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Editar y escribir: entre la memoria y la esperanza
COLUMN/COLUMNA

Editar y escribir: entre la memoria y la esperanza

Socorro Venegas

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Quiero agradecer al consejo directivo de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana por haberme otorgado esta distinción. Para mí es un honor recibir este premio, especialmente porque reconoce mi trayectoria como escritora y editora. A lo largo de mi vida esas dos pasiones, cohabitar en esos dos mundos, ha sido de una complejidad hermosa. Aunque me he empeñado en que estos dos oficios no rivalicen por el tiempo que soy capaz de dedicarles, la tensión es indisoluble y muy emocionante. He sido afortunada porque he navegado por el mundo entre libros y lectores y lectoras. Amo ese vaivén entre la palabra que nutre mi escritura y las palabras de los otros y las otras que llegan a convertirse en libros. En ambos casos, no tengo ninguna duda, se trata de crear.

Es un gran privilegio recibir este premio el día en que celebramos el nacimiento de Sor Juana Inés de la Cruz, una mujer que defendió su derecho a leer y a escribir, algo que hoy consideramos un derecho humano; imposible no recordar también las palabras de otra autora enorme: Rosario Castellanos, quien deseaba para ella, y para todas —en la medida en que la voz de la poeta representa más de la mitad de la población del planeta—, “otro modo de ser humano y libre”. Ese otro modo, escribió Castellanos en su poema “Meditación en el umbral”, debía ser algo que no fuera contar “las vigas de la celda de castigo / como lo hizo Sor Juana”.

Muchos años han transcurrido desde la Respuesta a Sor Filotea, desde Mujer que sabe latín, y hoy todavía la libertad de las mujeres sigue siendo un anhelo en tantos lugares. La Organización de las Naciones Unidas ha determinado que faltan más de trescientos años para que en América Latina pueda existir la equidad de género. Y que no sólo no se avanza: retrocedemos. Se silencia a las mujeres, se les arroja ácido para borrar su identidad, las castigan y matan por buscar a sus hijos desaparecidos, se les niegan sus derechos reproductivos. “La humanidad es todavía algo que hay que humanizar”, dijo Gabriela Mistral, la única mujer latinoamericana que ha recibido el Premio Nobel de Literatura. No podemos dejar de exigir la reivindicación de ese otro modo. Este es el sentido que ha tenido la colección Vindictas de la UNAM: la recuperación de obras de significativa calidad literaria, cuyo defecto fue que las escribieron mujeres. Por eso, como solemos decir, pasaron de noche. Ese confinamiento, ese silenciamiento de seres a los que parecía y parece tan difícil controlar, nos devuelve a la historia de Sor Juana. Escribe Margo Glantz, a propósito del momento en que la gran poeta se queda sin los apoyos que de alguna manera protegían su trabajo creativo: “Cuando ese equilibrio social se rompe, y cuando la cohesión y coherencia del gobierno virreinal se ven amenazadas por fuerzas imposibles de contener, el cuerpo irracional es maniatado, torturado, cancelado.”

Me gustaría que Vindictas signifique para nosotras y nosotros mucho más que un acto de venganza; prefiero por mucho el efecto restaurativo, también en la raíz latina de la palabra. Prefiero el gozo de ver a nuevas y nuevos lectores conociendo a sus ancestras literarias, de docentes sumando a las bibliografías de sus cursos más autoras, de editores y editoras adoptando la mirada oblicua para leerlas a ellas y a las contemporáneas, y no porque estemos ante un nuevo boom, sino porque las mujeres también son seres humanos, tienen talento, son capaces de concebir obras tan grandes o más grandes que las de ellos. Sí, son seres humanos. Acá quizá suena a una obviedad palmaria pero si en este país se asumiera esto de verdad, ¿estarían asesinando a 10 u 11 mujeres cada día? Cada día.

En su generosidad, y en el cumplimiento de sus principios de investigación y divulgación de la cultura, la Universidad Nacional Autónoma de México ha sido no sólo el mejor lugar sino quizás el único desde donde podía surgir el proyecto de recuperar la obra de escritoras hispanoamericanas del siglo pasado; o el de la nueva época de la colección de poesía mexicana El Ala del Tigre, desde la que invitamos a cuestionar que en un país en el que se hablan 68 lenguas originarias, se publique casi sólo en español.

Soy una editora que piensa que, así como hay una ardua labor en el proceso de edición, existe un trabajo igual de intenso y comprometido que comienza con la publicación de un libro. Esto lo aprendí de las y los lectores, de mi trabajo en comunidades del país con el Programa Nacional Salas de Lectura, un proyecto que funciona gracias a heroínas y héroes de la vida cotidiana: personas voluntarias que comparten libros y experiencias de mediación lectora en hospitales, mercados, cárceles, en sus hogares, en escuelas, y me consta que al menos en un cementerio en Morelos. También lo aprendí de las infancias a las que se dirige el gran proyecto de Obras para Niños y Jóvenes del Fondo de Cultura Económica, un verdadero tesoro para la literatura, así, sin etiquetas. Sólo esas colecciones del Fondo pueden sustentar cualquier programa de formación de lectores en la escala que sea.

