistemas de explotación sexual masivos dada la enorme demanda.

El último presidente de la república islámica de Afganistán, Ashraf Ghani, es doctor en antropología por la universidad Columbia, trabajó para el Banco Mundial y era ciudadano naturalizado estadunidense hasta que renunció a esa nacionalidad para lanzarse por la presidencia. En su segundo intento logró ganar, aunque no sin numerosas irregularidades. Su visión del poder fue definida por sus cercanos como “académica”. Había jurado defender a la nación hasta la muerte pero cuando se vio abandonado, huyó sin siquiera tratar de disimular las maletas llenas de dinero que llenaban dos jeeps y un helicóptero, de acuerdo con varios testigos, incluyendo el embajador afgano en Tajiquistán. El ejército de trescientos mil soldados se desmoronó como un castillo de arena. No solamente dejaron sus uniformes en los cuarteles y se fueron a casa, sino que no trataron de defender una sola ciudad ni aldea. Fuimos testigos una vez más de un desastre humano provocado por el colonialismo. ¿Cómo es posible que después de dos décadas de “colaborar” con los nativos, muy pocos salieron a defender el orden establecido por los ocupadores? Lo que quedó fue una mayoría que optó por ocultarse, acostumbrados al ir y venir de tropas extranjeras y sabiendo que nada bueno queda de su paso. Muchos, especialmente quienes trabajaron de alguna forma con los invasores, corrieron hacia los aeropuertos tratando de huir, de ser reconocidos por sus patrones y rescatados de las inminentes represalias que esperan a los que son considerados traidores. A muchos se les había prometido asilo en Estados Unidos y a unos pocos se les cumplió, pero la cuestión de los refugiados fue tratada de manera distinta tras la experiencia en otros fracasos militares mayúsculos, como Corea y Vietnam, donde dieron asilo a grandes números de locales que habían colaborado en el sometimiento de sus pueblos. Por su parte, los europeos optaron por ignorar la desesperación de quienes pedían ayuda y limitaron dramáticamente el número de asilados que aceptaron.

La debacle

El país más poderoso de la historia de la humanidad fue derrotado por campesinos de un país literalmente muerto de hambre. Esto suena a justicia poética; lamentablemente, ese no es el punto final de las desgracias provocadas por la arrogancia imperial. Las consecuencias de la derrota estadunidense aún son imposibles de evaluar. La presencia militar ha terminado en una forma, pero los drones y demás armamento aéreo, así como la injerencia de las agencias de inteligencia, continuará. El intervencionismo imperial no tiene fecha de caducidad y seguirá sembrando muerte. Sería deseable que esta catástrofe dejara lecciones en el Pentágono acerca del costoso y fatal absurdo de las aventuras bélicas y las ambiciones coloniales en un tiempo de esquizofrenia cultural (donde se predican valores de universalidad, justicia y democracia pero se siguen practicando abusos descomunales sin el menor pudor). Lamentablemente no parece ser el caso. Nuevamente los medios informativos especializados, tanto electrónicos como impresos, ya ladran a favor de una intervención armada en caso de que Rusia invada Ucrania. La voracidad de tener públicos cautivos frente a la pantalla es mucho más poderosa que el deseo de salvar vidas.

Estados Unidos es un país capaz de causar inmenso daño a sus enemigos y, sin embargo, ha sido incapaz de ganar una guerra desde mediados del siglo XX. El inmenso poderío militar y financiero de esta nación en contraste con el abandono de sus ciudadanos a un sistema de salud extorsionista y criminal, a una proliferación de armas entre civiles sin control alguno, a la merced de caseros sanguijuelas y políticas racistas que no terminan por ser erradicadas, dan la impresión de que estamos ante un estado zombi que avanza sin reflexionar destrozando todo a su paso. Podemos suponer que esta humillación será vista con schadenfreude por algunos y como una señal del fin de una era por otros. Como dice el industrial Eldon Tyrell al replicante Roy Batty, su creación más perfecta en la película Blade Runner: “La luz que arde el doble de brillante dura la mitad de tiempo”. Estados Unidos ha brillado intensamente en sus 248 años. ¿Será que al acercarse al cuarto de milenio se esté consumiendo la flama?

 

naief-yehya-150x150Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya

 

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Posted: February 1, 2022 at 10:42 pm

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