Edward Gorey, el creador de niños desdichados
Irma Gallo
Era un viejo de largas barbas blancas y lentes de montura delgada, de plata, que vivía con sus gatos. Cinco gatos. Nunca se casó y dicen los que lo conocieron que tenía un sentido del humor muy especial. Amaba el ballet y la ópera, y creaba las historias macabras más extraordinariamente sórdidas que uno pueda imaginar, sobre todo porque en la mayoría de ellas, los niños eran asesinados o morían de forma cruel por causas absurdas. Quizá para inspirarse, o nada más porque le gustaba verlas, coleccionaba fotos de niños muertos, a blanco y negro, de esas que se hicieron muy populares en el siglo XIX, cuando las familias los vestían y los retrataban “posando” junto a sus padres o a sus hermanos que sí habían sobrevivido.
Se llamaba Edward Gorey, murió en el año 2000 y se convirtió en una figura de culto cuando el cineasta Tim Burton lo “revivió”, citándolo como su referencia y principal inspiración.
Gorey nació en Chicago en 1925, en donde estudió solo un semestre en el Art Institute, antes de que lo enlistaran en el ejército. Una vez terminado su servicio se graduó en filología francesa en la Universidad de Harvard y se dedicó a escribir mientras vivía en Boston.
Se le recuerda vestido estrafalariamente, con largos abrigos de piel y anillos escandalosos en todos los dedos, caminando por las calles de Manhattan, a donde llegó a vivir en 1953. En la Gran Manzana afianzó su vocación de artista gráfico y comenzó su carrera ilustrando portadas para la editorial Doubleday.
También ilustró obras de autores consagrados, como C.K. Chesterton, Henry James, W. H. Auden, Franz Kafka, Samuel Beckett, Alexander Pushkin, Ray Bradbury, Marguerite Yourcenar, Georges Simenon y Edgar Allan Poe.
Fundó su propia editorial para poder publicar lo que le daba la gana: se llamó Fantod Press, y ahí surgieron esos libros pequeños, de formato cuadrado, que hoy, en el mundo hispanoparlante, conocemos gracias a las reediciones de la editorial española Libros del Zorro Rojo.
Si algo inspiró a Edward Gorey fue la obra de Charles Dickens y Jane Austen, aunque también leyó desde pequeño a Victor Hugo y Agatha Christie. En cuanto a lo visual, llegó a admitir su fascinación por el trazo meticuloso y recargado de Gustave Doré.
Pero también fue un apasionado del teatro, el ballet y la ópera. Los adultos que dibujaba, con esas figuras alargadas y esbeltas, se inspiran en los bailarines a los que veía con admiración en sus frecuentes visitas al Ballet de Nueva York. Esta pasión lo llevó a diseñar el vestuario para una versión de Drácula en Broadway, y gracias al reconocimiento que obtuvo con ello (el premio Tony en 1978), empezó a recibir encargos de ilustraciones para revistas como Squire, Harper’s, TV Guide, Sports Illustrated, Vogue, National Lampoon, The New York Review of Books, The New Yorker y Playboy, entre otras.
Aunque amaba Nueva York, el autor de El ala oeste y El arpa sin encordar también necesitaba un poco de tranquilidad de vez en cuando. Por eso, compró una casa en Cape Cod, Massachusetts, una península rodeada por las aguas del Atlántico. Al principio, alternaba su residencia entre los dos lugares, pero en 1983, algunos dicen que debido a la muerte del coreógrafo George Balanchine, dejó Nueva York para siempre.
Edward Gorey murió el 15 de abril de 2000: un infarto acabó para siempre con su genio inusual.
No todos los niños son felices
En Los pequeños macabros, su obra más popular, publicada originalmente en 1963, Gorey recorre el alfabeto narrando las historias de niños que murieron en circunstancias trágicas y absurdas.
“La B es de Basil, atacado por unos osos.
(…)
La H es de Héctor, liquidado por un asesino.
(…)
La K es de Kate, golpeada con un hacha.
(…)
La P es de Prue, pisoteada durante una pelea.
(…)
La Y es de Yorick, que recibió un golpe en la cabeza”.
La portada de la edición de Libros del Zorro Rojo (Barcelona, 2010), muestra a todos los pequeños reunidos en torno a una figura con rostro de calavera, sombrero de copa, un largo abrigo negro y un paraguas también negro.
Cada historia abarca una página completa, con tan solo una frase y una viñeta detalladísima, en la que los personajes se ven diminutos y desvalidos. Todos los niños tienen los ojos como puntitos, excepto los que ya están muertos, como Kate, a la que Gorey representa con las cuencas vacías y el hacha clavada en el pecho.
Por su parte, La niña desdichada (1961), reeditada por la misma editorial y también en 2010, es la historia de la trágica vida de Charlotte Sophia, una niña de familia acomodada que
ante la muerte de sus padres termina su existencia como esclava de un hombre que no le da de comer y la obliga a fabricar flores artificiales hasta quedarse ciega.
Un día, su padre, que no había muerto, regresa a buscarla por las calles, pero en ese instante:
“Charlotte Sophia, ahora casi ciega, salió corriendo a la calle.
De inmediato la atropelló un coche.
Su padre bajó a mirar a la niña moribunda.
Estaba tan cambiada que no la reconoció”.
La pareja abominable, publicada originalmente en 1977 y reeditada en 2006 por Valdemar, está basada en la historia real de una pareja británica de amantes que solo podían conseguir la satisfacción sexual asesinando niños.
Así son los niños de Edward Gorey, un artista con una visión del mundo que pocos compartieron mientras él estaba vivo, pero que hoy en día tiene, por fin, el reconocimiento que se merece.
Irma Gallo es periodista y escritora . Colabora para Canal 22, Gatopardo, El Gráfico, Revista Cambio, y eventualmente para otros medios. Es autora de Profesión: mamá (Vergara, 2014), #yonomásdigo (B de Block, 2015) yCuando el cielo se pinta de anaranjado. Ser mujer en México (UANL, 2016).
©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Posted: November 25, 2018 at 10:56 pm