Essay
Las coordenadas de Jack Kerouac
COLUMN/COLUMNA

Las coordenadas de Jack Kerouac

Ricardo López Si

Rafael Pérez Gay proclamó: somos las ciudades que hemos perdido. Jack Kerouac, el portavoz de la generación beat, perdió tres: Lowell, Nueva York y la Ciudad de México.

Sobre la decadencia de Lowell, otrora capital mundial textil, probablemente el mejor testimonio que tengamos sea el de Sam Shepard, escrito durante la famosa gira Rolling Thunder de Bob Dylan, motivada por la detención del boxeador afroamericano Rubin Carter. El también actor, dramaturgo y músico fue contratado para escribir el guion de una película de corte surrealista que nunca se filmó. Al adentrarse en el pueblo, Shepard sintió repulsión por aquellos esqueletos de edificios negros de ladrillo ahumado, las casas de tablones apiñadas y los parques cochambrosos. Si no es sitio para nacer, mucho menos lo es para ser enterrado. Ni siquiera el legendario homenaje póstumo que le realizaron Dylan y Allen Ginsberg en autocaravana terminó por conferirle al sitio algo de mística. Kerouac huyó tan pronto pudo de Lowell para marcharse a Nueva York, la quimera de la Costa Este. Pudo ser una estrella de futbol americano con la Universidad de Columbia, pero tenías planes más ambiciosos. De Lowell, hasta donde se sabe, sólo heredó la lectura precoz de Thomas Wolfe.

La etapa en Nueva York lo sacudió en todos sentidos. En el Teatro Apolo de Harlem comenzó su idilio con el jazz, el responsable de dotar de sonoridad e imprevisibilidad a su escritura. En los márgenes comenzó a leer a Goethe, Whitman y Dostoievski y tuvo su primer encuentro sexual con una prostituta pelirroja. Se involucró sentimentalmente con Edie Parker, una joven estudiante de arte que la introdujo al círculo intelectual que marcaría su volcánica posadolescencia. Edie tenía una compañera de apartamento en Upper West Side: Jan Vollmer, probablemente la víctima más célebre del reto de Guillermo Tell. También era amiga cercana del periodista Lucien Carr, quien a su vez frecuentaba a un joven poeta de madre judía-rusa llamado Allen Ginsberg y a un yonqui incipiente que se había graduado en Harvard y que desde entonces tenía aspecto de sepulturero: William Burroughs, verdugo y pareja de Vollmer. De modo que a Carr le debemos que hayan coincido en tiempo y espacio tres de los personajes más complejos de la contracultura del siglo XX. Así que Carr, inconscientemente, se encargó de cobrarse el favor tras apuñalar a un homosexual que estaba obsesionado con él. Tras deshacerse del cuerpo en el rio Hudson, acudió a Kerouac y Burroughs para salir del problema. «Ese incidente dinamitó el grupo —dijo tiempo después Joyce Johnson, ex pareja de Kerouac—. Fue una catástrofe, cada uno se fue por su lado a raíz del episodio». Nueva York no volvió a ser lo mismo tras aquel homocidio novelado en Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques, una crónica bañada en ficción a cuatro manos entre Kerouac y Burroughs. Antes de partir, Kerouac se hizo del último gran botín de su estancia en la ciudad: Neal Cassidy, héroe anónimo de la contracultura beat, «ese ángel ardiente y tembloroso y terrible que palpitaba».

Hablar de lo que supuso México en la hoja de ruta de Jack Kerouac es hablar de dos libros fundamentales: En el camino, la obra consagratoria de Kerouac, y El disfraz de la inocencia. La historia de Jack Kerouac en México, del ensayista y traductor mexicano Jorge García-Robles. El primero ha sido ampliamente revisado y valorado por devotos, académicos y beatniks nostálgicos. Mientras que del segundo se sabe mas bien poco. En él, García-Robles explica que si bien Kerouac, «como la mayoría de los escritores europeos y norteamericanos que viajaron a México en la primera mitad del siglo XX, se sintió atraído no por el México que babea ansiosamente por obtener una membresía primermundista, sino por el México cocinado en hornos premodernos, en hormas no occidentales», en su mente México fue «una bendición aureolada con sonrisas, cordialidad, rostros alborozados, actitudes frescas y ausencia de artificialidad».

Sobre la estadía de Kerouac en México se pueden distinguir cuatro etapas, cada una con motivaciones, estímulos y conquistas particulares. Aunque sin duda la última fue la más trascendental en términos espirituales y creativos. Es pertinente recordar que Kerouac creció en una familia católica de migrantes canadienses y franceses, para después dar un vuelvo radical hacia el budismo Zen, bajo el manto del orientalista Gary Snyder. Como en cada uno de los momentos que marcaron su vida, la mejor radiografía se encuentra en su literatura; en este caso, en la novela Los Vagabundos del Dharma. A su regreso a México, Keroauc volvió a la privada de Orizaba 210. Ahí, junto a Bill Garver, famoso por robar abrigos para sobrevivir, compatibilizó sesiones budistas, viajes astrales, borracheras antológicas y generosos pinchazos de morfina. Sin la presencia de las droga opiáceas en su organismo sería imposible entender las dos obras más importantes de su periplo por México: el poemario México City Blues y la novela Tristessa, testigo autobiográfico sobre su relación con una mulata mexicana, Esperanza Villanueva, antiheroína, prostituta y adicta consumada.

Del último viaje de Kerouac a México es mejor no hablar ni vincularlo con la leyenda, puesto que atenta contra el mito del autostop. Lo hizo en avión, desde Orlando, Florida. Corría el año de 1961. Convirtió la cerrada de Medellín 37, donde vivió alguna vez con Burroughs, en su campamento romano, pero no fue una etapa especialmente fértil. Murió ocho años después, en San Petersburgo, Florida, a causa de una hemorragia interna provocada por una cirrosis. Tenía 47 años. De no haber sido por la enfermedad que lo consumió, habría corrido una suerte similar a la de Neal Cassidy, quien pereció congelado sobre las vías del tren en San Miguel Allende, tras salir borracho y drogado de una fiesta. A su familia le pareció buena idea trasladar su cuerpo a Lowell para enterrarlo ahí. Fue así como varios años después, Ginsberg arribó a su sepulcro junto a Bob Dylan y su inseparable guitarra Martin, para recitar unos versos de Shakespeare, los favoritos de Jack, que decían más o menos así: «Cómo mi ausencia como un invierno ha sido… ¡qué escalofríos he sentido, qué oscuros días he visto! / ¡Qué desnudez de antiguo diciembre por todas partes!».

 

Ricardo López Si es coautor de la revista literaria La Marrakech de Juan Goytisolo y el libro de relatos Viaje a la Madre Tierra. Columnista en el diario ContraRéplica y editor de la revista Purgante. Estudió una maestría en Periodismo de Viajes en la Universidad Autónoma de Barcelona y formó parte de la expedición Tahina-Can Irán 2019. Su twitter es @Ricardo_LoSi

 

 

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Posted: November 11, 2021 at 9:08 pm

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