Echarle sal al relato
Daniel Esteban Melchor Fernández
La escritora boliviana Magela Baudoin ha explicado que la literatura que le interesa tiende a quedarse callada: “mostrar y no decir, que se traduzca en lo no dicho, lo importante”.
Por ello la narradora del cuento “La Cinta Roja” aborda desde la sutileza el episodio en el cual perdió un hijo mientras su hermana, Natalia, relata la historia sobre un feminicidio que recién escribió para el periódico. El suceso dinamita en la narradora el recuerdo de aquella noche en que su hermana logró salvarla. Se trata de dos historias paralelas en las que escasean las certezas, pues nunca se sabe si el linchado fue culpable del feminicidio como tampoco sabemos qué pasó exactamente con la narradora. Ante tales silencios, Baudoin construye en su nuevo libro La composición de la sal (Almadía, 2016) una literatura que no se confiesa.
Quizá el tema central del libro sean las relaciones y la manera azarosa que tienen de concretarse y deshacerse al mismo tiempo. Tal ambivalencia obliga a los involucrados a estar juntos. ¿Quién no ha tenido relaciones que son más bien montañas rusas?
En el cuento “Amor a primera vista” es evidente que la pareja apenas se tolera. Mientras ella es espontánea, desorganizada, sin ningún interés en los libros, él pasa el tiempo leyendo. Sin embargo, continúan juntos; su complejidad radica en que el origen de la atracción es al mismo tiempo el de la repulsión. La virtud del relato emana también de la segunda persona con que está narrado. Gracias a este mecanismo la lectura parece un interrogatorio en el que el acusado está apunto de admitirse culpable: “Sólo te gustaba Celia o, para ser exactos, la cierta idea que tenías de ella”.
En “Moebia”, nombre de una prisión, sucede algo similar, aparte de que también está narrado en segunda persona con la intención de señalar al personaje, perseguirlo con ese pronombre que acorrala, y en el que incluso se intuye una crueldad, un resentimiento que abandona al lector entre el desprecio y la piedad: “¿Qué más anhelabas? ¿Trascender? No te engañes, no fue por falta de trofeos, Magdalena; los tenías todos. Era más que admiración lo que buscabas, en tu anodino corazón lo que deseabas era afecto, apenas que te quisieran”.
Magdalena es una periodista que quiere entrevistar a un delincuente en Moebia. Una vez dentro, olvida su propósito porque se enamora de Rafael, un prisionero. Magdalena vuelve pero ya no para entrevistar sino para pasar noches enteras con él. La reportera se siente atraída por aquella atmósfera de la cárcel que, no obstante, algo tenía de ella. Para alcanzar la felicidad que le negó el mundo exterior, eligió aprisionarse. Precisamente lo que sucede, a veces sin querer, cuando nos relacionarnos con otro. En este cuento Baudoin derrocha otra cualidad que utiliza con brillo cuando el texto lo amerita, una suerte de prosa poética que escarba con ritmo y precisión:
“En la cárcel estabas aprendiendo otro sentido de la belleza, del que habías leído, pero invariablemente te habías burlado. Aquel sentido inveterado, inmaterial, inocente, que genera la necesidad de reincidir, porque produce goce y, por qué no, paz. (…) Así como bella era tu estadía, pues te sentías desatada, acogida, y no en el sentido de la admiración sentenciosa, no como si fueras una perla en el lodazal sino porque eras parte del conjunto”.
Los catorce cuentos de La composición de la sal son escurridizos. Leerlos es similar a pescar con las manos. La trama resulta evidente, pero cuando asestamos el golpe, nada. Y aun si pescamos algo, lo sentimos ajeno. La misma sensación permea a los personajes, inmersos en situaciones que no pueden o no quieren comprender. Luego viene la incomodidad, ese escozor latente que habita cada uno de los relatos.
Como cuando la chica llega a las vidas de Blas, Duke y Eda. Ella rompe el equilibrio de galletitas y café de los tres amigos porque Blas se enamora, Eda se encela y Duke defiende la extravagancia de la intrusa a quien el narrador, este sí en tercera persona, llama someramente, “la chica”. De esa forma la mujer se vuelve distante, incomprensible, tanto para el lector como para ellos.
Al principio resulta una historia común hasta que los dolores de cabeza de la chica son insoportables, tanto que Blas prefiere abandonarla. La incompatibilidad de ambos, esta vez, desmorona la relación. De todas maneras, ninguno de los tres sale victorioso; queda la sensación de patetismo y derrota cuando se enteran del procedimiento que utilizó la chica para curarse, una imagen incomoda.
“¿Qué fue exactamente lo que nos contaron? ¿Cuál el verdadero argumento, la auténtica trama de esta historia?” Son las preguntas que surgen tras haber leído el libro, dice el escritor Alberto Manguel en el prólogo a la edición mexicana. Al tratar de responderlas, el lector está obligado a volver a las páginas. Tal como la memoria obliga a los personajes a regresar a las heridas y a atravesar por sutilezas que cruzan con el dolor de una madre enferma en la habitación contigua; como una hija que, en inminente peligro, sólo puede sentir lástima por su padre; o bien, en el llanto repentino de un anciano que acaso busca ahogarse en sus propias lágrimas.
Tal vez sea la mayor virtud del libro pues los relatos son tan sugerentes que cada lectura ofrece nuevos aspectos, intenciones, gestos, tristezas que brotan desde una fuente inagotable.
En La composición de la sal, que obtuvo el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez 2015, no deja de ser curioso que la escritora haya utilizado la sal como metáfora, ese mineral que, como ella explica, sirve para fustigar una herida o como elemento curativo. La sal funciona como metáfora porque está plagada de sin embargos, justo como las relaciones humanas.
Daniel Melchor (1990) es periodista en la Ciudad de México. Sus reportajes, entrevistas, reseñas y crónicas han sido publicadas en Tierra Adentro, Vice México, Reforma, El Universal y la Revista Temporales de la Universidad de Nueva York.
Posted: January 25, 2017 at 10:17 pm