Ahora me gustaría contarles a quién voy a dedicarle este premio. Cuando trabajaba precisamente en el Fondo me encomendaron coordinar la creación de un centro cultural en Apatzingán, Michoacán. Era, y tristemente sigue siendo, un territorio en llamas en medio de la guerra contra el narco. Un lugar de gente muy dolida, cercada por distintas violencias tanto del crimen organizado como del Estado. Nos dimos cuenta de que no tenía sentido abrir un espacio como se haría en cualquier otro sitio: Apatzingán era otra cosa y muy pronto todo México se nos volvió esa otra cosa. Entonces formamos un equipo multidisciplinario para crear un modelo de cultura de paz, a partir de la cultura escrita. No hay tiempo ahora para narrarles la aventura que fue. En esos caminos de Michoacán yo leía y editaba en plena carretera. Recuerdo que una vez iba leyendo el manuscrito de los Cuentos populares mexicanos de Fabio Morábito cuando él mismo me llamó por teléfono. Al saber a dónde me dirigía me comparó con Eurídice, la de Orfeo, en pleno descenso al inframundo. Leía, editaba, escribía, me dejaba la piel para defender que ese centro cultural se hiciera con la mejor calidad posible. No lo digo para vanagloriarme, simplemente hacía mi trabajo. Yo creía y creo que no sólo podemos evitar la condescendencia al escribir una historia: también en la construcción de un centro cultural; se trata de dignificar todos los posibles espacios de la vida cotidiana: los mejores libros, los mejores instrumentos musicales, un teatro bien equipado, acceso a un programa formativo para mediadores culturales de la comunidad, etcétera.

Concluidas las obras de rehabilitación arquitectónica y de equipamiento, llegó el día en que el centro cultural se entregó a la comunidad. Se había preparado una ceremonia especial y el ambiente era de fiesta. En el patio había un grupo de niños. Algunos descalzos, vecinos que habitaban en viviendas irregulares, que muchas veces sólo tenían a la mamá porque el papá había sido levantado o estaba preso o vivía ausente por cualquier otra razón. Niños a los que que alguna vez escuché decir que cuando crecieran iban a ser narcos y a tener armas. Fue la primera vez que oí a niños decir algo así. Ya habían pasado cuando menos tres años desde que los libros y los talleres del Fondo habían llegado a la comunidad; sabía que varios eran grandes lectores y lectoras. Les pregunté cuál era su libro favorito, escuché las respuestas esperadas: La peor señora del mundo de Francisco Hinojosa, La bella Griselda de Isol o Las golosinas secretas de Juan Villoro. Uno de esos niños, de ocho o nueve años, me dijo: Arenas movedizas de Octavio Paz. Se refería a un libro ilustrado que habíamos editado para jóvenes adultos con una selección de cuentos del premio Nobel. Las ilustraciones se las encargué a Gabriel Pacheco. Éstas tenían un registro bastante distinto al trabajo de Gabriel para niños, incluso la portada siempre me ha parecido algo siniestra. La respuesta de ese pequeño fue inesperada, sí, y ese lector consumado vio, leyó, en mi rostro que no le creí. Por eso se puso a decirme, de memoria, “El ramo azul”, el cuento de flores como ojos. En su mirada ocurrió la persecusión narrada en la historia. La emoción, las inflexiones de su voz me revelaron que esa era ya su propia historia. A las y los escritores jóvenes se les suele aconsejar que piensen en los mejores lectores, los más exigentes. Vale también para editores y editoras. Pero además pienso qué bien nos haría sentirnos menos seguros de esa persona modelo a la que nos dirigimos cuando creamos un proyecto editorial. La maravilla es que, más allá de la prescripción y las etiquetas, los libros seguirán arribando a destinos insólitos. ¿Verdad que es una buena razón para seguir escribiendo y editando?

Acaso Octavio Paz nunca hubiera imaginado a ese jovencísimo lector para sus cuentos. A nosotros sí nos corresponde imaginarlo: ése es el milagro que un editor o editora, un libro, un programa, las y los mediadores de lectura, pueden alcanzar. No basta con publicar. No basta con ser solidarios: hay que concebir y orientar la esperanza. A ese niño descalzo, enormísimo lector, le dedico este premio.

Texto leído durante la ceremonia de entrega del Premio Nacional Juan Pablos al Mérito Editorial el 12 de noviembre, Día Nacional del Libro.

 

Socorro Venegas es escritora y editora. Su libro más reciente es Ceniza roja (Páginas de Espuma, 2022). Ha publicado, entre otros, el libro de cuentos La memoria donde ardía (Páginas de Espuma, 2019), las novelas Vestido de novia (Tusquets, 2014) y La noche será negra y blanca (Era, 2009), que serán publicadas en España por la editorial Contraseña. Ha recibido el Premio Nacional de Cuento “Benemérito de América”, Premio Nacional de Novela Ópera Prima “Carlos Fuentes”, Premio al Fomento de la Lectura de la Feria del Libro de León. Ha dirigido proyectos editoriales en el Fondo de Cultura Económica, donde creó la colección de álbum ilustrado “Resonancias”. Es directora general de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM, donde creó la colección de novela y memoria “Vindictas”, que recupera la obra de escritoras marginalizadas del siglo pasado. Su Twitter es @SocorroVenegas

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Posted: November 14, 2024 at 9:34 pm

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