Ejercicio de memoria
Ricardo López Si
Repantingando en una butaca del Cinépolis de Universidad, pensé en lo que mucho que me hubiese gustado pertenecer a la generación que abrazó el mito de Grace Kelly y otras femmes fatales como algo realmente importante en sus vidas, como uno de esos sucesos dignos de ser recordados.
En los primeros compases de Los años más bellos de una vida, secuela de la entrañable Un hombre y una mujer (1964) y testamento de la pareja conformada por Jean-Louis Trintignant y Anouk Aimée, la cuidadora de un asilo plantea una dinámica para trabajar la memoria de un grupo de ancianos. La idea consiste en lanzar preguntas sobre la cultura popular de la segunda mitad del siglo XX, la época durante la que éstos coleccionaron buena parte de sus recuerdos más resplandecientes. Dentro de ellas, además de referir a personajes como Charles de Gaulle, François Mitterrand y Neil Armstrong, la cuidadora incluye lo siguiente: «¿Cuál fue la causa de la muerte de Grace Kelly?». A lo que todo el coro ahí presente se apresura a responder: «Un accidente automovilístico».
Tras la escena, repantingando en una butaca del Cinépolis de Universidad, pensé en lo que mucho que me hubiese gustado pertenecer a la generación que abrazó el mito de Grace Kelly y otras femmes fatales como algo realmente importante en sus vidas, como uno de esos sucesos dignos de ser recordados. Tan pronto volví a casa revisité el libro de la periodista barcelonesa Cristina Morató, Diosas de Hollywood, donde reconstruye la fatídica escena del accidente: «Sentada al volante de su Rover, la princesa dejó atrás el bonito pueblo medieval de La Turbie y recorrió lentamente la tortuosa carretera que serpenteaba entre el mar y las montañas. En la película Atrapa a un ladrón (Para atrapar al ladrón, en México) hacía esa misma ruta en un Sunbeam azul zafiro descapotable y Cary Grant palidecía por su exceso de velocidad cuando bordeaban el precipicio. Faltaban dos kilómetros para llegar a Mónaco y al coger una curva cerrada en lugar de frenar aceleró de pronto y se precipitó al vacío. El auto voló por los aires, cayó unos cincuenta metros más abajo y dio varias vueltas de campana».
Kelly alcanzó el estrellato con Mogambo, bajo la tutela de John Ford y en compañía de Clark Gable y Ava Gardner, en una película de otro tiempo, con cazadores viriles, safaris africanos y triángulos amorosos que rezumaban machismo. Luego apareció Alfred Hitchcock, con quien protagonizó Con M de Muerte, La ventana indiscreta y la aludida Para atrapar un ladrón, para después retirarse abruptamente de la actuación con Alta sociedad, dirigida por Charles Walters. Dijo adiós a los platós de cine con apenas 26 años, aparentemente convencida de que quería convertirse en la Princesa de Mónaco por el resto de sus días. Con el tiempo encarnó a una suerte de Sissi contemporánea, asfixiada por la rigidez y el protocolo de la Casa de Grimaldi.
No menos melodramática fue la vida de Rita Hayworth, también documentada por Morató. La famosa actriz, cuyo verdadero nombre era Margarita Cansino, padeció su infancia recorriendo junto a su padre, un bailarín sevillano, los casinos flotantes y garitos de la costa californiana. Tras una vida errante, finalmente la familia se instaló en una casa de madera en Chula Vista, en la frontera con México. La Tijuana crepuscular del juego, el alcohol y la prostitución entonces constituía un negocio rentable para los artistas, por lo que la joven Margarita comenzó a hacer carrera en los escenarios. En una de esas veladas, Winfield Sheehan, jefe de producción de Fox, la descubrió bailando con un ceñido traje y le consiguió una audición en los estudios de Beverly Hills. Más tarde, ya casada con Orson Welles, uno de los genios más respetados del cine, Hayworth le confesaría que su padre, otrora pareja de baile, había abusado sexualmente de ella en repetidas ocasiones.
El 14 de febrero de 1946 su vida cambió para siempre tras el estreno de Gilda, un film noir ambientado en un casino de Buenos Aires, dirigido por el realizador de origen húngaro Charles Vidor, que, además, coincidió con el regreso de los combatientes tras la resaca de la Segunda Guerra Mundial. Bajo ese contexto, Hayworth se eternizó con aquella secuencia cargada de erotismo, en la que se despojaba de un guante negro con los hombros elegantemente desnudos, bajo los versos de «Put The Blame on Mame». Es cierto que el florecimiento ulterior de Marilyn Monroe menguaría su legado, pero que no quepa duda de que estamos ante la primera mujer indomable del cine clásico hollywoodense, que buscó, sin demasiado éxito, imponerse con dignidad al estigma del símbolo sexual. Incapaz de reconocerse en absoluto, completamente arruinada, afectada por una demencia precoz y drenada por las drogas y el alcohol, murió a los 68 años, víctima de la enfermedad de Alzheimer.
En fin, lo único que quería decir con todo esto era que, si en alguna ocasión soy sujeto de un ejercicio de memoria, me siento perfectamente capaz de revelar todos los secretos sobre María Félix, entre ellos lo mucho que le gustaba la cicatriz canalla de Agustín Lara y la vez que conoció a Jean Genet en París, a través de la pintora Leonor Fini. Aunque lo correcto, en todo caso, sería que yo hablara de alguien de mi generación, como por ejemplo Alicia Vikander, de quien también creo saberlo absolutamente todo, incluido el origen de su romance con el guardafaros Michael Fassbender durante el rodaje de La luz entre los océanos. Cueste lo que cueste, estoy preparado para lo que venga.
Ricardo López Si es autor de El viaje romántico (UOC / Cuadernos Livingstone, 2021) y coautor de la revista literaria La Marrakech de Juan Goytisolo (Agora, 2019), el libro de relatos Viaje a la madre tierra (UOC / Cuadernos Livingstone, 2019) y de la antología Puentes (Gato Blanco, 2020). Columnista en Literal Magazine y Revista Panenka. Editor en revista Purgante. Su twitter es @Ricardo_LoSi
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Posted: August 23, 2022 at 8:54 am